Lo principal: Mapocho (novela, 2002), Space invaders (novela, 2013), Chilean Electric (novela, 2015), La dimensión desconocida (novela, 2016), Voyager (ensayo, 2019).
Su oficio es cuestionarlo todo y construir una memoria que no esquive los olvidos del olvido. Leerla alumbra, hace pensar y deja el sabor amargo de las cosas que no tienen remedio. Narradora, dramaturga, actriz, ensayista y guionista, Nona Fernández (Santiago de Chile, 1971) es también una militante feminista que llega a la luz a través de las oscuridades disfrazadas de la realidad. Hace unos años se definía de la siguiente manera: “Actriz por gusto. Narradora por hinchar las pelotas, por no olvidar lo que no debe olvidarse. Guionista de culebrones por necesidad. Chilena incómoda, y a ratos rabiosa”.
Es cierto: para muchos chilenos es una mujer incómoda, molesta como un tábano. Criada en dictadura, ella mira la realidad de su país con una lucidez disidente. Cuando narra revuelve los estantes, interpela. Su novela La dimensión desconocida cuenta la historia real del primer militar arrepentido que dio testimonio de los horrores pinochetistas. El tipo se llamaba Andrés Valenzuela y era agente de la DINA. Alrededor de ese núcleo del pasado orbita el verdadero tema del libro: la memoria del presente. El procedimiento consiste en convertir el satélite de la novela en el planeta siniestro que habitaron los chilenos durante 17 años.
En su prosa el ejercicio del criterio se tensa al máximo, la crítica es también autocrítica, el reproche es combativo. La novela se junta con el reportaje, el ensayo, los apuntes de una crónica precisa. Notable en tal sentido es un fragmento de La dimensión... que relata un recorrido por el Museo de la Memoria de Santiago. Como siempre, Nona mete el dedo en la llaga. Duele:
“Era una especie de montaña rusa emocional que culminaba en la Zona Fin de la Dictadura, donde una gran gigantografia del expresidente Patricio Aylwin, dando su discurso al asumir el cargo, enciende los espíritus de los visitantes y los deja exultantes de alegría y esperanza, más tranquilos, más apaciguados, porque de ahí en adelante estamos a salvo, los buenos triunfaron, la historia es benévola, olvidaremos que él mismo fue quien acudió a los militares para pedir el golpe en el año 1973, esa información no es parte de los recuerdos de esta memoria, y así, escuchando las felices consignas de la vuelta a la democracia que indican que ha llegado el final del recorrido, ya todos quedan libres para ir a tomarse, como lo hicimos nosotros, una refrescante Coca-Cola a la cafetería, y luego en la tiendita de recuerdos comprar, como también lo hicimos nosotros, ¿por qué no?, un par de chapitas con la cara de Allende y una postal con La Moneda en llamas”.
La imaginación de la escritora se muestra atada a una realidad aflictiva que no cesa. Es extraña la forma que ella tiene de abordarla. Parece llevarnos en un viaje al futuro, a galaxias lejanas, pero ese viaje acaba por ser un regreso a aquel pasado siempre presente. Lo confiesa: “En una vida que no tuve fui un valiente cosmonauta”. Sus escritos se alzan en medio del ruido literario chileno para resignificar todos los lugares comunes de una sociedad que se dibuja hipócrita y olvidadiza.
De Voyager: “Desierto de Atacama, Chile. El mejor lugar del mundo para observar las estrellas. El mismo lugar donde hace cuarenta y cinco años veintiséis chilenos fueron ejecutados por la Caravana de la Muerte”. Fin del relato. El viaje empieza donde termina.