En 1957, Ernst Kantorowicz, historiador de origen alemán, publica en Estados Unidos, país donde enseña, un libro de título sorprendente: Los dos cuerpos del rey1. Como él mismo dice, el concepto es “aparentemente absurdo e incómodo en varios aspectos”, y “la tentación de ridiculizarlo” es bastante espontánea. Sin embargo, va a encontrar un eco y uso notables entre gran cantidad de políticos y ensayistas, en particular en Francia.

Kantorowicz (1895-1963) es presentado, en su página de Wikipedia, como “medievalista, militante de la resistencia, profesor universitario”. La realidad es algo divergente respecto de uno de estos puntos. Acérrimo nacionalista y ferviente anticomunista, combate a fines de la Primera Guerra Mundial la insurrección polaca, después a los espartaquistas, en Berlín y Múnich, como parte de los Freikorps. Dandy, epicúreo y reservado, forma parte del círculo del poeta Stefan George, caro a Martin Heidegger, que trabaja para alimentar el deseo de que advenga “la Alemania secreta” que debería consumar verdaderamente la identidad del país. El último curso que dará Kantorowicz en la Universidad de Frankfurt, en 1934, estará consagrado a esa “Alemania secreta”. Por entonces es famoso por su biografía de Federico II, publicada en 1931. Este emperador de los romanos y del Sacro Imperio Romano Germánico (1215- 1250), último de la dinastía de los Hohenstaufen, dio lugar a la leyenda del “emperador durmiente”, de cuyo salvífico despertar sería testigo un día milagroso. Ah, la “Alemania secreta”...

Como era de esperar, los partidarios de la “revolución conservadora” también apreciaban vivamente a Adolf Hitler, según se dice. En 1934, Kantorowicz se niega a prestar juramento al régimen. En general esto se presenta como un gesto de oposición, motivado en particular por el antisemitismo en el poder, porque Kantorowicz era judío. Es una lectura afectuosa para Kantorowicz, pero discutible: él mismo recuerda, en su carta a las autoridades, que su actitud es “totalmente positiva respecto de un Reich nacionalista”2. Su negación no es política, en el sentido estricto del término, sino que se deriva de su concepción de las libertades académicas, arraigadas en la concepción del studium medieval, es decir, del derecho de la universidad a la autodeterminación. En 1938 parte a Estados Unidos y en 1949, como sus colegas, se ve obligado de nuevo a firmar un “juramento de lealtad” en tiempos del macartismo, a lo cual se opone de forma enérgica, otra vez, por las mismas razones que en 1934. Este conservador reivindicado no es en absoluto alguien que apoya a los comunistas, ni pretende hacerse pasar por tal, muy por el contrario. Y, sin embargo, ambas tomas de posición serán consideradas ampliamente por sus comentadores como el signo de un vínculo exigente con la democracia. En paralelo, su anticomunismo sin fisuras y su fervor nacionalista casi místico apenas son mencionados, ni siquiera por su editor francés que, en cambio, subraya que la obra “se esfuerza por esclarecer la génesis de las patologías políticas del siglo XX”. Es probable que el editor pensara en los “totalitarismos”. Pero lo que Kantorowicz “ilumina” es una de las perversiones de la democracia liberal.

Interroga la elaboración del “mito del Estado” a partir del ejemplo inglés. Se apoya en la iconografía, la numismática, los escritos de los teólogos y juristas medievales, entre ellos los Informes de Edmund Plowden (1519-1585), redactados y compilados durante el reino de Isabel I. Plowden formaliza una “ficción mística” elaborada con el correr de los siglos: “El rey tiene en él dos cuerpos, es decir, un cuerpo natural y un cuerpo político [...] El cuerpo natural es un cuerpo mortal, sujeto a todas las debilidades que ocurren por naturaleza o accidente [...] Pero su cuerpo político es un cuerpo que no puede ser visto ni tocado, y que consiste en una sociedad política y en un gobierno, y que está constituido por la dirección del pueblo y la gestión del Bien público”. Este “doble cuerpo” es, según Kantorowicz, una construcción teológico-política indisociable del pensamiento cristiano medieval, derivada en particular de la concepción de la doble naturaleza de Cristo como hombre y como Dios, cabeza del cuerpo de la Iglesia, que está verdaderamente presente en la Eucaristía. El cuerpo mortal puede desaparecer, pero el cuerpo político es una entidad inmortal en sí. El cuerpo político incluye al cuerpo natural, que le es inferior. Este último representa, en su carne, aquella otra entidad colectiva. Dicho de otro modo, cuando “la humanidad del rey prevalezca sobre la divinidad de la Corona y la mortalidad sobre la inmortalidad”, el rey será descoronado, como Ricardo II, héroe de la tragedia de Shakespeare, por otra parte prohibida en su momento por la reina Isabel y su sucesor. Así, al tomar el relevo de la teología, el pensamiento jurídico se convierte en fuente de legitimación del poder político y se sientan las bases de la continuidad del Estado.

Reyes (¿presidentes?) taumaturgos

Se trata de una “teología política”, para retomar el término que Kantorowicz tomó en préstamo del jurista Carl Schmitt, gran denunciante de las aporías de la democracia y cercano de forma activa al poder nacionalsocialista3, que busca subrayar dos dimensiones fundadoras: su aura sacra y, vinculado con ella, el hecho de que el poder se ejerza al mismo tiempo que se representa. Kantorowicz consigna con minucia diversas ceremonias (en particular los coronamientos y los funerales) que manifiestan de modo simbólico esta “metáfora” de los dos cuerpos. En 1924, Marc Bloch había publicado Los reyes taumaturgos. Estudio sobre el carácter sobrenatural atribuido al poder real particularmente en Francia e Inglaterra, y analizaba, como racionalista, el rol del ritual del “toque con las manos” mediante el cual el rey curaba a los enfermos de escrófula, y la evolución de ese rol. Volvía a situar estos “milagros” dentro de una historia de las mentalidades y de una historia de las relaciones de rivalidad entre los poderes eclesiásticos y la realeza. Los reyes taumaturgos parece haber despertado en Francia bastante menos interés en los actores y analistas del poder que la obra de Kantorowicz. Es cierto que, con la presidencialización de la Quinta República, los “dos cuerpos” nunca están lejos.

Los funerales del general Charles De Gaulle (“Franceses, franceses, el general De Gaulle ha muerto. Francia ha quedado viuda”, dice entonces su sucesor, Georges Pompidou), así como los de François Mitterrand, desplegaron el concepto de forma muy concreta: hubo para cada uno dos ceremonias, una en la catedral de Notre-Dame, oficial, nacional, para el “cuerpo inmortal”, y otra privada, para el simple cuerpo mortal, en Colombey y Jarnac4. El actual mandatario Emmanuel Macron, que se exhibe henchido de referencias a la misteriosa “trascendencia” que son propicias a la infusión de lo “espiritual” en el campo que ocupa su palabra, conoce la teoría de manera algo confusa (“el presidente, que tiene varios cuerpos…”, entrevista en L’Obs, 16 de febrero de 2017). Y la pone en escena. Aunque exhibe su “cuerpo mortal” hasta tal punto que este termina por formar parte de nuestro mundo familiar, su intento conjunto de definir el “cuerpo político” es por lo demás notable. Se apoya en la deslegitimación paulatina del Parlamento y en la legitimación a través del “diálogo” con el pueblo, que es convocado a consultas ciudadanas y pronto sin duda a referéndums. Que el conjunto sirve para intentar justificar un autoritarismo enajenado, que se multiplica gracias a un paternalismo exaltado, es algo evidente. Y que esto pretende reforzar los estereotipos sobre la monarquía republicana, la famosa tentación bonaparto-gaullista casi consustancial a la indestructible “Francia de los campanarios”, es más que claro. Pero hay algo más insidioso. Porque este recorrido se inscribe en el contexto de un poderoso movimiento que cuestiona el sentido y el porvenir de la democracia. Y la búsqueda de la doble encarnación adquiere en ese marco un sentido muy particular, el de una protección de la democracia.

Contra el cansancio

Existe, parece, una “fatiga democrática” que se traduce en una abstención considerable, salvo en las elecciones presidenciales. La democracia es ciertamente irreemplazable para un 67 por ciento de los ciudadanos (encuesta Ipsos-Sopra Steria-Fractures françaises, 2020), pero otro 33 por ciento no está convencido, y, en 2021, es sólo el 29 por ciento el que confía en los diputados. ¿Será que “las revoluciones de la modernidad democrática, en particular la Revolución Francesa, al desembarazarse de la figura del rey, habrían convertido al poder en incorpóreo, haciéndolo indeterminado e imposible de apropiar”?5. Macron está de acuerdo. La muerte de Luis XVI habría “abierto un vacío emocional, imaginario, colectivo” que “la democracia no colma” (Le 1, 8-7-2015). Entonces, ¿cómo llenarlo? Esta pregunta se volvió extrañamente banal. Incluso el asombroso sociólogo alemán Hartmut Rosa, poeta de la “resonancia”, se enfrenta a ella. Para él, la democracia, “credo de nuestra sociedad”, necesita a la religión y a los “rituales” para “darle sentido”6. Macron también quiere salvar nuestro “credo” ¿Quién no lo querría? Busca salvarlo “haciendo Nación”. Una expresión vaga, que evoca la unidad del Pueblo. Y que implica, como diría Carl Schmitt, la existencia de un enemigo. El que no quiere “hacer Nación”. El que no pertenece al “arco republicano”, por ejemplo. El que se opone a los valores de la Francia Nación, el que participa de un proceso de “des-civilización”. ¿Pero quién define esta Nación, a sus valores y a su enemigo? El presidente. “Júpiter” se convirtió en el garante de la Francia Nación. Los Dos Cuerpos están en su lugar. El “natural”, el del presidente, y el “espiritual”, Francia. Contra la división. Por una “democracia” renovada.

Por supuesto, nadie cree en la ficción del Doble Cuerpo. Por supuesto, Macron es poco popular. Pero esto no impide que el marco simbólico funcione. Era a él a quien pedían ver los chalecos amarillos. Es su efigie lo que se ataca. Es con él, sólo con él, que los responsables de los partidos políticos aceptan discutir, con sus (asombrosas) condiciones, para “converger”, incluso “si es el pueblo el que tendrá la última palabra”, como precisa su carta de invitación. Cuando, en Franceinfo, uno de los diputados de su partido diga que “el presidente está orgulloso de ser el país anfitrión” en relación con la Copa Mundial de Rugby, los periodistas ni siquiera lo detectan. Cuando Macron habla de la prioridad de los deberes del ciudadano respecto de sus derechos, “la calle” no se manifiesta. Impuso un léxico, normas, representaciones del poder. Configura en gran medida el campo del debate, el mapa de lo que no sólo puede hacerse sino pensarse, incluso en el antagonismo. El camino hacia lo que ya no serían derrotas pasará también por negarse a utilizar este lenguaje, este imaginario, estas prohibiciones sacralizadas que constituyen una caja de herramientas ideológica, “post-democracia”, lista para ser utilizada después, sea encarnada por Macron o por cualquiera de sus adversarios.

Evelyne Pieiller, periodista de la redacción de Le Monde diplomatique (París). Traducción: Merlina Messip.

Amalia Nieto

Este año se cumplieron 20 años de la muerte de Amalia Nieto, artista visual uruguaya nacida en Montevideo en 1907. Estuvo casada entre 1937 y 1943 con el narrador Felisberto Hernández, relación de la cual surgió una serie plástica formada por dibujos en cartas y notas personales. Creadora de gran calado, Nieto fue la primera mujer en tener una muestra retrospectiva individual en el Museo Nacional de Artes Visuales (MNAV), en 1985, museo que también le dedicaría una exposición monográfica póstuma en 2020. La obra que incluimos en esta página se reproduce por gentileza del MNAV, cuyo acervo integra.


  1. Ernst Kantorowicz, Los dos cuerpos del rey. Un estudio de teología política medieval, Alianza, Madrid, 1983. 

  2. Saül Friedlander, Les années de persécution. L’Allemagne nazie et les Juifs, 1933-1939, Le Seuil, París, 2008. También Robert E. Lerner, Ernst Kantorowicz. Une vie d’historien, Gallimard, París, 2019. 

  3. Ver “Punto ciego del liberalismo”, Le Monde diplomatique, edición Uruguay, junio de 2022. 

  4. Evelyne Cohen, André Rauch, “Le corps souverain sous la V République. Les funérailles télévisées du général De Gaulle et de François Mitterrand”, Vingtième siècle, París, 2005/4, n° 88. 

  5. Samuel Hayat, “Incarner le peuple souverain. Les usages de la représentation-incarnation sous la Seconde République”, Raisons politiques, París, 2018/4, n° 72. 

  6. Hartmut Rosa, Pourquoi la démocratie a besoin de la religion. À propos d’une relation de résonance singulière, La Découverte, París, 2023.