La reflexión de este artículo parte de la candidatura emergente de un liberal pragmático, de largo recorrido en el panorama político argentino, y se extiende al resto del continente. Plantea preguntas acerca del comportamiento de la derecha cuando se enfrenta con su propio extremo.
Por origen político e inclinación personal, el jefe de gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta, viene huyendo de manera metódica de los grandes debates ideológicos para concentrarse en la gestión concreta de las personas y las cosas. Últimamente, sin embargo, la conveniencia táctica lo había llevado a asumir posiciones más duras, como las que exhibió en la discusión por las vallas frente al edificio de la expresidenta argentina Cristina Fernández1, la denuncia penal contra funcionarios nacionales por el fallo de la Corte2 o los reclamos docentes3. Cuentan sus íntimos que cuando se enteró del intento de atentado contra la expresidenta, su primera reacción fue visitarla en su departamento de Recoleta. Son reflejos, reacciones del momento que se concretan rápido. En lugar de eso escribió un tuit de ocasión y se sentó a esperar. Terminó criticando al presidente Alberto Fernández por declarar el feriado4.
El 22 de febrero Rodríguez Larreta lanzó de manera formal su candidatura presidencial con un nítido mensaje antipolarización: los que se benefician con la grieta –dijo– son unos estafadores (y no cuesta imaginar las discusiones de su equipo antes de dar con la palabra correcta: ladrones, tramposos, inmorales… estafadores). Si logra sostener esta línea argumental durante el resto de la campaña, estará ofreciendo una propuesta que sintoniza con su personalidad y su trayectoria. Prototípica paloma en la eterna guerra de plumajes de la oposición, sus momentos de halconización lo habían puesto en un lugar exótico.
No será fácil, porque la grieta no es una creación artificial de un grupo de dirigentes egoístas sino una realidad social concreta (en palabras de los sociólogos Luis Alberto Quevedo e Ignacio Ramírez, la ley de gravedad de la política contemporánea)5, de modo que la tarea de cerrarla es titánica: implica dialogar con el otro, ceder posiciones y, sobre todo, enfrentarse a los propios. La reacción del expresidente Mauricio Macri [Propuesta Republicana, PRO, de derecha liberal], que al día siguiente del lanzamiento se reunió con Patricia Bullrich [presidenta del PRO y exministra de Seguridad de Macri], es en este sentido ilustrativa. Y también lo es la estrategia de Javier Milei [líder de La Libertad Avanza, coalición libertaria de derecha], que será rústico pero no es tonto y que eligió al jefe de gobierno, más que al kirchnerismo o la izquierda, como objeto principal de sus críticas.
Por otro lado, ¿será esto lo que busca el electorado opositor? Las encuestas resultan contradictorias: muestran un rechazo social a la polarización y al mismo tiempo el crecimiento de los ultras, sobre todo en el universo de la derecha. Como explica el historiador Ernesto Semán6, la polarización es asimétrica: el espacio opositor se ha radicalizado en mucha mayor medida que el universo peronista, que desde el fin del gobierno de Cristina Fernández, por el contrario, se modera (que esa moderación haya dado pésimos resultados económicos es otra historia y merece un análisis aparte).
Mirar más lejos
El fenómeno excede la situación argentina. El progresismo se entibia en todos lados. Así como Alberto Fernández es más moderado que Cristina Fernández, en Bolivia Luis Arce es más moderado que Evo Morales, en Brasil el Lula Da Silva de hoy es más moderado que el de hace una década y en Estados Unidos Joe Biden es más moderado que Barak Obama. En general, los progresismos asumen posiciones menos confrontativas precisamente porque la derecha se mueve al extremo. Es un hecho que los candidatos a presidente de derecha (en Brasil, Estados Unidos, Bolivia, Chile, Colombia...) se parecen más a Bullrich que a Rodríguez Larreta, que debe lidiar no sólo con la competencia interna sino también con la externa, con un Milei en peligroso ascenso (el giro al centro de los progresismos se explica en parte porque no surgió una alternativa equivalente que dispute su lugar por izquierda: no hay un Milei peronista). La pregunta entonces sería si el votante opositor quiere terminar con la grieta o quiere terminar... con el peronismo.
Rodríguez Larreta es un liberal-pragmático en un contexto de reemergencia de las ideologías. Se ha escrito mucho sobre el tema: la actual etapa histórica, signada por el fin de la hegemonía estadounidense y de la ilusión de un orden liberal planetario, dio paso a una era caracterizada por la negación del otro, la confrontación y los gritos. La notable serie sobre Roger Ailes, el creador de Fox News, se llama, precisamente, The Loudest Voice (La voz más alta, 2019, disponible en Star+). Con la fe globalista en retroceso, la pandemia y la guerra en Ucrania terminaron de crear el espacio para una guerra cultural abierta, un choque de civilizaciones, por citar el título del viejo libro de Samuel Huntington (1996); una época de “valores fuertes” y de reacción conservadora frente a los avances progresistas en materia de género, diversidad y pluralismo.
Cada país tramita esta intensidad a su modo. El hinduismo antimusulmán de Narendra Modi, el giro identitario israelí, la impronta evangélica de la derecha bolsonarista o el fenómeno trumpista son ejemplos particularmente extremos. En otros lugares, los rayos llegan atenuados por el filtro UV de la cultura política, la historia y la conciliación de las élites. Pero llegan. La creciente polarización en países como Colombia, Chile y Brasil revela que América Latina no es ajena a este fenómeno.
Hay que remontarse al origen del neoliberalismo en los años 1980 para encontrar un momento de semejante intensidad histórica. En aquellos años, bajo la apariencia de una disputa entre modelos económicos se escondía una confrontación político-filosófica más profunda entre formas opuestas de concebir a las personas, al Estado y a la historia. La derrota de la izquierda fue absoluta, y la hegemonía neoliberal se impuso, por unos años, como el sentido común del momento: cuando le preguntaron a la ex primer ministra británica Margaret Thatcher cuál había sido su mayor triunfo, respondió... Tony Blair (una izquierda plegada a sus coordenadas ideológicas). La batalla era diferente pero no menos cruenta que la actual. Recordemos, por ejemplo, “Margaret on the guillotine”, la canción de Morrisey, maestro de la provocación poética, incluida en Viva Hate, su disco solista de 1988, en la que jugaba de manera directa con la idea de asesinar a Thatcher.
The kind people
have a wonderful dream
Margaret on the guillotine
Cause people like you
make me feel so tired
When will you die?7
Nombres propios
Volvamos a Rodríguez Larreta.
Dueño del tercer presupuesto de Argentina y de la principal vidriera política del país, Rodríguez Larreta era, después del fracaso del gobierno de Macri (2015-2019), el candidato lógico de la oposición. En condiciones normales de presión y temperatura, debería haber sido el postulante natural y único, como en su momento lo fueron Eduardo Duhalde [peronista, presidente interino en 2002-2003], Fernando de la Rúa [radical, presidente entre 1999-2001] o el mismo Macri. Y sin embargo no es así. Patricia Bullrich, desprovista de todo poder territorial y empujada sólo por su discurso ultra, amenaza con arrebatarle la candidatura del PRO. Los radicales, en especial el diputado Facundo Manes, se resisten a subordinarse; e incluso la diputada macrista María Eugenia Vidal se le anima. Rodríguez Larreta todavía se despierta de madrugada soñando con la posibilidad de que Macri decida lanzarse.
En este contexto, el jefe de gobierno se encuentra frente a una disyuntiva. Puede asimilarse a este tiempo y empezar a tuitear en mayúsculas, o puede intentar otro camino, el que insinuó en el lanzamiento de su candidatura y el que ya transitó con éxito durante la pandemia, cuando en lugar de sumarse a los banderazos libertarios, coordinó la gestión de la emergencia con los gobiernos nacional y bonaerense, incluyendo frecuentes encuentros públicos con Alberto Fernández y el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof: el hecho de que la cara visible de esa aventura antigrieta, su ministro de Salud, Fernán Quirós, se haya convertido en el funcionario más popular de su gabinete, a punto tal de lanzarse como candidato, sugiere la existencia de un público sensible a este tipo de propuestas.
Para ello será necesario, en primer lugar, dejar de lado la espontaneidad planificada de una campaña que apenas ha comenzado y ya luce guionada en exceso. La cuidadosa difusión de su vida sentimental, la vestimenta informal, el surf asistido: todo el verano larretista tocó una nota forzada. Y no es que esté mal comunicar la intimidad de un candidato, incluso es necesario. El problema es que otros ya avanzaron por ese camino. Con su esposa Juliana Awada y su hija Antonia, Macri lo hizo. Y Rodríguez Larreta no es un empresario de revista del jet-set, sino un dirigente político clásico, casi diríamos un cuadro, hijo de padre desarrollista, criado en las entrañas del peronismo, exfuncionario de Ramón Palito Ortega cuando fue secretario de Desarrollo Social (1998) y exinterventor del Programa de Atención Médica Integral (PAMI, 1999-2000).
En cuanto a su mensaje, falta llenarlo de contenido, encarnarlo. Para que no quede en simple promesa, la apelación al diálogo debe avanzar en definiciones más concretas. Como escribió Martín Rodríguez8, la negociación es el triunfo de las partes. “Si se habla de acuerdo, además hay que decir qué se está dispuesto a perder. El acuerdo que no rompe nada no es acuerdo. El acuerdo que no incomoda no es acuerdo”. En su último libro9, los sociólogos Gabriel Vommaro y Mariana Gené explican que el fracaso del gobierno de Cambiemos [coalición que llevó a Macri a la presidencia en 2015] se explica básicamente por la sobreestimación del efecto que según entendían produciría su mera llegada al poder y la paralela subestimación del “país real” que lo esperaba, una “coalición de veto” integrada por sindicatos, movimientos sociales y actores territoriales que puso un límite al afán reformista. Esa coalición sigue en pie y Rodríguez Larreta deberá lidiar con ella.
Pero antes tiene que explicar qué piensa hacer con Milei. Aunque hasta ahora ha omitido referirse al candidato libertario, en algún momento tendrá que establecer una posición, decir algo. Por caso, ¿considera posible un entendimiento (como piensan Bullrich y Macri) o constituye una frontera ética infranqueable? La experiencia internacional enseña que el límite a la extrema derecha recae, más que en la izquierda, en la derecha tradicional, en los Rodríguez Larreta de este mundo, que deben decidir si aceptan aliarse o incluso mimetizarse con los más radicales, como en Estados Unidos, España y Brasil, o si tienden un cordón sanitario para aislarlos, como en Alemania y Francia.
Juego de nombres
Una digresión breve antes de concluir
La política argentina juega desde siempre con los nombres propios, incluso de forma sutil. Muy de moda en la Argentina de los años 1970, el evitismo consistía en oponer a Eva [Duarte de Perón], supuestamente más popular y plebeya, a la figura del mismísimo Juan Domingo Perón, más conservador y pragmático. El vandorismo [por el sindicalista Augusto Timoteo Vandor] consistió en la idea de construir en los años 1950 un peronismo pactista y sin el líder. Y el peronismo, se sabe, puede ser menemista, duhaldista o kirchnerista, que a su vez se dividirá en nestorista o cristinista. Si Alberto Fernández nunca dejó nacer el albertismo, hizo su aporte a la lengua política por vía de la operación semántica de transformar nombres propios en verbos: se ocupó de manzurizar (limar de a poco) a cuanto dirigente asomaba la cabeza [por su exjefe de gabinete Juan Manzur].
Así las cosas, Rodríguez Larreta corre el riesgo de albertizarse. En el amanecer de su campaña, que es el atardecer de su vida política, debe decidir si sostiene la línea del diálogo o si se deja vencer por la tentación ultra. La moderación es un sueño eterno.
José Natanson, director de Le Monde diplomatique, edición Cono Sur. El autor agradece a Ignacio Ramírez la charla previa a la escritura de este artículo. Titulo original: “Sobre Horacio Rodríguez Larreta”.
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“El gobierno porteño dispuso un vallado perimetral en la casa de la vicepresidenta”, Telam, 27-8-2022. ↩
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“Buenos Aires denuncia a funcionarios nacionales que incumplan fallo de Corte”, EFE, 27-12-2022. ↩
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“Paro y reclamo de los maestros contra el gobierno porteño”, Página/12, 23-9-2022. ↩
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NdR: El presidente dijo por cadena nacional (1-9-2022) que declaraba el feriado para que “en paz y armonía el pueblo argentino pueda expresarse en defensa de la vida, de la democracia y en solidaridad” con la vicepresidenta. ↩
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Polarizados, Capital Intelectual, 2022. ↩
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Eliezer Budasoff, “Ernesto Semán: ‘Más que polarización, lo que hay en Argentina es una clara radicalización de la derecha’”, El País, Madrid, 22-8-2022. ↩
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La buena gente / tiene un sueño maravilloso / Margaret en la guillotina / Porque personas como tú / me cansan tanto / ¿Cuándo te vas a morir? ↩
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“La política, cuerpo a tierra”, elDiarioAR, 26-2-2023. ↩
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El sueño intacto de la centroderecha, Siglo XXI, 2023. ↩