La solidez conceptual de sus textos se expresa con igual claridad en la poesía, en la narrativa y en el ensayo. Mediante su escritura ella logra establecer vasos comunicantes, puntos de intercambio y equilibrio entre los géneros: poemas con una fuerte carga narrativa, novelas que son también poemas, ensayos que son cuentos espléndidos. Anne Michaels (Toronto, 1958) asume que hay una conexión dinámica entre la intimidad de sus personajes y la historia social y política en la que ellos viven. Por eso, su obra refiere casi siempre a episodios conocidos, o muy conocidos, pero lo hace con una mirada original, cargada de humanismo y cuestionamientos.

En su novela Piezas en fuga compagina un episodio de persecución a los judíos en Europa durante la Segunda Guerra Mundial con la entrañable relación de un geólogo griego con un niño judío aterrorizado por la barbarie nazi. Contra lo que podía esperarse a partir de esa anécdota inicial, la novelista elabora un delicado recorrido por la vida sencilla y a la vez trágica de ambos personajes, y lo hace casi en susurros. Refugiados en la isla griega de Zacinto, a través de ellos Anne Michaels nos habla del pan, de los atardeceres en el Jónico, de los olivos, de la memoria, del sentido de las palabras y del peso de los silencios. Se trata de una novela, pero también de un poema sobre lo permanente y lo fugaz. Y es, sobre todo, un ejercicio implacable de la memoria.

Hay en todos sus textos un interés por explorar lo geológico, el tiempo medido en eras, la dureza de las rocas, lo mineral como parte de lo humano. De un poema suyo: “Todo amor es un viaje por el tiempo. / Orilla pulida, cuevas pintadas, / desfiladeros de caliza. / Ciruelas y agua fría en el desierto”.

Pese a su excelencia, y a los honores recibidos, Anne Michaels es una mujer discretísima que protege a capa y espada su vida privada. Hay pocas fotografías de ella, y apenas se sabe que vive en Toronto, que ha criado sola a sus dos hijos, y que por eso tardó trece años en publicar su segunda novela, La cripta de invierno, en la que enlaza el desmantelamiento y traslado del templo de Abu Simbel en Egipto con la construcción del canal San Lorenzo en Canadá y la reconstrucción de Varsovia tras la destrucción provocada por la guerra. Otra vez la historia conecta a los personajes, en una trenza de impecable factura, propiciada por la violencia civilizatoria: “De esta tierra, ¿cuánto es carne? Esto no tiene un sentido metafórico. ¿Cuántos seres humanos han sido ‘entregados a la tierra’? ¿Desde qué momento empezamos a contar a los muertos? ¿Desde el surgimiento del Homo erectus, o del Homo habilis o del Homo sapiens? ¿Desde las primeras tumbas sobre las que tenemos certeza, la compleja tumba de Sangir, o el lugar de descanso del Hombre de Mungo en Nueva Gales del Sur, enterrado hace cuarenta mil años?”.

En su multifacética actividad creativa (libros para niños, el miserere de una ópera de cámara, varios ensayos y hasta una colaboración escénica con John Berger) ella ha pugnado por recordarnos a todos que la vida, pese a ser fugaz, es una maravillosa oportunidad para conocer de qué estamos hechos: “Hay un tipo de amor / que se desprende del amor, / como las piedras de la piedra, / la lluvia de la lluvia, / como el mar / del mar”.

En el panorama literario canadiense contemporáneo brillan varios soles. El fulgor de Anne Michaels, en cambio, es el de la luna llena. Refleja la luz de su espíritu, su porfía con la memoria y esa discreta manera de estar en la tierra a plenitud, tal cual ella escribió: “Bajo las estrellas saltando / como ibis entre los mangles”.

Lo principal: El peso de las naranjas (poesía, 1986). Piezas en fuga (novela, 1996). La cripta de invierno (novela, 2009). Infinite Gradation (ensayo, 2018).