Lo principal: Con Bogey en Casablanca (poesía, 1987). Partes mínimas (poesía, 2003). Librerías de valor patrimonial de Buenos Aires (crónicas, 2003). Las promesas del día (poesía, 2019). Reunión de extraños (ensayo, 2020).
De forma habitual es presentado como poeta, traductor, ensayista y periodista. Para mí es también uno de los grandes viajeros de nuestro tiempo. Con sus textos, que son sutiles aunque en ocasiones se enrosquen para estrangular al lector, Esteban Moore (Lobos, provincia de Buenos Aires, 1952) nos puede llevar de verso en verso al viejo Pentella de la Aguada, al Landstrasse de Viena o al cañadón de los ñires en la Patagonia. El arte de su palabra está poblado de sonidos misteriosos, de imágenes como relámpagos, en ocasiones de una sucesión de instantes:
en chile sarmiento arde de cuerpo entero/ mientras decide las bondades de unos y otros/ en santana do livramento con su guitarra josé hernández/ entretiene en un despacho de bebidas al gauchaje triste/ le nacen allí unos versos que no termina de comprender/ quiroga bajo el sol de misiones redacta una carta/ ruega a martínez estrada lo asista en su soledad.
Esteban Moore se dedica con pasión al cultivo de los opuestos: el adentro y el afuera, lo dicho y lo callado, rancho y rascacielos. Es un porteño cosmopolita que anda por el mundo y toma instantáneas para después fijarlas con la palabra. No se trata de lugares o paisajes, sino del poeta que elabora sus propias geografías y las transmite mediante una escritura interpelante: “Un ladrido distante se suma al canto agudo desgarrado de los teros/ otros perros –que tampoco vemos– contestan al unísono/ ¿Dónde están?/ ¿Por qué ladran?”.
Esas preguntas encierran la pureza cenital de su trabajo como poeta y traductor de poetas. Quién no se ha formulado alguna vez esas dos preguntas tan nocturnas, de múltiples capas, cada una más compleja que la anterior, más cruel y profunda: ¿Dónde están? ¿Por qué ladran? En el intento por responderlas, Moore ha construido una obra que siempre se mueve y, al mismo tiempo, se aquieta en su propia vastedad.
Con rigor y espíritu libre tradujo a Lawrence Ferlinghetti, Allen Ginsberg, Gregory Corso, Jack Kerouac, Charles Bukowski y Sam Hamill, entre otros muchos. Prefiere la poesía estadounidense a la inglesa, la irlandesa a la británica, y, entre todas ellas, la producida por la generación beat en Estados Unidos. Y, por supuesto, la de su admirado “escritor poeta” Jorge Luis Borges.
Cuenta la leyenda que Esteban nació “de paso” en Buenos Aires, en una clínica de Palermo, pero que en realidad es de Lobos, pequeña ciudad donde se crio. Respecto a eso, él dice entre el orgullo y la ironía que esa es “la tierra de los dos Juanes: Juan Perón y Juan Moreira”. Rural, urbano, inglés, paisano. Moore se declara “argentino hasta la muerte”, aunque a la hora de recorrer su poesía se puede sospechar una cierta retórica detrás de esa frase, o por lo menos una huella, la del propio Borges, quien una vez se atrevió a preguntarle por sus ancestros. “Irlandeses”, le contestó Esteban. Y Borges dijo: “Vea, Moore: usted y yo somos criollos”.
Un poema titulado A rumbo abierto muestra su obra tal cual es:
Anduve la tendida llanura de la cuenca del Salado/ sus rutas, sus caminos, sus canales hinchados de agua/ Dormí bajo estrellas y lunas envueltas en bruma/ En el valle del río Negro me obsequiaron manzanas del tamaño de una calabaza/ Apagué mi sed en las heladas aguas del Ñiriguau/ Todo esto recuerdo hoy aquí a la ribera del Paraná/ y también los gemidos de un moribundo en un hospital de campaña/ la furia del viento en los grandes eucaliptos/ el brillo ardiente de aquellos ojos claros/ Todo esto recuerdo mientras observo los buques que navegan lentos contra la corriente/ y celebro en silencio: el buen sol –la brisa suave– el vino fresco/ la palabra mar.