Lo principal: Sexografías (crónicas, 2008). Nueve lunas (crónica, 2009). Llamada perdida (relatos, 2014). Huaco retrato (novela, 2021).
Escribe como si rezara. La han tratado de sensacionalista, de impúdica, de loca. Ella no parece inmutarse con esos calificativos. Sabe que hay un mundo de prejuicios, y que detrás de los prejuicios asoman el racismo y la moralina. Alguna gente cree que es una chola obscena, una anomalía de la cultura. Pero ella sigue adelante, conquista alabanzas y recibe palos; al final su talento se impone. Gabriela Wiener (Lima, 1975) decidió escribir sobre su vida y compartirla con el público, con lectores de revistas y libros, con espectadores de teatros, con oyentes de charlas que ha dado aquí y allá, siempre tímida y perseguida por esa fama de escándalo.
Vive en España desde hace 20 años, primero en Barcelona y ahora en Madrid. Ha colaborado con grandes medios, pero de forma paulatina se ha ido distanciando de esos ámbitos, porque para ella “el periodismo es una pasión, las ganas de saber, la curiosidad de ver lo real de verdad y no lo que quieren enseñar los que te pagan”. Escribió crónicas de las cárceles, del sexo, de su embarazo. Se hizo azotar por una dominatrix para entender lo que había detrás de aquello. Se define a sí misma como “escritora”, explora formatos diversos, considera que la crónica es un monstruo que narra: “Un bicho de esos que mezcla y engulle todo”, dice. Ella es capaz de transmutar episodios íntimos y de apariencia superficial en textos vibrantes a fuerza de profundidad y potencia narrativa. Cuando se vistió de dramaturga no pensó en la cuarta pared de los teatreros sino más bien en una cama de varias plazas.
Es pareja del peruano Jaime Rodríguez y de la española Rocío Lanchares. De ese poliamor nacieron dos hijos llamados Coco y Amaru, y una obra de teatro en la que participan de distinta manera los cinco integrantes de la familia. La pieza se titula Qué locura enamorarme yo de ti.
En la vida de Gabriela Wiener todo se entrevera, se apelotona, y de allí nace la luz. Su novela Huaco retrato es un viaje entre espejos que parecen deformar la realidad. Una limeña que vive en España y se llama Gabriela Wiener se adentra en antiguas historias familiares para hablar del expolio propiciado por un antepasado, el viajero Charles Wiener, quien se llevó miles de piezas cerámicas de Perú cuando regresó a Europa. También, dicen, se llevó un niño para que experimentara la civilización.
Gabriela Wiener a veces es Gabriela Wiener y a veces no lo es. En ocasiones parece serlo, pero en otras ella misma se refiere a la protagonista de la novela como “la Gabriela del libro”. Ese huaco, quizá el punto más alto de su obra hasta ahora, no disimula broncas ni oculta contradicciones. La “Gabriela del libro” denuncia el expolio y es, también, un ejemplo vivísimo de su propio expolio, el de una vida familiar saqueada en su intimidad por ella misma para ser contada y exhibida, en el sentido más cabal de la palabra. Pasen y lean.
Cuando se narra en primera persona nada es demasiado dulce en la vida, ni siquiera el amor. Está la cama en donde ella yace entre un hombre y una mujer, “uno a cada lado de mi deseo”. Y están el padre y la amante, la madre y el sueño. Son maneras que tiene Gabriela de lamerse las heridas, su rezo: “Quiero hablar con mi madre, que me cuente toda su vida sexual, como se cuenta una enfermedad compartida. ¿Cuántos abandonos llevamos como información en las células? ¿Cuánto de estos celos se activa como escudo protector? Sudacas celosas y posesivas, excesivas, pegajosas, despreciadas, chamuscadas, victimistas. Delirando entre la telenovela y el bolero”.
Amén.