La historia es conocida: Ruth Handler, fundadora junto a su marido de Mattel, una pequeña fábrica de juguetes en Los Ángeles, venía observando que su hija Bárbara prefería jugar con muñecas de papel que imitaban a mujeres adultas antes que con los clásicos bebotes de plástico, pero las muñecas se le rompían y era imposible vestirlas. En un viaje por Europa, Ruth se topó de casualidad con Lili, una muñeca plástica que representaba una mujer alta, delgada y bella, creada como un juguete semierótico por un fabricante alemán a partir de una popular tira cómica que aparecía en el tabloide Bild y que funcionaba como un regalo chistoso entre varones. De regreso a Estados Unidos, Ruth convenció a su esposo y en marzo de 1959 presentó en la Feria de Juguetes de Nueva York a Barbie: pelo largo y rubio, figura estilizada, insinuante mirada ladeada y bikini cebra. Barbie, la primera muñeca adulta para niñas de la historia, fue un giro copernicano en el mercado del juguete: por primera vez, las niñas podían jugar a ser mujer –y no solamente madre– con una muñeca que las representaba a ellas, sus planes y fantasías, y no a sus eventuales hijos.

El éxito fue rotundo. Barbie vendió, desde su nacimiento hasta hoy, unos 1.000 millones de unidades en 150 países. Se calcula que se vende una Barbie cada tres segundos, lo que le reportó a Mattel 1.600 millones de dólares de facturación –solo en Barbies– en 2021.1

El boom de Barbie coincidió con el auge de las economías occidentales de posguerra, los años dorados posteriores a la finalización del conflicto bélico, que a su vez marcaron el inicio de dos tendencias que resultarían cruciales para el éxito de la muñeca. La primera es la explosión demográfica. El bienestar económico elevó la tasa de natalidad, al tiempo que las mejoras sanitarias permitieron disminuir la mortalidad infantil, multiplicando en pocos años la cantidad de niños por hogar. En paralelo, el crecimiento económico, la expansión de la clase media y la difusión de la televisión permitieron crear mercados donde no había, o masificar aquellos que hasta el momento estaban limitados a las elites: el turismo de masas (la primera Lonely Planet, la biblia del mochilero, data de 1968), el disco de rock como clave de identidad juvenil y el descubrimiento de los niños como nuevos sujetos de consumo.

La segunda tendencia que ayuda a explicar el éxito de Barbie es la emancipación de la mujer, un proceso que se aceleraba por el aumento del peso relativo en la economía del sector servicios, la administración y el comercio, que no requieren la fuerza física típica del empleo industrial y en donde las mujeres encontraron nuevas oportunidades laborales, y por el impulso disruptivo de la guerra (las guerras, esos momentos en los que los hombres parten al frente y las mujeres quedan a cargo de todo, son puntos de inflexión para la igualdad de los géneros, como había sucedido también en la Primera Guerra Mundial). Los avances científicos, muchos de ellos consecuencia del conflicto armado, abrieron nuevas posibilidades para las mujeres: la píldora anticonceptiva, es decir la posibilidad de que la mujer controle la concepción por sí misma, sin acuerdo del hombre, se comercializó por primera vez en Estados Unidos en 1961.

La relación de Barbie con el feminismo es, sin embargo, ambigua. Por un lado, Barbie es la primera muñeca con vida autónoma, profesión y carrera. Quizás Barbie nunca fue feminista, pero pocos discutirán que, como se dice ahora, tiene una vida feminista. Si al principio desempeñó ocupaciones tradicionalmente reservadas a las mujeres (enfermera, bailarina, diseñadora de modas, babysitter), más tarde fue astronauta, científica, rockera (en los años 1980 e inspirada por el éxito de Madonna) y hasta política (aunque, como todos sabemos, Estados Unidos no eligió aún una mujer presidenta). Cada cambio implicaba un nuevo look. Sobria en sus comienzos, al rato incorporó los estampados florales y los diseños geométricos del Flower Power y lució un corte de pelo símil Jackie Kennedy. La llegada del hombre a la Luna la encontró vistiendo telas metálicas. A fines de los años 1960 se animó a la minifalda y en los 1970 se movió a un estilo más hippie.

Espejo inalcanzable

Pero Barbie proyecta un ideal de cuerpo imposible. Trasladadas a un humano, las medidas de Barbie serían 91 centímetros de pecho, 46 de cintura y 84 de caderas. Según una investigación realizada por el Hospital Universitario Central de Helsinki, Barbie carecería del porcentaje de grasa corporal necesario para menstruar normalmente2. La construcción de un espejo inalcanzable –sólo una persona entre 100.000 tiene las medidas de Barbie– ha sido cuestionada como el signo mayor de la tiranía de la estética y como una incitación a la anorexia, algo que incluso formó parte de una estrategia de marketing explícito de Mattel: un conjunto de ropa para vestir a Barbie lanzado en 1963, “Barbie Baby-Sits”, incluía un libro titulado Cómo bajar de peso, que recomendaba directamente “no comer”. El mismo libro fue incluido en otro conjunto, “Slumber Party”, de 1965, que venía con una balanza de baño rosa que marcaba 50 kilos, bastante por debajo del peso medio de una mujer de 1,75 de altura (en 1999 el molde del cuerpo de Barbie fue rediseñado para ensanchar ligeramente la cintura).

Aunque Barbie siempre fue una mujer emancipada, todavía en los 1990 seguía presa de los tópicos. En 1992 Mattel lanzó una Barbie que pronunciaba algunas frases, como “¿Tendremos alguna vez suficiente ropa?”, “¡Me encanta ir de compras!” y la criticadísima “La clase de Matemáticas es muy difícil”, que despertó una queja formal de la Asociación de Académicas Mujeres de Estados Unidos. Al año siguiente, la banda de activistas Barbie Liberation Organization (BLO) se dedicó a intercambiar los mecanismos sonoros de las Barbies y los muñecos G.I. Joe, lo que dio como resultado que la Barbie decía cosas como “¡La venganza será mía!”, mientras que los G.I. Joe decían “¡Vamos a planear la boda de nuestros sueños!”. Mattel anunció que la Barbie parlante cambiaría sus frases.

Como todo objeto del consumo de masas, Barbie cumple una función política, que va mucho más allá de la voluntad inicial de sus creadores. Dotada de una capacidad de adaptación innegable (Barbie es literalmente plástica), el juguete-emblema de Mattel se fue convirtiendo en un símbolo del poder blando del capitalismo estadounidense y en particular de uno de sus grandes ideales, que es el estilo de vida moderno, supuestamente relajado y cool de California (la Barbie Malibu sigue siendo uno de los modelos más vendidos).

Hija de su tiempo

Ícono de la cultura pop, la historia de Barbie es la historia de cómo los valores dominantes de Occidente se van acomodando al paso del tiempo, casi una historia de la ampliación de derechos, los límites de la tolerancia y las fronteras de la corrección política. De ahí la incomodidad que produce Barbie por momentos, y de ahí también los derrapes de Mattel. En 1966 la empresa lanzó “Francie de color”, la primera Barbie de tez negra, pero tuvo que discontinuarla. Ocurría que la muñeca no tenía ningún rasgo afroamericano salvo el color de piel, simplemente habían tomado el molde original y lo habían pintado de negro. Dos años después, en 1968, es decir el mismo año del asesinato de Martin Luther King y la Convención Demócrata en Chicago, Mattel anunció la fabricación de la primera Barbie afroamericana, Christie. En 1997 aparecieron las primeras “Barbies inclusivas”: curvy (con más curvas y más peso), tall (más alta) y petite (más baja), aunque el hecho de que los mismos nombres remitan al estereotipo original no pareció importarles mucho a los creativos. Mientras tanto Becky, una amiga de Barbie en silla de ruedas, tuvo que ser retirada del mercado cuando se advirtió que no había manera de que entrara en la “casa de ensueño” de Barbie.

Quizás sean sus medidas imposibles, su cuerpo desprovisto de genitales o su mirada de sexualidad difusa, pero siempre hubo algo perturbador en Barbie. Seguramente por eso la eligió Philip K. Dick para su tremendo cuento “Perky Park”, la historia de los sobrevivientes de una catástrofe nuclear que viven aislados en enclaves en California, alimentándose como pueden de los suministros enviados desde Marte y jugando sin parar con Barbies que los ayudan a recordar la vida antes de la explosión, hablando de electrodomésticos, psicólogos, perros, tarjetas de crédito... los adultos transcurren sumidos en su juego escapista con muñecas que a los niños, que nacieron y se criaron en ese mundo devastado, no les dicen nada.

Hay también evidencia científica del desasosiego que puede producir la muñeca. Una investigación elaborada por la especialista Agnes Nairn, de la Universidad de Bath, sobre el impacto de los juguetes en la vida cotidiana de los niños reveló que Barbie despierta sentimientos destructivos más que ninguna otra muñeca del mercado. La mayoría de los 128 niños de entre tres y 11 años encuestados admitió con naturalidad que alguna vez torturó a una Barbie arrancándole la cabeza, cortándole el pelo, calcinándola en el horno o haciéndola volar hasta el patio del vecino. El ideal de belleza, el aspecto femenino y aniñado a la vez y la variedad de modelos se encontrarían entre las causas del ensañamiento infantil contra las Barbies. “Los chicos y las chicas no ven con inocencia que la muñeca de colección tenga tantas versiones de sí misma: lo entienden como un exceso. Nunca se puede tener una sola, y tantas personalidades le hacen perder el encanto de ser única a la Barbie”, escribió María Mansilla en Página/12.3

Enigma Ken

El otro punto de incomodidad es, por supuesto, Ken, llamado así en honor de Kenneth, el otro hijo de Ruth, y creado como un reflejo soso de Barbie, como su masculinización apurada, un accesorio más envuelto en la forma de un posadolescente rubio y atractivo, de pecho marcado, que en su primera versión vestía malla roja, sandalias al tono y una toalla sobre los hombros. Ken también fue víctima de los pasos en falso de Mattel. En 2009, en lo que los creativos de la empresa sólo pueden haber planeado tras una buena noche lisérgica, apareció “Sugar Daddy Ken”, en referencia al modelo masculino de hombre de mediana edad, establecido y exitoso, que frecuenta personas más jóvenes. Canoso y espléndido con su blazer verde con estampado damasco, su camisa rosa abotonada y sus pantalones blancos, Sugar Daddy Ken también tuvo que ser piadosamente quitado de circulación.

En una nota publicada en El País de Madrid4, el crítico cultural Miquel Echarri sostiene que Ken fue, durante muchos años, prácticamente el único muñeco masculino adulto con el que se podía jugar en Occidente, y pone el foco sobre uno de los grandes misterios de la cultura pop contemporánea: la orientación sexual de Ken, que nunca “concreta” con su admirada Barbie pero que tampoco termina de salir del closet. “Ken es gay. Lo vienen afirmando desde hace años Matt Jacobi y Nick Caprio, activistas LGTBI+ y fans acérrimos del muñeco. Jacobi y Caprio reivindican sin descanso la para ellos evidente homosexualidad de Ken y reprochan a sus albaceas que lo mantengan encerrado en la cárcel de la corrección política”, escribe Echarri.

La película

Concluyamos. El estreno de Barbie se está convirtiendo en un suceso cinematográfico global. Dirigida por Greta Gerwig, que ya había demostrado su capacidad para abordar los clichés femeninos con su versión de Mujercitas (2019), la película es una crítica deslumbrante y divertidísima del capitalismo, la sociedad de consumo y las desigualdades de género. Todo comienza cuando la “Barbie estereotipo”, rubia, delgada y alta, rompe con su vida ideal en Barbieland para preguntarse por la muerte, una “ideación pasiva de muerte”, dirían los psicólogos, punto de partida para un viaje al mundo real, donde se encontrará con una preadolescente y su madre, con las que establecerá una relación de amistad y apoyo mutuo, emprendiendo una aventura de ida y vuelta que es también un viaje de iluminación interior sobre la relación entre los géneros, los mandatos de belleza y el sentido de la vida. Si para Barbie el viaje al mundo de las personas es el descubrimiento de la imperfección (y de cómo es posible vivir con ella), un giro existencialista insospechado, para Ken es el hallazgo del patriarcado y del modelo de varón machocapitalista, con el que se siente cómodo y que quiere importar a Barbieland.

Concluyamos, ahora sí, con dos palabras sobre Argentina. Quizá por la ubicación en el extremo sur del continente, lejos de Estados Unidos y menos expuesta a su influjo de marketing, quizá por el peso de otros países en la cultura argentina, o quizá por disponer desde los años 1940 de una industria del juguete consolidada y protegida, cuya rentabilidad no era suficiente para pagar licencias (ahí estaba Tammy, una imitación local), lo cierto es que Barbie nunca llegó a alcanzar en Argentina la presencia que logró en otros países. Las Barbies, según los testimonios que circularon en estos días, siempre fueron particularmente caras para los hogares argentinos. Así, mientras que la división mexicana de Mattel apostó por la Barbie mariachi, la Barbie Frida Kahlo y hasta la Barbie Virgen de Guadalupe, si en Brasil circula una Barbie mulata y en Holanda una Barbie princesa, felizmente a nadie se le ocurrió lanzar la Barbie Susana Giménez, el Ken Daniel Scioli o la Barbie Eva Perón, con su cabello platinado recogido en rodete, collar de perlas y traje sastre color crema diseñado por Paco Jamandreu.

José Natanson, director de Le Monde diplomatique, edición Cono Sur. El autor agradece a Hinde Pomeraniec la lectura de una primera versión de este artículo.


  1. “Barbie, la mina de oro de Mattel que gana mil millones de dólares al año”, Cambio Político, 21-7-2023. 

  2. Denise Winterman, “What would a real life Barbie look like?”, BBC News Magazine, 6-3-2009. 

  3. Maria Mansilla, “Barbie esta triste”, Suplemento Las12, Página/12, 31-3-2006. 

  4. Miquel Echarri, “El misterio de Ken, el muñeco a la sombra de Barbie al que el mundo lleva 50 años intentando sacar del armario”, Suplemento Icon, El País, Madrid, 17-6-2023.