Lo principal: Dicen las raíces (narrativa, 2023). “¿Quién es esa chica?” (reportaje, 2022). “En el nombre del padre” (reportaje, 2021). “Tan triste como ella” (reportaje, 2016).

Cualquier tema que toca se convierte en un asunto interesante. Sabe crear estructuras narrativas que calzan justo en aquello que quiere contar, aunque de entrada parezca un capricho hacerlo de esa manera. Componer un perfil de Luisa Cuesta empleando el corsé del orden alfabético puede sonar a un ejercicio de virtuosismo frívolo. Sin embargo, Azul Cordo (La Plata, provincia de Buenos Aires, 1985) logra armar en 30 páginas admirables un diccionario que es una obra coral, un reportaje con muchas voces y múltiples planos. Tal estructura permite que Luisa Cuesta resplandezca en esa lección de periodismo y literatura para decirnos que la memoria será colectiva o no será. Se titula “La madre de todos” y forma parte del libro Dicen las raíces, el primero que publica la autora.

Azul es una buscadora de historias, y confiesa que vive en “bucear las apasionantes vidas de los demás”. Se sumerge y explora: una chacarera de Rivera, dos militantes hondureñas de la etnia garífuna, una recicladora de Brasilia. Son mundos con los que ella se encuentra para que sean contados por quienes los habitan. No bucea sola. La acompañan algunos ilustres como Rodolfo Walsh, Svetlana Alexiévich y Martín Caparrós. La heterodoxia de sus enfoques, la exactitud de cada dato, la voz de los otros, son elementos que muestran esa impronta.

En marzo de 2016 informó en Brecha sobre un desgraciado episodio montevideano y entonces lo que era invisible para muchos se volvió visible para todos. Ese reportaje, titulado “Tan triste como ella”, tiene el severo registro de la verdad: “Murió sola. Observada por una cámara. En uno de los cuatro calabozos de piedra, fríos, húmedos, grises, de la sala 16 del hospital Vilardebó. Soledad Olivera tenía 21 años de tristeza. El 20 de enero decidió acabar con eso. Antes había estado atada de pies y manos. Empastillada sin poder reconocer a su madre. Su cuerpo llevaba las marcas de la calle y de una extensa institucionalización. Del abandono que produce el encierro”.

Azul es periodista-escritora, productora de televisión, militante del feminismo, de la ecología, de los derechos humanos. Lleva adelante un taller de crónicas, ha publicado sus textos en Brecha, en la diaria, en Anfibia, en el portal LATFEM. Vive en Montevideo: “Es una elección porque es una decisión que se renueva. Nunca pensé en ‘radicarme’ acá, ni allá ni acullá”.

A través de los otros hace patente aquello que no alcanzamos a distinguir: “Durante la sobremesa Claudia Cuebas mira hacia el patio: esa extensión donde corren las perras, se mueven sigilosos los gatos, esperan su comida los chanchos y descansan vacas y caballos. En el horizonte de siete hectáreas hay hileras de pinos y eucaliptos. Donde antes había un rancho de barro, madera y plástico, hoy sobrevive una parra y crecen árboles de mandarinas: esta chacra agroecológica es un espacio de resistencia ante la avanzada de un paisaje verde monótono y voraz”. (“La semillera que resiste a la forestación”, publicado en LATFEM).

Cada una de esas miradas, fruto de una curiosidad insaciable, suele producir piezas periodísticas de gran literatura: palabras inquietantes que además de decir, cuestionan y predicen. Ese mismo ejercicio lo hace también con la naturaleza, con “la observación del vuelo y el canto de los pájaros, de cómo brotan los hongos después de la lluvia, del paso sostenido de una hormiga que carga un peso gigante sobre sí misma”.

Una hormiga. El paso sostenido, la carga de un peso gigante sobre sí misma. Palabras que cuestionan y predicen, y que bien podrían servir de apunte para empezar a describir ese empeño fascinante que es su obra.