“La hermana que se lanza a la vida, la valiente, la de nuevo destino”. Así la describió Idea Vilariño. No a Cuba, sino a Guatemala. Porque para la generación del 45, antes que los fusiles en la Sierra Maestra de Fidel Castro habían estado los votos en las urnas por Jacobo Árbenz. Corría 1954, Idea estaba en Estocolmo y ahí se enteró del derrocamiento del presidente guatemalteco. La noticia fue tamizada por el cernidor de la poesía, y el texto resultante, que tituló “A Guatemala”, está considerado su primer poema político1.
Idea, nacida en 1920 al igual que Mario Benedetti, tenía 24 años cuando Guatemala había experimentado, diez años atrás, su propia revolución de octubre. Quizá pudo ocurrir porque el mundo –y en especial Estados Unidos– estaba pendiente de la Segunda Guerra Mundial, del segundo frente que se acababa de abrir para aliviar en algo el peso principal de la lucha contra la Alemania nazi que venía estando, hasta entonces, a cargo de la Unión Soviética y de los partisanos de los países ocupados. Así que el “peligro rojo” fue dejado en el freezer, por un instante, y los guatemaltecos pudieron sacudirse la dictadura del general Jorge Ubico, en el poder desde 1931. Fue mediante un alzamiento de sectores populares y militares demócratas. En pocos meses llamaron a elecciones y en marzo de 1945 asumió Juan José Arévalo, el primer presidente electo en verdaderos comicios democráticos en el país. El ensayista uruguayo Arturo Ardao lo entrevistó casi al final de su mandato. En su artículo ya presentaba el prólogo de una reforma agraria a costa de los latifundios de la United Fruit, una tarea titánica a cargo de un hombre al que no dudó en calificar de “gigante”, tanto por sus ideas como por su físico: “sobre los hombros anchos y altos, una cabeza de aristas cúbicas en la que se destacan la firmeza del mentón y la vivacidad de los ojos”2.
No es demasiado difícil colocarle una barba bien cuidada y aplicar esa descripción a su hijo, Bernardo Arévalo, que acaba de ser electo presidente de una Guatemala que, dando la razón al viejo juego de palabras, llevaba muchos años siendo cada vez más Guatepeor. Al frente del bisoño Movimiento Semilla ganó el balotaje del 20 de agosto. Aun antes de vencer fue perseguido por artimañas judiciales que intentaban invalidar la propia existencia de su partido. Se habló de un golpe de Estado en proceso, se alzaron voces insospechables de izquierdismo (la Organización de los Estados Americanos, por ejemplo) y finalmente, o en ese punto en que se espera que sea, por fin, finalmente, el tribunal electoral revocó el 3 de setiembre la suspensión del Movimiento Semilla.
Parece, entonces, que el 14 de enero de 2024 Guatemala tendrá un presidente uruguayo. Porque Bernardo Arévalo, como es sabido, nació en Montevideo hace casi 65 años. Fue durante el exilio de su padre. Sí, esa “cabeza de aristas cúbicas” que había visto Ardao atrajo la atención de poderosos intereses que querían verla rodar por los suelos. El motivo, como es fácil intuir, era la reforma agraria. Juan José Arévalo ya la había esbozado, pero quien la pondría en práctica sería su sucesor que, en cierto modo, había sido también quien le precedió en el cargo. En un tercio del cargo. La revolución de octubre de 1944 había dado por resultado un triunvirato provisional de un civil y dos militares, uno de los cuales fue Jacobo Árbenz. Arévalo lo nombró luego su ministro de Defensa y en las elecciones que le siguieron Árbenz fue electo presidente. Su decreto más recordado, el 900, entregaba tierras ociosas y terminaba, a letra expresa, con la esclavitud: “Quedan abolidas todas las formas de servidumbre y esclavitud, y por consiguiente prohibidas las prestaciones personales gratuitas de los campesinos mozos colonos y trabajadores agrícolas”.
Si en la conspiración para terminar con el Chile de Salvador Allende había intervenido una compañía multinacional de las telecomunicaciones3, el fin de la experiencia progresista de Árbenz tuvo participación directa de la United Fruit. El prontuario fue presentado con claridad a los lectores uruguayos por el maestro Julio Castro, en un reportaje de dos páginas en el que ya señalaba el malestar que había generado en la compañía la expropiación de 83.929 hectáreas, en su mayoría tierras “de reserva” (Marcha, 28-5-1954). Una reforma calificada de “prudentísima” por el periodista Carlos María Gutiérrez (El País, Madrid, 24-9-1980), ya que no se entregaba la tierra en propiedad sino en usufructo, pero que así y todo originó una invasión militar para proteger los intereses de la firma.
Una invasión “contra el comunismo” a pesar de que analistas del momento, como Raúl Abadie Aicardi (Marcha, 17-5-1953), se habían preguntado “¿dónde queda el comunismo?” en una reforma que se ha hecho para “liquidar la propiedad feudal en el campo” (Árbenz dixit). Pero la invasión se produjo y el gobierno legítimo fue derrocado el 27 de junio de 1954. La prensa francesa habló de “la seca brutalidad de Washington” (Le Monde, 30-6-1954) y destacó la connivencia del canciller estadounidense, John Foster Dulles, con el estudio de abogados de la United Fruit (L’Observateur, 24-6-1954).
Juan José Arévalo estaba en Chile cuando la invasión, ya que era embajador itinerante de Árbenz, y luego se exiliaría en Uruguay. Aunque Cuba la eclipsaría en 1959, el entusiasmo por Guatemala no se extinguió del todo en el interés de la izquierda uruguaya4. Se remasterizó con los reportajes de Eduardo Galeano que, en 1967, darán origen a un libro reeditado en 2020 como Guatemala, ensayo general de la violencia política en América Latina. El vínculo de Galeano con el país no se limitará a esa obra. En Las venas abiertas de América Latina (1971) la palabra Guatemala aparece 32 veces y cuenta que “en 1951, en su discurso de despedida, Arévalo reveló que había debido sortear 32 conspiraciones financiadas por la empresa”. Toda una coincidencia pitagórica. Pasados 72 años, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos reveló la existencia de un plan para matar al actual presidente electo Bernardo Arévalo (El País, Madrid, 24-8-2023).
Un magnicidio no es una paranoia extemporánea en la América Latina de hoy. Recuérdense los asesinatos de políticos en Ecuador en el mes de agosto, primero del candidato presidencial de derecha Fernando Villavicencio, y luego del político de izquierda Pedro Briones. La violencia, en estos casos, tiene más que ver con las mafias que con las ideas. Nada que resulte tranquilizador para Bernardo Arévalo, ya que su programa, lejos de ser expropiador, promete transparencia y democracia. Algo peligroso en un país donde la separación de poderes está pegoteada con un magma viscoso de nombre literal: pacto de corruptos. Así le dicen al “conjunto de redes para cometer delitos y garantizar impunidad que atraviesa a la política y el Estado guatemaltecos” (Nueva Sociedad, agosto de 2021). A esta altura, en un país que tiene en el exilio a 30 fiscales y periodistas incómodos, es casi una categoría politológica.
Roberto López Belloso, director de Le Monde diplomatique, edición Uruguay.
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Ana Inés Larre Borges, “Una revolución propia. Idea Vilariño y su poesía política”, Cuadernos Lírico, marzo de 2021. ↩
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“El presidente Arévalo y la revolución de Guatemala”, Marcha, 28-10-1949. ↩
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Ver Evgeny Morozov, “La ITT en Chile”, Le Monde diplomatique, edición Uruguay, agosto de 2023. ↩
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Roberto García Ferreira, “‘El caso de Guatemala’: Arévalo, Arbenz y la izquierda uruguaya, 1950-1971”, Mesoamérica, enero-diciembre de 2007. ↩