Solidaria, rica, emprendedora y gregaria. Así se suele describir a la importante comunidad iraní que reside en Los Ángeles, Estados Unidos. Si bien tienen un amplio consenso al momento de criticar a la República Islámica –algunos sólo esperan su caída para volver al país–, las disparidades políticas en el seno de dicha diáspora siguen siendo importantes.

Westwood Boulevard está en el corazón de Los Ángeles, justo al sur del campus de la Universidad de California (UCLA) y del barrio de moda Westwood Village, donde se erige la torre del Fox Theater, un cine art déco que aparece en la película de Quentin Tarantino Érase una vez en Hollywood (2019). A priori, nada diferencia este bulevar de las otras arterias rectilíneas que marcan la cuadrícula de la megalópolis.

Pero pasada la intersección con Rochester Avenue, Westwood evoca una avenida de Teherán. La mayor parte de los carteles está en farsi. Hay vendedores de alfombras, pero también librerías que ofrecen obras en persa y caligrafías para encuadrar. Varios artesanos venden cerámicas de color azul aturquesado, juegos de té, narguiles y cajas de takht-e nard, el backgammon iraní. Muchas agencias de viajes ofrecen sus servicios para el difícil camino hacia Irán; visitar el país saliendo desde Estados Unidos implica gran cantidad de escalas, ya que ambos Estados no tienen relaciones diplomáticas desde la Revolución Islámica de 1979. Los carteles de los restaurantes hacen referencia a Teherán, a Persia, al azafrán, a la rosa y a las orquídeas. En las veredas, la mayor parte de las conversaciones son en farsi. El plomero, al bajar de su camioneta, se dirige a sus clientes en esa lengua. Incluso la entrada del estacionamiento subterráneo está indicada en inglés y en persa.

El enclave iraní de Westwood Boulevard incluye también notas típicamente estadounidenses, como ese cartel publicitario en el que un abogado se jacta de sus servicios, como el personaje encarnado por Bob Odenkirk en la serie Better Call Saul. Salvo que el hombre dedicado a la ley tiene un nombre anglosajón, un apellido iraní, y que su anuncio está, también, en farsi. Hay iranian americans que viven diseminados en todo el territorio de Estados Unidos –algunos de nuestros interlocutores crecieron en Carolina del Norte, o en Kentucky, antes de instalarse en Los Ángeles. Pero como bien sintetiza Kevan Harris, sociólogo de la UCLA nacido en Irán, “si bien existen numerosos Chinatown en Estados Unidos, no hay sino una sola Teherángeles”.

En muchas vidrieras se ve una bandera tricolor iraní rematada con el león solar –el emblema de la monarquía derribada en 1979–. Más raramente, un retrato del sha depuesto Mohammed Reza Pahleví (1919-1980). De ambos lados de la calle, colgados de semáforos y faroles, hay carteles azul aturquesados rematados con las palabras “Woman. Life. Freedom” [mujer, vida, libertad] evocando el “Zan. Zendegi. Azadi”, consigna de la revuelta desencadenada por la muerte en prisión, el 16 de setiembre de 2022, de Mahsa Amini, de 22 años, detenida por llevar mal colocado el velo1. En ocasión del Nowruz –primer día de la primavera y del año nuevo en el calendario persa–, la fundación cultural Fahrang bordó con estos afiches varias arterias: Westwood, pero también una parte del Wilkins Boulevard adyacente –que lleva el sobrenombre de Persian corridor por su importante población de origen iraní– y hasta el turístico Hollywood Boulevard. En Westwood, el retrato de la joven kurda es omnipresente, y las tres palabras de la revuelta se repiten en remeras y viseras, tanto en inglés como en farsi. Hay restos de afiches que recuerdan las numerosas manifestaciones de apoyo organizadas en Los Ángeles desde setiembre por la comunidad iraní-estadounidense. La municipalidad del Distrito 5 quiere rebautizar Woman Life Freedom Square al cruce entre Westwood Boulevard y Rochester Avenue. En la intersección con el Wilkins Boulevard hay una placa dorada que indica al paseante que está en Persian Square, corazón de “Teherángeles”. Ofrecido por un donante anónimo, un inmenso cartel blanco con la consigna rebelde en letras rojas domina la encrucijada. Hay restaurantes que proponen kabab koobideh con arroz al azafrán. Es un tipo de carne a la parrilla que acá, lejos de la República Islámica y sus prohibiciones, los iraníes-estadounidenses tiene derecho a acompañar con vino, obviamente californiano.

Cuestión de fe

Durante este mes de abril estamos en ramadán [mes sagrado islámico con varias prohibiciones alimenticias], pero en Teherángeles, nada lo indica: cafés y restaurantes están repletos, no hay ninguna mujer usando el fular (pañuelo islámico) y las únicas barbas que se ven son las de los hipsters. “¿El ramadán?”, se muere de risa un comerciante iraní-estadounidense que quiere mantenerse en el anonimato. “¡La mayor parte de la gente acá ni sabe qué es el ramadán!”. Según una encuesta realizada por la Alianza de Asuntos Públicos de los Iraníes-estadounidenses (PAAIA), lobby que promueve sus intereses, sólo un cuarto de esa comunidad (27 por ciento) se reivindica musulmán, un tercio (32 por ciento) se afirma agnóstico o ateo, mientras que otro cuarto (25 por ciento) procede de distintas minorías (judíos, cristianos armenios y asirios, zoroastrianos, bahais...)2. En comparación, sólo ocho por ciento de los estadounidenses se decían en 2014 ateos o agnósticos, y más de un cuarto se reivindican de la corriente protestante evangélica3, entre los cuales los más fundamentalistas aspiran a condenar a muerte a las mujeres que recurran al aborto...

Durante nuestra estancia en la comunidad iraní-estadounidense, sólo vimos un fular, llevado con descuido por una mujer de edad. Y los únicos religiosos que nos cruzamos en Westwood fueron dos evangelistas que blandían pancartas que promovían el amor a Cristo y el arrepentimiento de los pecadores. Esta indiferencia de los estadounidenses de origen iraní respecto de la religión musulmana se confirma después de la muerte: en el cementerio de Westwood, en un sector al este, descansan decenas de iraníes-estadounidenses, y raras son las tumbas orientadas hacia la Meca –la de la cantante Hayedeh, muerta en el exilio en 1990, constituye una notable excepción–. La estela del poeta Nader Naderpour, que murió en 2000, precisa incluso que se hará la repatriación de sus restos ni bien caiga la República Islámica vilipendiada. En setiembre se erigirá en ese cementerio, donde descansan Farrah Fawcett y Marilyn Monroe, un memorial dedicado a Mahsa Amini.

Hay iraníes-estadounidenses musulmanes practicantes que viven en Orange County, en el sur de la ciudad. En setiembre de 2018, en Los Ángeles, algunas decenas de chiitas devotos incluso se flagelaron en público en la Ashura que conmemora el martirio de Hussein, el nieto del profeta Muhammad (“Mahoma”). “Iraníes laicos los abuchearon, diciéndoles que avergonzaban a la comunidad”, recuerda Niloofar Mansouri. Periodista detenida en ocasión del Movimiento Verde de 20094, es corresponsal en Los Ángeles del medio opositor Iran International, con base primero en Londres y después en Washington. “La paradoja se deriva de que la Policía había intervenido para garantizar su derecho a manifestar”. La religiosidad, de todos modos, no implica una lealtad al régimen de la República Islámica: a algunas millas de Westwood, la mezquita chiita de Motor Avenue (cuyos responsables no respondieron a nuestros pedidos para una entrevista), exhibe una pancarta de apoyo al movimiento Woman Life Freedom.

Según los datos de PAAIA, cerca de la mitad de los iraníes-estadounidenses tienen todavía familiares cercanos en Irán y se comunican de forma regular con ellos, en general a través de aplicaciones de mensajería instantánea. Algunos vuelven a veces al país de vacaciones, o al menos lo hacían hasta setiembre de 2022: según la opinión de todos los testigos que conocimos, viajar a Irán es ahora demasiado peligroso, porque las autoridades, que no reconocen la doble ciudadanía, interrogan a los binacionales. “No escriban nuestros nombres, todavía tenemos familia en Irán”, insisten estos dos comerciantes de Westwood, uno en su cuarta década de vida, el segundo septuagenario. John y James, como muchos iraníes-estadounidenses, anglicanizaron sus nombres: “Es más fácil de retener para nuestros interlocutores”, precisan, “muchos estadounidenses de origen chino hacen los mismo”. ¿Fueron víctimas alguna vez de racismo? “Sólo durante la ‘crisis de los rehenes’”, destaca el mayor, James. “Entonces fingíamos ser italianos o latinos”. En noviembre de 1979, la Embajada de Estados Unidos en Teherán fue tomada por asalto y su personal retenido durante 444 días, hasta enero de 1981.

John, el más joven, no recuerda la menor discriminación vinculada con sus orígenes: “Esto es Los Ángeles, todo el mundo viene de otro lugar. Incluso hay un barrio etíope. Las personas son abiertas. En el sur, entre los rednecks [cuellos rojos, como se llama a la población anglosajona en general y de derecha en particular], sería otra cosa”, afirma. John llegó a Estados Unidos “con la edad de siete meses, en 1979. Mis padres me habían atado a un caballo, y pasadores kurdos nos hicieron atravesar las montañas. Algunos meses antes de la caída del sha, un estadounidense conocido de mi padre lo había alertado: los mulás van a tomar el poder. Pero él no quiso creerlo”. Otros iraníes sintieron que el viento cambiaba y emigraron “a partir de 1976 o 1977. Colocaron su dinero en Estados Unidos. Ahora sus propiedades valen 20 veces más, se volvieron muy ricos”. El sociólogo Kevan Harris lo confirma: “Como muchos en California del sur, invirtieron en el sector inmobiliario en los años 1970. Los precios jamás volvieron a bajar”. En Estados Unidos, los inmigrantes iraníes se benefician de una imagen de éxito social: muchos trabajan en el sector inmobiliario, como ingenieros o como técnicos en informática, o ejercen profesiones liberales. El fundador de Uber, Dara Khosrowshahi, el de Ebay, Pierre Omidyar (que tiene también la nacionalidad francesa), o el modisto Bijan Pakzad (que murió en 2011) salieron de sus filas. “Asistí a fiestas de casamiento de 300.000 dólares”, cuenta John, antes de introducir un matiz: “Pero no hay que caricaturizar: no tenemos nada que ver con eso que cuenta Shahs of Sunset”. La reputación de la comunidad, en efecto, le valió ser el blanco de ese programa de “telerrealidad” emitido en la cadena de cable Bravo entre 2012 y 2021, y que pone en escena la opulencia de los iraníes-estadounidenses instalados en Beverly Hills.

Gran cantidad de miembros de la diáspora viven en este barrio ultrachic, algunas millas al este de Westwood. La municipalidad incluso tuvo como intendente, entre 2007 y 2013, a un iraní-estadounidense, Jimmy Delshad. Nacido en Shiraz en 1939 de familia judía, Delshad abandonó Irán con sus dos hermanos a la edad de veinte años. “Vivíamos en Minnesota. Para pagarnos los estudios habíamos creado un grupo, The Delshad Trio, que actuaba en casamientos. Yo tocaba el santur5”, sonríe. “Cuando llegué a Los Ángeles había muy pocas familias iraníes”. Dejando de lado un puñado de comerciantes establecidos en Chicago a inicios del siglo XX, eran raros los inmigrantes de ese origen antes de la caída del sha. La mayor parte de ellos iban a Estados Unidos a estudiar: el autócrata prefería ver la juventud yendo a universidades extranjeras antes que arriesgarse a que sublevara los campus del país... Si después de la Revolución Islámica todo un segmento de la sociedad iraní huyó, muchos jóvenes que se habían ido a estudiar a Estados Unidos antes de 1979 hicieron el camino inverso, con la esperanza de ver eclosionar la democracia: “Volvimos por la libertad y la igualdad, y nos detuvieron”, suspira Farih, que prefiere conservar el anonimato. “Jomeini6 desvió la revolución”. “La izquierda iraní se despertó con resaca después de la Revolución Islámica”, recuerda el sociólogo Kevan Harris. “Para ellos, el sha no era sino un títere imperialista. Y se encontraron con Jomeini...”. Los que sobrevivieron a la represión prefirieron irse a Estados Unidos. Sobre este núcleo de primeros emigrados se aglutinaron oleadas sucesivas de opositores: minorías, padres preocupados por alejar a sus hijos de la conscripción en tiempos de la guerra contra Irak (1980-1988), desertores, sublevados de los movimientos de 1999, de 2009... y ahora de 2022.

Veterano de la guerra contra Irak devenido chofer de un vehículo de transporte a demanda en Los Ángeles, el locuaz Bahman cuenta que desertó cuando el régimen los quiso transferir “a la policía militar, la que dispara contra los manifestantes”. Muestra en su teléfono celular capturas de pantalla en las que aparece al lado de estrellas en películas muy exitosas: “Soy extra en Hollywood, ¡era mi sueño!”. Un chofer de taxi confía con amargura “haber sido uno de esos imbéciles que hicieron la Revolución Islámica. Me fui cuando vi en qué se estaba convirtiendo: represión y corrupción”. Fred, por su parte, tuvo que huir: “Después de 2009, me fue imposible, como bahai, encontrar trabajo en Irán”. Parisa huyó de Irán hace 20 años. “Durante los primeros meses de mi exilio en Turquía, no me animaba a sacarme el hiyab: en cierto modo había interiorizado la represión”, recuerda. Reza, una mujer de unos 40 años que llegó hace una década, cuenta: “Fui a manifestarme en 1999, en 2009... No soy practicante, mis padres tampoco lo eran... la República Islámica no tiene conexión con el país real”.

“Be Colorful #2” obra de la artista nacida en Irán Shadi Ghadirian en la presentación para la prensa de la exposición “Mujeres que definen a las mujeres en el arte contemporáneo de Medio Oriente y más allá” en el Museo de Arte del Condado de Los Ángeles, California, el 19 de abril.

“Be Colorful #2” obra de la artista nacida en Irán Shadi Ghadirian en la presentación para la prensa de la exposición “Mujeres que definen a las mujeres en el arte contemporáneo de Medio Oriente y más allá” en el Museo de Arte del Condado de Los Ángeles, California, el 19 de abril.

Foto: Robyn Beck, AFP

Preferencias políticas

Si la comunidad iraní-estadounidense original era ampliamente monárquica, cuatro décadas de aportes diversos la remodelaron. Según una encuesta de opinión que llevó adelante el PAAIA, los partidarios de una restauración no serían más que un 12 por ciento7. “Todo depende de la definición de ‘monárquico’ entre aquellos que alimentan una nostalgia romántica de la idea de realeza y aquellos que realmente se beneficiaron con el régimen de Pahleví”, precisa además Kevan Harris. “Mi tío fue asesinado por su Policía, sin embargo, aprecio al sha”, explica Eric, que ronda los 60 años. “Amaba a su país y a su pueblo. Y yo quisiera ver a su hijo en el trono”. Este último Reza Pahleví, que nació en 1960, reside en Maryland. Hizo saber su preferencia por una monarquía constitucional. Eric volvió “algunas veces” a Irán. Pero quemó su pasaporte iraní en setiembre, horrorizado por el asesinato de un conocido después de una manifestación.

El rechazo al régimen actual puede suponer una reescritura ornamentada del pasado monárquico: “Añoran su vida de entonces”, considera Nasrin Rahimieh, exdirectora del Departamento de Estudios Persas de la Universidad de Irvine, en el sur de Los Ángeles. “El régimen del sha llevó al pueblo a sublevarse. Por entonces yo era una niña, y no olvido el silencio que se me imponía fuera de mi casa, el miedo que se destilaba en la sociedad. Había personas que desaparecían. Los que reaparecían estaban quebrados por la tortura”. Recuerda también el despilfarro del régimen, su megalomanía, la extravagancia de las celebraciones de los 2.500 años de monarquía, en 1971, en Persépolis. “¡Parecía un péplum!8”. La continuidad monárquica se yergue como mito: “Durante 2.500 años, las dinastías se masacraron por el poder. El propio sha es hijo de un coronel golpista” –el jefe de la custodia Reza Khan, instalado en el trono en 1921 por los británicos–.

Ahora, una mayoría (60 por ciento) de los iraníes-estadounidenses quieren una república parlamentaria. Muy pocos (12 por ciento) esperan todavía ver surgir una república islámica reformada –las esperanzas fueron barridas cuando el presidente conservador Mahmoud Ahmadinejad sucedió, en 2005, al reformista Mohammad Khatami: “Las elecciones son el último piso de la democracia, no el primero”, sintetiza Roozbeh Farahanipour, presidente de la cámara de comercio de Westwood.

Farahanipour se dice partidario de Mohammad Mossadegh (al que llama Mossy), el primer ministro iraní derrocado en 1953 por un golpe de Estado fomentado por la CIA [Agencia Central de Inteligencia, de Estados Unidos] por haber nacionalizado la Anglo-Iranian Oil Company. En 1999 Farahanipour fue uno de los líderes de una revuelta estudiantil: “Fui detenido y torturado”, cuenta. “Después fui liberado bajo fianza. ¡Poco antes del juicio, un diario publicó por error mi condena a muerte! Esa torpeza me salvó la vida: me escapé del país escondido en la baulera de un ómnibus en dirección a Turquía”. Refugiado en Estados Unidos, este zoroastriano desembarca en Westwood en mayo de 2000: solidaria, la comunidad lo respalda. “Me prestaron 300 dólares, me dieron una habitación encima de un almacén, y un trabajito”. Dos décadas más tarde, Farahanipour acaba de abrir su tercer restaurante en Westwood Boulevard: un dinner típicamente estadounidense, decorado con una imaginería hollywoodense. Opositor infatigable, incluso volvió de manera clandestina a Irán en el verano de 2009 con el proyecto de ayudar al Movimiento Verde: “Me encontré en las montañas con un teléfono satelital. Tuve que dar marcha atrás antes de alcanzar Teherán. Era demasiado peligroso”. Nos hace visitar una sala de reuniones, decorada con retratos de Mossy y de Mahatma Gandhi. “Aquí uno se encuentra con opositores iraníes de todas las alas, se trabaja por la caída de la República Islámica. Puede ponerlo por escrito, no me asustan”, explica sonriendo. Porque uno también encuentra algunos partidarios del régimen entre los iraníes-estadounidenses: siete por ciento, según el sondeo del PAAIA. En octubre, algunos vandalizaron su restaurante Persian Gulf, donde una mesa rinde homenaje a los mártires del movimiento Woman Life Freedom. Farahanipour recibe con regularidad los honores de la prensa iraní: “Incluso me reprocharon haber abierto un restaurante griego. Según ellos, es la prueba de que detesto a Irán –¡Persia y Grecia eran enemigas en la Antigüedad!”, se ríe. Posada sobre la mesa de su sala de reuniones, una botella de champagne espera su momento: “El movimiento Woman Life Freedom es el último capítulo del régimen islámico. Pero algunos últimos capítulos pueden ser largos...”.

Agentes del régimen buscaron secuestrar a Masih Alinejad, periodista iraní-estadounidense domiciliado en Nueva York y muy activo en los medios y redes sociales. Algunos residentes de Westwood dicen incluso estar convencidos de la presencia de espías del régimen. A la inversa, encontramos también en Los Ángeles antiguos miembros de la Savak. En febrero último, la presencia de un exresponsable de aquella siniestra policía política del sha en ocasión de una manifestación de apoyo al movimiento Woman Life Freedom provocó un escándalo en el seno de la comunidad iraní-estadounidense: “Es un problema de generaciones”, analiza Mansouri. “Para algunos viejos monárquicos, la Savak combatía el terrorismo. Para nuestra generación, no hay ninguna diferencia entre la represión de la Savak y la represión de la República Islámica. El régimen no se molestó en utilizar la foto de ese hombre en aquella manifestación para intentar desacreditar al movimiento”. La comunidad iraní-estadounidense, unida en su apoyo al movimiento Woman Life Freedom, se sacude todavía por la relación con el pasado monárquico, o por la cuestión de las sanciones –argumentar sobre su aligeramiento podría ser asimilado a una forma de apoyo a la República Islámica y suscitar invectivas en las redes sociales–. El acuerdo sobre lo nuclear, firmado en Viena el 14 de julio de 2015 (pero torpedeado en 2018 por el entonces presidente de Estados Unidos Donald Trump), había despertado también debates, recuerda Morad Ghorban, director ejecutivo del PAAIA: “Muchos en la comunidad apoyaban este acuerdo con la esperanza de que llevara a la República Islámica a comportarse de otra manera, a normalizarse”.

Hoy se estima el número de estadounidenses de origen iraní en al menos medio millón. “Según el último censo, seríamos 498.000”, precisa Ghorban. “Pero no existe una casilla ‘iraní’ en los cuestionarios... Somos probablemente entre un millón y un millón y medio”. Hay una sola certeza: la densidad de la comunidad de Los Ángeles le permite vivir dentro de cierto gregarismo del que se burla el comediante y humorista iraní-estadounidense Maz Jobrani. “Habrá observado que ciertos iraníes-estadounidenses apenas hablan inglés”, confirma Reza. “¡No lo necesitan! Pueden vivir solamente hablando farsi”. Los de más edad, llegados en 1979, no son los únicos en utilizar de manera casi exclusiva su lengua natal: Parisa Farhadi, en sus 40 años, periodista de la edición en farsi de la radio Voice of America (VOA), dejó Irán hace veinte años: “Un día, ceno con una compañera estadounidense que no veía desde hacía mucho tiempo. ¡Y ahí me doy cuenta de que no había tenido una verdadera conversación en inglés desde hacía cuatro años! Toda mi vida social y profesional se desarrolla en farsi”. Reza constata una discrepancia dentro de la comunidad: “Los de 1979 tienen, en mi opinión, una visión congelada de Irán, con sus retratos del sha y todo ese folclore setentista. Crecí en otro Irán. Es cuestión de generaciones. Los iraníes-estadounidenses de mi edad, pero cuyos padres llegaron en 1979, crecieron con las películas taquilleras hollywoodenses, mientras que en mi juventud en Teherán intercambiábamos a escondidas películas de Pedro Almodóvar y de Emir Kusturica”. “Los de 1979” también tardaron en implicarse en la vida democrática estadounidense. El exintendente de Beverly Hills recuerda su primera campaña electoral: “Los iraníes-estadounidenses no se inscribían en las listas electorales”, cuenta Delshad. “Tenían todavía cierta mentalidad de equipaje (suitcase mentality): creían que un día volverían a Irán. Yo les decía que, incluso si la República Islámica caía, sus hijos estadounidenses no se irían a vivir a Irán. ¡Y que acá era donde había que votar!”. Él mismo primero se implicó en la sinagoga local “para reconciliar a askenazis y sefaradíes”. “Y un día que preguntaba en la calle cómo orientarme, me dijeron que ‘me volviera a mi país’... Fue poco después del 11 de setiembre. Entonces me lancé a la política para cambiar la imagen de los inmigrantes de Medio Oriente”.

La revuelta en curso en Irán modificó la imagen de los iraníes-estadounidenses en Estados Unidos, observa Ghorban: “El público estadounidense ve que los iraníes se rebelan de modo valeroso y que los iraníes-estadounidenses los apoyan, que el régimen de la República Islámica no los representa”. Los medios nacionales del país de acogida cubren las manifestaciones en Los Ángeles de la comunidad iraní-estadounidense en apoyo a Woman Life Freedom. En febrero, “la atribución de un premio Grammy a ‘Baraye’”, canción de la artista Shervin Hajipour que se convirtió en el himno de la revuelta, “contribuyó a hacer conocer el movimiento al gran público”, subraya el director ejecutivo del PAAIA. Bajo el mandato de Trump, los iraníes-estadounidenses habían padecido la Travel Ban [prohibición de viaje] decretada en 2017, que hacía casi imposible la entrada a suelo estadounidense de los que se iban de siete países musulmanes, entre ellos Irán... La paradoja es que “mucha gente mayor había votado a Trump incluso si no se atrevía a decirlo en público”, asegura Reza. “Desprecian a Trump por inculto. ¡Pero pensaban que, con su brutalidad, podría voltear el régimen por la fuerza! Los de mi generación votaron a los demócratas”. Y prosigue: “Hay en Trump signos que recuerdan a Ahmadinejad...”. Según el PAAIA, sólo 18 por ciento de los iraníes-estadounidenses serían favorables a una eventual intervención militar exterior a fin de derribar el régimen. Incluso Farahanipour, que decoró su restaurante Persian Gulf con una impresionante colección de objetos vinculados con la Guerra del Golfo (1991), está en contra: “Ninguna guerra trae la democracia”.

Cédric Gouverneur, periodista, enviado especial. Traducción: Merlina Massip.

Tecnología de doble filo

Redes y reconocimiento facial

Narges Hamzianpour y Farid Kia son dueños de una galería de arte en Wilkins Boulevard, Los Ángeles, consagrada a artistas iraníes. Esa tarde de abril exponen fotos de las manifestaciones de Irán que fueron sacadas del país e impresas en gran formato: el producto de la venta volverá a los fotoperiodistas iraníes que cubren de forma clandestina la revuelta. Las diferentes generaciones de exiliados están todas ahí, con un vaso de vino en la mano, confiadas en el éxito del levantamiento iniciado en setiembre de 2022.

Mahi Mokhtari llegó a Estados Unidos hace tres años. La joven lleva, tatuado en el antebrazo, el retrato de su hermano Mohammad, estudiante abatido en una manifestación el 14 de febrero de 2011. “Con las redes sociales se hizo más fácil compartir y comunicar al mundo entero nuestro combate”, subraya la joven militante. Veterana de las manifestaciones de 1999 y después de 2009, Reza constata que la nueva generación tiene una fuerza de impacto mucho más considerable: “Nosotros intercambiábamos K7 a escondidas y ellos usan VPN [redes privadas virtuales] para eludir la censura y postear videos en YouTube”.

Pero el régimen usa, también, tecnologías: a comienzos de abril las autoridades iraníes anunciaron la utilización del reconocimiento facial para perseguir a las mujeres que contravinieran el uso del velo.

CG

Del archivo

Además del artículo “La juventud iraní reivindica un cambio”, citado en el cuerpo principal de la nota y publicado en noviembre de 2022, Le Monde diplomatique, edición Uruguay, dedicó a la situación de las mujeres en Irán la portada de octubre de ese año. La tapa de ese número, publicado a semanas del inicio de las protestas, se tituló “Un país propio” y abrió un dossier integrado por los artículos “Apartheid de cemento” (Roberto López Belloso), “Entre el espacio privado y el corsé público” (Hicham Ben Abdallah El Alaoui) y “Primavera, invierno y miedos” (Sahar Khalifeh).

.


  1. Ver Mitra Keyvan, “La juventud iraní reivindica un cambio”, Le Monde diplomatique, edición Uruguay, noviembre de 2022. 

  2. La religión de los bahaís cree que el duodécimo imán, esperado por los chiitas, ya llegó en la persona de Husayn Ali Nuri (1817-1892). Considerados heréticos en Irán, los 300.000 bahaís son perseguidos. Cf. “Iran. Les attaques implacables visant la minorité religieuse baha’ie persécutée doivent cesser”, Amnesty International, www.amnesty.org, 24-8-2022. 

  3. “Religious Landscape Study”, Pew Research Center, www.pewresearch.org, 2007 y 2014. 

  4. Ver Sharareh Omidvar, “Vers un Iran post-Ahmadinejad”, La valise diplomatique, 10-6-2010. 

  5. NdR: Instrumento de cuerda percutida, similar a la cítara. 

  6. NdR: Ruhollah Jomeini fue el ayatolá que le impuso un carácter integrista a la revolución iraní de 1979. 

  7. “National public opinion survey of the Iranian American community”, www.paaia.org, 2023. 

  8. NdR: Subgénero cinematográfico, principalmente italiano, que en los años 1950 y 1960 recreaba historias de la Antigüedad clásica, en especial romana.