Es un deporte del que prácticamente no se sabe nada en Uruguay. Tampoco en Francia. Sin embargo, el críquet, que en 2028 vuelve a ser disciplina olímpica, atrae multitudes. En particular, en India, en donde ha contribuido a cimentar la identidad de una nación heteróclita desde su independencia y ahora forma parte del arsenal político del nacionalismo supremacista hindú.
Situémonos a principios de noviembre de 2023. India vive al ritmo de la Copa Mundial de Críquet. Es su copa, que organiza en una decena de ciudades anfitrionas. De norte a sur de este vasto país de más de tres millones de kilómetros cuadrados, de este a oeste y hasta las zonas más recónditas, cientos de millones de indios celebran su deporte favorito, número uno por mucha diferencia delante del fútbol.
En el estadio, para una minoría, o en las cadenas de televisión especializadas, los indios siguen las hazañas del equipo nacional, liderado por su capitán. Adorado como una estrella de cine de Bollywood, Virat Kohli es uno de los favoritos en los carteles publicitarios y los programas de televisión. Sus admiradores no pierden ocasión de desmayarse ante su ídolo. Como el día de su cumpleaños, el 5 de noviembre, cuando India derrota a Sudáfrica en Calcuta. En las gradas del estadio Eden Gardens, los seguidores, extasiados, ondean una pancarta en su honor: “Virat, larga vida a la madre que te dio la vida”. “Feliz cumpleaños, rey Kohli”, gritan los fans en trance ante las ávidas cámaras. Primeros planos del monarca por un día, firmando autógrafos a sus súbditos y mostrando afecto a los niños como un político en campaña. En los canales del grupo Disney, Star Sports 1 y Star Sports 2, que transmiten la Copa Mundial, se muestran una y otra vez los gestos de Virat para complacer al público.
El tiempo sin fin
Surgido en Inglaterra en el siglo XVI, el críquet es un deporte aristocrático por excelencia. “No es exagerado decir que el críquet en Inglaterra fue capaz, más que otras formas de interacción pública, de encarnar los valores de las clases victorianas acomodadas y de ayudar a inculcarlos a los caballeros ingleses como parte de su práctica de clase”, explica el antropólogo Arjun Appadurai.1 Así, pone en escena a los gentlemen vestidos con un tradicional suéter de cable de lana blanca con cuello en V y ribetes a rayas. Exportado a todo el Imperio británico, el críquet fue adoptado en India por la élite principesca local, deseosa de complacer a las autoridades coloniales. Es lo que Appadurai llama el proceso de “indigenización del críquet”, que se convirtió en un deporte indio por derecho propio.
Se considera un juego con reglas esotéricas, fuera de su zona histórica del Commonwealth: excepto Países Bajos, los diez equipos clasificados para la Copa Mundial de 2023 procedían del antiguo Imperio británico. Pero este deporte está experimentando una evolución desigual. Consensuado y eminentemente popular en India, Pakistán, Sri Lanka y Bangladesh, pierde terreno en su madre patria y en los antiguos dominios de Sudáfrica y Oceanía (Australia y Nueva Zelanda). “Está en riesgo de extinción, sobre todo en Inglaterra. Con menos apoyo de los poderes públicos, su práctica es cada vez más elitista, confinada a las escuelas privadas”, señala Stephen Wagg, investigador del International Sports Centre de Leicester.2
Con 2.500 millones de espectadores, la Copa Mundial de Críquet es el tercer acontecimiento deportivo más visto, por detrás de los Juegos Olímpicos (más de 3.000 millones) y la Copa Mundial de Fútbol de la FIFA (casi 5.000 millones). Inscrita en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles de 2028, 127 años después de su última participación, la Federación Internacional de Críquet (ICC) aspira a expandir su público. En Estados Unidos tendrá mucho trabajo. En esta excolonia británica, el béisbol, más rápido y enérgico, ha suplantado en mucho a su primo y antepasado inglés. En América Latina, Europa y el mundo postsoviético, el críquet sigue siendo desconocido, salvo en algunas excolonias antillanas, como Dominica y Granada. En Francia sólo hay 200 jugadores federados.
Originalmente, los partidos de críquet podían durar hasta cinco días. La tendencia ha sido reducir el tiempo de juego para satisfacer a las cadenas de televisión y sus anunciantes. Los partidos de la Copa Mundial se juegan ahora de dos maneras: en un solo día (“One Day International”, siete horas de juego real), como en la última edición en India, o en tres horas, como está previsto para la próxima Copa. Este último formato pretende hacer del críquet un deporte más espectacular y romper con su imagen de disciplina lenta e, incluso, aburrida.
Afición popular
Dominado por las torres octogonales de la Corte Suprema y la Torre del Reloj Rajabai, réplica del Big Ben, el Oval Maidan de Mumbai está rodeado por elegantes monumentos art déco y neogóticos construidos en la época colonial británica. Por la tarde y en los fines de semana, los jugadores de críquet aficionados se adueñan de este parque, que da a la universidad. Aquí y allá, unas redes sujetas por cuatro estacas de madera forman jaulas de entrenamiento donde practican aprendices de bateadores y lanzadores. Aquí, un adolescente con canilleras devuelve una pelota enviada por un defensor de sienes canosas. A unos metros, un joven refresca la pista dentro de una jaula vacía. Vestidos de blanco, pero sin chaleco “victoriano”, los niños practican en grupos de seis bajo la atenta mirada de sus profesores. En el centro del Oval Maidan, los adultos entregan copas y medallas a jóvenes eufóricos delante de una marquesina. En toda su anchura, una aplanadora nivela el suelo, una mezcla de tierra ocre y hierba rala regada por mangueras conectadas a un camión cisterna estacionado justo en el parque. Un cuarteto de niños que se disputan con energía un balón redondo y viejo es la excepción que confirma la hegemonía del críquet.
Fue aquí mismo, en el sur de Mumbai, en unos maidans similares (espacios públicos usados para practicar críquet), donde se forjó el dominio de este deporte. Los primeros indígenas que lo jugaron por iniciativa propia fueron los parsis3 de Mumbai, a partir de mediados del siglo XIX. Aunque la primera mención del críquet en India se remonta a 1721, los ingleses no tenían “ninguna intención de enseñárselo a los autóctonos”, subraya el historiador Ramachandra Guha.4 Así pues, los autóctonos aprendieron el críquet por su cuenta. Para resumir el espíritu de esta apropiación por parte de la población colonizada del subcontinente, el psicólogo Ashis Nandy acuñó una frase hoy célebre entre los aficionados: “El críquet es un deporte indio que los ingleses descubrieron por accidente”.
“A diferencia de su gran rival, el fútbol, el críquet gozaba [en la primera mitad del siglo XX] de un público procedente de todos los sectores de la sociedad. Los hombres que jugaban al fútbol de competencia eran casi sin excepción de clase trabajadora. Sus fanáticos también. En el otro extremo del espectro, el rugby y el tenis eran deportes abiertamente elitistas. Sólo el críquet consiguió reunir a la nobleza y a las clases bajas”, explica Guha. Pero hasta cierto punto. Durante mucho tiempo, los brahmanes estuvieron sobrerrepresentados. Por su parte, los dalits [casta inferior, o “intocables”, que representa a una quinta parte de la población] siguen luchando por hacerse un hueco. “Hasta la fecha, sólo cuatro han jugado en la selección nacional”, suspira el periodista Pradeep Magazine. Recientemente, en junio de 2023, unos jugadores de críquet de las castas superiores le cortaron el dedo a un “intocable” porque su sobrino había tocado su pelota de críquet.5
Las autoridades coloniales fracturaron de forma deliberada a la sociedad india dividiendo a “los jugadores en grupos étnicos y religiosos, algunos de los cuales eran rivales en la vida pública en general. De este modo, el críquet se convirtió en un vasto campo de batalla en el que los jugadores y el público aprendieron a considerarse hindúes, parsis y musulmanes, por oposición a los europeos”, analiza Appadurai, que ha estudiado el fenómeno de la “indigenización del críquet”. Dividir para reinar: los ingleses usaron y abusaron de este método secular, y no sólo en el deporte. El torneo cuadrangular de Mumbai era un símbolo de estas divisiones, con equipos parsis, hindúes, musulmanes y europeos compitiendo cada año. Todo bajo la mirada desaprobadora de Mahatma Gandhi. Partidario de una India emancipada de la tutela colonial, unida y respetuosa del pluralismo religioso, se opuso al secesionismo que se gestaba a fines del período colonial. El líder independentista condenó al trono por el “apoyo tácito prestado al separatismo musulmán, que desembocaría en la creación de Pakistán”, escribe Wagg, citando a Gandhi: “Nunca he comprendido el propósito de una competencia que enfrenta a hindúes, parsis, musulmanes y otros equipos del Commonwealth. Estas divisiones son antideportivas y deberían considerarse tabú”.
Lazos con el poder
Pasados 76 años del asesinato del “Padre de la Independencia”, el críquet no solamente goza de una popularidad sin igual en el país más poblado del mundo (1.400 millones de habitantes), sino que está contribuyendo a unificar una nación caracterizada por la fragmentación étnica, cultural y lingüística. “En un país tan diverso y polifacético, donde nada es ni puede ser generalizado en términos de sociedad, cultura y pueblo, el críquet ofrece una rara forma de coherencia y unidad que anima y une a la gente”, subraya Mohit Anand.6
“Aunque el críquet no siempre estuvo ligado al partido en el poder, esta tendencia se ha reforzado de la década de 1990 en adelante, y aún más desde la creación de la Indian Premier League [IPL] en 2008”, explica Shashi Tharoor, exsecretario de Estado de Asuntos Exteriores de la Unión India. Gracias a la liberalización progresiva de la economía desde 1990, la federación ha ido recaudando cada vez más derechos televisivos. Con el surgimiento de la IPL, la liga de críquet más lucrativa del mundo, las sumas en juego se han disparado en proporción al aumento vertiginoso de las audiencias. Tanto es así que esta disciplina representa por sí sola el 85 por ciento de los ingresos generados por el deporte indio. “La IPL es ahora la segunda liga deportiva más valiosa del mundo en términos de valor por partido, después de la National Football League [que reúne a los equipos profesionales de fútbol americano]. Con un valor combinado de 15,1 millones de dólares por partido, supera a la Premier League inglesa (11,23 millones de dólares entre 2022 y 2025), así como, en Estados Unidos en ambos casos, a la Major League Baseball y a la National Basketball Association (9,57 millones de dólares y 2,12 millones, respectivamente, según una estimación de 2020)”, enumera Anand.
Desde que se convirtió en primer ministro, el líder del Bharatiya Janata Party (BJP), Narendra Modi, ha llevado adelante una política de discriminaciones a ultranza contra los 175 millones de musulmanes del país.7 Estos representan el 15 por ciento de la población india. El jefe de gobierno quiere hinduizar su país a una velocidad vertiginosa, llegando a plantearse sustituir el color azul de la camiseta del equipo nacional por el azafrán, color del hinduismo.
En este contexto, las autoridades están examinando las acciones y los gestos de los fanáticos musulmanes del críquet. Ya en 2017, 19 de ellos fueron acusados de propagar la “discordia comunitaria”, un delito considerado una forma de sedición y castigado con cadena perpetua. ¿Su delito? Celebrar la victoria de Pakistán contra India en el Trofeo de Campeones, competencia organizada por la Federación Internacional de Críquet.8 “No hay ninguna ley que prohíba apoyar a Pakistán, pero a la Policía no le importa”, afirma Aakar Patel, expresidente de la sección india de Amnistía Internacional. Tampoco hay ninguna ley contra la venta de camisetas de Pakistán.
La periodista Sharda Ugra, radicada en Bangalore, documenta el dominio del BJP sobre el Consejo de Control del Críquet en India (BCCI) a través de su joven secretario general, un tal Jay Shah, hijo del ministro del Interior, Amit Shah.9 Shah, número dos del régimen y cercano al primer ministro, presidió el BJP entre 2014 y 2020. Ambos hombres dirigieron la federación de críquet de Gujarat cuando Modi era ministro principal de este estado, que limita con Pakistán. Para reforzar aún más esta tutela, el tesorero del Consejo del Críquet en India, Ashish Shelar, electo en 2022, es también el presidente del BJP de Mumbai. La ciudad es la sede de la federación y la capital histórica del críquet indio. Con toda transparencia, el hombre agradeció al primer ministro y al ministro del Interior tras haber sido electo en el prestigioso puesto dentro del Consejo del Críquet en India.10 “El apoyo del aparato estatal es indispensable. Sin él, el obstáculo de la burocracia haría prácticamente imposible organizar partidos”, admite Saba Karim, exjugador de primera categoría y exdelegado general del consejo.
Cómo se juega
El críquet se juega de a dos equipos de 11 jugadores que se turnan para atacar (los bateadores) y defender (los lanzadores). En cada serie de lanzamientos, un defensor intenta derribar uno de los wickets colocados en cada extremo de la pista, una zona rectangular en el centro del campo cubierta de pasto corto. Los wickets, juegos de tres estacas de madera unidas por tacos, están vigilados por un bateador que lleva un casco de seguridad. Luego de golpear la pelota enviada por el lanzador, si es posible enviándola fuera de los límites del campo, el guardián del wicket y su compañero corren por la pista e intercambian posiciones, yendo y viniendo entre los wickets tantas veces como sea posible. Cada carrera vale un punto o carrera (run), mientras que las pelotas enviadas directamente fuera de los límites valen seis, o cuatro si la pelota rodó antes de salir. Cuando el equipo defensor elimina a diez bateadores, o cuando se acaban los overs (son 50 overs de seis pelotas en la Copa Mundial), pasa al ataque, y viceversa. Un bateador queda eliminado cuando se vuelca el wicket o cuando un defensor atrapa la pelota al vuelo. El equipo que marca la mayor cantidad de runs gana el partido.
Arena diplomática
Pero el críquet también puede ser un canal privilegiado para las discusiones entre hermanos enemigos. En los años 60 y 70, Islamabad y Nueva Delhi rompieron relaciones diplomáticas y entraron en guerra en dos ocasiones. En 1978, tras dos décadas de conflicto prácticamente ininterrumpido, una serie de acontecimientos deportivos facilitó la reanudación del diálogo. Había nacido la “diplomacia del críquet”. “Cada vez que India y Pakistán atravesaban un período de tensión en sus relaciones bilaterales, el críquet acudía al rescate”, analiza el historiador y periodista Boria Majumdar.11 En 1987, cuando Islamabad y Nueva Delhi se preparaban para una nueva guerra en la línea de frontera de Cachemira, Zia Ul Haq, presidente de la República de Pakistán, desarticuló la crisis invitándose a sí mismo a un juego en Jaipur, en la provincia india de Rajastán.12
Lejos de suscitar un amplio consenso, esta diplomacia histerizó al sector más xenófobo de la opinión pública india. A principios de 1999, el equipo nacional pakistaní emprendió su primera gira por India desde hacía 12 años, por invitación del Consejo del Críquet en India. “Sujeta a la aprobación del gobierno, esta iniciativa era diplomacia del críquet”, señala el politólogo Avipsu Halder.13 Esto es precisamente lo que provocó la furia del Shiv Sena, partido ultranacionalista del Estado de Maharastra –cuya capital es Mumbai–, que se opone por principios a cualquier diálogo o intercambio, incluso deportivo, con Pakistán, al que acusa de apoyar a los separatistas de Cachemira. Decididos a obstaculizar la gira, militantes de este grupo arruinaron el terreno de juego del estadio Feroz Shah Kotla de Nueva Delhi y lanzaron piedras contra los locales diplomáticos pakistaníes. El partido programado en la capital federal se trasladó a Madrás y la serie de partidos se redujo de tres a dos. En ocasiones, el críquet ha acudido al rescate de la paz precipitando la violencia, pero no siempre.
El 1º de octubre de 2001, un atentado mortal contra la Asamblea Regional de Srinagar fue atribuido por las autoridades indias a los islamistas cachemires. India y Pakistán estuvieron cerca de una explosión nuclear que se evitó gracias a los esfuerzos diplomáticos de ambas partes. En este clima de extrema tensión, la propuesta del Consejo del Críquet en India de que la selección india realizara una gira por Pakistán en 2004 llegó en el momento oportuno.14 Al aceptarla, el primer ministro indio, Atal Vajpayee, jugó la carta del críquet para consolidar el apaciguamiento. Como muestra de buena voluntad, el gobierno pakistaní concedió visas a miles de fanáticos indios.
De manera recíproca, al año siguiente, los dos jefes del ejecutivo indio y pakistaní asistieron juntos a un partido en Nueva Delhi. La visita se convirtió en una reunión bilateral y los líderes hablaron de conversaciones “cordiales”. Por desgracia, el 22 de noviembre de 2008, Mumbai fue blanco de sangrientos atentados. Los comandos islamistas no eligieron esta fecha al azar. La noche del partido entre India e Inglaterra, todo el país estaba pegado a las pantallas de televisión, incluso las fuerzas policiales. Como después de cada atentado, las tensiones entre las dos naciones recrudecieron una y otra vez: India culpaba a Pakistán de los asesinatos, pero Pakistán lo negaba todo. Entonces, una vez más, el críquet ofreció un atisbo de coexistencia pacífica.
Giro ultranacionalista
Pero el triunfo del BJP “aniquiló la diplomacia del críquet”, afirma contundente Sharda Ugra. A partir de ahora, el deporte rey del subcontinente indio “se ha convertido en un ‘proyecto’ de nacionalismo agresivo y en un escenario para la política del poder”, añade Halder. Propiedad de la federación internacional, la Copa Mundial de Críquet y su gestión se imponen a los Estados. Por lo tanto, el régimen de Modi no puede impedir la celebración de estos clásicos. Sin embargo, sí veta los partidos amistosos entre India y Pakistán, que organiza bajo su soberanía a través del Consejo del Críquet en India. La última Copa de Asia debía celebrarse en Pakistán, pero, al negarse India, Sri Lanka tomó la posta. La Federación Asiática de Críquet, que organiza la competencia, está presidida por Jay Shah, jefe del consejo. Creyendo poder ignorar este ambiente incendiario, el presidente de la unión pakistaní invitó a un amigo indio a asistir en su compañía a un partido India-Pakistán de la Copa de Asia en Colombo, la capital de Sri Lanka, en setiembre de 2023. El amigo en cuestión no era otro que Arun Singh Dhumal, presidente de la IPL, extesorero del consejo y hermano del ministro indio de Deportes: “15 minutos después del comienzo del partido, Nueva Delhi le ordenó que se fuera”, asegura Sharda Ugra.
Dhumal conoce bien la influencia política y diplomática de la IPL y el Consejo del Críquet en India, que disponen de un importante capital de guerra. Unos 715 millones de televidentes vieron programas de críquet en televisión en 2018, el 93 por ciento de los 766 millones de televidentes de eventos deportivos del país. “Esta audiencia televisiva –más que la población combinada de todos los demás miembros de pleno derecho de la Federación Internacional de Críquet y el doble de la población de Estados Unidos– es la fuerza motriz de la solidez financiera del Consejo del Críquet en India”, remarca Sharda Ugra. Esto la convierte en la junta más próspera e influyente del mundo: “Más rica que la federación internacional. Se calcula que el 70 por ciento de los ingresos mundiales del críquet provienen del mercado indio”, señala Anand.
Armado con estos colosales recursos, el Consejo del Críquet en India pretende imponer su ley. Cuando su homólogo pakistaní planeó crear una liga profesional en Azad Cachemira en 2021, pidió a la federación internacional que no reconociera su existencia. Cuando su petición fue rechazada, el consejo amenazó a ciertos jugadores tentados por la aventura cachemir con prohibirles cualquier participación futura en la liga india. Vijay Lokapally, un influyente periodista, justifica la medida con la fuerza de la evidencia. “Este campeonato se celebra en una zona de conflicto. India está diciendo: ‘Pakistán está ocupando este territorio, la tierra es nuestra’. La Indian Premier League debe proteger su imagen, por eso prohíbe a sus jugadores jugar en cualquier liga, cachemira o no. Es la contrapartida por unos beneficios únicos en el mundo, como el derecho a la jubilación”, argumenta este biógrafo de Virat Kohli, refiriéndose a un acuerdo poco habitual para los deportistas.
En Islamabad, la advertencia se tomó en serio. En una comparecencia ante el Senado de su país, el presidente de la federación pakistaní, Ramiz Raja, señaló la dependencia financiera mundial del críquet y la de su país respecto a India: “La mitad de nuestras subvenciones proceden de la federación internacional. Si el día de mañana el primer ministro indio decide no permitir ninguna financiación a Pakistán, la federación pakistaní podría hundirse”.15
Como brazo armado geopolítico del Estado Indio, el Consejo del Críquet en India apunta también contra China, firme aliado de Islamabad, en otro conflicto fronterizo que se remonta a más de 60 años. Pekín ocupa Aksai Chin, en la región occidental de Ladakh (desprendida de Jammu y Cachemira en 2019), donde un incidente entre los ejércitos de ambos países provocó la muerte de 20 soldados indios en 2020. Celoso portavoz de su gobierno, el Consejo del Críquet en India pidió la suspensión del contrato con el fabricante chino de teléfonos celulares Vivo, principal patrocinador de la IPL. La IPL obedeció y lo sustituyó por el conglomerado 100 por ciento indio Tata. Una decisión que no tuvo ningún efecto diplomático. Una prueba de que abandonar la diplomacia del críquet en favor de la política de los grandes garrotes no produce resultados tangibles. A pesar del hiperpoder financiero de los organismos deportivos indios, Pakistán sigue negándose a ceder un ápice del desierto de Azad Cachemira. Mientras, China sigue mordisqueando el territorio de su vecino.
Entre dos secuencias geopolíticas más o menos deprimentes, un partido de críquet puede ofrecer una nota de esperanza. Como el 7 de noviembre de 2023 en Mumbai, cuando Australia y Afganistán se enfrentaron en el estadio Wankhede. Cada vez que un bateador enviaba la pelota por encima de la línea, subían chorros de agua de las cuatro esquinas del campo. Bajo un sol festivo, los fanáticos de ambos equipos mezclaron sus calurosos aplausos. La presencia de Afganistán a este nivel deportivo es en sí misma un milagro. Provenientes de un país arruinado por el mesianismo estadounidense y el oscurantismo talibán, los afganos aprendieron a jugar al críquet en los campos de refugiados de Pakistán. Gracias a estos jugadores, los medios de comunicación hablan por fin positivamente de esta nación martirizada. “Son valientes y juegan muy bien”, afirma Ugra con una sonrisa radiante.
Partido difícil
En Bangalore, capital del estado de Karnataka, al sudeste de la unión india, se forman filas monstruosas alrededor del Chinnaswamy Stadium, en donde pronto se enfrentarán Nueva Zelanda y Pakistán. Un vendedor de túnicas ofrece su mercancía al público. Sobre todo, camisetas de Nueva Zelanda. “¿Y camisetas de Pakistán?”, le preguntamos. “No me dejan”, murmura el vendedor de rostro adolescente, cabizbajo. Alguien que escucha nuestro intercambio quiere arrojar algo de luz sobre el asunto: “No aliento por Nueva Zelanda ni por Pakistán, pero no compraría una camiseta de Pakistán. Nueva Zelanda es muy popular aquí”. En otras palabras: Pakistán no lo es.
La primera parte del partido que fuimos a ver en aquel mundial de 2023, entre Nueva Zelanda y Pakistán, durará cuatro horas. Cuando un lanzador pakistaní derriba un wicket [pequeño conjunto de tres estacas, cuyo derribo es un objetivo del equipo que defiende] suena la canción “Dil Dil Pakistán” (“Pakistán es mi corazón”), aunque no se escucharon silbidos. Poco después, otro defensor pakistaní interceptó una pelota con una caída espectacular. La explosión de júbilo de los fanáticos pakistaníes se prolongó con la interpretación de la canción “Pa Pakistan”, que resonó por todo el estadio. Los altoparlantes chisporroteantes hicieron sonar éxitos del subcontinente indio y del pop occidental puntuando las secuencias del partido y los puntos decisivos. Nueva Zelanda se llevó los aplausos por goleada y recibió muchas ovaciones. Por ejemplo, cuando uno de sus lanzadores atrapó en el aire una pelota que había sido golpeada alto y fuerte por un bateador pakistaní. Vestido con la camiseta de Mark Richardson, exbateador estrella de los All Blacks, nuestro vecino de tribuna, un hombre amable nacido en India, pero que vive en Estados Unidos, saluda la jugada aplaudiendo: “¡Muy buen equipo!”.
David García, periodista. Corresponsal especial para Le Monde diplomatique. Traducción: Emilia Fernández Tasende.
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Arjun Appadurai, Après le colonialisme, les conséquences culturelles de la globalisation, Petite Bibliothèque Payot, París, 2015. Todas las citas de Appadurai están tomadas de este libro. ↩
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Stephen Wagg, Cricket: A Political History of the Global Game, 1945-2017, Routledge, Londres, 2018. Todas las citas de Wagg están tomadas de este libro. ↩
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Seguidores de la religión de Zoroastro, los parsis emigraron de Persia a India en el siglo X. ↩
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Ramachandra Guha, A Corner of a Foreign Field. The Indian History of a British Sport, Picador, Londres, 2003. Todas las citas de Guha están tomadas de este libro. ↩
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“Dalit man’s finger chopped off in Gujarat after his nephew touches cricket ball”, scroll.in, 6-6-2023. ↩
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Mohit Anand, “Geopolitics of cricket in India”, en Simon Chadwick, Paul Widdop y Michael M. Goldman (bajo la dir. de), The Geopolitical Economy of Sport. Power, Politics, Money, and the State, Routledge, 2023. Todas las citas de Anand están tomadas de este capítulo. ↩
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Ver Christophe Jaffrelot, “El autoritarismo de Modi”, Le Monde diplomatique, edición Uruguay, abril de 2024. ↩
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“Amnesty International: fans arrested in India for cheering Pakistan win ‘must be freed’”, The Guardian, Londres, 21-6-2017. ↩
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Sharda Ugra, “Shah’s Playground. BJP’s Control of Cricket in India”, The Caravan, 31-8-2023. Las citas de Ugra están tomadas de este artículo y de una entrevista del autor con ella. ↩
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“Ashish Shelar thanks Modi, Shah after being elected as BCCI treasurer”, Times of India, Nueva Delhi, 18-10-2022. ↩
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“La diplomatie du cricket œuvre à nouveau entre l’Inde et le Pakistan”, Le Monde, 28-3-2011. ↩
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Jean-François Fournel, “Inde et Pakistan réunis autour d’un terrain de cricket”, La Croix, París, 24-7-2015. ↩
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Avipsu Halder, “Capitalism and the ethics of sport governance: A history of the board of control for cricket in India”, Sport in Society, vol. 24, n.º 8, Taylor & Francis, Londres, 2021. Todas las citas de Halder están tomadas de este artículo. ↩
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Pradeep Magazine, Not Just Cricket, a Reporter’s Journey through Modern India, HarperCollins India, Nueva Delhi, 2021. ↩
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Citado por Anand, “Geopolitics of Cricket in India”, op. cit. ↩