Durante mucho tiempo, los principales partidos europeos habían formado un cordón sanitario alrededor de la extrema derecha. Pero la vieja barrera parece haberse disuelto ante el oportunismo y el cálculo. Más allá de los resultados de las elecciones europeas del primer fin de semana de junio, ¿falta poco para que una ultraderecha variopinta y sin fronteras domine el panorama político de ese continente?

Parece estar claro: Europa se estaría inclinando hacia la extrema derecha. Esta ya reside en los gobiernos italiano, húngaro y croata, y pronto en el holandés. Forma parte de la coalición mayoritaria en Suecia, Finlandia, Eslovaquia y Letonia. En otros lugares está avanzando, como quedó claro en Portugal el pasado marzo. El semanario británico The Economist observa que “más del 20 por ciento de los encuestados en 15 de los 27 Estados miembro de la Unión Europea, incluidos todos los países grandes excepto España”, sienten simpatía por los partidos de la “derecha dura”1. En otros análisis leeremos “populista”, “antiliberal”, “nativista”, “nacionalista”... Es de hecho difícil designarla, hablar de ella. Quizás porque a primera vista incluye un poco de todo.

Los españoles de Vox y los portugueses de Chega adhieren al neoliberalismo; Los Demócratas de Suecia y los Verdaderos Finlandeses lamentan el Estado de bienestar. De 2015 a 2023, Ley y Justicia (PiS) [las siglas corresponden siempre al idioma original] atentó contra las libertades de los polacos, pero también aumentó las modestas pensiones; y, a su derecha, la Confederación de Libertad e Independencia se lo reprocha. Esta agrupación, representada en el Parlamento desde 2019, apenas pretende ocultar el antisemitismo contra el que los líderes de la francesa Agrupación Nacional (RN) marcharon en París en noviembre. En marzo, en Roma, el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, agradeció su apoyo a la presidenta del Consejo, Giorgia Meloni. El Partido Nacional Eslovaco (SNS) y el Fidesz húngaro critican la ayuda militar a Ucrania. Como la también italiana Lega, de Matteo Salvini. En Italia, Polonia o Francia, de hecho, el tamaño del espacio a la derecha de la derecha fomenta una oferta plural.

A escala continental, el muestrario de marrones, negros y azules proviene más bien de la historia, de la geografía, de la posición del país en la división internacional del trabajo o incluso del lugar otorgado a la mujer o a la familia tradicional. Alternativa para Alemania (AfD) critica a las mujeres alemanas por abortar demasiado, a diferencia de RN, que se ha mostrado favorable a la interrupción voluntaria del embarazo (IVG). Pero en línea con el gobernante Fratelli d’Italia. Meloni también se opone a la inscripción de los hijos de parejas del mismo sexo en el registro civil, mientras que Marine Le Pen, de RN, acabó aceptando el matrimonio para todos. En cuanto a Geert Wilders, nunca abandonó la causa gay: este compromiso del presidente del Partido por la Libertad holandés (PVV) se debe a su odio feroz hacia los musulmanes a los que considera intolerantes. Sin llegar a igualar esta fobia, otros líderes europeos del mismo movimiento rechazan el Islam y los inmigrantes. Más allá de sus diferencias o matices, ciertamente comparten una línea (defender el verdadero Occidente) y una estrategia (formar un nuevo bloque mayoritario con una derecha hacia la cual, a largo plazo, serían aspirados funcionarios, militantes y votantes). Porque el período más reciente se caracteriza por la radicalización de sectores enteros del centro, del liberalismo político, de la democracia cristiana o del conservadurismo. Y, en este sentido, debemos cuestionar las pruebas que comentaristas aterrorizados aseveran: ¿es realmente toda Europa la que está dando un vuelco? ¿No sería más bien la derecha europea la que se acerca a la extrema derecha o la que se radicaliza con vistas a aliarse con ella?

Tormenta perfecta

Examinar esta convergencia implica remontarse a principios de la década de 2010. En ese entonces las derechas radicales ya estaban de acuerdo en el rechazo a la inmigración, pero divergían en su relación con la integración europea. En circunstancias de crisis de las deudas soberanas, los nacionalistas del Sur cuestionaron la austeridad impuesta por Berlín y Bruselas, por ejemplo, la Lega italiana o los griegos independientes que apoyaban a una izquierda radical en Atenas... de cuyo triunfo el Frente Nacional francés (FN) [partido de Le Pen que en 2018 cambio su nombre a Agrupación Nacional] decía alegrarse. En Alemania, por el contrario, el AfD se lanzó contra los planes de salvaguardia de Grecia y a favor de abandonar el euro. Aún liderados por liberales moderados, los gobiernos polaco, eslovaco y checo apoyaban por su parte la disciplina presupuestaria impuesta a Atenas por Berlín, su principal socio comercial.

Todo cambió durante 2015, pero en dos etapas. El 20 de agosto, a pesar de rechazar el chantaje de Bruselas, rechazo expresado durante el referéndum del 5 de julio, el gobierno griego del centroizquierdista Alexis Tsipras renunció a enfrentarse a la Comisión Europea2. Los adversarios del proyecto federalista experimentaron su impotencia para enfrentarlo y, más aún, la dificultad para emanciparse de él. Los más derechistas, sin embargo, encontrarán con rapidez un nuevo campo de batalla. Gracias a la entonces canciller alemana Angela Merkel. El 31 de agosto de ese 2015, Merkel decidió abrir sus fronteras a casi un millón de refugiados sirios antes de que el Consejo Europeo aprobara la reubicación de otros 160.000 en diferentes Estados miembros. Estas decisiones despertaron la furia de polacos y húngaros. Creyeron que, para hacer frente a la escasez de mano de obra en Alemania, la Unión estaba renunciando a protegerlos de la inmigración musulmana y les estaba dando una lección3. En octubre de 2015, el PiS obtuvo la mayoría absoluta en la Dieta. Cuatro meses después de que la Comisión iniciara un procedimiento para obligar a Budapest, Praga y Varsovia a participar en el recibimiento, en octubre de 2017, Libertad y Democracia Directa (SPD) logró un gran avance en las elecciones legislativas checas. Luego, en abril de 2018, el Fidesz húngaro obtuvo 133 escaños de 199 en el Parlamento.

En las elecciones regionales de diciembre de 2015, la coincidencia de una afluencia de refugiados sirios en el viejo continente con los ataques islamistas de enero y noviembre en la región parisina alentó el voto de casi siete millones de franceses al FN. Es decir, más de tres veces el número de votos obtenidos en las mismas elecciones de 2010. El Partido Popular danés (DF) quedó segundo en las elecciones parlamentarias de 2015. Pertenencia Flamenca (VB) volvió al primer plano del escenario flamenco en las elecciones municipales belgas de 2018. No obstante, en los años siguientes, las derechas radicales de los países occidentales se dedicaron, sobre todo, a un ajuste estratégico. Una tras otra, se apropiaron del contramodelo de la Europa de las naciones de Fidesz y PiS. De ahora en adelante, Le Pen y Meloni se contentarán con una simple zona de libre comercio entre Estados soberanos; a fortiori, después de un laborioso Brexit, ya no sienten la necesidad de abandonar una comunidad que gracias, entre otros, al mandatario húngaro Victor Orbán, tiende a convertirse en un escenario para debates culturales o identitarios sobre la inmigración o la seguridad.

La controversia sobre el “gran reemplazo”4 no se ha reavivado con la llegada de millones de refugiados ucranianos a Europa. Pero la guerra que había provocado la huida de estas familias blancas, y sobre todo cristianas, también aumentó el costo de las materias primas y agravó la inflación. Desde 2022, en casi todas partes, la extrema derecha ha conseguido desviar la ira desatada por el aumento del costo del combustible o de la calefacción contra la ecología y quienes la defienden. Basta de “propaganda climática [que dice] qué hacer y qué comer”, de los “punks” que arrojan “salsa de tomate a la Gioconda”, se exasperaba en marzo Éric Zemmour [candidato presidencial de Reconquista, partido de ultraderecha francés]; basta de “histeria irracional del CO2 que está destruyendo estructuralmente nuestra sociedad, nuestra cultura y nuestros estilos de vida”, reiteraba la AfD en 2023, mientras los Verdes alemanes intentaban prohibir las calderas de gas y fueloil5.

Las derechas radicales persiguen ahora el mismo objetivo a pesar de sus diferencias: defender este famoso “estilo de vida” resumido en el lema de la Confederación de Libertad e Independencia de Polonia, “una casa, un césped, una barbacoa, dos autos, vacaciones”; todas denuncian ideologías –islamistas, ecologistas, wokistas, globalistas– que creen que contribuyen a la aniquilación de la civilización o a fomentar el salvajismo. “La cuestión fundamental de nuestro tiempo es saber si Occidente tiene la voluntad de sobrevivir”, afirmó el entonces presidente de Estados Unidos Donald Trump en Polonia en 2017.

PiS, Fidesz, RN y toda la extrema derecha europea comparten este postulado que, a sus ojos, presenta al menos tres ventajas. La de combinar “sentido común” y transgresión, cuando es nuevamente posible decir lo que todos –o casi todos– piensan en silencio. La de ser todoterreno y abordar con apariencia de coherencia cualquier tema, desde la identidad transgénero, figura máxima de la decadencia, hasta el conflicto en Oriente Medio: “Si Jerusalén cae en manos de los musulmanes –temía ya Geert Wilders en 2010–, le seguirán Atenas y Roma. Jerusalén es la principal línea de defensa de Occidente”6. Finalmente, la ventaja de hacer caer en la trampa a los adversarios políticos.

La respuesta de la extrema derecha a la crisis social le otorga de hecho un doble ascendiente sobre la izquierda: la eficacia nunca refutada de acusar a un chivo expiatorio; la división de las clases trabajadoras que a los progresistas les gustaría unir. Y sus posiciones ya no asustan a una derecha de por sí radicalizada. Qué largo camino se ha recorrido. En 2000, la participación del FPÖ de Jörg Haider en el gobierno austríaco suscitó el oprobio de los liberales o democristianos del continente. El presidente francés Jacques Chirac denunció una ideología opuesta a “los valores del humanismo y del respeto a la dignidad del hombre”. En 2024, Los Republicanos (LR) –custodios políticos de Chirac– tienen a François-Xavier Bellamy como cabeza de lista, quien decía que, de haber habido una segunda vuelta de las elecciones presidenciales entre Emmanuel Macron y Zemmour, habría votado por este último.

La propuesta del candidato de Reconquista de crear un ministerio de reemigración provocó (un poco de) escándalo en marzo de 2022. Este 15 de mayo, sin embargo, 15 Estados miembros escribieron a la Comisión Europea para pedir una política migratoria aún más firme; y, junto con Italia, gobiernos de derecha, centristas o incluso socialdemócratas en los casos danés y rumano, han llegado a preconizar el traslado de solicitantes de asilo a terceros países, basándose en el modelo del acuerdo aprobado por los conservadores británicos con Ruanda. Francia no firmó esta solicitud, pero participó en su redacción. De manera más general, el alineamiento del macronismo respecto de la preferencia nacional –evidente durante la adopción de la llamada ley de “inmigración” en diciembre de 2023–, del “bienestar” o de la “ecología punitiva” explica quizá el ensañamiento del presidente francés y su primer ministro Gabriel Attal en presentar a RN como el partido ruso en Francia, en un intento de distinguirse de él.

En cuanto a LR, a menudo optan por la escalada. Su presidente Éric Ciotti se hace cargo de hablar de “gran remplazo” o se niega a condenar los actos violentos de los militantes de ultraderecha que gritan “el Islam fuera de Europa” tras la muerte del joven Thomas Perotto en Crépol en noviembre de 2023. Jordan Bardella lo llamó entonces a la moderación en France 2: “No respondemos a la violencia en la sociedad con expediciones punitivas, justicia privada y consignas vengativas”. Rompiendo con la tradición gaullista, Ciotti también tiende a ir más allá de RN con un apoyo tan incondicional como virulento al gobierno de extrema derecha israelí. Y, en materia de inmigración o normas medioambientales, LR es cada vez más crítico respecto de las políticas de la Unión Europea.

Aterciopelados

LR señala a veces la falta de credibilidad de RN. “Los franceses tienen grandes dudas sobre la competencia de Marine Le Pen, que nunca ejerció la más mínima responsabilidad”, intentó tranquilizarse Laurent Wauquiez en Le Figaro el 13 de julio de 2023. Pero este argumento pierde fuerza cuando altos funcionarios como Fabrice Leggeri se suman a la lista de Bardella en las elecciones europeas, o cuando la prensa de derecha –Le Figaro o Les Échos– abre sus columnas a expertos que legitiman las propuestas de RN.

Así, la derecha se está volviendo extrema en un juego político reconfigurado por una extrema derecha que ha eliminado los elementos más divisivos de su programa. Meloni, en tanto presidenta del Consejo italiano –que ahora apoya el atlantismo y el euro– exhibe su amistad con Ursula von der Leyen7. Tras las elecciones del 9 de junio, la presidenta de la Comisión ya no excluye una alianza de su agrupación, el Partido Popular Europeo (PPE), con la de los Conservadores y Reformistas (CRE), que las tropas de Meloni comparten con Vox o el PiS. Los acuerdos de coalición también llevaron a los Demócratas de Suecia a resignarse a ser miembros de la Unión Europea o al PVV a admitir el apoyo militar a Kiev. En cuanto a la globalización, ya no enfrenta a la derecha –menos fanática del libre comercio desde la crisis sanitaria y el surgimiento de China como amenaza global– contra una extrema derecha que reformula la cuestión en términos civilizatorios.

Estos ajustes deben responder a un objetivo revelado por el jefe del grupo Fratelli d’Italia a la Cámara de Diputados en RFI el 1º de mayo: “una Europa que gobierne sin los socialistas y sin esos grupos que se definen a sí mismos como ecologistas pero que en realidad son ecoextremistas”. En efecto, la cuestión más inmediata en estas elecciones de junio reside en la capacidad de la derecha más dura de cuestionar la cogestión del Parlamento por parte del PPE y los socialistas. Un sistema de acuerdos de geometría variable podría sustituirla. En el hemiciclo prevalecerían debates sociales cada vez más acalorados; y respecto de las cuestiones económicas, entre bastidores, acuerdos siempre igual de opacos.

Grégory Rzepski, miembro del comité de redacción de la revista L’Intérêt général y colaborador de Le Monde diplomatique. Traducción: Micaela Houston.


  1. “The hard right is getting closer to power all over Europe”, The Economist, Londres, 16 de setiembre de 2023. 

  2. Serge Halimi, “La Europa que ya no queremos”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, agosto de 2015. 

  3. Pierre Rimbert, “Alemania bajo la presión de sus aliados”, Le Monde diplomatique, enero de 2018. 

  4. Ver Vincent Berthelier, “La desaparición del hombre blanco”, Le Monde diplomatique, edición Uruguay, mayo de 2014. 

  5. Matthieu Jublin, “‘L’écologie punitive’, une imposture des droites”, Alternatives économiques, Quétigny, mayo de 2024. 

  6. Roee Nahmias, “Geert Wilders: Change Jordan’s name to Palestine”, ynetnews.com, 20-6-2010. 

  7. Benoît Bréville, “El modelo Meloni”, Le Monde diplomatique, edición Uruguay, julio de 2023.