Este perfil político de la presidenta de la Comisión Europea muestra el ascenso y la consolidación de una lideresa proveniente de las élites patricias de la política regional alemana. Su énfasis en los valores tradicionales y en el mercado –pese a sus polémicos fracasos– apuntala el giro a la derecha de Bruselas, que también se analiza en el artículo, a tono con el resultado de las elecciones del pasado 9 de junio.

Cuando en julio de 2019 Ursula von der Leyen obtuvo la mayoría mínima que la impulsó al cargo de presidenta de la Comisión Europea, todos imaginaron que esta figura más bien centrista de la democracia cristiana alemana se conformaría con cumplir las tradicionales obligaciones contractuales asociadas a su función: representar a una burocracia bruselense a veces sospechada de vivir en un exoplaneta; avanzar con prudencia sobre la cuerda floja de los equilibrios entre el Partido Popular y los socialdemócratas quienes, junto con los liberales, coadministran el Parlamento. Pero la pandemia de covid-19 y la guerra en Ucrania cambiaron la situación. Aprovechándose de las grietas institucionales de la Europa política, Von der Leyen impuso una nueva orientación en materia de defensa, de medioambiente y de inmigración sin herir demasiado las convicciones de los partidarios más celosos de la Europa federal ni lesionar las sensibilidades progresistas y conservadoras. A costa de algunos rodeos: después de su plan de reactivación económica de mayo de 2020, pareció reorientar a la Unión hacia un desarrollo más duradero con el Green Deal (Pacto Verde), pero recientemente dio marcha atrás ante la revuelta generalizada de su propia rama política y del mundo agrícola.

Entre todas las consideraciones determinantes para una candidatura a la cabeza de la Comisión, la de la cercanía con el agricultor bávaro o con el ganadero bearnés fue descartada de manera expresa. Proveniente de un linaje patricio de la Hanse1, Von der Leyen se volcó a la política a comienzos de los años 2000 en las tierras de su padre, ministro-presidente de Baja Sajonia, vicepresidente de la Unión Cristiana Demócrata (CDU) y alto funcionario europeo en la Dirección General de Competencia. Acostumbrada desde la infancia a las páginas de las revistas, educada en el respeto de los valores conservadores y de la plegaria en la mesa, estudiante en la London School of Economics bajo un seudónimo para huir de las amenazas de secuestro por parte de la Fracción del Ejército Rojo, doctora en Medicina, diestra tanto en inglés como en francés, Von der Leyen nunca desarrolló la pasión por las grandes multitudes: prefiere montar a caballo antes que brindar con una cerveza con los militantes.

En contraposición a una conducta considerada cortante con sus colaboradores, con una tendencia a ubicar a sus allegados en cargos clave y de un ascetismo que contrasta con la relativa bonhomía de sus predecesores, Von der Leyen llevó con facilidad la relación con los medios de comunicación, algo sin precedentes para ese cargo. Desde su paso por el Ministerio de Familia en 2005, donde personificaba a una mujer activa y madre de siete hijos para promover una política de asignaciones destinada a poner a las mujeres a trabajar, domina las reglas del espectáculo audiovisual y aparece en todas las fotos oficiales, a veces a tal punto que los jefes de Estado y de gobierno europeos tienen la sensación de que se está colando.

Compromiso con el rearme

De forma paradójica, la crisis de la covid-19 y la guerra en Ucrania le brindaron la oportunidad de fortalecer su imagen mientras sus fracasos se alineaban. Su mandato en el Ministerio de Defensa alemán (2013-2019) estuvo marcado por el mismo sello: tras el brillo de las fotos de la ministra inspeccionando los panzers, estalló el escándalo porque la institución era administrada por las consultoras a las que Von der Leyen, empedernida creyente en la eficacia de los mercados, había subcontratado para encargarse de aquellos. La misma creencia ciega, además de aficionada, guio su gestión de las compras de vacunas en 20212. Luego, en los siguientes años, se obstinó en endurecer las ineficaces sanciones económicas contra Rusia, a costa de una enorme inflación en Europa y de la recesión alemana3.

Pues hay un ámbito en el que las convicciones de Von der Leyen reemplazan su fe liberal: su hostilidad contra Rusia, país al que percibe como el mal absoluto. Como una amenaza capaz de unificar por fin a una Europa de valores democráticos, liberales y atlantistas. Chaleco amarillo, camisa celeste: por medio de su discreto lobby a favor de la entrada urgente de Ucrania en la Unión, sus casi cotidianas declaraciones antirrusas y su voluntad de reforzar la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), la presidenta de la Comisión pareció tomar el control de una diplomacia europea que, en términos jurídicos, sigue siendo prerrogativa del Consejo Europeo, es decir, de los jefes de Estado y de Gobierno.

En ese ámbito, Von der Leyen defiende las posiciones militaristas y beligerantes del Pentágono, de los países bálticos o de Polonia, más que aquellas de Europa del Sur. “La alianza que estableció con [el presidente de Estados Unidos, Joe] Biden favorece su influencia en Europa y confiere a la Comisión un estatus sin precedentes”, observa el diario británico Financial Times (22-23 de abril de 2023). Por cierto, Ursula von der Leyen nunca disimuló su deseo de dirigir la alianza atlántica, una aspiración paradójicamente obstaculizada por su obsesión antirrusa, tan pronunciada que el canciller Olaf Scholz temió que a la larga genere un perjuicio a Alemania4. La silenciosa discreción que exhibe con respecto a los crímenes de guerra israelíes en Gaza hace destacar por contraste su desmesura proucraniana.

Este compromiso con una Europa rearmada, lejos de los tradicionales discursos pacifistas, se concretó por medio de la Estrategia Industrial Europea de Defensa y de la propuesta de crear un cargo de Comisario que represente la unidad de la futura política de defensa. Si bien llegó con promesas de paz, hoy por hoy Ursula von der Leyen representa el regreso de una Europa-potencia dotada de un sólido brazo militar, donde el enorme subsidio público permite el desarrollo de una industria privada puesta al servicio de la identidad europea.

En términos de “identidad y valores”, su presidencia sentó las bases de una nueva configuración política, evidenciando de manera cada vez menos disimulada profundas y rápidas evoluciones ideológicas.

Euronacionalismo pragmático

Durante mucho tiempo las instituciones europeas percibieron la escalada de los partidos de derecha radical como el principal desafío al que debían enfrentarse, tanto en el Parlamento Europeo, con el ascenso regular de los grupos nacionalistas y antieuropeos, a menudo calificados de “populistas”, como, sobre todo, en el seno de los Estados miembro5. En pocos años, las fuerzas de derecha radical, hasta ahora limitadas a los márgenes, impusieron su agenda en varios países. Algunas veces, tomando las riendas de los ejecutivos nacionales, como en Italia en torno al partido posfascista Fratelli d’Italia, inmiscuyéndose en el seno de coaliciones gubernamentales, como en Finlandia, Eslovaquia y Hungría, o más recientemente en Países Bajos y Croacia. Otras, convirtiéndose en fuerzas parlamentarias de apoyo, como en Suecia6.

Las últimas elecciones europeas confirmaron su avance, sin que la derecha del Partido Popular Europeo tambaleara. En Estrasburgo, el primer grupo podrá entonces, en función de las circunstancias, ya sea renovar su coalición informal con los socialdemócratas y los centristas, ya sea buscar el apoyo de la derecha radical. La lógica de la votación en el Parlamento Europeo, así como en los Parlamentos nacionales (en Francia, por ejemplo, con la ley sobre la inmigración), revela en la práctica una creciente difuminación de los límites entre los grupos que están a la derecha del tablero. El hecho de que los más rígidos se hayan reorientado en materia económica facilita las convergencias, simbolizadas por el reciente acercamiento entre Von der Leyen y Giorgia Meloni.

De hecho, las perspectivas trazadas por la presidenta de la Unión tienen el mérito de tener cierta claridad. Lejos de renunciar al marco que nuevamente rige las políticas presupuestarias de los Estados miembro, la futura Europa seguiría cuestionando los Estados de bienestar bajo la apariencia de la austeridad, mientras gasta sin control el dinero público en rearme e innovación. El paréntesis de la “recuperación covid” ya está del todo cerrado y, sobre todo, la urgencia de la transición ecológica se aleja de las prioridades por el efecto de la crisis agrícola, surgida de la inflación y de las importaciones provenientes de Ucrania. Los altos niveles de endeudamiento público y la acelerada pérdida de competitividad de la industria europea, particularmente debido al encarecimiento del costo de la energía, están acompañados por un diagnóstico que carece de originalidad: “La competitividad debe ser el leitmotiv de la Unión Europea para los años venideros”, como proclama el Partido Popular Europeo en su sitio web (25 de abril de 2024). Traducción: la economía europea, debilitada por excesivos costos sociales, debe profundizar sus reformas estructurales para no naufragar en la competencia mundial.

Una concesión acorde a la época: el discurso librecambista mundial está acompañado de un endurecimiento intervencionista, al menos verbal, frente a las prácticas desleales de los competidores mundiales, y en particular frente a las “distorsiones del mercado”: “Así que alenté al gobierno chino a que se ocupe de esas sobrecapacidades estructurales”, explicó Von der Leyen durante la visita del presidente Xi Jinping a Francia en mayo de 2024. El apoyo a la soberanía industrial europea, apreciada por el presidente francés Emmanuel Macron, se convirtió en el de una Europa más agresiva a escala mundial, muy lejos de la feliz y plácida mundialización de los años 1990-2000. Así, austeridad y liberalización interna, tímida legitimación de las prácticas proteccionistas a escala europea, salpicada por una argumentación ecológica, incluso social, y sobre todo inversión masiva en el aparato militar-industrial, constituyen las grandes líneas de una nueva presidencia de Von der Leyen, rumbo compartido por las principales fuerzas políticas. Desde 2022, esta economía caqui, a falta de una revitalización verde, estuvo acompañada por un nuevo discurso sobre la identidad europea, definida ante todo por oposiciones –antirrusa, antichina y antiislámica–, y cada uno de esos polos presenta rasgos variables según los actores, las metas y los períodos.

Pero apaciguar las fuerzas “posliberales” y consolidar la cohesión de un espacio objetivamente heterogéneo, ya sea en los planos económico, político o religioso, requiere un motor ideológico más potente aún: la afirmación de una especificidad, incluso de una superioridad, de la civilización europea definida en términos voluntariamente imprecisos7. Von der Leyen es muy buena en este ejercicio. Las diferentes fuerzas políticas pueden reconocerse en un discurso que no se decide entre la “Europa de los valores” (democrática, ecológica y social) y la “Europa étnico-religiosa”. Esta última está latente en varios países de Europa Central y explícita en el seno de las fuerzas llamadas “populistas”, como el Partido Ley y Justicia (PiS) polaco, miembro del grupo de los Conservadores y Reformistas Europeos (ECR), a quienes Von der Leyen cortejó de forma abierta. Así, dos concepciones de la Unión Europea potencialmente opuestas, pero en la práctica indisociables, coexisten gracias a la imprecisión mantenida por la presidenta de la Comisión. En las tradiciones de izquierda y ecologista, aun en las muy moderadas, como en Alemania, e incluso en la democracia cristiana “tradicional”, la Europa política no tiene anclaje étnico o religioso y se define ante todo a partir de los derechos, sin límite geográfico claro a priori. Así concebida, Europa podría potencialmente expandirse desde el Atlántico hasta los Urales (o al menos hasta Odesa), e incluso más allá, y en principio integrar a una futura Turquía “democrática”, así como se prepara para integrar a Bosnia y Herzegovina, mayoritariamente musulmana.

Hoy por hoy, en el otro extremo, la realidad concreta de las políticas migratorias cada vez más restrictivas promovidas por los principales actores, con Meloni y Von der Leyen en primer lugar, define a una Europa cerrada a las poblaciones del Sur. En esta Europa conservadora, donde hoy por hoy la defensa resume toda la acción pública voluntarista, los valores “tradicionales”, centrados en la familia, ganan terreno. “Las ideologías, tales como la ideología de género, niegan la realidad biológica y social y socavan la identidad de los ciudadanos”, explica el sitio web del grupo ECR, que “puso el destino de los cristianos perseguidos en el primer plano de la agenda de política exterior de la UE”. Paradójicamente, la convergencia entre los liberales económicos y las derechas radicales aproxima la ideología europea en gestación a la base intelectual nacionalista conservadora de la que se nutren desde hace varios años dirigentes como el expresidente estadounidense Donald Trump, el mandatario ruso Vladimir Putin o, en otro contexto ideológico-religioso, su colega indio Narendra Modi.

En suma, por la magia de un posicionamiento euronacionalista pragmático, Von der Leyen reuniría varios polos a menudo opuestos a nivel nacional8. Primero, los “demócratas”, sobrerrepresentados en el Oeste en las profesiones calificadas como de sólido capital cultural y que, frente a la amenaza autoritaria “ruso-china”, proyectan al mundo el espíritu de una “Europa de los valores” (ecológica, social y democrática); luego, los dirigentes e ideólogos islamofóbicos, omnipresentes en el espacio público; además, las clases populares y medias, entre las cuales amplios sectores cargan sobre los inmigrantes el peso de sus frustraciones ante las reformas neoliberales y las brutales desigualdades; por último, los grupos sociales económicamente predominantes y sus apoyos intelectuales y mediáticos, que siguen impulsando esas políticas destructoras de la cohesión social. Esta “gran coalición” social y política en gestación probablemente fue la que ganó las elecciones del 9 de junio.

Frédéric Lebaron, profesor de Sociología en la École Normale Supérieure Paris-Saclay. Traducción: Micaela Houston.


  1. Federación comercial y defensiva de comunidades de comerciantes alemanes en el mar Báltico y de ciudades que se encuentran en los Países Bajos, el norte de Alemania, Suecia, Polonia, Letonia y Estonia. 

  2. Peter Kuras, “The Aristocratic Ineptitude of Ursula von der Leyen”, Foreign Policy, Washington, 30-4-2021. 

  3. Ver David Teurtrie, “Keynesianismo militar y otras cartas de poder”, Le Monde diplomatique, edición Uruguay, junio de 2024. 

  4. Christoph B. Schiltz, “Scholz verhinderte von der Leyen – nun ist ein Niederländer Favorit als Nato-Chef”, Welt am Sontag, Berlín, 22-2-2024. 

  5. Guillaume Sacriste, Le Parlement européen contre la démocratie, París, Presses de Sciences Po, 2024. 

  6. Ver Grégory Rzepski, “Europa, el partido del orden”, Le Monde diplomatique, edición Uruguay, junio de 2024. 

  7. Ver Frédéric Lebaron, “La ilusión del nacionalismo europeo”, Le Monde diplomatique, edición Uruguay, marzo de 2023. 

  8. Cf. Bruno Amable y Stefano Palombarini, L’illusion du bloc bourgeois, Raisons d’agir, París, 2017.