El nuevo panafricanismo ya no procede de las élites, sino de los jóvenes y los movimientos populares. Impulsado por la sed de soberanía, y unido por un fuerte espíritu antifrancés, este grupo variopinto, a veces arraigado a un nacionalismo extremo y hasta autoritario, encuentra en Rusia un aliado estratégico.

Electo bajo la promesa de romper con lo previo, fue sin embargo con todos los atributos de la respetabilidad –traje y corbata azul, echarpe verde de la gran cruz de la Orden Nacional y collar de oro de la Orden Nacional de Lyon– que Bassirou Diomaye Faye prestó juramento ante un público de jefes de Estado y gobernadores africanos el 2 de abril1. El nuevo presidente senegalés, el más joven de la historia del país (44 años), ganador en primera vuelta con más del 54 por ciento de los votos, permaneció sereno detrás de su pupitre. Ni fanfarronada ni anatema: su discurso minimalista de unos diez minutos no se despegó en nada del de sus pares de África Occidental: “democracia”, “libertad”, “progreso”, “soberanía”, aunque no “ruptura” y todavía menos “revolución”. Tampoco habló de la juventud que lo llevó al poder luego de una serie de manifestaciones reprimidas con sangre por el régimen de Macky Sall (al menos 56 muertos desde 2021, según Amnistía Internacional). De todos modos, consintió en recordar que “los resultados que se desprenden de las urnas expresan un deseo profundo de cambio sistémico”.

Sin embargo, una semana antes, el 25 de marzo, una vez asegurada su victoria, el candidato de los Patriotas Africanos de Senegal por el Trabajo, la Ética y la Fraternidad (Pastef) había usado un término con gran carga simbólica respecto de esta necesidad de cambio. “Soy portador de un panafricanismo de izquierda”, había lanzado a sus partidarios. “El único panafricanismo que vale”, agregan sus asesores. “Para eso luchamos desde el comienzo”, asegura uno de ellos. “Luchamos por un Senegal libre, dentro de una África libre, dentro de un mundo libre”. El asesor quiere creer que la victoria de Pastef es parte de una etapa fundamental dentro de la renovación de esa gran idea que muchos pensaban obsoleta, a fuerza de desvíos.

Las dos edades

El panafricanismo es “un enigma histórico”, considera el historiador Amzat Boukari-Yabara, quien recuerda que “su fecha y lugar de nacimiento divergen en función de los criterios que se adopten para definirlo”, y que “su misma definición varía”2. La más habitual lo describe como un movimiento de emancipación, de afirmación y de reapropiación política y cultural de la identidad de los pueblos africanos y afrodescendientes, contra los discursos colonizadores y racistas de los europeos. Georges Padmore, una de las figuras históricas de esta corriente, lo había definido en 1960 como una idea que apuntaba “a dar realidad a un gobierno de los africanos por parte de los africanos y para los africanos”3.

Su primera vida –lo que el sociólogo Saïd Boumama llama su “primera edad”4– se desarrolló esencialmente en el continente americano durante la primera mitad del siglo XX: se trataba, para los descendientes de esclavos, de reapropiarse de su historia y su identidad a fin de emanciparse del “supremacismo” blanco. Emparentado entonces con el pan-negrismo, promovía la solidaridad racial y la revalorización cultural de África y los negros. Se estructuraba en torno a varios intelectuales que tomaban caminos diferentes. Dos de ellos dejaron una huella duradera: el académico estadounidense William Edward Burghardt Du Bois (llamado W.E.B. Du Bois) y el militante jamaiquino Marcus Garvey. El primero reivindicaba la igualdad de derechos dentro de Estados Unidos, al mismo tiempo que defendía la independencia de las colonias. Participó particularmente en la primera Conferencia panafricana en 1900 en Londres, después organizó cinco congresos panafricanos entre 1919 y 1945. El segundo promovía el retorno de los descendientes de esclavos al continente africano –lo que se denomina “sionismo negro”–. Sostenía la idea de “razas puras” y la necesidad de separarlas. Uno y otro permitieron al panafricanismo diferenciarse del pan-negrismo al transformar la conciencia racial en un proyecto político y geográfico que apuntaba a liberar a África del yugo colonial.

Después de la Segunda Guerra Mundial, los movimientos de liberación se apoderaron del panafricanismo para convertirlo en una herramienta de lucha contra los imperialismos. Fue la “segunda edad”. Emergieron por entonces nuevas figuras. La más conocida es Kwame Nkrumah, el dirigente político ghanés que creía posible la constitución de los “Estados Unidos de África”, una unión indispensable, a sus ojos, para resistir la influencia de las antiguas metrópolis y de las dos grandes potencias, la soviética y la estadounidense. Dentro de ese panteón estaba también el psiquiatra y militante martiniqués Frantz Fanon, el historiador senegalés Cheikh Anta Diop e incluso el ex primer ministro del Congo Patrice Lumumba. Todos advertían contra el riesgo de balcanización y el neocolonialismo. Aunque se cuidaron de no alinearse con el bloque comunista, se pusieron del lado del campo de los revolucionarios y desarrollaron un discurso anticapitalista. Nkrumah defendía, en especial, la idea de un socialismo anclado en la tradición africana precolonial –lo que denominaba conciencismo– que apuntaba a “dar a África sus principios sociales humanistas e igualitarios”. Pero aquellos que intentaron pasar al acto fueron impiadosamente derrotados o eliminados con la ayuda de los occidentales: el asesinato de Lumumba en 1961, el golpe de Estado contra Nkrumah en 1966, etcétera. Es cierto que en 1963 fue fundada la Organización de la Unidad Africana (OUA, convertida en Unión Africana en 2002), pero se trataba de “una alianza entre dirigentes que buscaban defender su poder”, según Boukari-Yabara.

Un paréntesis

Hubo otros revolucionarios que encarnaron el ideal panafricano en el transcurso de las décadas siguientes: el tanzano Julius Nyerere, el bisauguineano Amílcar Cabral, el burkinés Thomas Sankara... Pero, con la caída del Muro de Berlín en 1989, se abrió un paréntesis durante el cual el panafricanismo se vació de su sustancia. En las décadas de 1990 y 2000, todo el mundo se reivindicaba panafricano: el libio Muammar Khadafi, que financiaba proyectos faraónicos en la África subsahariana mientras sostenía rebeliones armadas en algunos países; el senegalés Abdulaye Wade, que hacía construir el Monumento al Renacimiento Africano en Dakar, al mismo tiempo que llevaba adelante una política ultraliberal... La instrumentalización alcanzó su paroxismo cuando el presidente francés Emmanuel Macron creyó sensato afirmar, al margen de la XVIII Cumbre de la Francofonía en Túnez, en noviembre de 2022, que el francés era “la verdadera lengua universal del continente africano”, y que, en ese sentido, “la francofonía es la lengua del panafricanismo”.

Así, en el inicio del siglo XXI, el panafricanismo ya no asusta a nadie. Incluso las instituciones de Bretton Woods, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial, se valen de él para hacer caer las barreras aduaneras e imponer el neoliberalismo. Así, la Unión Africana hace referencia, en su acta fundacional, a “los nobles ideales que guiaron a los padres fundadores de su organización continental y a generaciones de panafricanistas”, al mismo tiempo que lanza la Nueva Alianza para el Desarrollo de África (Nepad), su programa más emblemático, que apunta a desarrollar y a unificar el continente a partir del modelo neoliberal promovido (y con frecuencia impuesto) por las instituciones financieras internacionales y los socios occidentales. El activista nigeriano Moussa Changari habló entonces de una suerte de “túnica africana del neoliberalismo”. En la Nepad se sucedieron otros proyectos de la misma tónica: la Agenda 2063, o incluso el Área de Libre Comercio Continental Africana. Este proyecto, promovido por el presidente ruandés Paul Kagamé, entró en vigor en 2021. Prevé la creación de un mercado único africano para mercancías y servicios que englobe a los 54 Estados del continente. Este “panafricanismo de derecha” se expresa también en los congresos panafricanos oficiales, muy alejados del gran acontecimiento de Londres de 1900. Después de tres ediciones, en 1974, 1994 y 2014, el próximo congreso tendría lugar en octubre próximo en Togo. Instrumentalizado por los jefes de Estado, este encuentro terminó por no despertar ya ningún entusiasmo de parte de los militantes.

El reencantamiento de la juventud

Frente a esta aplanadora, algunos pocos partidos y asociaciones, artistas y algunos colectivos de investigadores e intelectuales (más numerosos pero dispersos) hacen todo lo posible por mantener la llama encendida. El investigador Aziz Salmone Fall es uno de ellos. Hijo de un diplomático senegalés y de una académica egipcia, fundó en 1984, junto con otros militantes, el Grupo de Investigación e Iniciativa para la Liberación de África. Desde hace 40 años predican un “panafricanismo de ruptura”, en oposición al “panafricanismo institucional”. Tras una larga travesía en el desierto, ahora asisten a “una verdadera locura”. Pero Fall no oculta su preocupación por esta nueva generación que sólo conoció el liberalismo y jamás leyó ni a Nkrumah ni a Padmore.

En la Universidad de Dakar, Oumar Dia, profesor de filosofía, constata la creciente popularidad de los “héroes” del panafricanismo, empezando por Cheikh Anta Diop y Thomas Sankara. “Después de las independencias, hubo cierto desencanto –explica–. Hoy asistimos a un reencantamiento, especialmente en la juventud”. Algunos hablan de una nueva vida o, como diría Bouamama, de una “tercera edad”. Si bien retoma las grandes líneas del panafricanismo histórico, esta nueva versión difiere en dos puntos principales. En primer lugar, ya no procede de las élites, como durante el siglo XX. “Vemos que, a nivel diplomático y político, e incluso a nivel académico, no hubo una verdadera evolución, salvo raras excepciones. No veo que muchos jefes de Estado o partidos políticos se reivindiquen panafricanos. Este discurso se escucha más bien a nivel popular, en el Sahel especialmente, y en las diásporas”, subraya el economista senegalés Ndongo Samba Sylla. En segundo lugar, este nuevo panafricanismo es con frecuencia confuso y heterogéneo.5

Investigador en el Instituto Fundamental de África Negra de Dakar, el sociólogo Muhamed Abdallah Ly disfruta al observar esta nueva generación de militantes particularmente comprometidos: “un grupo variopinto de jóvenes” que va “desde el doctorando que habla un francés impecable hasta el vendedor ambulante que sólo habla wolof”. Este fenómeno estaría impulsado por la sed de soberanía y la aparición de las redes sociales, que facilitan la transmisión, si no de conocimiento, al menos de eslóganes. Pero también se debe a la labor de concientización que llevaron adelante, en los últimos diez años, las organizaciones autónomas que movilizan a la juventud.

Este es el rol desempeñado por el movimiento Y en a marre (“estamos hartos”, YAM) en Senegal, que nació en enero de 2011 cuando un grupo de periodistas y raperos decidió, en medio de un enésimo corte de electricidad, poner fin a los cortes programados, la administración fraudulenta y el aumento de precios6. Sus discursos radicales y sus acciones territoriales los convirtieron en los portavoces de la nueva generación, la que, unos años antes, había empezado a tomar el camino del mar, poniendo en peligro sus vidas, para llegar a Europa. La mezcla fraguó de inmediato y, un año después, los miembros de YAM desempeñaron un papel fundamental en la movilización contra el intento del presidente Wade de mantenerse en el poder modificando la Constitución.

En ese mismo momento, se lanzó un movimiento similar en la República Democrática del Congo (RDC): Lucha. Y algunos meses más tarde, el movimiento Balai Citoyen hizo una sensacional aparición en Burkina Faso. Creado en 2013 por un grupo de intelectuales y artistas, el movimiento reivindica a Sankara. El revolucionario, que estuvo en el poder entre 1983 y 1987, vuelve a estar de moda, para disgusto del hombre que lo derrocó: el presidente Blaise Compaoré. En 2014, el Balai estuvo en el centro de la insurrección que obligó al jefe de Estado a huir del país después de 27 años de reinado7.

En aquella época, ya era evidente que estos movimientos marcaban una ruptura. Eran resultado, al mismo tiempo, de la evolución demográfica de los países africanos (60 por ciento de su población tenía menos de 24 años, según Naciones Unidas), del deterioro de la situación económica y social, marcado por las manifestaciones por el aumento del costo de vida en 2008, y de la crisis de confianza respecto de los partidos políticos, y más ampliamente respecto del sistema electoral. “El factor generacional no explica todo ni mucho menos, pero se revela central”, escribían por entonces los politólogos Augustin Loada y Mathieu Hilgers a propósito del éxito del movimiento de Balai Citoyen. “Esta joven generación se convierte en adulta dentro de un sistema político acerrojado y, para la mayoría que no pertenece al clan en el poder, con la sensación además de no ser tomada en cuenta”8.

Mural del cineasta burkinés Idrissa Ouedraogo en vísperas de la inauguración del Festival Panafricano de Cine y Televisión en Uagadugú, Burkina Faso.

Mural del cineasta burkinés Idrissa Ouedraogo en vísperas de la inauguración del Festival Panafricano de Cine y Televisión en Uagadugú, Burkina Faso.

Foto: Issouf Sanogo, AFP

Ni un poco de amor francés

Con rapidez, el discurso cambió. A mediados de los 2010, se produjo un punto de inflexión: el rechazo al neocolonialismo tomó la delantera. Un ejemplo: en Burkina Faso, el Colectivo Antirreferéndum (CAR)9, un movimiento juvenil de oposición a Compaoré, mantuvo las mismas siglas tras la caída de su régimen, pero se convirtió en el movimiento Ciudadano de África por el Renacimiento. En 2017, su fundador, Hervé Ouattara, inscribió su combate dentro del movimiento panafricanista e hizo de la lucha contra el franco CFA su nueva prioridad.

En Senegal, mientras el YAM se agotaba, un colectivo de organizaciones lanzó en 2017 el Frente por una Revolución Antiimperialista, Popular y Panfricano (FRAPP), con un eslogan que se extendió como un reguero de pólvora: “France, dégage!” [¡Francia, soltá!]. Por supuesto, el FRAPP lucha contra el aumento del costo de vida, exige medios para la educación y reclama la renegociación de los Acuerdos de Asociación Económica (AAE) que vinculan a los países africanos con la Unión Europea. También se comprometió a aliarse con otras organizaciones de la subregión, dentro de la Organización de los Pueblos de África Occidental, creada en 2022. Pero su principal prioridad es la “soberanía económica y popular” de Senegal: exige el fin del franco CFA y el retiro del ejército francés, que tiene una base en Dakar desde la independencia. Su líder, Guy Marius Sagna, se destaca por sus violentas diatribas contra la antigua potencia colonial y la “parasitaria burguesía burocrática senegalesa, servil al imperialismo en general”10. “Eso es lo que quieren escuchar los jóvenes, quieren volver a tomar las riendas de su destino”, explica Souleymane Gueye, uno de los miembros fundadores del FRAPP. En su opinión, la lucha contra el imperialismo es parte plena del ideal panafricano.

Uno de los principales argumentos de los nuevos panafricanistas es la necesidad de adquirir una “segunda independencia”, o “verdadera independencia”. “Los jóvenes tienen la sensación de que la tarea no se terminó en 1960, que el colonialismo nunca terminó y que es incluso más evidente”, señala Ly. Ahora bien, en Senegal, como en todas las antiguas colonias francesas, el colonialismo se percibe sobre todo como procedente de París. Para el economista Samba Sylla, este panafricanismo 2.0 se desmarca de los precedentes en que “es menos un asunto de federalismo que de ‘fuerismo’. Los jóvenes ya no quieren dirigentes corruptos y, sobre todo, ya no quieren una Francáfrica”.

En estos últimos años, muchas organizaciones se hicieron un nombre con lo que en Francia se llama, algo exageradamente, un “sentimiento antifrancés”, que en verdad está emparentado con un rechazo de la política que París lleva adelante en África. Otros terminaron por formar parte de este combate, y por hacer de él una prioridad, mientras que no era su objetivo inicial. Otras figuras, a veces calificadas como “neopanafricanistas”, se impusieron en las redes sociales, pero también en el campo político. La más famosa en la esfera francófona, y también la que más divisiones suscita, es probablemente Kemi Seba.

Hijo de padres benineses instalados en Francia, Stellio Capo-Chichi (su verdadero nombre) se hizo conocido a mediados de la década del 2000 tras fundar varias organizaciones que defendían tesis supremacistas negras o separatistas, entre ellas Tribu Ka (disuelta en 2006 por el gobierno de Jacques Chirac por incitar al odio racial). Condenado en varias oportunidades en Francia, pasó varias temporadas en prisión. “Nos movíamos dentro del exceso –admite–. Éramos la sanción de nuestros ancestros”11. En 2011 abandonó Francia y se instaló en Senegal. Ahí cambió de posición y se lanzó en cuerpo y alma a la lucha contra el neocolonialismo y por un “panafricanismo revolucionario”. En 2017 se hizo un nombre fuera de Senegal al quemar un billete de 5.000 francos CFA (7,60 euros) en una concentración pública. Fue arrestado en el acto y deportado a Francia, y después se trasladó a Benín, donde creó Urgencias Panafricanistas, una organización no gubernamental que presenta como “ciudadana, geopolítica, tradicionalista y soberanista”.

Desde entonces, el activista –despojado de su nacionalidad francesa el 9 de julio tras un procedimiento extremadamente raro– encendió los motores a toda máquina, llamando a terminar con el franco CFA y a expulsar a los militares franceses. Como gran cantidad de neopanafricanistas, aplaudió los golpes de Estado que llevaron adelante los militares en Mali en 2020, en Guinea en 2021, en Burkina Faso en 2022 y en Nigeria en 2023. Apoya con vigor a los jefes de Estado que rompen con París y critica con vehemencia a los que califica como valets de Francia, como el marfileño Alassane Ouattara o el beninés Patrice Talon. Muy influyente en el continente, pero también en los territorios de ultramar y en el Hexágono [como también se conoce al territorio continental francés, por su forma], cuenta con 1,3 millones de amigos en Facebook, 306.000 seguidores en Instagram y 268.000 en X.

Kemi Seba simboliza las tensiones y contradicciones que atraviesan a los medios panafricanistas. Muchos activistas denuncian su orientación prorrusa o su discurso supremacista y virilista. Pero para la mayor parte, Seba pertenece sin embargo a la familia panafricana –tendencia Marcus Garvey: conservadora, racialista e incluso fascista, un término que el jamaicano reivindicaba–. Para el periodista y escritor senegalés El Hadj Souleymane Gassama (conocido como Elgas), no es más que un sepulturero. Denuncia el encierro sectario del que serían prisioneros los nuevos panafricanistas, su confusión, y habla de una “herencia travestida”12. Por su parte, y sin dar nombres, Aziz Salmone Fall no oculta su temor de que la nueva generación corrompa el panafricanismo histórico. “Muchos hacen ‘sankarismo’ sin conocer a Sankara”, considera. Deplora la instrumentalización del panafricanismo por parte de movimientos “neosoberanistas”, reaccionarios y nacionalistas, que juegan con los miedos y la ignorancia para imponer sus ideas.

En Mali, Nigeria, Guinea y Burkina Faso los dirigentes golpistas comprendieron muy pronto el interés en recuperar estos discursos. Denunciar el imperialismo francés, poner el acento en el soberanismo y, por lo tanto, inscribirse en el ideal panafricano es la forma más segura, para ellos, de ganar en popularidad. Y, de hecho, es la movilización popular lo que les permitió, entre otras cosas, eternizarse en el poder y resistir las presiones internacionales. Al principio, ninguno de ellos era conocido por sus ideas revolucionarias. Pero todos terminaron inscribiéndose oportunamente en este movimiento, e incluso abusando de él.

En Mali, el coronel Assimi Goïta recibe de modo regular a delegaciones supuestamente panafricanistas (recibió especialmente a Guy Marius Sagna y a Kemi Seba), y en sus discursos evoca “la vocación panafricanista de Mali”. Al mismo tiempo, hace detener todas las voces críticas, cierra el debate público y elogia los servicios de la milicia rusa Wagner para llevar adelante la guerra contra los grupos yihadistas. En Burkina Faso, el capitán Ibrahim Traoré explota el filón Sankara. Un día, rebautiza el bulevar Charles de Gaulle como bulevar Thomas Sankara; otro, eleva al revolucionario al rango de “héroe nacional”… Pretende querer continuar “el mismo combate” que el revolucionario asesinado en 1987, y no es raro que concluya sus discursos, como él, con las palabras “¡Patria o muerte, venceremos!”. Pero tampoco deja ningún lugar a la crítica, y encierra o reprime cualquier voz discrepante. En cuanto al amo de Nigeria, el general Abdourahamane Tiani, entonó el estribillo del antiimperialismo nada más tomar el poder en julio de 2023, exigiendo la salida de las tropas francesas y luego de las estadounidenses. Sin embargo, antes de eso, como comandante de la guardia presidencial, no tenía ningún problema en trabajar con ellas.

Estos dirigentes iniciaron una serie de reformas económicas que apuntaban a responder a las expectativas de la población. En particular, revisaron los códigos mineros y renegociaron algunos de los contratos firmados con multinacionales occidentales. Así, Nigeria decidió retirar al grupo francés Orano (ex Areva) el permiso de explotación del yacimiento de uranio de Imouraren en junio de 2024. En Burkina Faso, el capitán Traoré también puso el acento en la soberanía alimentaria: lanzó una “ofensiva agropastoral” que permitió cultivar trigo por primera vez en mucho tiempo en el país. Pero estamos muy lejos de la “gran noche” promovida por los panafricanistas posteriores a la independencia: ninguno de ellos desafió los intereses de la gran burguesía ni rompió con el FMI o el Banco Mundial. Raras fueron las iniciativas para aumentar los salarios de los más pobres o para luchar contra la corrupción. Y todos se inscriben en una forma de conservadurismo social: a diferencia de Sankara, los derechos de la mujer y las cuestiones medioambientales distan mucho de ser para ellos una preocupación.

En otras circunstancias, estos regímenes autoritarios no serían necesariamente vistos con buenos ojos por la izquierda panafricanista –incluso podría combatirlos–. Sin embargo, después de exigir, llegado el momento, la retirada de las tropas del ejército francés, después de romper relaciones diplomáticas con París, de abandonar la Comunidad Económica de los Estados de África Occidental –considerada por muchos un instrumento al servicio del imperialismo– y de fundar su propia “confederación”, la Alianza de Estados del Sahel (AES), después de declarar su voluntad de hacer una “puesta en común” de los propios recursos en los campos securitario, agrícola o energético, y finalmente después de anunciar su voluntad de salir del franco CFA y construir una nueva moneda común, gozan de una popularidad en lo más alto de la galaxia panafricana. Mientras que algunos de sus camaradas están presos en estos países, muchos militantes alaban el valor de los militares y los presentan como ejemplos a seguir. Para Pierre Sané, exsecretario general de Amnistía Internacional (1992-2001), “no por llevar el uniforme dejan de ser panafricanistas”.

No es fácil orientarse dentro de lo que Boukari-Yabara llama un guiso (bullabesa) ideológico. Hay muchos interrogantes: ¿quién es panafricano y quién no?, ¿cuáles son los límites de esta “marejada” –término que utilizan muchos de nuestros interlocutores–?, ¿acabará definitivamente con la influencia francesa?… Muchos se preguntan si el Pastef del nuevo presidente senegalés inspirará nuevas vocaciones, o si los países de la AES llegarán a cambiar el equilibrio de poder en la subregión. Pero se plantea otra cuestión: ¿podría el panafricanismo 2.0, que a veces se emparienta con un mesianismo político mistificador, desembocar en una forma de fascismo, o en una deriva identitaria alimentada por lo que el Bouamama denomina “la fetichización del África precolonial”, una especie de enfermedad infantil del panafricanismo que consiste en presentar el África ancestral como un paraíso igualitario? Esto es lo que preocupa a los guardianes del templo. “África no escapa a los fenómenos que se dan en otras partes del mundo”, subraya uno de ellos, que quiso permanecer en el anonimato. “En todas partes se impone la cuestión identitaria, y en todas partes se cuestiona el lugar de las antiguas potencias coloniales y de lo que se conoce como ‘Occidente’. El rechazo de las formas modernas de imperialismo es una etapa inevitable, indispensable. Sólo puede ser radical, incluso violento, ya que las potencias imperiales como Francia no tienen intención de irse solas. Pero si perdemos de vista que el panafricanismo es ante todo un internacionalismo que promueve la solidaridad de los pueblos más allá de fronteras y orígenes, vamos directo al desastre”.

Rémi Carayol, periodista. Traducción: Merlina Massip.


  1. Francis Laloupo, “El éxito electoral del ‘Trump senegalés’”, Le Monde diplomatique, edición Uruguay, abril de 2024. 

  2. Amzat Boukari-Yabara, Africa Unite! Une histoire du panafricanisme, La Découverte, París, 2014. 

  3. Georges Padmore, Panafricanisme ou communisme?, Présence africaine, París, 1960. 

  4. Saïd Bouamama, Pour un panafricanisme révolutionnaire. Pistes pour une espérance politique continentale, Syllepse, París, 2023. 

  5. Kwame Nkrumah, Le Consciencisme, Présence africaine, París, 2009 (Primera edición: Payot, 1964). 

  6. Jacques Denis, “‘Taper sur un monde creux pour le faire résonner’”, Le Monde diplomatique, abril de 2015. 

  7. David Commeillas, “Coup de Balai citoyen au Burkina Faso”, Le Monde diplomatique, abril de 2015. 

  8. Mathieu Hilgers et Augustin Loada, “Tensions et protestations dans un régime semi-autoritaire: croissance des révoltes populaires et maintien du pouvoir au Burkina Faso”, Politique africaine, 3, 131, París, 2013. 

  9. Rémi Carayol, “Dos concepciones de la ‘revolución’”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, enero de 2018. 

  10. Florian Bobin, “Au Sénégal, sortir du bourbier néocolonial”, Mots d’Afrique, en el blog del Diplo, París, 7-5-2021. 

  11. Kemi Seba, Supra-Négritude, Fiat Lux, Marsella, 2018. 

  12. Elgas, Les Bons Ressentiments. Essai sur le malaise post-colonial, Riveneuve, París, 2023.