La caída de Bashar Al-Assad abre una nueva era para Siria, y también para el mundo. Si bien Turquía parece el gran vencedor de este cambio, la pasividad del apoyo de Rusia e Irán al régimen derrotado genera dudas. El nuevo poder establecido en Damasco deberá probar que rompió definitivamente con el yihadismo, con el riesgo de fortalecer a las organizaciones más radicales.

“¡Alabado sea Dios, el tirano huyó!”. En la noche del 7 al 8 de diciembre de 2024, el rumor se propagó a través de las redes sociales árabes incluso antes de que la información fuera confirmada por los oficiales sirios. El presidente Bashar Al-Assad había salido del país hacia un destino desconocido –más tarde se sabría que, más o menos voluntariamente, se exilió en Moscú–. Durante algunas horas, la prudencia y el escepticismo compitieron con la euforia, aun cuando ya circulaban imágenes que mostraban el avance triunfal, en los barrios de la capital, de los soldados del Ejército Nacional Sirio (ENS) –una de las dos grandes organizaciones involucradas en el derrocamiento de Al-Assad, junto con Hayat Tahrir Al-Cham (HTC, Organización para la Liberación del Levante)–. La incertidumbre fue rápidamente despejada. Tras 24 años y medio de un reino despiadado con sus opositores, el sucesor de su padre Hafez –presidente entre 1971 y 2000– acababa de huir, para sorpresa casi generalizada. Un nuevo capítulo se abre en la tormentosa historia de Medio Oriente. Entender las múltiples razones del derrumbe de ese régimen permite esbozar las posibles consecuencias geopolíticas, en un contexto marcado, entre otros, por las masivas masacres y destrucciones cometidas en Gaza o en Líbano por el ejército israelí, así como por las derrotas de Hezbollah y de Hamas. Sin olvidar los breves enfrentamientos balísticos entre Israel e Irán o las órdenes de arresto emitidas en noviembre por la Corte Penal Internacional (CPI) contra el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu y su exministro de Defensa Yoav Gallant por los crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad cometidos en el enclave palestino.

Causas de la caída

Una de las principales razones del fin del régimen de Al-Assad se vincula con el deterioro continuo de las instituciones sirias. Tras haber reprimido de forma sanguinaria la revuelta popular de 2011, el expresidente no pudo impedir que su país renunciara a su soberanía a causa de las injerencias militares extranjeras, tanto por intervenciones de aliados (Rusia, Irán, Hezbollah) como de rivales, cuando no de adversarios (Estados Unidos, Turquía, Israel)1. A ello se suma el control de territorios completos por parte de fuerzas paraestatales –kurdos en el norte, el Estado Islámico (EI) en el este y coalición yihadista en el noroeste (región de Idlib)–. Ese desmoronamiento del Estado sirio se tradujo, con el paso de los años, en una dispersión en el seno del aparato administrativo y militar. La corrupción –incluso en los actos más triviales de la vida cotidiana, como la inscripción de un niño en la escuela–, así como el tráfico organizado por oficiales mal pagados –que no dudaban en revender equipos y combustible en el mercado negro–, debilitaron de modo considerable a un poder incapaz de proponer un proyecto unificador a sus ciudadanos, excepto por una hipotética reconquista de todo el territorio nacional.

En la primavera de 2011, frente a una protesta pacífica surgida tras la huella de las revoluciones de Túnez y de Egipto, Al-Assad podría haber elegido otro camino. La guerra civil generó medio millón de muertes y provocó el exilio de seis millones de sirios. En el seno de una población de 23 millones de ciudadanos, también hay que mencionar a siete millones de desplazados internos. En muchos aspectos, el discurso que pronunció el 30 de marzo del mismo año frente al Parlamento anunciaba la violencia y el desorden que seguirían. Ante las amenazas contra “los agitadores”, ante la misteriosa denuncia de una conspiración extranjera, respondían las aduladoras súplicas y los aplausos de los representantes públicos que juraban sacrificar “su sangre y su alma” para salvar, no a su país, sino “al querido Bashar”. Ese clientelismo, la depredación de los bienes públicos por parte de los allegados del expresidente, el acaparamiento de los bienes de los exiliados y los desplazados, la extorsión y los chantajes por delación, cometidos por funcionarios o miembros de las fuerzas de seguridad, socavaron aún más al régimen por el hecho de que, contrariamente a una idea generalizada, Al-Assad, debilitado por su sujeción a Rusia y a Irán, debía transigir con las ambiciones de sus prójimos, ya fuera que se tratara de su hermano menor Maher o de sus primos maternos, miembros del muy adinerado clan Makhlouf. A comienzos de los años 1990, en la Siria de Al-Assad padre, ya había una decena de servicios de seguridad más o menos coordinados. Pasados 30 años, eran el doble: cada sección del poder, cada personalidad de peso disponía de su propia fuerza, más o menos oficial y capaz de secuestrar a cualquiera o de pelear con una estructura rival por motivos despreciablemente materiales. La multiplicación de los lugares de producción de captagón, una droga euforizante que invadió todo Medio Oriente, incluso la península arábiga2, no se explica de otro modo. Fuente privilegiada de enriquecimiento personal o de adquisición de armamento, este psicotrópico resultó ser un veneno que deterioró la cohesión de un sistema durante mucho tiempo presentado como inquebrantable.

En vista de la total desorganización de las fuerzas llamadas “leales”, la toma de Alepo, el 27 de noviembre de 2024, por parte de un puñado de yihadistas –300, como máximo– no tiene nada de extraordinario. Fue el prólogo de un derrocamiento cuya segunda explicación proviene del abandono puro y simple de Al-Assad por parte de sus aliados. Sin embargo, el régimen parecía convencido de haber superado la parte más difícil al recuperar cierta credibilidad en el plano internacional. En mayo de 2023, Siria regresó a la Liga Árabe tras una suspensión de 12 años. Apoyado por las monarquías del Golfo, a las cuales les reclamaba que se hicieran cargo en términos financieros de la reconstrucción de su país, el expresidente tenía aún más confianza por el hecho de que muchas capitales occidentales, entre ellas Roma, habían anunciado la reapertura de sus embajadas en Damasco, con el fin, entre otros, de negociar lo más rápido posible la repatriación de los refugiados sirios en Europa. Incluso el número uno turco, Recep Tayyip Erdoğan, uno de los críticos más virulentos del poder sirio, parecía haberse resignado, asegurando en varias oportunidades estar listo para una reunión con su homólogo. Este respondía, con su habitual desdén, que ninguna conversación era posible mientras las tropas turcas ocuparan el suelo sirio. Del lado iraní, los sobresaltos provocados por la guerra en Gaza y en Líbano reforzaban la idea de que la República Islámica tenía mucho interés en continuar tratando bien a ese aliado. En cuanto a Rusia, atascada en Ucrania, el régimen de Damasco le garantizaba un acceso permanente al Mediterráneo con las instalaciones navales de Tartús, así como una amplitud de proyección aérea con la base de Hmeimin.

Viejos aliados y nuevas tensiones

Entonces, ¿por qué el régimen de Al-Assad no fue salvado, como lo fue en 2013, por los iraníes y Hezbollah? ¿Por qué Vladimir Putin no ordenó que su aviación interviniera, como lo hizo en 2015 y luego al año siguiente, durante la sangrienta reconquista de la ciudad de Alepo? La respuesta tiene que ver con este trío: contexto, voluntad y medios. Desde febrero de 2022, la guerra de desgaste en Ucrania involucra a la casi totalidad de los recursos convencionales y de los efectivos del ejército ruso. Desviar una parte de ellos hacia Siria significaría debilitarse, precisamente cuando los occidentales y Kiev intentan, cueste lo que cueste, modificar la relación de fuerzas antes de las negociaciones que el presidente electo estadounidense Donald Trump pretende imponer a los beligerantes a partir de su entrada en funciones. Por lo demás, desde hacía al menos dos años, los rusos estaban impacientes por la incapacidad de Al-Assad de estabilizar su país y, sobre todo, de entablar verdaderas negociaciones tanto con la coalición yihadista que controlaba la región de Idlib como con los kurdos de Rojava. Todo ello actuó en contra de una intervención, a pesar de las apremiantes demandas del expresidente sirio. En efecto, la mayoría de los medios de comunicación internacionales no dejaron de señalar un revés mayor para Moscú. Pero sin duda Rusia limitó los daños, en particular gracias a sus negociaciones con Turquía, que apadrinó a una parte de los insurrectos. En el tumulto que siguió a la “liberación” de Damasco, las representaciones diplomáticas rusas no fueron atacadas, a diferencia de las de Irán. Por su lado, Ahmed Al-Charaa (conocido por su nombre de guerra Abu Mohamad Al-Golani), jefe de HTC y nuevo hombre fuerte de Siria, evitó con cuidado ir en contra del protector del dictador derrotado, e incluso aceptó recibir emisarios enviados por Putin. El porvenir dirá si las bases de Tartús y de Hmeimin permanecerán en manos rusas, pero, sin dudas, Moscú depende más que nunca de Ankara en el escenario sirio.

Un razonamiento similar es válido con respecto a Irán. Las autoridades de la República Islámica tampoco estarían escatimando sus críticas contra Al-Assad. Ya en diciembre de 2018 circulaba información según la cual los iraníes deseaban un cambio en la cabeza de Siria. Como por entonces Teherán podía invocar su apoyo financiero, valuado en 5.000 millones de dólares por año desde 2012, el expresidente fue a Irán en febrero de 2019, la primera visita a su aliado desde 2010 –con el fin de abogar por su causa y dar garantías al guía supremo, el ayatollah Alí Jamenei–. Pero en 2024, los iraníes no cedieron: si bien hubieran preferido pulir antes que apartar a su aliado alauí –una confesión cercana al chiismo–, Al-Assad terminó por cansar a sus interlocutores, que se apuraron en reconocer su derrocamiento. Los golpes dados por el ejército israelí a Hezbollah también impidieron que Teherán activara a sus agentes en la región. E incluso, si hubiera tenido la posibilidad humana y material, el partido libanés no podía acudir en ayuda del régimen sirio. ¿Cómo justificarlo después de tantas muertes de sus jefes y militantes en un contexto en el que la población libanesa sigue traumatizada por los ataques israelíes? No quedaba más que la posibilidad de movilizar medios iraníes, sabiendo que Teherán dispone de una débil capacidad de acción aérea, indispensable para frenar el avance de las fuerzas insurrectas. Ahora bien, como lo demuestran los editoriales belicistas de la prensa conservadora iraní, en el más alto nivel de la República Islámica se estima que Israel llegará a convencer a Trump de la necesidad de un ataque contra las instalaciones nucleares, incluso de una guerra a mayor escala, con el fin de precipitar un cambio de régimen en Teherán. El miedo a la desestabilización no es nuevo: surgido en los primeros meses que siguieron a la caída del sha, moldea las doctrinas de defensa iraníes; por lo tanto, gastar una parte de sus recursos para salvar a un aliado poco proclive a mejorar su propia situación se torna contraproducente.

Infografía: Cécile Marin.

Infografía: Cécile Marin.

Pero, tal como para Rusia, la caída de Al-Assad constituye un fracaso para Irán, que gastó sin reservas con el fin de apoyarlo, sin olvidar los miles de muertos de los Guardianes de la Revolución y de los miembros de las milicias chiitas. Algunas comunidades chiitas –en Damasco y en el norte de Alepo– y alauíes –en la costa mediterránea y también en Damasco– permanecen en el país, pero la segunda ya no tiene el poder, que por ahora recae en exyihadistas, o proclamados tales, de obediencia sunnita. El “arco chiita”, que unía a Irán con Líbano vía Irak y Siria, se quebró. Para muchos radicales sunnitas prevalece la lucha contra la herejía chiita, incluso antes de pensar en girar sus armas hacia otros enemigos, entre ellos Israel. Por más que Al-Charaa afirme a la prensa extranjera que no quiere ninguna guerra, le resta convencer a sus pares de no desencadenar una crisis con Teherán. Además de la cuestión de la deuda exterior (Damasco debería 50.000 millones de dólares a su protector, una cuenta que corresponde esencialmente a entregas de combustible y de armas), también se plantea la de los intereses económicos privados, como, por ejemplo, los negocios de los zocos [mercados árabes] de Damasco en manos de empresarios provenientes de Irán. La población damascena a favor del nuevo poder ya expresó un muy fuerte sentimiento antiiraní. En los próximos meses podrían aparecer tensiones entre los dos países.

De hecho, Irak se está convirtiendo en la defensa avanzada de Irán en el plano regional. Durante los próximos meses, Teherán seguirá reforzando su influencia, de por sí grande. En enero de 2024, Estados Unidos había puesto sobre aviso al gobierno central de Bagdad acerca del creciente auge de las milicias proiraníes –y, por consiguiente, antiestadounidenses–, que tienden a crear un Estado dentro del Estado3. La reorientación iraquí de Teherán debería provocar nuevas tensiones al respecto, y no se excluye que esas milicias, cuya creación se remonta a la época en que las tropas del EI amenazaban con marchar sobre Bagdad, se muestren más activas en la frontera sirio-iraquí para prevenir eventuales infiltraciones yihadistas.

El gran vencedor

Turquía, por su parte, parece el gran vencedor del tablero sirio. En 2020, fue una negociación ruso-turca la que permitió evitar una derrota total de las tropas de HTC refugiadas en la región de Idlib. Al-Assad pretendía terminar rápidamente con este último componente de la rebelión que hoy detenta el poder en Damasco, aun cuando debía transigir con otras organizaciones. Así, Ankara tiene la ventaja de tratar con un interlocutor que está en deuda. La cuestión de los refugiados sirios en Turquía forma parte de los temas más urgentes. Esos exiliados, unos tres millones en total, constituyen un verdadero problema de política interior para Erdoğan, que quiere su rápido regreso a Siria. Desde el 9 de diciembre de 2024, incluso antes del menor acuerdo en ese sentido, las autoridades turcas ordenaron la reapertura de un puesto fronterizo.

Si bien es factible que muchos refugiados emprendan el camino hacia sus hogares, las cuestiones territoriales probablemente resulten más difíciles de resolver, a menos que obliguen a Al-Charaa a aparecer como el servil juguete de Ankara. El ejército turco no solamente ocupa varias secciones del territorio sirio, sino que se prepara para atacar la región cuasi autónoma de Rojava para desalojar de allí a las fuerzas kurdas de las Unidades de Protección Popular (YPD, Partido de la Unión Democrática). ¿Cuál será entonces la actitud de Damasco, cuyo hombre fuerte asumió el compromiso de negociar pacíficamente con los autonomistas? ¿Y la de Estados Unidos, aliado de los kurdos en la guerra contra el EI, tras la investidura de Trump? Durante su primera presidencia, en octubre de 2019, este había dado poca importancia a las obligaciones estadounidenses respecto de ese pueblo que no dispone aún de un Estado, afirmando, erróneamente, que los kurdos “no habían ayudado a Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial”. Con cerca de un millar de hombres que permanecen en el noreste de Siria, por el momento Estados Unidos impide que Turquía ataque Rojava, pero nada indica que la incertidumbre generada por la caída del régimen de Al-Assad no incite a Erdoğan a intentar ponerle fin...

Nuevo poder islamista

Muchas de las conjeturas precedentes dependen también de la naturaleza real del poder que se instaló en Damasco. Durante mucho tiempo afiliados al movimiento yihadista, es decir, a los combatientes de la fe que consideran que las fronteras y los proyectos nacionales deben hacerse a un lado ante la creación de un califato, hoy los miembros de HTC reivindican un credo “nacionalista-religioso” y una ruptura definitiva con organizaciones tales como Al Qaeda o el EI. Las referencias a la sharia se mantienen, pero, para Al-Charaa, se trata de ocuparse solamente de Siria. Esta reorientación ideológica, pero también teológica, es objeto de debates entre los especialistas de las corrientes islamistas. ¿Debemos creer al jefe de HTC cuando promete respetar los derechos de las minorías religiosas –en particular los de los cristianos de Siria, que pasaron del ocho al dos por ciento de la población en diez años–? ¿Debemos darle crédito cuando asegura haber tomado distancia de la yihad global, de la cual presumen los autores de atentados en múltiples lugares del planeta? En cualquier caso, la gestión de la región de Idlib, donde conviven múltiples comunidades, empujó a Al-Charaa a un mayor pragmatismo y a llevar a cabo una desradicalización definitiva, incluso a “desalafizarse”4. El futuro dirá si esta experiencia es extensible a escala nacional. Por el momento, las potencias occidentales parecen dispuestas a otorgar confianza a HTC por el hecho de que sus dirigentes se mantienen muy imprecisos en cuanto a sus intenciones con respecto a Israel, que, sin embargo, ocupa una parte del territorio sirio, mientras lo bombardea de manera regular.

En el fondo yace la cuestión de la capacidad de un movimiento islamista para dirigir un país respetando las reglas de la democracia y las libertades individuales. En la mayoría de los casos, ese tipo de formaciones –portadoras, sin embargo, de aspiraciones populares, como lo demuestran sus amplios resultados electorales– fueron brutalmente eyectadas del poder. Prueba de ello son los casos argelino (1992), egipcio (2013) o tunecino (2021). ¿Pero quién podría destituir a Al-Charaa y a su movimiento? Purgado de sus elementos más comprometidos con el apoyo a Al-Assad, el ejército debería reestructurarse e integrar milicias, entre ellas la afiliada a HTC, lo cual relativiza el riesgo de un golpe de Estado de su parte. En el plano político, y por fuera de la esfera islamista, HTC y sus aliados casi no tienen rivales. Anteriormente omnipresente, el partido Baaz (o Partido del Renacimiento en árabe) no es más que una cáscara vacía, el emblema de la dictadura de los Al-Assad, el partidario de un panarabismo en el cual ya nadie cree. El peligro no puede provenir más que de una escalada islamista. En el este, el EI no desapareció. Todavía constituye una amenaza y una fuerza de atracción para los elementos más radicales que se desvían del pragmatismo de HTC.

Por lo tanto, Siria va a constituir un campo de múltiples experimentos. El de la necesaria reconstrucción de un Estado. El de la creación de un nuevo ejército. Y el de la llegada al poder de los islamistas, que todavía figuran en las listas internacionales de yihadistas por capturar y que, si fueran palestinos, libaneses o marroquíes, aún hoy serían despreciados por los países y los medios de comunicación occidentales.

Akram Belkaïd, jefe de redacción adjunto de Le Monde diplomatique (París). Traducción: Micaela Houston.

Israel acusado de genocidio

Consenso en la opinión internacional

Los días pasan y el calvario de la población de Gaza no termina, a pesar de que continúan las negociaciones en Doha (Qatar) para la celebración de un cese del fuego. Frente a la metódica devastación del enclave y a las matanzas cotidianas –el balance humano se acerca a los 50.000 muertos, según cifras provistas por Hamas–, muchas organizaciones internacionales ya no dudan en utilizar la palabra simbólicamente cargada de “genocidio” para calificar los actos de guerra de Israel.

En un comunicado para presentar su último informe sobre ese tema, Human Rights Watch registra que “las autoridades israelíes crearon deliberadamente condiciones de vida que apuntan a causar la destrucción de una parte de la población de Gaza, privando intencionalmente a los civiles palestinos del enclave de un acceso adecuado al agua, lo que probablemente causó miles de muertes”. Y añade que, al hacerlo, esas autoridades “son responsables de crímenes contra la humanidad, de exterminio y de actos de genocidio”. Por lo tanto, la institución llamó a los otros gobiernos y organizaciones internacionales a tomar “todas las medidas necesarias para prevenir un genocidio en Gaza, incluyendo suspender su ayuda militar, reexaminar sus acuerdos bilaterales y sus relaciones diplomáticas con Israel y apoyar a la Corte Penal Internacional y las otras iniciativas para brindar justicia” (1).

Unos días antes, fue Amnistía Internacional la que emitió la misma acusación, respaldada por un informe de más de 300 páginas (2). En ese documento, que es el resultado de nueve meses de investigaciones (audiencias de gazatíes, entrevistas con responsables de la salud, visualización de videos), la organización de defensa de los derechos humanos estima que Israel actuó de manera deliberada para devastar a Gaza. Según Amnistía, la operación militar llevada a cabo por Tel Aviv en el enclave se ajusta a tres de los cinco actos prohibidos de conformidad con la Convención de 1948 sobre el Genocidio –es decir, “matanzas”, “lesiones graves a la integridad física o mental” y “sometimiento intencional a condiciones de existencia destructivas”–. La organización constata además que Israel ignoró las decisiones, jurídicamente vinculantes, de la Corte Internacional de Justicia pronunciadas a fines de enero de 2024. Recordemos que, después de que Sudáfrica acudiera a ella, la más alta instancia judicial de las Naciones Unidas ordenó una serie de medidas preventivas a cargo de Israel (3).

Así, en total hay al menos cinco instancias internacionales que utilizan el término “genocidio” o que hacen referencia a “actos de genocidio”, dado que también es el caso de la Federación Internacional por los Derechos Humanos, de la relatora especial de Naciones Unidas para los territorios ocupados, Francesca Albanese, y del Comité Especial de Naciones Unidas encargado de investigar sobre los métodos de guerra israelíes. A ellos debe añadirse Médicos sin Fronteras, que también habla de “limpieza étnica” y considera, en un informe titulado Gaza: la vida en una trampa mortal, que “los repetidos ataques militares israelíes contra civiles palestinos durante los últimos 14 meses, el desmantelamiento del sistema de salud y otras infraestructuras esenciales, el asfixiante asedio y la denegación sistemática de ayuda humanitaria están destruyendo las condiciones de vida en Gaza” (4).

Todas esas acusaciones fueron rechazadas por Tel Aviv, que denuncia “informes falsos” y “calumnias”. Sin embargo, el muy derechista y exministro de Defensa israelí Moshe Yaalon metió la pata. “El camino al cual Israel es arrastrado es el de la conquista, la anexión y la limpieza étnica”, declaró durante una entrevista en el canal privado DemocratTV (30-11-2024).

(1): Extermination and Acts of Genocide. Israel Deliberately Depriving Palestinians in Gaza of Water, Human Rights Watch, 19-12-2024.

(2): “Israel/Occupied Palestinian Territory: ‘You feel like you are Subhuman’. Israel’s genocide against Palestinians in Gaza”, www.amnesty.fr, 5-12-2024.

(3): Ver Anne-Cécile Robert, “Un revés para Tel Aviv”, Le Monde diplomatique, edición Uruguay, febrero de 2024.

(4): Gaza: Life in a death trap, Médicos sin Fronteras, 18-12-2024.

Traducción: Micaela Houston.


  1. Ver Jean Michel Morel, “Siria, ¿una nueva Atlántida?”, Le Monde diplomatique, edición Uruguay, marzo de 2023. 

  2. Ver Clément Gibon, “El captagón: una nueva plaga en el Golfo Pérsico”, Le Monde diplomatique, París, julio de 2023. 

  3. Ver Adel Bakawan, “El creciente peso de las milicias iraquíes”, Le Monde diplomatique, edición Uruguay, octubre de 2023. 

  4. Sylvain Cypel, Patrick Haenni y Sarra Grira, “Syrie. Hayat Tahrir Al-Cham, radioscopie d’une mutation idéologique”, orientxxi.info, 16-12-2024.