No por repetida la escena es menos reveladora. Un presidente con el fondo solemne de serpentinita verde extraída de las canteras del Valle de Aosta, Italia, da un discurso para casi nadie. Pese a que lo preparó con cuidado, que lo ensayó delante de asesores que le tomaron el tiempo y le diseñaron las pausas, la mayor parte de las 1.800 sillas del auditorio de la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) están vacías. ¿Para quién habla? Excluyendo a líderes globales como, por ejemplo, los mandatarios de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, o de Estados Unidos, Donald Trump, ¿a quién le hablan, entonces, los jefes de Estado?

Los presidentes de un país periférico, cuando se paran ante el estrado de madera noble de la ONU, deben asumir que sólo se dirigen a su propia audiencia. Son discursos de política doméstica, aunque hablen de política internacional. Apuntan al mundo para pegar en la diana de cabotaje.

En el caso uruguayo, la excepción principal ocurrió el 24 de setiembre de 2013. Fue con el discurso conocido como “Soy del Sur”, de José Mujica, ampliamente viralizado, en especial luego de que sus conceptos, y la propia figura de Mujica, hayan sido parte de la “conversación” en mensajes de los entonces presidentes de Estados Unidos, Barack Obama, y de Brasil, Dilma Rousseff.1

Distinto fue el impacto del discurso de Tabaré Vázquez del 28 de setiembre de 2015 sobre el juicio entre el país y la tabacalera Philip Morris.2 Vázquez utilizó el estrado de la ONU para dar un mensaje al lobby del tabaco y a los otros países interesados en seguir políticas públicas similares. Muy lejos de ser un líder mundial, se valía del momento y del lugar para amplificar la voz de un país periférico en un tema coyuntural. No fue el discurso, sino la acción política específica, lo que le valdría luego los reconocimientos de la Organización Panamericana de la Salud (OPS) y de la comunidad académica.3 Pero buscó influir en sus pares y proyectó su voz con la hipótesis razonable de ser escuchado.

Más allá de esta diferencia de escala, ambos se saltaron la tranquera de lo doméstico y le hablaron al mundo o a porciones del mundo. La realidad regresó con Luis Lacalle Pou, cuyo alcance internacional –pese a sus intentos de no ahogarse en la ola de popularidad que había creado Mujica y navegado el segundo Vázquez– se limitó al barrio (clamando por una flexibilización del Mercosur) o a ser parte de la insistencia de la derecha latinoamericana que pedía aislar a la Venezuela de Nicolás Maduro. Lo esperable para su signo ideológico y para nuestras limitaciones de escala.

Podrá decirse, con la soberbia propia heredada de la tan repetida excepcionalidad oriental, que si los actuales mandatarios de Colombia o Chile han logrado un impacto diferente, nosotros... Pero son países de peso objetivo mayor. Cualquiera de los dos cuadriplica el producto interno bruto uruguayo; ambos son miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) que Uruguay suele tomar como estándar de referencia en políticas públicas; Colombia ha sido históricamente socio estratégico de Estados Unidos y Chile tiene un tratado de libre comercio con China. Y entre los dos se reparten cuatro premios Nobel. Lo de Uruguay es puro softpower o no es. Así, pasado Mujica, sólo quedó hablar en ropa de entrecasa.

Eso fue lo que hizo Yamandú Orsi ante la Asamblea General de Naciones Unidas del 24 de setiembre. Es inútil compararlo con Lula, por razones obvias. Tampoco se lo puede medir con el chileno Gabriel Boric, que construyó un marco discursivo antológico para sostener la candidatura de la dos veces expresidenta de Chile, Michelle Bachelet, como próxima secretaria general de la ONU. Boric dijo que esperaba ver ante la justicia internacional al primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, y calificó directamente de mentiras varias de las afirmaciones que había hecho Trump en esa misma tribuna ese mismo día. Mientras que Orsi...

Tibieza es lo más tibio que le han endilgado en redes sociales al presidente uruguayo algunos de sus votantes. Se le criticó, sobre todo, su dificultad para calificar de genocidio lo que Israel está ejecutando en Gaza y su insistencia en encuadrar esa situación, en cambio, en una serie de generalidades sobre la guerra. Seguidor de la tesis de su canciller, Mario Lubetkin, de que una cosa es el gobierno y otra el partido –olvidando que sin este último no existiría el primero–, Orsi no nombra y deja que “el vocablo tan temido” lo pronuncien su secretario de Presidencia, Alejandro Sánchez, aun aclarando que lo hace “como militante”,4 o las bancadas del Frente Amplio.5

Pero hay un punto de fractura en esa lógica. La tribuna internacional, aunque sea para un mandatario inocuo de un país secundario, podrá no ser global, pero nunca es del todo doméstica. Los que le miran –que son sólo las audiencias de su país– quieren tener la ilusión de que al menos en esos 25 minutos está mirando el mundo. Y quieren verse reflejados.

Es ahí donde queda la sensación de que, al intentar representar a todos, Orsi corre el riesgo de dejar de representar a los propios. Por este gambito paradojal no sólo no estaría cumpliendo con su intento original (representar a todos), sino que los “algunos” que pasaría a representar no son los suyos. Los suyos, entonces, se sienten abandonados.

Lo que quiere ver en ese escenario internacional el votante de Orsi no es lo que Orsi es, sino lo que le hubiera gustado que fuera, y que resulta no ser. No importa si nunca lo fue o si ya no puede serlo. Aparece, entonces, la paradoja del voto. Se le pide a Orsi un comportamiento de izquierda, cuando Orsi quizá es el eje de centro de ese complejo entramado de centroizquierda que es el Frente Amplio. La paradoja está en que el votante que optó por Orsi en las elecciones internas que lo llevaron a ser candidato presidencial no creyó que votaba al centro, sino a la izquierda. Quizá incluso a la opción situada más a la izquierda de todas.

Criticar la tibieza, entonces, puede ser un reclamo justo en función de las expectativas. Amplificado por otros anhelos postergados; condensados, por ejemplo, en la propuesta de Presupuesto Quinquenal que el Frente Amplio intenta, en estos días, negociar con la oposición y explicar a sus votantes. Pero al mismo tiempo criticar la tibieza de la retórica internacional o del presupuesto, podría implicar, al mismo tiempo, no querer ver las dificultades de cabotaje a las que finalmente se enfrenta en el único auditorio en el que las palabras del mandatario –de este mandatario– pueden resonar. ¿A quién le habla un presidente? A quienes lo están escuchando. Y a menos que se sea Mujica, o quizá Vázquez, la voz desde aquí proyectada no alcanza más allá del barrio. A veces, incluso, sólo llega a la sala chica en la que se están negociando los dos votos que faltan en la cámara baja.

Roberto López Belloso, director de Le Monde diplomatique, edición Uruguay.


  1. “Soy del Sur: el recordado discurso ante la ONU en el que Mujica llamó a ‘salvar la vida’”, Efe, 21-9-2025. 

  2. youtube.com/watch?v=MMlKNDhCsys

  3. “Vázquez fue galardonado por la OPS como Héroe de la Salud Pública de las Américas”, Presidencia de la República, gub.uy, 24-9-2018. 

  4. “Alejandro Sánchez sobre la situación en Gaza: ‘Lo que está sucediendo es injustificable, es un genocidio’”, la diaria, 19-9-2025. 

  5. “Bancadas del FA condenaron el ‘genocidio en curso’ contra el pueblo palestino y reclamaron un alto el fuego en Gaza”, la diaria, 18-9-2025.