Apenas perpetrados los ataques de Hamas, Israel los comparó con el Holocausto nazi y construyó un relato victimizante que justificó su inmediata represalia. Entre la negación y el miedo a solidarizarse con Gaza, la mayoría de la población israelí avala la mirada fundamentalista del gobierno de Benjamin Netanyahu. Un periodista de Tel Aviv analiza esa realidad.

Los ataques del 7 de octubre de 2023 provocaron la muerte de la Franja de Gaza. Se necesitarán muchos años para que vuelva a la vida, si es que lo consigue. Pero estos acontecimientos, y el ataque israelí que les siguió, también acabaron con la esperanza de un Israel diferente. Aún es demasiado pronto para medir el alcance de los daños causados por esta guerra en la sociedad y el Estado israelíes. Pero es evidente que el cambio es radical. También en este caso, la limpieza de los escombros y la reconstrucción llevarán años, si es que llegan a producirse. Gaza e Israel han sido destruidos, quizás de forma irreversible, cada uno a su manera. La devastación de la primera se ve a simple vista, a kilómetros de distancia; la del segundo sigue oculta bajo la superficie. El 7 de octubre de 2023 fue un punto de inflexión histórico. Ese día, Hamas invadió Israel y cometió una matanza sin precedentes en el país. Y ese día, Israel cambió de rostro. Quizás su nueva cara estaba hasta entonces oculta tras una máscara, esperando a ser revelada. O quizás la transformación fue más profunda. Sea como fuere, los demonios salieron de la caja y no están dispuestos a volver a ella. La Franja de Gaza es ahora inhabitable. Pero, para quienes aspiran a una vida libre y democrática, Israel también se ha convertido en una tierra hostil.

Justificaciones

Una determinada interpretación de los acontecimientos se impuso de inmediato y modificó la conciencia política y existencial del país. Los líderes, los medios de comunicación y los comentaristas calificaron los atentados como “la mayor catástrofe que ha sufrido el pueblo judío desde el Holocausto”.1 El Holocausto y el 7 de octubre de 2023 en un mismo aliento, como si fueran comparables, como si hubiera habido dos exterminios... Una exageración absurda, sin ningún fundamento –la magnitud, los objetivos, los medios, todo difiere–, pero repetida hasta la saciedad y perfectamente calibrada para servir a la propaganda gubernamental. Porque elegir esta comparación no fue fortuito. La decisión se deriva de la victimización que acompaña a Israel desde su fundación en 1948 sobre las ruinas del genocidio del pueblo judío; una victimización que, a los ojos de muchos israelíes, da al país el derecho a actuar como ningún otro está autorizado a hacerlo. Afirmada desde el principio como una evidencia en el debate público, esta analogía constituía la luz verde que Israel se daba a sí mismo para lanzar su ataque: si el 7 de octubre de 2023 fue un Holocausto, el genocidio que seguiría sería legítimo.

Así, la mentalidad del país ha cambiado; o, al menos, se ha revelado sin filtros, libre de cualquier corrección política. Muchos israelíes, probablemente la mayoría, consideran ahora que “no hay inocentes en Gaza”. Según una encuesta del Centro Achord, afiliado a la Universidad Hebrea de Jerusalén (agosto de 2025), el 62 por ciento de los israelíes y hasta el 76 por ciento de los judíos israelíes comparten esta creencia. Esta afirmación, repetida una y otra vez durante los últimos dos años, se ha ido extendiendo poco a poco, y ahora es frecuente oír también que “no hay palestinos inocentes”, es decir, que los palestinos de Cisjordania también merecen ser castigados. Esta ideología allana el camino para el viejo sueño de la derecha israelí: establecer una tierra judía étnicamente pura desde el río hasta el mar.2

Las masacres perpetradas por Hamas el 7 de octubre de 2023 fueron percibidas en Israel como prueba de una sed de sangre innata en los palestinos. Cualquier mención de las circunstancias históricas, políticas o sociales de este ataque se consideraba un intento de justificación y, por lo tanto, una traición. António Guterres, secretario general de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), fue una de las primeras voces internacionales importantes en mencionar este contexto. Tel Aviv lo tildó inmediatamente de antisemita. ¿Cómo se atrevía? La virulencia de la respuesta es fácil de explicar: cualquier puesta en perspectiva socava la legitimidad de la “respuesta” israelí. Por lo tanto, hay que ignorar la vida de asedio sin esperanza que se les impone a los habitantes de Gaza, pero también el abandono de los palestinos por parte de la comunidad internacional, incluidos los países árabes que se han ido acercando a Israel de manera progresiva.3

Otra evidencia se extendió como reguero de pólvora tras el 7 de octubre: Israel puede permitirse todo. “¿Y qué querían que hiciéramos?”, se oye constantemente, como si el genocidio fuera la única opción posible. La ofensiva sobre Gaza se presenta de modo unánime como un acto de legítima defensa, autorizado por el derecho internacional. La derecha en el poder, que nunca ha creído en la cohabitación con los palestinos y que ni siquiera los ha considerado como seres humanos iguales, ha podido lanzarse a su insensato proyecto de limpieza étnica de la Franja de Gaza sin temor a la oposición de la izquierda y el centro. Las ideas de paz, de acuerdo político, de diplomacia, de “solución de dos Estados” han desaparecido por completo del discurso político. En un acuerdo casi unánime, los diferentes partidos consideran que ya no hay “socio palestino” –puesto que no hay inocentes– y que, por lo tanto, no hay nada más que discutir, salvo la liberación de los rehenes israelíes.

Negación y ocultamiento

Como si no bastara con rechazar el diálogo, Israel ha llevado el horror aún más lejos al prohibir las muestras de solidaridad con los palestinos. Cualquier expresión de empatía, preocupación y, por supuesto, cualquier intento de ayudar a Gaza se ha convertido en sospechoso en el país, y en ocasiones incluso ilegal. Los árabes israelíes (el 20 por ciento de la población) están amordazados, reducidos al silencio. Con rapidez, algunos de ellos fueron detenidos por publicar mensajes de compasión en las redes sociales, otros perdieron su trabajo.4 Esto incita a comportarse con prudencia... Desde entonces, el ministro de Seguridad Nacional de extrema derecha, Itamar Ben Gvir, se encarga de reprimir las acciones a favor de la paz. La población judía no se libra: muchos activistas de izquierda han sido detenidos por mostrar su solidaridad con Gaza.5 Una capa de silencio se apoderó del país.

Tanto los medios privados como los públicos israelíes se han sumado a esta postura de forma voluntaria, incluso con entusiasmo. Desde hace dos años, sin ninguna censura real –salvo la autocensura–, han decidido no cubrir las atrocidades cometidas en Gaza.6 Su público puede vivir con la sensación de que sólo 20 personas viven allí: 20 rehenes israelíes que siguen con vida. El hambre, la destrucción y las masacres de civiles se ocultan a diario o se relegan a un segundo plano en las noticias, como una especie de concesión simbólica a la verdad.7 En cambio, son innumerables los reportajes sobre los rehenes y los soldados israelíes muertos. Probablemente, cualquier francés, incluso el menos informado, se ha visto confrontado a más imágenes del sufrimiento de Gaza que un israelí medio... Los medios de comunicación privilegian la negación y el ocultamiento con fervor porque saben muy bien que esas son las expectativas de sus consumidores. Los israelíes nunca han querido saber nada de la ocupación; ahora no quieren saber nada del genocidio: los palestinos se merecen su destino, ¿para qué hablar de ello?

Por lo tanto, toda la información procedente de Gaza se pone en duda: se exagera el número de víctimas, nunca ha habido hambruna, etcétera. Por el contrario, los periodistas se limitan a repetir los relatos del Ejército israelí de modo servil. ¿El hospital Nasser ha sido bombardeado y han muerto 21 personas, entre ellas cinco periodistas? Seguramente albergaba un cuartel general de Hamas... Pero ¿qué pensar de un Ejército que ha matado a casi 20.000 niños en menos de dos años? ¿Y qué decir de los datos, recopilados por el propio Ejército israelí, según los cuales el 83 por ciento de los palestinos muertos no tenían ninguna relación con Hamas?8 Nadie se lo pregunta. La versión oficial es más cómoda para todos: el gobierno, los militares, los medios de comunicación y sus clientes. Lo que molesta se oculta y todo el mundo está contento. Así, el país se protege a sí mismo, gracias a un vasto sistema de propaganda, ocultándose la verdad. Y pocos ciudadanos se quejan de eso.

La mentira y el encubrimiento son moneda corriente en tiempos de guerra. Pero el caso israelí es especial. Cuando se critica a los medios de comunicación rusos por su cobertura del conflicto en Ucrania, se sabe perfectamente que, en realidad, no pueden hacer otra cosa. Los periodistas israelíes, en cambio, son libres. Tenían la opción de elegir y renunciaron conscientemente a su misión. Cuando a veces les muestro a mis amigos los horribles videos de Gaza –y no faltan–, su reacción es casi pavloviana: “¿Quizá sea falso? ¿Quizá haya sido generado por inteligencia artificial? ¿Quizá se ha filmado en Afganistán?”. La negación es un escudo que protege a la sociedad israelí de enfrentarse a la realidad.

¿Un Estado paria?

Pero ya no es suficiente, porque los demás países sí ven las atrocidades que se cometen en Gaza. Israel está camino a convertirse en un Estado paria, sus ciudadanos se enfrentan a una hostilidad creciente en el resto del mundo. ¿Y qué hacemos nosotros? Culpamos al resto del mundo: es antisemita, odia a Israel y a los judíos; todo el planeta está en contra nuestra, hagamos lo que hagamos. Esta cantinela victimista hace que los ciudadanos acepten el deterioro del estatus internacional de Israel. El país ha renunciado a la opinión pública mundial.

Desde el primer día del ataque contra Gaza se han organizado manifestaciones, en ocasiones multitudinarias. Pero se centran casi en exclusiva en el regreso de los rehenes y en la destitución del primer ministro Benjamin Netanyahu. Si los manifestantes piden el fin de la guerra, es únicamente invocando el destino de las personas secuestradas y de los soldados. El de Gaza sigue siendo ignorado, con la excepción de un grupo determinado y admirable de activistas por la paz, cuyas voces son silenciadas. La salida de Netanyahu es esencial para poner fin a la guerra. Pero la cuestión palestina va mucho más allá de la identidad del jefe del Gobierno. Las corrientes fascistas y fundamentalistas, que se han desarrollado con fuerza en los últimos dos años y ahora penetran en todos los estratos de la sociedad, no desaparecerán con Netanyahu.

Nada de esto habría sido posible sin el visto bueno dado a Israel por Estados Unidos, primero por Joe Biden y ahora por Donald Trump. No contento con suministrar armas a su aliado y garantizar su protección, el presidente estadounidense se moviliza para castigar a todos aquellos que se atreven a criticar a Tel Aviv. Los miembros de la Corte Penal Internacional (CPI) de La Haya, que se atrevieron a emitir una orden de arresto internacional contra Netanyahu, han pagado las consecuencias: Trump ha publicado un decreto (el 14.203) para imponerles sanciones personales. Ante el unilateralismo estadounidense, la Unión Europea ha alcanzado cotas de pusilanimidad. Por miedo a ofuscar a Washington, y a pesar de que la opinión pública es a veces muy crítica con Israel, se niega a tomar medidas para ayudar a Gaza, por ejemplo, imponiendo sanciones a Tel Aviv.9 Se contenta con declaraciones puramente formales, reconociendo un Estado palestino que no existe y que no se creará en un futuro cercano. Europa se muestra incapaz de hacer contra Israel lo que supo hacer contra el régimen del apartheid en Sudáfrica y contra Rusia tras la invasión a Ucrania.

Pero los israelíes comienzan a sentir cómo se estrecha el cerco durante sus viajes al extranjero, así como en sus contactos económicos, científicos, comerciales, culturales e incluso personales con el mundo. La presión sobre el país y sus habitantes se intensifica. Hasta ahora, nada ha logrado detener la danza macabra de la limpieza étnica en Gaza. Encerrados en un mundo aparte, desconectados de la realidad, los israelíes no pondrán fin a esta barbarie por sí mismos. Por lo tanto, corresponde al resto del mundo salvar a Gaza.

Gideon Levy, escritor y periodista del diario Haaretz (Tel Aviv). Traducción: Redacción de Le Monde diplomatique, edición Cono Sur.


  1. Como afirmó Benjamin Netanyahu en un discurso ante la Knesset el 12 de octubre de 2023. 

  2. Alain Gresh, “Vaciar Gaza, ese viejo sueño israelí”, Le Monde diplomatique, edición Uruguay, marzo de 2025. 

  3. Akram Belkaïd, “Tres opciones para un dilema”, Le Monde diplomatique, edición Uruguay, noviembre de 2024. 

  4. Sara Monetta, “Israeli Arabs arrested over Gaza social media posts”, bbc.com, 21-10-2023. 

  5. Adi Hashmonai, “‘Go to Gaza’: Anti-war protesters detained overnight, say police berated them”, Haaretz, Jerusalén, 13-9-2025. 

  6. Emma Graham-Harrison y Quique Kierszenbaum, “‘Journalists see their role as helping to win’: how Israeli TV is covering Gaza war”, The Guardian, Londres, 6-1-2024; Anat Saragusti, “‘The world is against us’: how Israel’s media is censoring the horrors of Gaza”, Haaretz, 28-5-2025. 

  7. Lorenzo Tondo, “Israeli media ‘completely ignored’ Gaza starvation –is that finally changing?”, The Guardian, 17-8-2025. 

  8. Yuval Abraham y Emma Graham-Harrison, “Revealed: Israeli military’s own data indicates civilian death rate of 83% in Gaza war”, The Guardian, 21-8-2025. 

  9. Eric Alterman, “Macartismo trumpista”, Le Monde diplomatique, edición Uruguay, mayo de 2025.