La edición de poesía en Uruguay se sostiene en la persistencia de sus autores y en un puñado de sellos que la llevan adelante. Yaugurú, por ejemplo. Sus títulos, que forman un catálogo desigual, están siempre diseñados con el talento artístico de su alma máter, Gustavo Maca Wojciechowski, alternando voces emergentes y de trayectoria. Entre estas últimas, 2025 trajo un nuevo libro de Elbio Chítaro: El fuego en las voces, la tormenta. Ya desde el comienzo sitúa el viaje interior que luego emprenderá la voz narradora –porque hay historia detrás del verso– en el que se desplegará mucho de comunidad tribal y algo de arte poética (porque “el poema actúa, hace de / como telaraña entre el follaje”). Hay también otro algo de mapa del mundo y de las épocas, cartografía en la que conviven sin desentonar personajes que van de Pablo Escobar a Clitemnestra.
Por su parte, Miguel Ángel Olivera Prietto es una rareza. Primero es raro que dos de los poetas destacados del presente se llamen prácticamente igual. Uno –el otro, en este caso–, el “Cristo”, una de las voces mayores de la poesía uruguaya del presente. En tanto el de este libro –que usa, con buen tino, los dos apellidos– es dueño de un clasicismo que emociona. Más raro aún es que un libro como Ser urbano pueda llevar con tanta elegancia un recorrido borgeano sin sonar anticuado. Confirma así, Olivera Prietto, lo que ya se intuía en El lugar del viento (2023), ternado entonces para el Bartolomé Hidalgo. Para colmo de bienes, las calles metafísicas de Ser urbano se enriquecen con ilustraciones del propio autor.
Entre los emergentes recién salidos de la factoría de Maca está Mateo Rovira. Nacido en 1990, músico con antecedentes de novelista, su Aceptación de la derrota tiene una densidad que hace sospechar un largo vínculo con la palabra. Advierte con “Invitación”, provoca con el excelente “Cliché hitleriano”, hace poesía de carreteras con “C4 a Parque del Plata”, cae en el lugar común con “Hijos de Parra”, se levanta en la parte tres del poemario luego de una segunda parte que no había sido tan buena como la primera, y sitúa con puntería la ciudad en “Habrá un refugio entonces”. Aunque cierra sin clímax en “Carta a mi último lector”, antes había ofrecido alguna pequeña joya como “Serán entonces el viento”.
Por último, también emergente es Ann-Marie Almada. En Rapsodia in blue hay un vínculo, hay una casa, hay un sol en la noche. No le teme, en varias páginas, a la rima.