Con 0,72 hijos por mujer, Seúl registra la tasa de natalidad más baja del mundo, muy por debajo de la tasa de reemplazo (2,1), lo que ha llevado a una disminución permanente y un envejecimiento constante de su población. Esta realidad, verificable en el resto de Corea del Sur, ha hecho que el 20 por ciento de la población del país tenga hoy más de 65 años.1 Fue en este contexto que la empresa tecnológica Naver lanzó hace unos años CLOVA CareCall, un call center basado en inteligencia artificial (IA) que llama a los ancianos –se calcula que cuatro de cada diez viven solos– para mantener con ellos conversaciones cotidianas. El sistema, que nació durante la pandemia para obtener información sobre el estado de salud, evolucionó hasta convertirse en un servicio público de acompañamiento. Y como funcionaba razonablemente bien, la alcaldía seulense dio un paso más y comenzó a repartir de forma masiva un muñeco robótico creado por otra empresa de tecnología, Hyodol, una especie de peluche simpático y suave provisto de una IA que registra el lenguaje verbal y no verbal de su dueño, y que es capaz de conversar con él, avisarle que tiene que tomar la medicación o comer, jugar algunos juegos simples y preguntarle cómo se siente.2 Una de sus funciones más relevantes es alertar a las autoridades en caso de que se produzca el fallecimiento: en Corea del Sur es habitual que un anciano muera y que pasen días y hasta semanas sin que nadie se entere, e incluso hay una palabra en coreano para este tipo de situaciones: godoksa, algo así como muerte solitaria.
La robótica de compañía coreana es un caso extremo, pero no aislado. En Japón, el país más envejecido del mundo, en 2020 se produjo un quiebre histórico: por primera vez se fabricaron más pañales para adultos que para niños (el año pasado, la empresa Oji Holdings anunció que dejaría de producir pañales infantiles para concentrarse en el más prometedor mercado de la incontinencia adulta). En China, la Asamblea del Pueblo, el máximo órgano legislativo del país, sancionó hace unos años la “ley nacional de protección de los derechos de las personas mayores”, conocida como “ley de piedad filial”, que obliga a los hijos a visitar “con frecuencia” a sus padres ancianos, que muchas veces viven solos en aldeas aisladas como resultado de la emigración de los jóvenes a las ciudades y la política, ya abandonada, de un solo hijo.3 En Alemania, ciudades como Berlín y Hamburgo decidieron extender los tiempos de cruce peatonal de los semáforos, agregaron apoyabrazos intermedios en los bancos de las plazas (para que los mayores puedan impulsarse mejor al levantarse) y están suavizando las pendientes de las rampas, sutiles cambios de infraestructura urbana tendientes a facilitar la vida de los adultos mayores.
El mundo envejece. La pirámide poblacional, que en el pasado constaba de una base amplia que se estrechaba hacia arriba, se está invirtiendo. Nacen menos chicos (en Argentina, por ejemplo, se vacunaban 750.000 recién nacidos por año, y hoy apenas 350.000; como las vacunas se aplican en clínicas y hospitales de manera obligatoria, el dato no tiene margen de error). Al mismo tiempo, la gente vive más años. La cantidad de habitantes del planeta se ha cuadruplicado desde los años 1950, hasta llegar a los actuales 8.000 millones de habitantes. Ese crecimiento seguirá unas pocas décadas más: aunque la tasa global de natalidad ya se encuentra por debajo de la tasa de reemplazo, lo que significa que nacen menos personas que las que mueren, el aumento de la esperanza de vida demora el punto de quiebre un tiempo más. Pero la tendencia es irreversible. En algún momento a mediados de este siglo, probablemente hacia 2060, la curva comenzará a bajar. A partir de ahí, cada vez seremos menos. Por primera vez en la historia de la humanidad, la población disminuirá sin que haya de por medio una guerra o una epidemia. No se trata de una crisis puntual, de un declive pasajero. Es un hito que refleja el cambio demográfico más profundo desde que la revolución neolítica introdujo la agricultura, 120 siglos atrás.
Causas y consecuencias
Como sucede con cualquier fenómeno complejo, las explicaciones son múltiples. Las más evidentes, los procesos de urbanización en países superpoblados como China e India: si en el campo los hijos son una ayuda para la siembra y el cultivo, en las ciudades constituyen una carga económica difícil de afrontar. También incide la incorporación de las mujeres al mundo del trabajo remunerado, que creció de 20 por ciento a mediados del siglo XX a aproximadamente 40 por ciento en la actualidad,4 y al sistema educativo (hoy hay más mujeres cursando estudios de nivel superior que hombres); todo esto retrasa la edad del matrimonio y la maternidad, reduciendo la “ventana de fertilidad” de las mujeres, y genera una tensión entre sus aspiraciones profesionales y las expectativas sociales tradicionales sobre la maternidad y el cuidado. A esto hay que sumar la mayor disponibilidad de métodos anticonceptivos, consecuencia de saltos tecnológicos que permitieron una reducción notable de los costos y de las políticas públicas implementadas en algunos países, entre ellos Argentina.
Una explicación menos directa pero igual de relevante es el impacto de las nuevas tecnologías. En algunas regiones de Asia y África, la difusión de internet expuso a comunidades que hasta hace unos años vivían en relativo aislamiento a nuevos estilos de vida y expectativas sociales, según los cuales el formato de familia pequeña e incluso la soltería –las insoportables protagonistas de Sex and the City– son percibidos como alternativas aspiracionales. Esta conexión con la cultura global, que redefine las normas sociales, se conjuga con los procesos de secularización, la crisis de las instituciones religiosas y la puesta en cuestión de los modelos tradicionales de familia, que han liberado a muchas personas de la presión de casarse jóvenes y tener familias numerosas.
Las consecuencias del envejecimiento demográfico son importantes. La más comentada es la presión sobre el sistema previsional. En Japón, hace 50 años había diez trabajadores activos por cada jubilado, hoy hay dos; en Alemania había cinco, hoy hay dos; en España había seis, hoy hay tres.5 El deterioro de la tasa de dependencia –la relación entre población activa y pasiva– es un fenómeno global, para el cual no existen muchas alternativas: o un aumento de las contribuciones o un retraso de la edad jubilatoria. Como dijo el ex primer ministro luxemburgués y presidente de la Comisión Europea, el conservador Jean-Claude Juncker: “Todos sabemos lo que hay que hacer, lo que no sabemos es cómo ganar las elecciones después de hacerlo”. Ocurre además que la resistencia política a las reformas aumentará en la medida en que, por el propio proceso de envejecimiento, serán cada vez más personas las afectadas (en los países en desarrollo como Argentina hay más alternativas: un ritmo de crecimiento sostenido que agrande la base económica y permita obtener más recursos, o un incremento de la formalización laboral que incluya a más trabajadores en el sistema de aportes, dos avances que durante algunos años logró el kirchnerismo y que le permitieron universalizar las jubilaciones, aunque con haberes bajos y sin mecanismos de financiamiento en el largo plazo).
Los cambios demográficos también sobrecargan los sistemas de salud, ya exhaustos por el aumento de los costos de los tratamientos. En Estados Unidos, los adultos mayores de 65 años representan aproximadamente el 17 por ciento de la población, pero explican alrededor del 37 por ciento del gasto en atención médica –se estima que casi el 60 por ciento del gasto sanitario total de una persona se produce después de cumplir los 65 años–6.
Si el impacto sobre los dos principales ítems del presupuesto estatal de cualquier país es claro, las consecuencias económicas del envejecimiento poblacional son ambiguas. Por un lado, como explican Darrell Bricker y John Ibbitson en El planeta vacío,7 una baja del ritmo de aumento de la población puede facilitar las políticas redistributivas (la reducción del ejército de reserva de trabajadores disponibles puede conducir a mejores salarios) y educativas (menos alumnos pueden mejorar la calidad).
Al mismo tiempo, el envejecimiento afecta el crecimiento económico, porque en el largo plazo hay dos formas de hacer funcionar una economía: aumentando la cantidad de trabajadores activos o incrementando la productividad, y en ambas el impacto es negativo. El porcentaje de población en edad de trabajar, que venía aumentando de manera progresiva desde la posguerra, se está estabilizando a nivel global, y en algunas regiones disminuye (la migración compensa estos desequilibrios en ciertos países, pero no afecta la tendencia general). En cuanto a la productividad, una fuerza laboral envejecida puede ser menos capaz de adaptarse a las nuevas tecnologías y los veloces cambios del capitalismo globalizado, limitando las oportunidades de innovación: algunas investigaciones sugieren que, aunque la experiencia es crucial, los emprendedores más disruptivos tienden a ser jóvenes o personas de mediana edad, siempre por debajo de los 45 años.8
Propuestas de salida
La respuesta de las fuerzas de extrema derecha es el natalismo, una doctrina que hunde sus raíces en lo más oscuro del siglo XX –el nazismo impulsaba a las mujeres consideradas puras a reproducirse como parte del proceso de arianización del Reich– y que ahora aparece envuelta en las “teorías del reemplazo”, la idea de que los húngaros o los franceses están siendo sustituidos por inmigrantes. “Necesitamos más niños húngaros”, pidió en 2020 el primer ministro Viktor Orbán, que suele rematar sus alegatos natalistas con una frase: “La demografía es el destino”. En Estados Unidos, defienden posiciones parecidas muchos líderes republicanos, incluyendo a Donald Trump, Elon Musk, que tiene 14 hijos, y el vicepresidente JD Vance, que en 2021 calificó de “señoras gato sin hijos y con vidas miserables” a las mujeres demócratas como Kamala Harris, que no tiene hijos.
Frente a los titubeos del progresismo, la extrema derecha identifica el problema, lo nombra (“invierno demográfico”) y articula una respuesta, lo que demuestra una vez más que es la fuerza que mejor interpreta la época. Pero como sucede con otras tendencias sociales, se apoya en algo real y concreto para construir un castillo peligroso de soluciones excluyentes. El natalismo propone entorpecer el acceso a métodos anticonceptivos y dificultar el aborto, es decir, restringir los derechos de las mujeres, y promueve la familia tradicional: en países con políticas natalistas consolidadas como Hungría, los beneficios incluyen la exención del impuesto a la renta ¡de por vida! para las madres con cuatro o más hijos, o aquellas de menos de 30 años y dos hijos, pero en todos los casos excluyen a las madres solteras y las parejas del mismo sexo (y, por supuesto, los inmigrantes). Así, las posiciones antifeministas y antiinmigración de las nuevas derechas globales se conjugan con una perspectiva que enfatiza lo nacional como respuesta a un problema concreto.
En contraste con estos enfoques esencialistas, un abordaje no reaccionario debe partir de la constatación de una contradicción fundamental: la baja natalidad refleja cambios en los deseos personales, sobre todo de las mujeres, en los vínculos sociales y en los modelos de familia, tendencias emancipatorias que el Estado debe respetar y promover. Y, sin embargo, también responde muchas veces a una imposibilidad material que refleja la dificultad para asegurar condiciones mínimas de vida para un futuro hijo; un síntoma de precariedad, más que una elección. En La derrota de Occidente,9 Emmanuel Todd sostiene que la baja natalidad no es un capricho, sino la respuesta racional de las generaciones más jóvenes a un contrato social roto. “Cuando el Estado y el mercado combinados te dicen que tu vida será peor que la de tus padres, la reacción más lógica es no traer hijos a ese mundo”.
Reconocer estas ambigüedades es crucial para generar políticas públicas adecuadas, desde licencias intercambiables o planes de vivienda hasta guarderías de primera infancia, como las creadas en Francia en los 60, cuando se hacía indispensable sostener la inclusión de las mujeres en el mercado laboral sin afectar el crecimiento poblacional de posguerra. Ante la necesidad, Georges Pompidou masificó las crèches, un sistema de guarderías gestionado por los municipios con subvención nacional, que recibe niños desde los 2 meses y medio durante jornadas de hasta nueve horas. A pesar de estos esfuerzos, la natalidad disminuye, en Francia y en otros países, lo que demuestra que el abordaje es insuficiente; al final, lo que parece funcionar mejor son los incentivos fiscales y monetarios.
Detrás de este asunto hay un conflicto en ciernes. Con todas sus enormes consecuencias, el envejecimiento poblacional encierra tensiones generacionales que inevitablemente irán aflorando y que será necesario encarar desde una perspectiva sensible e inclusiva: en muchos países, por ejemplo, el salario de entrada al mercado laboral se encuentra por debajo de la jubilación promedio (1.184 contra 1.309 euros en España). ¿Cuánto tiempo pasará hasta que los jóvenes comiencen a registrar esto como problema? Del mismo modo, algunos estudios de subjetividad socioambiental sugieren que las personas mayores tienen menos conciencia ecológica, dado que a medida que el tiempo de vida restante se percibe como limitado tienden a enfocarse en metas que maximizan el bienestar presente, lo que podría crear fricciones con los más jóvenes y “guerras del cerdo” originadas en narrativas de edadismo.
José Natanson, director de Le Monde diplomatique, edición Cono Sur.
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2024 Statistics on the Aged. ↩
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“Local municipalities use AI robots to improve care for elderly”, The Korea Times, 2022. ↩
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“China’s ‘filial piety’ law comes into force”, BBC News, 2013. ↩
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World Bank Data. ↩
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Datos de la OCDE. ↩
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“U.S. Personal Health Care1 Spending By Age and Sex 2020 Highlights”, National Health Expend Data. ↩
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Ediciones B, 2019. ↩
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Pierre Azoulay, Benjamin F Jones, J Daniel Kim y Javier Miranda, “Research: The Average Age of a Successful Startup Founder Is 45”, Harvard Business Review, 11-7-2018. ↩
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Akal, 2024. ↩