Obsesionados con Rusia, los dirigentes de Europa no vieron venir el golpe. Al lanzar las negociaciones de paz sin su participación, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ofreció al Kremlin una salida del atolladero ucraniano, pero también una victoria estratégica. La era geopolítica iniciada tras la Segunda Guerra Mundial parece estar llegando a su fin.

En menos de 72 horas, la relación transatlántica cambió de naturaleza y todo parece indicar que los ucranianos han perdido la guerra. El 12 de febrero, el secretario de Defensa estadounidense, Pete Hegseth, dio inicio a las negociaciones de paz en Ucrania. Ya desde un comienzo cedió ante las dos principales exigencias de Moscú: la no adhesión de Kiev a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y la ratificación de las “nuevas realidades territoriales”, es decir, la anexión de cuatro regiones ucranianas a Rusia, así como también de Crimea. Al día siguiente, tras una (larga) conversación telefónica con Vladimir Putin, Donald Trump anunció su intención de reunirse con el mandatario ruso en Arabia Saudita –sin los ucranianos ni los europeos– y expresó su deseo de que pronto se organicen elecciones en Ucrania. Finalmente, el 14 de febrero, en un discurso pronunciado en la Conferencia de Seguridad de Múnich, el vicepresidente estadounidense, James David Vance, más que abordar la cuestión ucraniana, reprochó a los dirigentes europeos el hecho de que deshonraran las aspiraciones de sus propios pueblos restringiendo la libertad de expresión en las redes sociales o anulando las elecciones en Rumania por supuestas injerencias rusas1.

Unas semanas antes, Trump había lanzado una ofensiva comercial al aumentar los aranceles a las importaciones de Canadá, México y la Unión Europea, y también había expresado sus intenciones anexionistas sobre Groenlandia2. Sin embargo, de ahora en adelante, ya no se trata tan sólo de manipular a sus “aliados” para que compren más armas o para equilibrar la balanza comercial. Al declarar que Estados Unidos no le concedería garantías de seguridad ni a Ucrania ni a las tropas europeas que pudieran desplegarse para hacer cumplir un eventual alto el fuego, Trump inevitablemente sembró dudas sobre la solidaridad estadounidense en caso de un ataque al territorio de un miembro de la OTAN. Sin su contrapartida de seguridad, el vínculo transatlántico se parecería más bien a una completa relación de dependencia.

No obstante, desde 2022, Estados Unidos ha “invertido” un promedio de 35.300 millones de dólares por año en Ucrania3. Mucho más que los 3.000 a 5.000 millones de dólares que Washington destinó cada año a Israel antes del 7 de octubre de 2023 y el equivalente a casi la mitad de los gastos militares anuales para Afganistán entre 2001 y 2019 –un esfuerzo que financiaba una ocupación militar y operaciones directas–. El nivel de apoyo a Ucrania se sitúa, por lo tanto, en algún punto intermedio entre la ayuda brindada a un aliado histórico en Medio Oriente y el compromiso de una intervención directa en el campo de batalla en su propio nombre. Pero a Trump poco le importa todo eso: para él la guerra en Ucrania no es la de Estados Unidos, sino la de su antiguo rival, el expresidente Joe Biden...

Errores de cálculo

Es evidente que la importancia de la ayuda occidental llevó a Kiev a cometer un error y la alentó a rechazar la negociación. En la primavera boreal de 2022, incluso antes de que Occidente le proporcionara su apoyo militar, la resistencia ucraniana podía enorgullecerse de haber frustrado la operación de cambio de régimen fomentada por el Kremlin y de haber minimizado las pérdidas territoriales. Después de cuatro semanas de combates, los beligerantes estaban cerca de llegar a un acuerdo. En Estambul, Kiev aceptó un estatus de neutralidad –es decir, renunció a adherirse a la OTAN– y confirmó su intención de no dotarse de armas nucleares. A cambio, Ucrania buscaba conseguir la retirada voluntaria de Moscú de los territorios que había ocupado desde el 22 de febrero. Sin embargo, Kiev necesitaba garantías de seguridad por parte de los occidentales, quienes se negaron. El primer ministro británico, Boris Johnson, se convirtió en el portavoz de la posición occidental durante una visita a la calle Bankova, sede de la presidencia ucraniana. Johnson dijo que nunca firmaría un acuerdo con Putin. Por eso, lo que ofrecían no eran garantías, sino armas4.

Por un tiempo fue posible creer que dicha apuesta resultaría bien. Tras una primera contraofensiva, en noviembre de 2022, Kiev recuperó la ciudad de Jersón, ubicada en la orilla derecha del río Dniéper. Se desató la euforia. La palabra “negociaciones” se volvió tabú. No alinearse con los objetivos ucranianos –es decir, recuperar por la fuerza las fronteras de 1991– equivalía a hacer un pacto con el diablo. Los grandes medios de comunicación occidentales respaldaron el decreto ucraniano de octubre de 2022 que prohibía las negociaciones con Putin, a quien buscaban llevar ante la justicia internacional por crímenes de guerra5.

Sin embargo, la segunda contraofensiva ucraniana de junio de 2023 resultó en una derrota. A través de la prensa, los estadounidenses expresaron su descontento: Kiev habría escatimado demasiado sus hombres para privilegiar ataques tácticos dispersos a lo largo del frente en lugar de enviar soldados en masa a los campos de minas rusos con la esperanza de traspasar las defensas del adversario y cortar el puente terrestre entre Rusia y Crimea6. Bajo la presión de Washington, Kiev redujo la edad de reclutamiento de 27 a 25 años en abril de 2024, pero ocho meses después se negó a bajarla a los 18 años. Así, la apuesta hecha sobre la base de las exhortaciones occidentales fracasó de forma trágica. Tanto el costo humano –cientos de miles de muertos y heridos– como los sacrificios exigidos a la sociedad fueron en vano7.

Como consecuencia lógica, durante el mismo período, Rusia experimentó una suerte inversa. El inicio de su “operación militar especial” resultó ser un fiasco. Los servicios de inteligencia rusos sobrestimaron los apoyos con los que contaban tanto por parte de la población como dentro de las élites ucranianas. El ejército se estancó en los barrios periféricos de la capital ucraniana y fracasó en su intento de tomar el control del país. El Kremlin decidió entonces concentrar su dispositivo militar en el Donbass y Crimea. Concebida al inicio como una expedición rápida y relámpago, esta guerra cambió de escala y de naturaleza. La movilización forzada decretada en setiembre de 2022 provocó una ola de protestas y exilios.

Atrapada en la trampa de su propia guerra, Rusia agravó su situación en materia de seguridad. Su “operación militar especial” tenía como objetivo, por un lado, prevenir que Ucrania se rearmara –antes de que Kiev recuperara por la fuerza las regiones separatistas prorrusas– y, por otro lado, poner un freno a la expansión de la OTAN. No obstante, unos meses después del inicio del conflicto, Rusia enardeció el patriotismo de un adversario que recibía un flujo continuo de armas y que contaba con el respaldo de una alianza atlántica reforzada con dos nuevos miembros: Suecia y Finlandia, que limitan con la zona ártica, estratégica para Moscú. Los europeos reforzaron los batallones enviados al flanco oriental de la alianza, incluida Francia, que hasta entonces se oponía a una presencia permanente. La fuerza de reacción rápida de la OTAN cuadriplicó su número de efectivos; también continuó la construcción de la nueva base antimisiles estadounidense en Polonia, en donde los norteamericanos elevaron su presencia militar a 10.000 soldados. Lejos de calmarse, en Rusia, las preocupaciones respecto de la seguridad se intensificaron por no haber previsto la fuerza y la unidad de reacción occidental. Empero, al apostar por la consolidación de sus defensas detrás del Dniéper, Rusia logró estabilizar el frente. Los avances territoriales, como la toma de Bajmut en mayo de 2023, se consiguieron a costa del sacrificio de numerosas tropas, en un país ya golpeado por su debilitamiento demográfico.

Si bien Rusia mostró debilidades militares, la resistencia de su economía resultó sorprendente. El Banco Central había acumulado suficientes reservas para asumir una confrontación financiera con Occidente. Logró sostener el rublo de modo eficaz y salvar su sistema bancario a pesar del congelamiento de sus activos en Europa y Estados Unidos. En cuanto a las sanciones energéticas, terminaron volviéndose en contra de los propios impulsores europeos: el aumento de los precios del gas compensó la pérdida de los volúmenes enviados al viejo continente, dando tiempo a Rusia para reorientar sus exportaciones de hidrocarburos hacia Asia8. El fracaso de la estrategia de aislamiento se volvió evidente porque, si bien Moscú se vio obligada a recurrir a “estados parias”, como Corea del Norte o Irán, para obtener armas o soldados, la realidad es que no le faltaron socios económicos interesados en sus descuentos energéticos. Los países que forman parte del BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) vieron con preocupación la ofensiva punitiva financiera de Washington contra Rusia y profundizaron de forma preventiva su cooperación para reducir el uso del dólar en sus intercambios. En 2024, la organización acogió a cinco miembros nuevos, entre los que se destaca Emiratos Árabes Unidos, un actor clave en las nuevas rutas del petróleo ruso.

¿Acercamiento al hermano menor?

Al elegir negociar cara a cara con Moscú, Trump le ofrece una vía de escape al Kremlin. El presidente estadounidense parece elevar a Rusia al rango de nueva aliada. Las concesiones, que por ahora son sólo verbales, resultan vertiginosas: reanudación de las negociaciones sobre el desarme, promesa de reincorporación al G7 y, a largo plazo, levantamiento de las sanciones. Aunque el presidente estadounidense trate de suavizar estas promesas en las próximas semanas, la solidaridad transatlántica ya parece estar profundamente deteriorada.

Estas declaraciones podrían cerrar una era geopolítica que comenzó en 1949. Tras la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos creó la Alianza Atlántica para imponer su influencia a la mitad de Europa, mientras que la otra mitad se alineaba primero con el bloque soviético y luego se unía al Pacto de Varsovia en 1955. Sin embargo, a finales de la década de 1980, el último dirigente soviético, Mijaíl Gorbachov, al frente de un país agotado por la carrera armamentista, se comprometió con una serie de concesiones unilaterales y desordenadas: aceptó la reunificación de Alemania y su adhesión a la OTAN sin obtener garantías escritas sobre la no expansión de la alianza occidental en Europa del Este. De este modo, el antiguo instrumento de seguridad sobrevivió a la Guerra Fría; la Unión Europea, al expandirse, permaneció firmemente vinculada con Washington. Aunque en 1989 y 1990 se llegó a considerar por un momento la posibilidad de implementar un nuevo sistema de seguridad, no surgió ninguno alternativo tras la disolución del bloque soviético. Si bien el conflicto ruso-ucraniano tiene en parte su origen en esa oportunidad perdida, su resolución negociada está provocando una reconciliación ruso-estadounidense a espaldas de los europeos.

En Múnich, el vicepresidente Vance incluso señaló una nueva dirección estratégica de Estados Unidos: “A Putin no le interesa ser el hermano menor en una coalición con China”9. ¿Se trata del regreso a la estrategia de triangulación que había puesto en marcha el presidente estadounidense Richard Nixon en 1971 al acercarse al “hermano menor” (que en ese entonces era China) para aislar mejor al enemigo principal (la Unión Soviética)? Si este es el “plan”, Trump tendrá dificultades para romper el eje Rusia-China. Pekín, si bien se molestó por el hecho consumado de la invasión rusa y le ha reprochado a Moscú su abuso de la amenaza nuclear, no le ha retirado su apoyo. China suministra de manera discreta tecnologías necesarias para el complejo militar-industrial ruso, al mismo tiempo que profundiza su cooperación militar con Moscú. Aunque desequilibrada, esta relación se basa en una fuerte frustración compartida respecto de un orden internacional dominado por Estados Unidos desde el final de la Guerra Fría.

Por su parte, los europeos se encuentran en la peor situación posible: ya debilitados por la crisis energética que ellos mismos provocaron al renunciar –a petición de Washington– al gas ruso barato y pronto golpeados también por la guerra comercial decretada por la Casa Blanca, ahora se ven obligados a gestionar solos las consecuencias del revés occidental en Ucrania. Mientras la confrontación con Rusia alcanza un nivel incandescente y sus arsenales se han vaciado en favor de Kiev, los europeos se preparan para aumentar de forma urgente su gasto militar, lo que implica comprar armamento estadounidense. Washington les exigía un “reparto de la carga” de la financiación de la alianza. Ahora la carga es doble: pagar la reconstrucción de Ucrania (que, a esta altura, Rusia deja de buena gana en manos de la Unión Europea) y, al mismo tiempo, hacerse cargo de su propia seguridad. El gasto parece simplemente inasumible para los presupuestos europeos y augura nuevas divisiones.

Hélène Richard, de la redacción de Le Monde diplomatique (París). Traducción: Paulina Lapalma.

El contexto de una derrota

Aunque la guerra en Ucrania es el punto nodal de La derrota de Occidente (Akal, 2024), su autor, Emmanuel Todd, no se circunscribe sólo al resultado de la contienda bélica, que en su opinión concluirá con la inexorable victoria de Rusia, sino que engloba los variados aspectos del declive del mundo que hegemoniza Estados Unidos y que configuran el contexto de dicha derrota. Si algo ha quedado de manifiesto son los efectos de la desindustrialización del país norteamericano: la superpotencia militar del mundo era incapaz de producir todos los proyectiles y elementos indispensables para proveer a los ucranianos en su defensa contra Rusia, mientras que esta no cesaba de fabricar misiles, entre ellos los hipersónicos, que le conferían una superioridad estratégica. Todd rastrea en la financiarización del capitalismo, con la globalización, la deslocalización de fábricas y los consecuentes estragos sobre las clases medias y obrera, la dislocación de la economía estadounidense, dependiente de las importaciones y con un cuantioso déficit externo. Ha reemplazado en gran parte la elaboración de productos tangibles por lo que allí llaman “industria financiera”: es la fabricación del dólar, moneda mundial de intercambio y atesoramiento, su factor de preeminencia, pero también la trampa que la conduce a la decadencia. Son muchos los signos que menciona Todd sobre el creciente deterioro social, económico y cultural de Estados Unidos: aumento de la mortalidad infantil; acortamiento de la esperanza de vida; notable descenso de la producción industrial; brutal desigualdad de ingresos; caída del nivel educativo; déficit de ingenieros y científicos, que se cubre con la “importación” de especialistas extranjeros. El neoliberalismo ha reemplazado la religión por una ideología nihilista que cultiva la violencia ilimitada y reniega de todo precepto moral y comunitario.

Carlos Alfieri


  1. Ver Benoît Bréville, “Liquidación electoral”, Le Monde diplomatique, edición Uruguay, enero de 2025. 

  2. Ver Philippe Descamps, “Affoler la meute”, Le Monde diplomatique, París, febrero de 2025. 

  3. “Ukraine support tracker”, Kiel Institute for the World, 2024. 

  4. Ver Samuel Charap y Sergueï Radchenko, “¿Podría haber terminado la guerra en Ucrania?”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, julio de 2024, y Shaun Walker, “Zelensky rejects claim Boris Johnson talked him out of 2022 peace deal”, The Guardian, Londres, 12-2-2025. 

  5. Ver, por ejemplo, “Soutenir l’Ukraine pour assurer la paix”, Le Monde, 10-1-2023. 

  6. Alex Horton y John Hudson, “US intelligence says Ukraine will fail to meet offensive’s key goal”, The Washington Post, 17-8-2023. 

  7. Ver Hélène Richard, “Tiempo de dudas en Ucrania”, Le Monde diplomatique, edición Uruguay, noviembre de 2023. 

  8. Ver Hélène Richard, “Sanciones de doble filo”, Le Monde diplomatique, edición Uruguay, noviembre de 2022. 

  9. Bojan Pancevski y Alexander Ward, “Vance wields threat of sanctions, military action to push Putin into Ukraine deal”, The Wall Street Journal, Nueva York, 14-2-2025.