No es habitual que un alto diplomático occidental se manifieste con dureza sobre las acciones del gobierno israelí hacia los palestinos. Mucho menos que use palabras como “intención de exterminio” o que las compare con los modernos genocidios. Y menos habitual aún que esto ocurra en tiempos de renovado macartismo, en especial en Estados Unidos, cuando hasta la menor postura crítica es marcada como antisemitismo. La explicación de que este portento haya ocurrido puede estar en el prefijo “ex”. Desde diciembre de 2024 Josep Borrell ya no es el jefe de la diplomacia de la Unión Europea (UE), lo que le da otras libertades para decir lo que en verdad piensa. Para describir lo que en verdad está sucediendo.

En un artículo de opinión publicado en El País de Madrid (“Semana de pasión en Gaza”, 20-4-2025), el político socialista acaba de afirmar que Tel Aviv “pretende crear las condiciones para la mayor operación de limpieza étnica desde la Segunda Guerra Mundial”. El timing israelí es claro. Ocurre porque el sillón de su valedor histórico está ocupado, ahora sí, por un mandatario que ha dejado de respetar las formas y se ha lanzado al terreno de la geopolítica como si esta fuera, en una eliminación del sustrato metafórico, un terreno apto para la especulación inmobiliaria. Es que todo es cuestión de tierra. La tierra de Gaza, a ser vaciada aunque el vaciamiento esté viciado de nulidad en términos de derecho internacional. La tierra de Cisjordania a ser gazificada. La itálica y el neologismo son de Borrell. Con zeta, no se vaya a cometer horror de imprenta y se diga, entonces, que se están haciendo comparaciones odiosas. Como del odio de Dios, diría Vallejo. Como del odio hacia el representante de cierto dios en la tierra, según revelan los comentarios en alguna prensa conservadora israelí ante la muerte del papa Francisco por su apoyo al Estado palestino, ese cuya existencia Uruguay reconoce desde 2011 (Middle East Eye, 21-4-2025). Todo es cuestión de tierra. Porque en Cisjordania, escribe Borrell, el ejército israelí está librando su mayor ofensiva en décadas: “Más de 40.000 palestinos han sido desplazados a la fuerza del norte del territorio, preparando visiblemente los planes que los legisladores de extrema derecha están impulsando para expandir los asentamientos, que son ilegales según el derecho internacional”.

Podría preguntarse por qué Borrell no actuó antes, cuando era aquel Borrell que podría haber actuado y no este, que sólo puede quejarse solo. Dice que lo intentó sin suerte: “A pesar de las múltiples resoluciones adoptadas por las Naciones Unidas y de las decisiones del Tribunal Penal Internacional, no logré, como alto representante de la Unión para Asuntos Exteriores, que ni el Consejo ni la Comisión actuaran ante las violaciones masivas y repetidas del derecho internacional y del derecho humanitario por parte del gobierno de Netanyahu, como sí hemos hecho ante la agresión de Putin contra Ucrania”. No usa la palabra hipocresía, pero sí el término “doble rasero”, que sin calificar describe.

¿Acaso podría hacerse algo más? “Contrariamente a lo que se dice en el debate público, y a pesar de la absoluta falta de empatía de alguno de sus líderes, la UE dispone de numerosas palancas de acción frente al gobierno israelí: somos su primer socio comercial en inversiones e intercambio de personas. Suministramos al menos un tercio de las armas que usa y tenemos con Israel el más amplio acuerdo de asociación, pero que también está condicionado, como los demás, al respeto del derecho internacional y en particular al humanitario”. O sea que sí. Europa podría hacer algo más que alzar la voz, como la alza ahora la sucesora de Borrell. La estonia Kaja Kallas también ha dicho que las acciones presentes de Israel “van más allá de la autodefensa proporcionada” (Efe, 14-4-2025). Es que Europa es lo suficientemente grande como para hacer algo más que decir, aunque Borrell no haya podido. ¿Y algún actor más pequeño? ¿Uruguay, por ejemplo? Poco tiene para hacer. Salvo no abrir una oficina de investigación en convenio con una universidad que tiene una parte de sus instalaciones en Jerusalén este. Esa que Naciones Unidas aún considera una tierra ocupada de forma ilegal (desde la Resolución 181 de 1947 hasta el dictamen del Tribunal Internacional de Justicia del 19 de julio de 2024). Todo es cuestión de tierra.

Roberto López Belloso, director de Le Monde diplomatique, edición Uruguay.