La lluvia se abate sobre Barcelona y la larga fila para entrar a la Casa Milá, la célebre Pedrera de Antoni Gaudí, se comprime todavía más. Parece un resorte que apenas se libere de la presión saldrá dando saltos peligrosamente. Algo así pasa con la ciudad, agobiada por el turismo de masas y por la pregunta existencial de cuánto más podrá soportar su tejido social. Por algo se produjo la autodefensa performática de grupos de vecinos que salieron con pistolas de agua a “dispararles” a los turistas1. Sin embargo, en la misma Casa Milá, pero por una entrada secundaria, se puede subir una escalera gaudiana y llegar a la zona de exposiciones temporales para visitar, a solas entre las obras, una muestra monumental de la pintura y la escultura de Sean Scully2. La soledad invita a detenerse mientras que el congestionamiento expulsa. Así que es posible dejarse invadir por los matices de rosas y ocres que asoman por debajo de los blancos en un tipo de abstracción que no abdica de la referencia concreta. Si el título, o el breve texto que lo acompaña, no fuera ancla suficiente para cada cuadro, que no suele serlo, la muestra en su conjunto se ilumina al final con un audiovisual realizado por David Trueba (nada menos) que impulsa a volver sobre los pasos y recorrer de nuevo las 60 obras que un momento antes se habían visto como también deben verse: sin el auxilio del sentido que el autor dice que quiso darles.

Unas cuadras antes, entre las dos creaciones de Gaudí en Paseo de Gracia —la casa Batlló y La Pedrera—, se puede repostar en otro refugio: el museo de la Fundación Tàpies3. Se ubica en un edificio coronado por la escultura “Nube y silla”, un nido de aluminio y acero que remasteriza la obra arquitectónica de Lluís Domènech y Montaner, el otro grande del modernismo catalán (inevitablemente a la sombra de Gaudí y también autor del Hospital de la Santa Creu i Sant Pau, el menos conocido de los sitios inevitables a visitar en Barcelona). En 2025 la exposición permanente de la fundación-museo se concentra en el modo en que Antoni Tàpies repensó la historia cultural del siglo XX abrevando en las vanguardias, los grandes relatos (marxismo y psicoanálisis, por ejemplo) y los estertores casi domésticos del esoterismo.

Si el Paseo de Gracia, con su amplitud al estilo de los Campos Elíseos de París, permite cierta oxigenación, las ramblas son el epítome del colapso. Pero también de ese círculo se puede escapar con el auxilio de la agenda de exposiciones. Si se camina durante seis minutos desde la Rambla de Santa Mónica se llega al Palau Martorell. Allí, en tres plantas, se despliega la muestra Fernando Botero, un maestro universal4. Está su célebre diálogo con Piero della Francesca, las capas de profundidad con las que se adentra en los mundos populares del circo y la música, y al mismo tiempo la crueldad de las tropas estadounidenses en la cárcel de Abu Ghraib, en el Irak de 2004.

No es posible, si se dispone de los medios, no visitar una vez en la vida La Pedrera o la Sagrada Familia. Demasiada belleza espera por los ojos que vayan a verla. Sin embargo, para la salud del viajero, se prescribe alternar esas experiencias agobiantes con otras que recuperen el disfrute sin prisas ni multitudes. Hay que huir de las ramblas para encontrar Barcelona5.


  1. “Protesta contra el turismo en Barcelona: activistas inmovilizan un bus turístico y disparan pistolas de agua”, El Periódico, Barcelona, 27-4-2025. 

  2. Hasta el 6 de julio, Passeig de Gràcia 92. 

  3. Carrer d’Aragó 255. 

  4. Hasta el 20 de julio, calle Ample 11. 

  5. Los ingresos del cronista a la mayor parte de los lugares mencionados fueron facilitados por Barcelona Turisme.