Volvamos al 11 de julio de 2021. Mientras en toda América Latina continuaban las medidas de distanciamiento social y confinamiento como respuesta a la pandemia de covid-191, en Cuba la situación era completamente distinta. Grandes multitudes se concentraban en La Habana y en el resto del país. Al grito de “¡Libertad!” y entonando “¡El pueblo unido jamás será vencido!” –una consigna muy popular en las manifestaciones– muchos cubanos expresaban su angustia ante el colapso económico. Ese mismo día, y a lo largo de las semanas siguientes, arrestaron a más de 1.000 personas y cientos de ellas fueron condenadas a duras penas de prisión.
Cuatro años después, con la mirada perdida, Antonio2 recuerda aquel día. Sentada junto a él, su madre, Gabriela, se lamenta: “Mi hijo se convirtió en un viejito”. En este barrio pobre ubicado en las afueras de la capital, la familia de seis integrantes vive en una casita encaramada en lo alto de una estrecha escalera que da a una ruidosa calle. La sala de estar y la cocina caben en apenas diez metros cuadrados. La tarde está por terminar. Se cortó la electricidad, una situación que se ha vuelto cotidiana y agotadora para la mayoría de los cubanos. Antonio acaba de cumplir 20 años. Tenía tan sólo 17 cuando fue encarcelado en julio de 2021, tras haber participado en lo que fue la manifestación más grande organizada contra el gobierno desde 1959. Sin embargo, el joven no tenía un interés particular por la política. “Vi gente en la calle. Mi pareja estaba embarazada. Estudiaba y, en paralelo, vendía pan. No ganaba suficiente dinero –recuerda–. Ese día, las calles estaban repletas de violencia. El cielo se puso gris. Todos terminamos acorralados. Yo no salí ni con un machete, ni con una pistola, ni con un palo, pero sí tiré piedras”, explica. Luego, todo se precipitó: Antonio fue detenido y acusado enseguida de “alteración del orden público”, “desacato” y “propagación de epidemia”, en un momento en que el país registraba un récord de contagios. Pasó diez meses en la cárcel.
Estas manifestaciones dieron una visibilidad sin precedentes a las protestas sociales y políticas contra el gobierno. La crisis sanitaria y el cierre de fronteras –incluso para el turismo, del que el país depende en gran medida– lo hundieron en una profunda depresión económica. Esta situación se vio agravada por dos factores: por un lado, por la política de “máxima presión” emprendida desde 2019 por la primera presidencia de Donald Trump en Estados Unidos –que endureció severamente el embargo impuesto a la isla desde 1962– y, por otro lado, por la inflación disparada por la reforma monetaria destinada a unificar el peso –que fue implementada a comienzos de 20213–. Hasta el día de hoy, las estanterías de las farmacias siguen vacías y las filas para conseguir productos de primera necesidad se extienden durante horas.
Los días posteriores a las movilizaciones de 2021, el entonces flamante presidente de Estados Unidos, Joe Biden, instó a las autoridades cubanas a “escuchar a su pueblo” y su “vibrante llamado a la libertad”. Por su parte, La Habana calificó a los manifestantes de “mercenarios” o de “revolucionarios confundidos”. Un año después, el presidente cubano Miguel Díaz-Canel apareció en la televisión y afirmó: “Lo que realmente vamos a conmemorar en este primer aniversario del 11 de julio es que el pueblo cubano y la Revolución frustraron un golpe de Estado”. Gabriela ironiza desde lo que queda de su dormitorio: “Si de verdad fuésemos mercenarios, ¿usted cree que el techo de mi habitación se habría derrumbado? Si fuésemos mercenarios, ¡tendría un generador en casa para cuando se corta la luz!”.
La red de Miami
14 de enero de 2025. La Habana anunció la liberación de 553 detenidos tras una mediación liderada por el papa Francisco; asimismo, unos días antes, Biden había hecho pública su decisión de retirar a Cuba de la lista de Estados que apoyan el terrorismo. Muchas de las personas liberadas en esta fecha habían estado en las calles el 11 de julio, como Alina, a quien encontramos en su casa, ubicada en uno de los barrios más pobres de la capital, después de haber pasado tres años y medio en la cárcel. “Había escasez de medicamentos. No había agua. La gente caía como moscas por el covid. Yo me manifesté de forma pacífica. Fue algo espontáneo. Con otras personas, motivamos a la gente a salir a protestar”. A los pocos días, la policía fue a detener a la joven “con seis camiones y 25 motos”. “Como si fuera una asesina en serie”, recuerda. Sobre el interrogatorio, relata: “Lo primero que me preguntaron después de detenerme fue si me habían pagado. Nos acusaron de haber planificado todo y de haber recibido dinero a cambio. ¡No fue algo planificado y no nos pagaron!”. Actualmente, un agente de la seguridad del Estado está a cargo de vigilarla. “Necesito una autorización para salir de La Habana, o incluso para invitar amigos a mi casa. Tengo que cumplir con un toque de queda diario hasta que termine mi libertad condicional, cosa que no ocurrirá sino hasta dentro de varios años”. Desde que la arrestaron, la salud de Alina se ha ido deteriorando: “Ya no duermo. Me voy a morir contrarrevolucionaria. ¡Me convirtieron en algo que no era!”, exclama al respecto.
Promovida e instrumentalizada por Washington, vigilada y hostigada por la seguridad del Estado cubano, la oposición local es débil, está poco organizada y carece de un verdadero programa político. Muchos cubanos, ya cansados, han optado por emigrar en lugar de enfrentarse a las autoridades. Según las estadísticas oficiales, desde la pandemia, más del 10 por ciento de la población ha decidido irse del país4. A los movimientos espontáneos nacidos del hartazgo se suma la actividad de las redes vinculadas a la extrema derecha cubano-estadounidense que, mucho más estructurada, opera desde Miami, Florida, en gran parte gracias al respaldo y al financiamiento de Estados Unidos5 –que alimenta una constelación de organizaciones militantes y, a menudo, radicales–.
Muchas de las personas detenidas –antes o después del 11 de julio– están acusadas de haber cometido o planeado cometer actos de sabotaje, en conexión con Miami. Sus caras desfilan con regularidad por los medios estatales. Cuando llegamos a la casa de Benito, en el centro de la ciudad, el suelo está completamente inundado por el agua que sale del lavarropas. Una pila de ropa mojada reposa sobre el sillón. El treintañero, que se encuentra fumando un cigarro hundido en su sillón, se incorpora y nos extiende unas fotos de su hermano Alberto, encarcelado en 2020. En algunas de ellas, que fueron tomadas antes de su detención, se lo ve con su familia o posando con orgullo frente a la bandera estrellada estadounidense, con la panza al aire exhibiendo un tatuaje con la frase “Abajo los Castro y sus esbirros comunistas que aún están en Cuba”. Benito rememora: “Después de la muerte de nuestra madre en 2013, Alberto empezó a adoptar una postura más dura, a comportarse como un opositor. Decía que los médicos la habían matado. Estaba enferma”. En negativos más recientes de fotos tomadas en prisión, Alberto aparece desorientado, demacrado, con el rostro hundido y los rasgos cansinos. Cumple una condena de siete años de prisión por atentar contra la seguridad del Estado. Le dejamos nuestros teléfonos a Benito, quien promete pasárselos a su hermano para que nos contacte.
A los dos días, desde la prisión de “Kilo 5 y medio”, ubicada en la ciudad de Pinar del Río, al oeste del país, el prisionero se comunica con nosotros –tiene derecho a realizar una llamada por semana al exterior de la cárcel– y nos cuenta: “Exhibí una pancarta que decía ‘Trump, fuego contra Cuba’ y publiqué un video en el que decía que había que cortarles la cabeza a los comunistas. Después de eso, vino la policía a buscarme”. Reconoce haber estado en contacto con dos cubanos radicados en Florida desde hace varios años: Kiki Naranjo y Willy González, ambos miembros de un grupo llamado La Nueva Nación Cubana en Armas (NNCA).
Con base en Florida, esta organización tiene como objetivo derrocar la Revolución por todos los medios, incluida la acción violenta. La Habana lo considera un grupo terrorista. Alberto entró en contacto con ellos en noviembre de 2020 a través de un conocido en común que organizó una videollamada. “Hablamos de sabotaje, de entrenamiento. Me dijeron que estuviera listo para armarme para cuando decidieran entrar por la fuerza a Cuba”. Sus dos referentes le habrían enseñado “cómo fabricar bombas caseras”. Ya pasaron unos años y los dos hombres siguen sin aparecer. “Siento resentimiento hacia Naranjo y los demás. Juegan con la desesperación de la gente. Me prometieron que iban a entrar a Cuba, pero no hicieron nada”, Alberto se lamenta con amargura.
El fundador de la NNCA, González, es una figura pública. Lo contactamos a través de su cuenta en Facebook. Una vez acordada la entrevista telefónica, nos confirmó que, en los últimos años, miembros de la organización “han incendiado campos de caña de azúcar o plantaciones de tabaco del Estado [cubano]. Eso forma parte de la lucha –agregó–. La única vía que nos dejan los comunistas es el levantamiento, la confrontación. Cada acto que planificamos es un llamado a la rebelión. Gracias a la tecnología digital y a las redes sociales, crecemos, llegamos a más gente y avanzamos”. En noviembre de 2023, las autoridades de La Habana interceptaron en alta mar a un tal Ardenys García Álvarez, quien fue sorprendido infraganti: este ciudadano cubano instalado en Estados Unidos buscaba introducir en la isla, desde Florida y a bordo de una moto de agua, pistolas y municiones. Fue acusado de formar parte de la NNCA y de haber intentado reclutar gente en territorio nacional para iniciar una insurrección armada.
Willy González, quien afirma defender la libertad de Cuba, aparece en numerosos videos vestido con uniforme militar, y sus publicaciones en las redes sociales muestran a hombres con chalecos antibalas, envueltos en la bandera estadounidense y disparando con fusiles o revólveres. Por su parte, Naranjo –a quien intentamos contactar– parece ser escurridizo, dado que posee diferentes cuentas en Facebook. Según sus familias, los manifestantes de 2021 que fueron reclutados por las organizaciones de Miami eran, ante todo, jóvenes vulnerables y desesperados.
Claudia, la madre de David, nos recibe en la pequeña terraza de su casa. Con el rostro pálido y apoyada sobre la baranda, nos cuenta que, en aquel momento, Naranjo se contactó con su hijo a través de Facebook. Según ella, le propuso un trato: si David arrojaba un cóctel molotov contra un comercio, un barco lo ayudaría a salir de la isla rumbo a Florida. “Mi hijo tenía muchísimas ganas de irse. Además, Kiki es de acá. Antes eran amigos”. David accedió. En 2021 arrojó artefactos incendiarios contra un comercio del Estado y un teléfono público, aunque sin provocar grandes daños. El joven fue detenido una semana más tarde.
“Esta gente intenta manipular a los jóvenes”, suspira Ana. La mujer, menuda, de edad avanzada pero enérgica, nos abre la puerta de su apartamento, en el último piso de un bloque de edificios ubicado al este de La Habana. Sobre sus rodillas, relee la sentencia judicial: un cubano residente en Estados Unidos le habría propuesto a su hijo prender fuego “un mercado, lanzar una cadena sobre una línea de alta tensión con el objetivo de dejar sin electricidad a la zona” e identificar “un lugar donde estacionan varios colectivos públicos para poner arena dentro de los motores y fundirlos”. Por último, este hombre le habría señalado a un funcionario del Ministerio del Interior a quien debía agredir. Los documentos que consultamos indican que el instigador le había prometido a Leandro “una retribución económica” y el pago “de la recarga de su teléfono de manera sistemática” por cada acción concretada. Su madre lo confirma: “A cambio, tenía que hacer sabotajes”. Sin embargo, Ana sostiene que su hijo nunca tuvo la intención de pasar a la acción; y aunque Leandro fue efectivamente arrestado antes de cometer ningún acto delictivo, lo condenaron a diez años de prisión por planificación de “actos terroristas”.
Los fondos de Washington
El apoyo del gobierno estadounidense a la oposición cubana no se limita a respaldar las acciones de grupos radicales establecidos en Florida. Cada año, Washington financia programas de “promoción de la democracia” en Cuba. En este sentido, en 2024, el Departamento de Estado destinó 20 millones de dólares para tal fin a través de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) [todas las siglas están en inglés] y la Fundación Nacional para la Democracia (NED). Estas organizaciones –la primera como agencia federal y la segunda como una fundación [independiente] sin fines de lucro creada directamente por Ronald Reagan en 1983– persiguen varios objetivos en la isla: la promoción de un “espacio cívico”, el fortalecimiento de las capacidades y del empoderamiento de “los militantes cubanos prodemocracia”, la creación de medios digitales y la protección de las “víctimas de la represión”, entre otros. Según el informe anual de 2024 de la NED, Cuba fue el quinto beneficiario de sus fondos, después de Rusia, China, Ucrania y Birmania.
Un puñado de organizaciones canalizan los flujos financieros de la NED. Entre ellas, el Instituto Nacional Demócrata (NDI), afiliado al Partido Demócrata, y el Instituto Republicano Internacional (IRI), vinculado con el Partido Republicano. Presentadas como organizaciones no gubernamentales (ONG), estas entidades dependen en realidad de fondos federales y están dirigidas por ex pantoufleurs6 de la administración estadounidense. El IRI, que en cuatro años recibió 2,7 millones de dólares por parte de la NED, está dirigido por Dan Twining, un exfuncionario del Departamento de Estado. Hasta 2024, su consejo administrativo incluía entre sus miembros a un tal Marco Rubio –férreo opositor al Partido Comunista cubano–, el primer cubano-estadounidense en ocupar el cargo de secretario de Estado. Desde los años 2000, esta organización se dedica a “seleccionar líderes” y fomentar la creación de “redes dentro de la sociedad civil en toda la isla”; también ofrece capacitaciones específicas “para los líderes emergentes [...] ante una eventual transición”. Esta entidad tiene por objetivo reclutar sangre nueva dentro de grupos afrocubanos, feministas, LGBTQIA+, o dentro de comunidades religiosas protestantes.
La decisión de Donald Trump, ahora en su segunda presidencia, de eliminar los fondos destinados a la USAID y a la NED a nivel mundial no afectó a casi ninguno de los programas destinados a Cuba. La presión ejercida por los parlamentarios cubano-estadounidenses sobre el presidente republicano dio resultado y todos esos proyectos quedaron bajo la responsabilidad directa de Rubio.
Otras organizaciones con sede en Miami, que también son beneficiarias de estos fondos, están dirigidas por la generación de los años 1970. Orlando Gutiérrez Boronat es el secretario general del Directorio Democrático Cubano, una organización opositora que ha recibido millones de dólares de la NED en las últimas dos décadas. Gutiérrez Boronat fue miembro de la Organización para la Liberación de Cuba –un grupo armado que en los años 1970 buscaba derrocar al gobierno– y está actualmente acusado de malversación de fondos por otro opositor histórico, Armando Valladares. En un video publicado en enero de 2025, el primero le responde al segundo. A su lado, una mujer sale en su defensa, se trata de Sylvia Iriondo, exmiembro de Hermanos al Rescate en los años 1990. Oficialmente, esta asociación auxiliaba a los balseros cubanos que intentaban llegar a las costas de Florida en embarcaciones improvisadas. Con frecuencia, sus aviones violaban el espacio aéreo cubano con la intención de provocar a las autoridades (lanzaban bengalas, fumígenos, artefactos explosivos caseros). La militante es hija de Cecil Goudie, dirigente de uno de los grupos apadrinados por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) implicados en el intento de invasión de Bahía de Cochinos en 1961. En el mismo video mencionado también aparece un hombre –quien también toma la palabra– sentado junto a Gutiérrez Boronat. Se trata de Ángel de Fana, exmiembro de un movimiento contrarrevolucionario que, desde 1960, se especializaba en la colocación de explosivos. Para José Luis Méndez Méndez, investigador del Centro de Investigaciones Históricas de la Seguridad del Estado en La Habana, si bien la lucha armada ha sido reemplazada por un enfoque basado en la promoción de los derechos humanos, los actores políticos y sus verdaderos objetivos siguen siendo los mismos. “Casi todos los actos de terrorismo que hemos sufrido desde 1959 fueron organizados desde Estados Unidos. ¡Los tiburones no se vuelven vegetarianos!”, comenta con sarcasmo.
La autonomía de los “disidentes” cubanos es cuestionable. Varios de los más mediáticos han recibido fondos de origen estadounidense. José Daniel Ferrer, considerado hoy en día la principal figura de la oposición interna, está vinculado a organizaciones radicadas en Florida. También fue detenido por la seguridad del Estado el 11 de julio de 2011 y pasó tres años y medio en prisión. Lo interceptaron a pocos metros de su casa y fue liberado en el marco del acuerdo de enero de 2025. En abril fue encarcelado nuevamente por violación de la libertad condicional. En una entrevista concedida al canal de YouTube del influencer cubano-estadounidense Manuel Milanés Pizonero7 –“opositor a la dictadura cubana” y presidente del Consejo para la Guerra Anticomunista (CPGA), quien se declara cercano a Trump–, Ferrer reveló que “la financiación más antigua y segura” de la Unión Patriótica de Cuba (UNPACU), la organización que fundó en 2011, proviene de la Fundación Nacional Cubano Americana (FNCA). Esta última, con sede en Miami, ha recibido fondos públicos estadounidenses en el pasado.
“El Estado cubano logró impedir la aparición de una amenaza interna significativa” contra su poder, analizó William Leogrande, profesor de ciencias políticas en la Universidad Americana de Washington DC. “El problema para los cubanos críticos con el gobierno es que resulta demasiado fácil para las autoridades meterlos en el mismo saco que a los ‘disidentes’ respaldados por Estados Unidos. Ese es el efecto perverso de dicha ayuda: no abre el espacio político, sino que lo cierra”.
Guerra informativa
Desde hace décadas, Washington también viene librando una guerra de información contra Cuba. En 1990, el dirigible “Fat Albert” levantó vuelo frente a las costas de Florida y transmitió a través de ondas los programas anticastristas de Radio y Televisión Martí hacia la isla comunista. Sin embargo, La Habana interfirió la señal y el canal se volvió inaccesible, por lo que la población lo apodó “la tele que no se ve”. En 2009 hicieron un segundo intento. Esta vez se trató de crear e implantar una red social, un “Twitter cubano”: ZunZuneo fue gestionada por una unidad especial de la USAID, la Oficina de Iniciativas de Transición8. Se trataba de una operación secreta llevada a cabo a través de empresas fantasma radicadas en las Islas Caimán para que los usuarios no pudieran establecer ningún vínculo con el gobierno de Estados Unidos. Los creadores de ZunZuneo –que, según la USAID, atrajo a 68.000 personas hasta su desaparición en 2012– disponían de una base de datos que incluía el género, la edad y la orientación política de cada usuario. El objetivo era fomentar la movilización con vistas al estallido de una “primavera cubana”. Fue otro fracaso. Hasta 2018, el acceso a internet en el país seguía siendo extremadamente limitado, lo que frustró las ambiciones iniciales del proyecto.
En realidad, fue el mismo Partido Comunista el que puso fin a su cuasi monopolio de la información. En 2018, al autorizar que toda la población accediera a los datos móviles, el gobierno provocó una de las transformaciones sociales más profundas ocurridas en Cuba desde el final de la Guerra Fría. Aparecieron una multitud de medios, en su mayoría críticos del poder y respaldados por Estados Unidos. Cubanet, un sitio de opinión militante fundado en Florida en 1994 que aboga por un cambio de régimen, contaba hasta 2018 con una audiencia limitada, pero la repentina masividad de internet, combinada con los fondos estadounidenses inyectados para actores de la “sociedad civil”, dio lugar a nuevas perspectivas de acción para la oposición y fomentó la difusión de un discurso a favor de Washington. Sólo en 2024, Cubanet recibió 500.000 dólares de la USAID, y en total lleva recibidos 2,5 millones desde 2020. En un editorial de este medio digital –que cuenta con la colaboración de “periodistas independientes” locales– publicado el 4 de julio de 2024, afirman que “la única revolución benévola que ha conocido el mundo” es “la de Estados Unidos”. En otro artículo de opinión puede leerse que la designación de Marco Rubio como secretario de Estado fue “una excelente noticia para todos los que luchan por la democracia”. El día de la victoria de Trump sobre Kamala Harris, la periodista del sitio Camila Acosta publicó en Facebook un posteo titulado: “Un despertar feliz. ¡Trump presidente!”.
El 11 de julio de 2021, Acosta estaba cubriendo las manifestaciones. Fue detenida e interrogada, y estuvo incomunicada durante cuatro días. “Me amenazaron con acusarme de un delito contra la seguridad del Estado, lo que podría haberme costado entre 20 y 30 años de prisión”, recuerda. Su liberación, bajo medidas cautelares, preveía diez meses de arresto domiciliario en espera del juicio. Finalmente, sólo fue condenada a una multa de 1.000 pesos cubanos (unos 12 dólares en aquel momento). Hoy, la opositora espera que el presidente estadounidense “endurezca las sanciones, porque eso es lo que nos va a ayudar”, asegura. Acosta considera que las medidas unilaterales de Estados Unidos son demasiado leves: “Hay petróleo de Rusia, de México, de Venezuela, de Irán... ¿Dónde está el embargo?”, puntualiza.
Cuba se vacía
A lo largo de los últimos cinco años, la calidad de los servicios de salud y educación –“pilares” de la Revolución, cuyo nivel se mantuvo durante mucho tiempo por encima del promedio regional– se ha ido desplomando. La inseguridad alimentaria se agravó. La producción agrícola cayó en picada por falta de semillas, combustible e inversiones. Montañas de basura se acumulan en las esquinas de las calles de la capital. La rabia y el desaliento ensombrecen el día a día en Cuba. Y el país se vacía. “La emigración hacia Estados Unidos ha funcionado como una válvula de escape, lo que permite liberar la presión social. Como consecuencia, en Cuba, se ha vuelto imposible el surgimiento de una oposición estructurada y con amplio respaldo popular”, analiza William I Robinson, profesor de sociología y estudios latinoamericanos en la Universidad de California (Santa Bárbara).
La población considera que las autoridades cubanas son incapaces de resolver la crisis económica y social que corroe a la isla. Alimentadas por los dólares, las ideas conservadoras y proestadounidenses empezaron a ganar terreno. En este contexto, el gobierno impide la aparición de una izquierda crítica organizada y prohíbe las voces progresistas que, en algún momento, podrían haberlo apoyado. “Existe aquí una disidencia de izquierda, pero para el gobierno somos enemigos”, nos explica un periodista y escritor que prefiere mantenerse en el anonimato. “En Cuba, la izquierda está silenciada. Somos muy pocos. Se ha perdido el sentimiento de nación. Es una tragedia, después de siglos de lucha contra el colonialismo, el imperialismo y el autoritarismo. En lo único que se piensa es en irse”, lamenta.
Washington no ha podido crear una oposición local viable y con apoyo popular, pero sí logró desgastar a Cuba. La guerra económica más larga de la historia moderna consiguió “provocar hambre [y] desesperación”9 en el país, tal como lo preconizaba –ya en 1960– el entonces secretario adjunto de Estado para Asuntos Interamericanos, Lester Mallory. Sin embargo, por ahora, no se ha cumplido el objetivo, el “derrocamiento del gobierno”. Por lo tanto, el pueblo cubano se encuentra atrapado entre, por un lado, el autoritarismo y la ineficacia económica de su propio gobierno y, por el otro, las sanciones y la injerencia de Estados Unidos en un conflicto que ya lleva 66 años.
Maïlys Khider y Jesús Lopes, enviados especiales, periodistas. Traducción: Paulina Lapalma.
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Théo Boulakia y Nicolas Marriott, “Le grand enfermement était-il nécessaire?” Le Monde diplomatique, París, marzo de 2025. ↩
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Los testigos mencionados sólo por su nombre de pila prefirieron mantenerse en el anonimato. ↩
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Sobre este tema, véase Maïlys Khider “La cuevita y el bloqueo”, Le Monde diplomatique, edición Uruguay, enero de 2024. ↩
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Nora Gámez Torres, “Cuba admits to massive emigration wave: a million people left in two years amid crisis”, Miami Herald, 24-7-2024. ↩
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Maurice Lemoine, “Miami se lasse de l’extrême droite cubaine”, Le Monde diplomatique, París, abril de 2008. ↩
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N. de la T.: el término francés pantoufleur se usa de modo coloquial para referirse a una persona que pasa de un alto cargo público a un puesto en el sector privado aprovechando contactos o beneficios del Estado, lo que suele generar un conflicto de intereses –por lo general, en beneficio del sector privado y en perjuicio del público–. ↩
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“Debate democrático de la derecha. Junto a José Daniel Ferrer y Manuel Milanés”, entrevista con Manuel Milanés, Youtube, 19-8-2020 ↩
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Desmond Butler, Jack Gillum y Alberto Arce, “US secretly built ‘Cuban Twitter’ to stir unrest”, Associated Press News, 3-4-2014. ↩
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“Memorandum From the Deputy Assistant Secretary of State for Inter-American Affairs (Mallory) to the Assistant Secretary of State for Inter-American Affairs (Rubottom)”, history.state.gov, 6-4-1960. ↩