Los países árabes no acudirán en ayuda de Gaza. Ninguno de ellos ha emprendido la más mínima iniciativa diplomática de envergadura para impedir la reocupación del enclave y poner fin al diluvio israelí de fuego y acero que sufre desde hace casi dos años. A pesar del terrible balance humano (70.000 muertos, de los cuales el 70 por ciento son mujeres y niños, según las estimaciones) y una hambruna digna de los peores asedios medievales, ninguna capital del Magreb o del Máshreq exige sanciones contra Tel Aviv ni amenaza a sus socios occidentales con medidas de represalia por su apoyo incondicional a Benjamin Netanyahu y su gobierno.1 A diferencia de lo que ocurrió durante la guerra de octubre de 1973, la Organización de Países Árabes Exportadores de Petróleo no intenta convencer a los demás productores de que restrinjan los suministros de oro negro para que Washington presione a su protegido. Algunos acontecimientos simbolizan a la perfección este cambio de época: mientras las armas estadounidenses siguen llegando a Israel y el Congreso aprueba crédito tras crédito a favor de Tel Aviv, el USS Forrest Sherman, un destructor de la Armada de Estados Unidos, hace escala tranquilamente en el puerto de Argel en mayo.2

Primero los negocios

Recientemente liberado tras 41 años de detención en Francia, el militante comunista George Ibrahim Abdallah critica a los pueblos tanto –si no más– como a sus dirigentes. “Los niños de Palestina se mueren de hambre”, declaró a su llegada a Beirut. “Es una vergüenza para la historia. Una vergüenza para las masas árabes, más aún que para los regímenes. Los regímenes ya los conocemos. ¿Cuántos mártires han caído en las manifestaciones? ¿Intentando cruzar las fronteras de Gaza? Ninguno. Nadie ha caído. Todo depende del pueblo de Egipto, más que del de cualquier otra parte”.

Los dirigentes egipcios no están dispuestos a aceptarlo. Sin ningún tipo de reparo, refuerzan la cooperación económica con Tel Aviv. El Cairo no se plantea romper las relaciones diplomáticas con su vecino, aunque cada día mueran decenas de habitantes de Gaza. Es cierto que hay 40.000 soldados egipcios desplegados en el norte del Sinaí, pero su misión no es abrir paso a la ayuda humanitaria, sino impedir la llegada de refugiados. Si no careciera de olor, se podría decir que esta pasividad huele a metano. A principios de agosto, la empresa israelí NewMed anunció la firma de un contrato “histórico” por un valor de 35.000 millones de euros para el suministro a Egipto de gas natural extraído del yacimiento offshore Leviatán a partir de 2026. Las entregas en juego –135.000 millones de metros cúbicos en 15 años– corresponden al 20 por ciento del consumo anual del país. Desde 2019, y tras la firma de un primer contrato de compra de 60.000 millones de metros cúbicos, El Cairo acepta que su ecuación energética dependa de su vecino. Esto explica sin duda que sus servicios de seguridad hayan impedido, a menudo de forma contundente, que los participantes de la marcha mundial hacia Gaza convergieran en el Sinaí en junio. Otro ejemplo es el de Emiratos Árabes Unidos, que normalizó sus relaciones con Israel en 2020 en el marco de los Acuerdos de Abraham. Edge Group, uno de los buques insignia de su industria de defensa, anunció en enero su intención de invertir 10 millones de dólares para adquirir una participación del 30 por ciento en la empresa israelí Thirdeye Systems, especializada en la detección de drones mediante inteligencia artificial. En Egipto, Emiratos o Marruecos, otro país signatario de los Acuerdos de Abraham, la normalización con Israel es sinónimo de buenos negocios. Esto inspira a Siria y Arabia Saudí, que multiplican los contactos con el enemigo de los palestinos.

Akram Belkaïd, jefe de redacción adjunto de Le Monde diplomatique (París). Traducción: Le Monde diplomatique, edición Cono Sur.


  1. Ver “Silencio árabe”, Le Monde diplomatique, edición Uruguay, marzo de 2024. 

  2. America’s Navy, “USS Forrest Sherman Visits Ports of Algiers”, navy.mil, 20-5-2025.