Que Matadero Cinco apareciera en 1969, cuando se intensificaba la resistencia de la opinión pública estadounidense a la guerra de Vietnam, fue un hecho afortunado, y no sólo en términos comerciales. La novela, de profundo y lírico contenido antibélico, se convirtió en un éxito de ventas y su autor, Kurt Vonnegut, en una figura de primer nivel para las letras norteamericanas. El timing de la publicación, sin embargo, no fue premeditado. Los hechos que describía habían ocurrido casi un cuarto de siglo atrás, en 1944 y 1945, cuando el autor, enrolado en el Ejército estadounidense, fue hecho prisionero de guerra por las fuerzas alemanas. Desde entonces, Vonnegut venía tratando de contar esa historia. Cuando lo consiguió, su país había vuelto a protagonizar más de una guerra.
La novela es, en apariencia, la historia de Billy Pilgrim, un recluta que, como Vonnegut, es capturado durante la última contraofensiva germana en el frente occidental, en la llamada Batalla de las Ardenas. Junto a otros soldados es conducido a un campo de prisioneros en la ciudad de Dresde, donde poco tiempo después tuvo lugar una de las mayores matanzas de la humanidad. A lo largo de la noche del 13 y la madrugada del 14 de febrero de 1945, más de 1.000 aviones británicos y estadounidenses arrojaron 4.500 toneladas de bombas incendiarias sobre la ciudad, que hasta entonces era conocida como “la Florencia del Elba”. Pilgrim, así como otros prisioneros, sobrevive gracias a que estaba encerrado en un depósito de carne subterráneo: el Matadero Cinco. El soldado vuelve a Estados Unidos, tiene una crisis nerviosa, le dan electroshocks, se casa, prospera, es raptado –o cree serlo– por extraterrestres del planeta Trafalmadore, de los que aprende que las cosas están siempre ocurriendo y que el tiempo se mueve en más de una dirección. Cuando intenta transmitir esas ideas, Pilgrim es tomado por loco.
Nada de lo anterior es contado en orden cronológico porque, justamente, la novela se toma en serio el cuestionamiento de lo temporal. Tampoco todo es ficcional: la circunstancial victoria alemana en las Ardenas, la masacre de Dresde son hechos documentados. Por ambas cosas –sus innovaciones narrativas y la forma en que se las usa para transmitir una verdad histórica–, la novela es una de las obras maestras de la literatura posmodernista. Hay un tercer elemento clave: el manejo de los elementos autobiográficos.
En una novela menos ambiciosa, las circunstancias en que es escrita van a parar a la introducción. En Matadero Cinco, en cambio, son el capítulo uno. Es decir, la historia de cómo logró Vonnegut acabar la novela está integrada a la trama ficcional. Luego del bombardeo, el escritor, junto con los demás prisioneros de guerra, debió ocuparse de trasladar los cadáveres que yacían en los escombros de la ciudad. Dresde era una ciudad museo y no constituía un objetivo militar importante. Su casco histórico fue destruido en esa noche de bombardeos, pero lo más importante fue que murieron decenas de miles de civiles. En la época de Vonnegut se creía que la cifra llegaba a los 135.000, o sea, superior a la de la destrucción de Hiroshima y Nagasaki (aunque investigaciones posteriores la redujeron bastante).
¿Cómo describir una atrocidad semejante? No alcanzaba con un simple testimonio. Se precisaba algo de distancia, y también, bastante imaginación. El tiempo puso lo primero, y los coqueteos de Vonnegut con la ciencia ficción, lo segundo. Pero lo que desata todo, y eso lo cuenta el autor en el primer capítulo, es la indignación de la esposa de un ex compañero de armas ante la posibilidad de que la novela en ciernes fuera otra glorificación de la guerra.
“Escuchen: Billy Pilgrim se desenredó del tiempo”: así comienza el segundo capítulo de la novela. Pero es el primero, en el que el autor y narrador deja claro su involucramiento con la historia, el que marca el tono cercano y a la vez despojado, testimonial y no realista.
Subasta o archivo
El 4 de este mes, la casa de subastas Christie’s remató materiales que Kurt Vonnegut escribió cuando era soldado en Europa. El lote incluía cartas, bocetos, fotos y hasta un telegrama, en el que el secretario de Guerra informaba a los Vonnegut que su hijo estaba “desaparecido en acción”. Sólo una de las misivas había sido publicada hasta ahora, y el conjunto da carnadura a la idea de que Vonnegut efectivamente estuvo intentando escribir sobre la masacre de Dresde desde que estuvo allí.
Nacido en Indianápolis en 1922 (y muerto en 2007), Vonnegut pertenecía a la primera generación de su familia que no usó el alemán como idioma cotidiano, aunque conocerlo le fue útil cuando lo hicieron prisionero. Obligado a estudiar ciencias pero más interesado en editar el periódico de su universidad (Cornell), en 1943 se enroló para combatir al nazismo. Durante ese tiempo, ya atraído por la carrera de escritor que iniciaría al volver de la guerra, Vonnegut sacó apuntes de lo que veía, tanto para sí mismo como para informar a su familia acerca de su situación (su madre se había suicidado meses antes).
De acuerdo a los extractos publicados por Christie’s, en las cartas se puede leer una pequeña historia. El 1º de octubre de 1944, un recién desembarcado Vonnegut escribe: “Hoy me siento ciudadano del mundo. [...] La aventura comenzó bastante más rápido de lo que esperábamos. No sé cuán violenta será”. El 5 de noviembre: “Considero que estoy en una situación estable y segura”. El 3 de enero, ya prisionero: “Tremendas vacaciones para los nuestros. Lo peor de las excepcionales experiencias que acabo de atravesar en el fragor de la batalla y la captura es no poder contarles a ustedes, mis encantadores y afectuosos destinatarios, que no se preocupen: salí de la matanza sin un rasguño”.
El 21 de mayo, finalizada la guerra, el tono cambia. Tras unos comentarios livianos, Vonnegut escribe: “Esta carta empezó en broma. Pero no tiene sentido continuarla. No hay nada divertido en ver cómo los compañeros se mueren de hambre ni en cargar un cuerpo tras otro desde refugios antiaéreos mal construidos hasta piras funerarias masivas encendidas con querosén. Y eso fue lo que estuve haciendo estos últimos seis meses”.
Poco después, sin embargo, vuelve el humor discreto y persistente: “Me place enormemente anunciarles que pronto recibirán una espléndida reliquia de la Segunda Guerra Mundial con la que podrán decorar su chimenea: concretamente, yo, en excelente estado de conservación. Pueden celebrar, ya que este joven heredero ha sobrevivido”.
Aún no se conoce el nombre del nuevo propietario de estos papeles –no hubo, hasta donde sabemos, polémicas por su valor de archivo–, pero no es imposible que quiera descontar, publicándolos, parte de los 187.000 dólares que pagó por ellos. Son, en todo caso, los comienzos de una gran obra esbozados por alguien que ya se consideraba a sí mismo un futuro escritor. Era sólo, como diría Billy Pilgrim, cuestión de tiempo.
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