La semana pasada, el clásico Encuentro de Escrituras de Maldonado tuvo una nueva edición, esta vez con “La dramaturgia a escena” como consigna. Al tratarse de un encuentro relacionado con el texto, la escritura y la lectura, las discusiones giraron en torno a la dramaturgia y los conceptos de autor, obra y proceso creativo: muchas veces, cuando se generan instancias relacionadas con las artes escénicas, se suele relegar la escritura a un segundo plano, y esta ocasión presentó esa particularidad como un hecho de interés.
Sin embargo, los comentarios en torno a la escritura y el texto también dejaron en evidencia ese lugar de exclusión, así como la postura de los creadores frente al tema. A partir de la década de 1990, en el teatro nacional comenzaron a consolidarse experiencias que dejaban de tomar al texto como germen del proceso creativo, generando la dramaturgia a partir de la escena o, directamente prescindiendo del texto. Esto generó, por ejemplo, que el texto dramatúrgico se haya desplazado de su lugar tradicional, algo que puede apreciarse en las escasas publicaciones de dramaturgia o en la reducida participación –en su categoría– en los Premios Nacionales de Literatura o en los Premios Onetti.
En la primera mesa, en el teatro de la Casa de la Cultura, participaron Jimena Márquez, Fernanda Muslera, Patricia Álvarez y Sebastián Slepovich. Ante una pregunta del público, Márquez afirmó que el texto era cada vez menos literatura y más un insumo para la escena. Raquel Diana, anticipando lo que diría en la siguiente mesa –integrada, además, por Sebastián Barrios, Andrés Echevarría y Leonardo Flamia como moderador–, sostuvo que el texto dramático tiene valor literario en sí mismo, pero que en las artes escénicas opera otro tipo de textualidad, además de la palabra y el texto. En la última mesa también se abordó el tema: Carlos Muñoz afirmó que había necesidad de dejar atrás el “textocentrismo de la generación del 45”; Álvaro Ahunchain lamentó el abandono de la escritura y el texto escrito, y afirmó que “la pauperización del lenguaje termina generando una pauperización del pensamiento”; Dino Armas criticó que en la actualidad se abandone el teatro de palabra cuando se habla de teatro nacional; y Eduardo Cervieri resaltó la importancia del texto, porque “tiene cosas que el propio autor no sabe”.
Crítica y medios
Otro de los temas recurrentes fue la ausencia de una crítica teatral consistente. En las mesas se hizo mención a que, tomando en cuenta épocas anteriores, la crítica teatral se redujo a una menor cantidad, así como el discurso analítico y reflexivo, que muchas veces se limita a la divulgación y a la difusión, o simplemente comparte las gacetillas de prensa que llegan a las redacciones. En este sentido, también se habló del detrimento del debate crítico entre los involucrados, en pro de la complacencia y el amiguismo, desde los que se elogia absolutamente todo, o de las críticas malintencionadas y ad hominem. Márquez agregó que esto no ocurre sólo en el plano de la crítica, sino principalmente entre la propia gente de teatro, que “no siempre va a disfrutar”. En la mesa final también se debatió sobre la “suavidad” de la crítica actual, en comparación con el carácter virulento de las críticas del pasado. Al respecto, Leonor Courtoisie puntualizó que, muchas veces, esa violencia se naturalizó en todas las áreas del trabajo teatral, al punto de que en las artes escénicas “el maltrato se terminó romantizando”.
Más propositiva y a futuro, la mesa del segundo día, organizada en el liceo departamental (a la que asistieron más de 100 personas) y en la que intervinieron Agustina Cabrera, Marcel Sawchik, Courtoisie y Florencia Caballero Bianchi, con moderación de Valentín Trujillo, planteó la necesidad de volver al texto dramatúrgico, y de contar con nuevas formas de trabajo y de vínculos entre las partes que forman el hecho teatral, en referencia a experiencias vinculadas a la Escuela Multidisciplinaria de Arte Dramático, la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, y la Tecnicatura Universitaria en Dramaturgia, así como a la crisis que están experimentando los modelos tradicionales de enseñanza en relación con las artes escénicas, la escritura y la literatura. Esto llevó, a su vez, a la cuestión del canon, la legitimación, y lo imprescindible de cuestionar los relatos heredados y las prácticas tendientes a mantener la hegemonía, destacando algunas obras, prácticas y estéticas, e invisibilizando otras. Como ejemplo de esto se mencionó la investigación de Salvadora Editora sobre dramaturgas que desarrollaron su trabajo entre los años 1930 y 1973, muchas de ellas ausentes de las historias del teatro nacional y hasta de los archivos (algunas de ellas fueron publicadas recientemente por la editorial).
Durante el encuentro se abordaron también las políticas públicas vinculadas a las artes escénicas y la educación. En primer lugar, fue reiterada la crítica de los participantes al carácter “administrativo y no artístico” que han tomado las políticas públicas, lo que conduce, según Diana, a que los fondos muchas veces sean adjudicados a “proyectólogos consagrados” y no a propuestas artísticas. Para la dramaturga y actriz, “los fondos no son políticas”, lo que genera “mucho dato y poca narrativa”. Andrés Echevarría agregó que las políticas “sólo están premiando el resultado final, cuando en realidad se trata de que se fortalezca desde la base”.
En los debates finales de cada mesa y en las conversaciones de pasillo, las críticas a la situación por la que atraviesan las artes escénicas en Maldonado se hicieron presentes, como las alusiones a la persecución de artistas de teatro callejero por la fuerza pública, y la situación de la Escuela Maldonado de Arte Escénico, que sufrió un recorte presupuestal que la llevó a perder el carácter terciario por la reducción de horas. Estos temas se plantearon como parte del panorama actual de las artes escénicas, que afortunadamente pudo apreciarse en toda su complejidad a lo largo del encuentro.