El título, ¡No les perdonaremos nada!, es llamativo, y el subtítulo es contundente: Batllismo y golpe de Estado de 1933: el principio del fin. Publicado por Debate-Penguin Random House, el libro ilumina detalles poco conocidos de la historia del Partido Colorado (PC) y también retoma episodios que, en medio de la campaña electoral, renuevan sus significados. De estos, el más notorio es la alianza autoritaria que hace poco menos de un siglo conformaron antibatllistas y herreristas, y el frente común con los partidos de izquierda que tejió el batllismo. Esa división estuvo a punto de reconfigurar el sistema político, sostiene el autor de la investigación, Carlos Fedele, que es politólogo e integrante del sector Unir (que lidera Fernando Amado), hoy aliado al Frente Amplio (FA).
Tu libro repasa los hechos que antecedieron y que sucedieron al golpe de Estado de Gabriel Terra. La oposición al régimen partió al sistema político en dos bloques: batllistas, socialistas, comunistas y blancos independientes de un lado, y del otro, colorados no batllistas y blancos herreristas. ¿Ves una línea histórica ahí?
Por supuesto, y por eso se esquiva. En realidad, desde hace tiempo venimos asistiendo a la construcción de un relato histórico funcional a la convergencia de blancos y colorados en un mismo espacio. Hace años, el profesor José Rilla, en uno de sus trabajos, se preguntó cuál era la historia necesaria para justificar la atenuación de la dialéctica blanco-colorada hasta hacerla desaparecer. Y esa historia inventada y deformada, además de negar las contradicciones entre blancos y colorados en general, lo más importante que hace es ocultar la existencia de una línea histórica de entendimientos, acuerdos y coaliciones electorales y de gobierno de herreristas y colorados antibatllistas, contra José Batlle y Ordóñez y el batllismo. Es decir, no es que no hubiera confluencia de colorados y blancos antes, sino que eran siempre antibatllistas. El acuerdo para dar el golpe de Estado de 1933 y sostener el régimen que siguió es el ejemplo más brutal, pero los hubo antes y después. El 31 de marzo de 1933 generó una profunda división entre las fuerzas políticas colocando al batllismo, el nacionalismo independiente, socialistas y comunistas de un lado, y a los colorados no batllistas y herreristas del otro. Y esta división estuvo a un tris de cristalizarse en una nueva configuración del sistema de partidos, en la que la división ya no era entre blancos y colorados, sino entre dos frentes, en los que habría colorados y blancos. De un lado, el llamado “Frente Popular”, con todos los opositores a la dictadura, que sin duda es un antecedente del FA. Del otro, la concordancia entre Luis Alberto de Herrera y los colorados antibatllistas, como Pedro Manini Ríos, por ejemplo. Y menciono nombres y apellidos porque, aunque la historia no es reproducible en todos sus términos, es decir, los acontecimientos no se repiten exactamente iguales, quien no vea continuidades entre esas trayectorias históricas y el presente está ciego.
Para muchos también puede ser llamativo que el batllismo haya encarado diversas estrategias de oposición al régimen de Terra y Herrera, incluyendo el exilio y, sobre todo, levantamientos armados.
Puede ser llamativo, porque es la historia que se relegó al olvido y hoy mismo se siguen tratando de borrar sus huellas. No hay más que ir a textos de autores de tradición colorada, entre ellos el mismo Julio María Sanguinetti, para comprobarlo. En 1933 el batllismo se encontró por primera vez nítidamente en la oposición, expulsado del poder, ilegalizado y enfrentado nada menos que a una dictadura llevada adelante por otros colorados y herreristas. Esto le planteó una serie de dilemas: si la lucha política era sólo cívica o también revolucionaria; si, como ya dijimos, creaba una coalición político-electoral con el resto de la oposición y si regresaba o no al PC. Porque acá hay algo que se sabe poco: durante siete años, de 1933 a 1940, el PC estaba por un lado y el batllismo por el otro. Después de largos y arduos debates, regresó inscribiendo un sublema nuevamente en el lema colorado, en el que una buena parte de sus dirigentes propuso registrar un partido nuevo. En esa postura estuvieron Luis Batlle Berres, Andrés Martínez Trueba, Héctor Grauert, Luis Hierro Gambardella y Amílcar Vasconcellos; no era una posición marginal. Antes, se había intentado la creación del Frente Popular y, sabiendo cómo son ciertas prácticas políticas, en realidad se evitó su consideración en los tiempos en que todo indicaba que la interna batllista estaba proclive a conformarlo. También estuvieron los intentos revolucionarios, que duraron años y tuvieron como evento concreto la llamada Revolución de Enero, en 1935. La revolución fracasó y el batllismo institucionalmente terminó no participando, pero muchos batllistas lo hicieron y murieron ahí. Además, la documentación que pude encontrar revela que finalmente la decisión fue participar, pero que esa decisión llegó tarde. Por lo tanto, considerar a la Revolución de Enero algo ajeno a la historia batllista, como hicieron los propios batllistas posteriormente, tiene una sola explicación: no se puede recordar un momento, en pleno siglo XX, en que hubo colorados dispuestos a matarse entre sí, batllistas y antibatllistas.
Una de las cosas que expone muy claramente tu libro es lo problemática que resultó la figura de Terra para el batllismo, dado que era un dirigente surgido de sus filas.
Sin duda, Gabriel Terra integraba el batllismo como organización, aunque en vida de Batlle jamás hubiera sido presidente. Lo cierto es que tan sólo un año después de la muerte de don Pepe, Terra fue presidente por el batllismo. Al decir de Luis Batlle, él y los que lo apoyaron fueron traidores, desleales, cínicos y cobardes. Creo que la pregunta es si era batllista, más allá de que fue miembro del batllismo como partido. Y en su momento el batllismo resolvió eso en forma clara: Terra y quienes lo apoyaron no sólo dejaron de ser batllistas el día del golpe, sino que retrospectivamente esa condición le era negada por ese mismo hecho: no se puede ser batllista y apoyar un golpe de Estado que derroque la institucionalidad democrática legítima. De cualquier manera, personalizar en Terra es una manera de eludir las responsabilidades colectivas. Es una parte del PC la que da el golpe de Estado en complicidad con el herrerismo; no es sólo Terra, más allá del rol clave que le cupo. Una parte del PC, los riveristas y todas las fracciones antibatllistas, y por un tiempo incluso el PC como organización y lema, son los que llevan adelante el régimen en coparticipación con el herrerismo. El batllismo los confrontaba radicalmente. Por lo tanto, la fractura colorada adquiría una dimensión y profundidad política, ideológica y ética como nunca antes.
Una de las ideas de fondo de tu libro es que el batllismo comienza a desnaturalizarse en este período que estudiás, más exactamente al final del período, cuando acepta la reunificación del PC con los sectores que habían apoyado el golpe de Terra.
Claramente, porque Batlle y Ordóñez en su momento ya había dicho que los colorados estaban unidos por la tradición y divididos por las ideas, lo que para el caso significaba la contraposición entre reformistas y conservadores. Pero Batlle creía que al menos los colorados iban a defender la libertad y la democracia si estas fueran agredidas. No fue así. Entonces lo que se creó fue, en palabras de aquel momento, un abismo político y un más profundo abismo moral entre batllistas y antibatllistas. Sin embargo, luego de la finalización del régimen terro-herrerista, el batllismo comenzó un proceso gradual de primero acordar y luego aliarse, para terminar fusionándose con el antibatllismo. El proceso de pérdida de identidad batllista comenzó en ese momento.
¿Primó entonces lo pragmático, la necesidad de acceder al poder, sobre las ideas?
El batllismo siempre había sido la mayoría del PC, pero nunca del electorado. Por eso la política de Batlle y Ordóñez había sido hacer acuerdos electorales con las fracciones no batllistas, o sea, votar bajo el mismo lema, lo que haría viable la victoria colorada sobre los blancos. Pero esos acuerdos, más allá de que pudieron tener el efecto de detener de algún modo el impulso batllista original, no iban más allá de votar juntos. El batllismo mantenía su plena autonomía política e ideológica. Por eso Batlle y Ordóñez siempre rechazó la propuesta de “fusión colorada”, porque eso significaría, dicho por el propio Batlle, que el ciudadano iba a entender que no había diferencias, que todos eran iguales. Después de la muerte de Batlle, el batllismo intentó recorrer el mismo camino, pero lo hizo, primero, después del quiebre del 33, tapando con diarios el abismo, y, segundo, fusionándose con el antibatllismo. El que tenía para perder era el batllismo, y perdió.
Otra de tus ideas es que el liderazgo de Luis Batlle disimuló, durante unas décadas, esa desnaturalización del batllismo. ¿Qué rol vendría a ocupar Jorge Batlle en este proceso? ¿Dónde ves hoy ese proceso y el movimiento del que formás parte?
Luis Batlle fue un líder popular, carismático, con una impronta y un discurso que lo parangonaban como a nadie a su tío. Su liderazgo convivió con ese proceso gradual de fusión colorada y con la puja con la lista 14, marcada por un creciente conservadurismo, porque era la que recibía la mayor parte de los contingentes antibatllistas. Se habla de aquel tiempo como neobatllismo o segundo batllismo para hacer referencia a Luis Batlle y su proyecto. Pero más allá de la discusión historiográfica o terminológica, está claro que la realidad era más compleja y los problemas del batllismo ya habían comenzado con la salida del régimen del 33. Por eso digo que Luis Batlle y su liderazgo lo disimularon, porque es el propio Batlle Berres el que llegó a sostener que en el fondo todos los colorados eran batllistas. Con todo respeto: un disparate. Pero justamente es desde ahí que arranca el problema de creer que por ser colorado o adherir al PC se es automáticamente batllista. Jorge Batlle cumple un rol preponderante en ese proceso, porque hasta el liderazgo de su padre la dirección partidaria la imprimía la 15, que era la mayoría partidaria. Pero fallecido don Luis, Jorge Batlle condujo a la lista 15 a un proceso de cambio ideológico que hizo decir al sociólogo Aldo Solari que no sabía en qué sentido de la palabra el grupo de Jorge Batlle podía considerarse parte del batllismo. Hoy Jorge Batlle es reivindicado por lo que queda en el PC, inventando un personaje con historia reciente pero sin lastres. Sin duda, Jorge Batlle es gran responsable de la bastardización del concepto de batllismo. Y hoy nos quieren convencer de que seguir la línea política de Jorge Batlle es ser batllista. Lo que pasa es que el PC es un partido esquizofrénico; gran parte de sus cuadros y adherentes viven con perturbación el hecho de que su identidad batllista esté cuestionada y no quieren aceptar el porqué. Por eso se pretende relegitimar a Jorge Batlle como un gran batllista: resaltan la tradición colorada de largo aliento concibiendo a Batlle y Ordóñez como una etapa importante pero depreciando su cariz de mojón ideológico y deontológico. Además, lo desideologizan. En una entrevista de no hace mucho, Luis Hierro afirmó que el ADN del batllismo, más que el Estado, son los cambios. Y, como ya dije, se naturalizan las alianzas con el nacionalismo conservador. Están intentando construir una nueva memoria “batllista”, que es falsa, por supuesto, porque si no, ¿cómo podría justificarse que los llamados batllistas conformen una coalición multicolor junto con herreristas, riveristas y la extrema derecha?
¡No les perdonaremos nada! Batllismo y golpe de Estado de 1933: el principio del fin. Carlos Fedele. Debate-Penguin Random House, 2019. 352 páginas.