Manhattan Transfer es el título de la novela “modernista” que escribió John Dos Passos (1896-1970) en 1925, en la que narra cómo se desarrolla la vida humana en esa gran urbe que es Nueva York en su época dorada, y en la “Jazz Age”. En ella, Dos Passos ataca al consumismo y la indiferencia generalizada de sus habitantes, al tiempo que muestra la superabundancia de energía e inquietudes que también caracterizan esa metrópolis, que, junto con Chicago, era ciudad moderna por excelencia.
Formalmente experimental al estilo del Ulises (1922) de James Joyce, o de La tierra baldía (1922) de TS Eliot, Manhattan Transfer fue hecha de retazos, de los fragmentos de la vida de una multitud de personajes corrientes viviendo vidas cotidianas, con Nueva York como el único nexo que los une. Fue aplaudida, entre muchos otros, por DH Lawrence y por Ernest Hemingway, quien afirmó que Dos Passos era el único escritor estadounidense que logró mostrarles a los europeos el verdadero Estados Unidos. Dos Passos mismo comentó su estilo tan llamativo y complejo comparándolo con el arte modernista, ya que buscaba expresar sensaciones más que relatarlas. La novela fue tempranamente traducida al español por José Robles Pazos, amigo personal de Dos Passos, en 1929, y publicada en Madrid. Cuando cerraron las grandes editoriales españolas por la Guerra Civil y surgió Buenos Aires como polo editorial, la editorial Santiago Rueda fue la que volvió a publicar Manhattan Transfer en 1941, en la excelente traducción de Max Dickmann. Es esta la que leyó Roberto Arlt y que, según cuenta, le abrió la puerta del mundo de las letras estadounidenses.
La palabra transfer –e incluso el mismo título de la novela de Dos Passos– podría aplicarse a otra obra, muy diferente, por cierto. Me refiero a Virginia Woolf in Manhattan, de Maggie Gee (1948), publicada en Reino Unido en 2014 y reeditada hace unos meses en Estados Unidos. Es una fantasía con algún dejo del Orlando (1928) de Virginia Woolf. Gee arma una historia (bastante graciosa, a veces tediosa) en base a tres protagonistas y tres tiempos. Las protagonistas son Angela Lamb, una novelista inglesa best seller, muy fan de Virginia Woolf, sobre la que presentará un trabajo en un congreso que se desarrolla en Estambul; Gerda –el nombre invoca a la niña de Hans Christian Andersen en La reina de la nieve–, su hija de 14 años; y, claro está, Virginia Woolf. La “transferencia” (o sea, pasar a una persona o una cosa de un lugar a otro) se aplica a Virginia, “transferida” de la muerte a la vida, y de Inglaterra a Nueva York, donde irrumpe, muy desconcertada, vistiendo un trajecito que huele a estanque, en el salón de lectura de la Colección Berg de la New York Public Library.
La Colección Berg comenzó a partir de la donación que los hermanos Berg, dos médicos coleccionistas de libros y manuscritos, hicieron a la biblioteca pública en 1940. En ese momento fue una donación de cientos de miles de libros y manuscritos, fotos, retratos y objetos vinculados a las letras inglesas y estadounidenses, sumamente valiosa. Para los hermanos Berg fue de particular interés rastrear todo lo que se relacionara con Dickens; pero también hay manuscritos de Henry D Thoreau, de William Thackeray, de Walt Whitman, además de otros más antiguos de la época isabelina. Este es el recinto que alberga la mayor colección del mundo de manuscritos de Virginia Woolf, quien en marzo de 1941 se lanzó a las aguas del río Ouse, cargando en el bolsillo del saco una gran piedra.
En su casa había dejado una nota muy emotiva para su marido Leonard Woolf, asegurándole que no creía que existieran “dos personas que hayan sido más felices que nosotros”. Cuando Leonard se dirigió al río, lo único que encontró en la orilla fue el bastón de caña malaca que Virginia usaba en sus caminatas, que hoy reposa en una vitrina en la Colección Berg. Ese mismo fue el destino que tuvieron miles de hojas manuscritas por Virginia, a pesar de la acotación, algo enigmática, es cierto, que agregó ella en el margen de la nota de despedida a su marido. Escribió “Will you destroy my papers”, así, sin los signos de puntuación que definieran una orden o una pregunta (algo así como “Romperás mis papeles”). Leonard prefirió leer las palabras como pregunta, a la que respondió con un “no” rotundo: más que nadie conocía el valor literario de las miles de páginas manuscritas que quedaban en la casa, incluyendo el diario que llevaba Virginia desde que era muy jovencita. La colección más completa está, pues, en Nueva York, pero existen colecciones que incorporan más documentos y cartas vinculadas a Woolf y el grupo de Bloomsbury, en Washington, en Texas y en la Universidad de Sussex, en Inglaterra.
Sus aventuras en Nueva York
Algunos años antes del trágico desenlace de la vida de Virginia, en 1938, ella escribió un artículo para la revista Hearst International, titulado “America, Which I Have Never Seen” (“América, que nunca he visto”), en respuesta a la pregunta, ¿Qué es lo que más le interesa en este mundo cosmopolita de hoy? Es un texto modernista, al que cabría la descripción que vimos de Dos Passos, con la que se refiere a su escritura. Comienza describiéndose a sí misma sentada en una roca en Cornwall, la península que se proyecta en el Atlántico, meditando sobre qué significa para ella América y cómo son los americanos. Decide pedirle a “Imaginación” que vuele, atraviese el océano y llegue a América (Estados Unidos). “Imaginación, desafortunadamente, muchas veces no informa con precisión, pero la ventaja es que viaja lejos, y a gran velocidad”. Es así que Imaginación le describe todo lo que ve: un país de maravillas, con la Libertad que le da la bienvenida, las inmensas torres brillantes, cada una perforada miles de veces. Las viejas palabras inglesas, cuenta, saltan y bailan, una nueva lengua a punto de nacer. Ella le pide a la Imaginación que describa a los hombres y mujeres de ese lugar tan bello y moderno, y esta cuenta que si los ingleses tienen una sombra que los persigue, los americanos tienen una luz que baila delante de cada uno de ellos, porque miran al futuro, no al pasado.
Nada más distante de Manhattan Transfer, de Dos Passos. Pero Woolf era gran admiradora de la literatura estadounidense, en especial de Whitman; también había leído a Sherwood Anderson, a Sinclair Lewis, a Ring Lardner, a Hemingway. Teniendo estas lecturas en cuenta, no nos debe sorprender que al final del artículo, sin embargo, subvierta la visión de Estados Unidos que podría parecer encantadora a primera vista, cuando resalta, con esa ironía tan sutil que la caracteriza, las palabras del principio: “Debemos recordar que Imaginación, por más meritoria que sea, no siempre es certera”.
Nunca quiso ir a Estados Unidos, aunque la invitaron, aunque la novela Los años (1937) fue un best-seller allí y aunque fue tapa de la revista Time. Tampoco aceptó la invitación de Victoria Ocampo para ir a Buenos Aires a la reunión internacional de escritores, el PEN Club, en 1936: “No es mi tipo de cosa”, le dijo.
Sin embargo, para un sinnúmero de académicos interesados en Woolf y su obra, Virginia sí fue a Estados Unidos, a Manhattan, y vive en la Colección Berg de la New York Public Library. Es allí que resucita con ese olor a estanque (para ingleses y estadounidenses, el “pond” es el océano que los separa: como el “charco” que separa las capitales rioplatenses). Y entonces comienzan las aventuras de Virginia en ese mundo “futuro” que de algún modo ya había imaginado. Cuando sale con Angela Lamb, a veces debe explicar que es descendiente de una sobrina de Leslie Stephen (el padre de Virginia) y de ahí su gran parecido con la escritora. Todo es novedoso para ella, por supuesto, pero hay cosas vinculadas a su propia vida que ignora. Una de las cosas que no sabe, por ejemplo, es que para 2014 ya se había publicado su diario personal completo, y que, por lo tanto, Angela Lamb, la estudiosa enamorada de la obra woolfiana, lo conoce perfectamente. Virginia extraña muchísimo a Leonard, recuerda a su hermana, a Vita, su amiga y amante; todos ellos, por supuesto, ya fallecidos. En uno de los momentos más logrados de la novela, Virginia y Angela se disponen a vender dos primeras ediciones en perfecto estado, de Orlando y Al faro (1927), que misteriosamente Virginia trae consigo y que lucen los preciosos diseños de su hermana Vanessa en la portada. Para que sean más valiosos aun, emprenden la búsqueda de una lapicera antigua y un frasco de tinta, para que Virginia les inscriba dedicatorias: le dedica Orlando a Vita y Al faro, a Leonard. Venden estos ejemplares únicos en una librería especializada a 100.000 dólares. Y luego salen de compras.
La autora, Maggie Gee, conoce muy bien la obra de Woolf, y para la novela se vale en especial de sus diarios. La tercera parte de la historia transcurre en Estambul, que es la sede de un coloquio internacional sobre Woolf (Virginia y sus hermanos estuvieron en Turquía en 1904). Al igual que en el hotel de Nueva York, la gente que trabaja en el hotel de Estambul queda encantada con su amabilidad, su aire de gran señora y su belleza madura. Uno de los funcionarios de la recepción se ofrece a llevarla a recorrer los lugares que ella recuerda. Antes, Virginia le había confesado a Angela que comenzaba a sentir los cosquilleos del deseo, que extrañaba las caricias de Leonard, y su presencia, por más que nunca hubieran tenido relaciones plenas. También recordaba a Vita. Y es así como la autora le brinda a su personaje la posibilidad de vivir plenamente su floreciente sexualidad (por más post mortem que sea). La Virginia del siglo XXI logra, en una tarde, tener un encuentro sexual sumamente apasionado, placentero, orgásmico, con su guía turco; y, como si fuera poco, al llegar al hotel se encuentra con que la está esperando la bella muchacha encargada de ordenar la habitación: cierran la puerta del cuarto y se entregan al goce mutuo. Cuando llega Angela y se entera de lo sucedido, se escandaliza. Y Virginia piensa que antes, en su época, eran mucho más liberales que ahora.
Montevideo Transfer
El sombrero chino. Virginia. 2 cuentos 2 actos (2005), de Antonio Taco Larreta (1922-2015), reúne el texto de la obra de teatro Virginia y dos cuentos. Uno, “El sombrero chino”, como en la novela de Gee, también le concede a Woolf dos encuentros sexuales plenos, pero en este caso no ocurren después de muerta, sino en las horas previas a su suicidio. Larreta narra que Woolf lleva un diario especial y secreto –el diario de su suicidio–, que piensa “ahogar” consigo cuando se interne en las aguas del río Ouse. Sin embargo, rescatan el diario (junto con el sombrero de paja que ella llevaba puesto) y lo restauran, permitiendo así su lectura.
Tres días antes de su muerte, la Virginia de Larreta se dirige al río cuando ve, en la otra margen, a un joven hermoso, a quien reconoce como su sobrino Julián, muerto en la Guerra Civil Española, y que seguramente, piensa, la venía a buscar. Julián lleva un gran sombrero de paja traído de su viaje a China unos años antes de morir. Virginia, dice: “[...] venía hacia mí, nadando [...] los ojos verdes sonriéndome, y entonces me estremecí de frío como si me hubiera echado al río yo también, como si fuera tres días más tarde [...] y esperé a Julián. Que sin duda había venido a buscarme”. Siente que él la besa, pero abre los ojos y es Leonard quien la está abrazando. “Sentí [...] ese arrebato del amor [...] esa experiencia indescriptible [...] Es lo único en esta vida que me parece verdaderamente sagrado”. Hacen el amor ahí mismo, como si supieran, dice, que sería la última vez, culminando con un orgasmo no en un sentido físico pero sí en un mundo psíquico y espiritual.
Al día siguiente vuelve a la orilla del río, y vuelve a aparecer Julián, esta vez totalmente desnudo (“sus genitales tan vivos, tan graciosos como el sombrero chino”). Él la toma en sus brazos (desnuda también ella) y sobrevuelan el río y toda Inglaterra. El orgasmo esta vez es muy físico, y sin la presencia de Leonard. Dice Virginia: “Y entonces me despertó ese flujo cálido entre los muslos de que tanto había oído hablar”.
El día siguiente fue el día de su muerte.