Las novelas de la granadina Cristina Morales (1985) no son de lectura fácil. Se las disfruta, y mucho, pero están lejos de acomodarse con una mirada o discurso bienpensante progresista. Van por otro lado. Son incómodas. Interpelan. Provocan. Esta sensación se completa cuando se conoce a la autora en persona: Cristina no tiene filtro cuando se larga a conversar, un poco como la Nati, la bailarina anarca protagonista de la novela que ganó el premio Herralde, y otro poco como los personajes (¿autoficcionales?) de Los combatientes. Cristina estuvo unos días en Montevideo en 2019 y no paró hasta conocer la escena local de danza contemporánea, hacerse amigos en la movida anarquista y salir de bares con Leonor Courtoisie y la gente de Salvadora Editora. Este año, el sello Anagrama, que publicó Lectura fácil, acaba de reeditar otras dos novelas de Morales: Introducción a Santa Teresa de Jesús y Los combatientes.
¿Cuándo tuviste conciencia de que las palabras no son inocentes?
En mi casa en Granada, de chica, siempre había libros. Estaba muy naturalizado lo literario, como una forma más de expresión. Pero esto no implica que yo lo percibiera como algo no inocente; todo lo contrario, era parte de la realidad. Entonces, quizás fue muy tardío ese momento en el que yo puedo descubrir que las palabras están cargadas. Es en la veintena, veintitantos años, quizás, cuando escribo la que no es mi primera novela en ser escrita pero sí la primera en ser publicada, que es Los combatientes [2013]. La sacó Caballo de Troya, y ahora la publica Anagrama. Esta novela, que yo la escribo en un mes, de un tirón, viene motivada por una particular incomodidad mía hacia el 15M, que a mí me pilla en la India, terminando de estudiar Derecho.
“El experimento era ver si alguien podía detectar que un discurso fascista ocupaba un cuarto de la novela. Pasaban meses y meses y a mí me trataban como la expresión literaria del 15M... Ahí es donde vi que verdaderamente había una dimensión compleja de la palabra en lo público, incluso en las instancias del poder”.
O sea que viviste el 15M lejos de España.
Claro, yo sé del 15M por el telediario, que me pongo en streaming. Es al volver a España que me encuentro con el relato de la toma de las plazas, de la toma de las calles. Son relatos acríticos, épicos, y esto me genera cierta suspicacia. El primer texto crítico con el 15M aparece recién en 2012; es un texto que se llama 15M. Obedecer bajo la forma de la rebelión, que lo publica ediciones El Salmón. Lo leo y me parece lucidísimo. Y es a partir de este texto, que contraviene la palabra cargada de optimismo y entusiasta, que es un texto que no tiene una autoría clásica y está firmado por el colectivo Cul de Sac, que yo escribo Los combatientes. Y es en Los combatientes, que gana el premio del Injuve para autores menores de 30 años –yo tenía 27 en ese momento–, que me dedico a picar literalmente, palabra a palabra, Discurso a las juventudes de España, de Ramiro Ledesma Ramos, que es el fundador de Falange junto con Primo de Rivera. Es un texto de 1935, que pongo en boca de gente joven que aparentemente, porque la novela no es explícita en eso, está en la plaza en el 15M. El experimento era ver si alguien podía detectar que un discurso fascista ocupaba un cuarto de la novela. Pasaban meses y meses y a mí me trataban como la expresión literaria del 15M... Ahí es donde vi que verdaderamente había una dimensión compleja de la palabra en lo público, incluso en las instancias del poder, porque aquellos que me estaban dando un premio con la idea de fomentar el arte en la juventud no se daban cuenta que estaban premiando un texto que picaba en su interior un discurso cien por cien fascista.
¿Cuándo y cómo se develó que habías utilizado el texto de Ramos Ledesma?
A los meses, en un suelto firmado por Juan Palomo, que es un nombre ficticio que utilizan diferentes redactores del suplemento cultural del periódico El Mundo. El Juan Palomo de turno escribió: “¿Sabrán los integrantes del 15M y otros jóvenes indignados que las arengas que embucha Morales son, literalmente, las del fascista Ledesma Ramos? ¿Lo sabía la escritora? ¿Y el editor?”... ¿Ponían en duda los de El Mundo que yo supiera lo que estaba en mi novela? ¿El macho o macha que escribió el suelto daba por hecho que yo era tonta, quizás por ser mujer y joven? Fue mucho más fino con la pregunta sobre el editor... ¡Y mi editor era Constantino Bértolo, que tiene en su despacho un poster de Stalin! Efectivamente el editor no lo sabía, pero la autora vaya que lo sabía.
¿Cómo fueron las reacciones al conocerse la impostura?
No sé cómo será en Uruguay, pero en España nadie se da por aludido cuando la caga. Ni los miembros del jurado que me premió, ni ninguno de los críticos que escribieron sobre la novela. Nadie de izquierda se iba a querer dar por aludido porque confundió al fascismo primigenio con el 15M. ¡Jamás!
Tenías 27 años y terminabas la carrera de Derecho. Desde cierto prejuicio podría tomarse como contradictorio con la militancia anarquista.
No veo por qué. ¿Qué duda cabe de que la revolución necesita conocedores de las tripas del Estado? Los okupas tienen departamento jurídico para saber a qué se enfrenta uno cuando está ocupando una casa. Hay un saber legal que es imprescindible para la lucha.
¿Ese es tu lugar?
No. Porque no trabajo como abogada.
¿Por qué no ejerciste?
Porque para poder ser abogada me tenía que colegiar. Y en el momento en que yo salí de la carrera no tenía un mango, ni mi familia ni yo. Hasta ahora, que he ganado el premio Herralde y tengo cierta facilidad para pagar el alquiler, pagar la cuota del colegio profesional de abogados me era imposible. En casa no podíamos permitirnos eso. De ningún modo.
“Vi claramente lo que era eso del techo de cristal, y no tanto en un sentido de género, más en un sentido de clase”.
Vivías en Granada, con tu madre...
Claro, con mi madre y con mi hermana. Y me fui adonde me daban beca. Primero me fui a la India. Piensa que yo acabé la carrera en plena crisis, en el momento más heavy de la crisis en España. En ese momento escribí Los combatientes mientras estaba buscando trabajo y me entretenía escribiendo y presentándome a concursos literarios. Tenía de los mejores expedientes de mi generación. Aspiré a instituciones públicas, al tribunal constitucional, a la comisión europea. Pero no acepté ser pasante, como tantas de mi generación. No me he pasado la vida estudiando para ser explotada. Y bueno, vi claramente lo que era eso del techo de cristal, y no tanto en un sentido de género, más en un sentido de clase, porque yo nunca tuve ningún padrino en esas instancias, ni judiciales, ni en política, ni tampoco tenía carnet de ningún partido. Así que a la desesperada, porque quería salir de Granada, y si bien no tenía interés en seguir estudiando, lo único que conseguí fue una beca para un posgrado en Barcelona.
¿Cómo te ganaste la vida en Barcelona?
Trabajé de intérprete legal para una agencia de traducción e interpretación. Trabajé como transcriptora de sesiones parlamentarias del Senado y del parlamento autonómico. Y también trabajé como correctora de estilo y como lectora en editoriales, haciendo informes de lectura para Lumen y para Seix Barral.
Y en Lumen te encargan nada menos que una novela sobre Santa Teresa de Jesús...
Eso fue cuando la editora Silvia Querini quiso celebrar el quinto aniversario del nacimiento de Santa Teresa de Jesús, y quiso reeditar El libro de la vida, de Santa Teresa, y publicar un texto actual sobre ella. Y me lo encarga a mí.
¿Cómo te fue en el proceso de escritura de Malas palabras, que acaba de ser reeditada por Anagrama con el título Introducción a Santa Teresa de Jesús?
Me fue bien. Piensa que yo no podía decirle que no a nada, porque no tenía un mango. Y el anticipo de 2.000 euros, siendo irrisorio, era la suma de dinero más grande que yo había visto en mi vida. Digo que sí, me pongo a investigar como una loca, y me dedico dos meses a investigar quién era la Santa. Yo pensaba que ya no se hacían ese tipo de encargos, tan cerrados, en que la editora tenía que dar el visto bueno al tono, al uso de la primera persona, al momento histórico en que transcurre la novela. Hago algunas pruebas con Querini, pero cuando me pongo a escribir siento que necesito algo que me movilice más allá del dinero, porque si no iba a trabajar mal, o sin gusto. Y efectivamente, al investigar a la santa, descubro que su primer libro también era un encargo pedido por su confesor. El libro de la vida es una confesión por escrito, y esta era una práctica que solían hacer los confesores con las monjas que eran letradas, y era también un modo de tenerlas más atadas, pues si se decía alguna barbaridad era una prueba contra ella, cosa que le pasó a Santa Teresa, a quien su libro se lo secuestra la Inquisición.
O sea que terminás escribiendo un libro por encargo en homenaje a otro libro por encargo.
Claro, mi confesora es Silvia Querini. Mi confesora es mi editora. Ella es mi dominica.
Y te sale una Santa Teresa contemporánea, con una voz feminista y anarcopunk. Me pregunto cuándo se mete el punk rock en tu vida...
¿El punk? Antes, antes... Pero en Malas palabras sale una referencia a Kortatu, por ejemplo, de la canción que dice “la asamblea de majaras ha decidido: mañana sol y buen tiempo”. Y en Los combatientes, y sobre todo en la novela Terroristas modernos, hago referencia a los Siniestro Total... Bueno, ¿cuándo se me mete el punk? En Granada, antes, cuando escuchaba punk, pero desde un lugar sensual, de la música. Aunque es en Barcelona donde yo me rapo la cabeza, donde me hago una cresta por primera vez, donde empiezo a frecuentar lugares de ensayo, donde empiezo a ir a conciertos gratis en casas okupas. Claro, si yo llegaba sin un mango a Barcelona, adónde iba a ir de fiesta.
¿Preferís el punk vasco, o el de los gallegos de Siniestro Total?
Bueno, Siniestro Total son mis héroes. Son, de hecho, mi introducción en el punk. No sé cómo llega Siniestro Total a mi oído, pero el caso es que los descubro, pero los descubro no por su genealogía punk o por conciencia social, sino fascinada por las letras y por la poca vergüenza que tienen. Siniestro me atrae literariamente, me atrae desde un lugar poético, y de hecho salen como personajes en Terroristas modernos, que es mi tercera novela publicada y la primera que escribí, estando en la India. Los Siniestro salen como personajes en esa novela que se desarrolla a principios del siglo XIX. Ellos son unos gallegos que están en Madrid, como emigrados. Meto varias letras de Siniestro Total en Terroristas modernos, sin citar, y las empariento con un poeta de la época de la novela que se llama Manuel Bretón de los Herreros... porque en ese momento descubro que Siniestro Total tiene una letra calcada de Bretón de los Herreros.
¿Cuál?
“Menea el bullarengue” es un verso de Bretón de los Herreros, fechado a principios del siglo XIX. Entonces me doy cuenta de la gran erudición de los Siniestro. Y lo que me fascina es cómo esa erudición no la usan para hacer academia ni para ser unos pedantes, sino que la utilizan para hacer música y pasárselo pipa. Y me digo que quiero ser como ellos. ¿Para qué quiero promedios de 9,2 sobre 10 en dos carreras universitarias, si no es para menear lo que hay alrededor, si no es para reventar todo?
¿Hay otra gente en España que se dedica a “descubrir”, en 2020, a Siniestro Total? ¿Es referencia todavía para alguna gente?
Para los punkis, sí. Y pa’ mi marido, pa’ Javi, que recuerdo que la primera conversación que tuvimos en un bar fue sobre Siniestro Total. Y me dije “me tengo que casar con este”. No, no, a esta altura y para gente de mi edad, es una banda de culto.
Cristina, empezamos la conversación hablando sobre el 15M. ¿Cómo te llevás con todo este lío de la independencia catalana?
En un momento para mí era un dolor; ahora ya es aburrimiento. Pasa que el independentismo ha cooptado a todos los movimientos autónomos, y ha cooptado también, y desgraciadamente, al anarquismo. Cuando el famoso 1 de octubre de 2017, cuando se hizo el referéndum ilegal y la Policía se puso a dar palo, bueno, pasó que todas las asambleas anarquistas, a excepción quizás de la vieja guardia de la CNT y alguna otra, sacaron comunicados en defensa del momento histórico y contra la opresión del Estado español, diciendo que aunque ellos son antiestado, entienden que el momento histórico obliga y no sé qué cojones. Y esto podría ser sólo teoría, pero no lo es, porque tuvo consecuencias prácticas muy xenófobas y violentas, al punto de que a mi esposo, a mí y a otros del Grupo del No (no catalanes y no independentistas) nos pasó de ser expulsados de la casa okupa donde trabajábamos y gestionábamos. No se toleraba que hiciéramos pancartas y acciones críticas. Hubo un proceso, un conflicto de tinte autoritario, xenófobo, donde a nosotros se nos acusaba de ser anarcoindividualistas y de no tener conciencia del momento histórico, de ser irrespetuosos con los aliados indepe. Se puso un debate en torno a si era legítimo o no cerrar si había una manifestación, o si cada uno cerraba su actividad en función del criterio propio personal o había que dirigirse a la asamblea. Salieron de allí los peores demonios de todos nosotros. Salieron comportamientos autoritarios, machistas, donde se consideraba que la actividad que yo llevaba en ese momento, que era un taller de danza contemporánea, debía cerrarse. Recuerdo claramente a uno de los alcaldes de la casa, que decía que cómo iba a ser lo mismo estar bailando que estar adelante, en la manifestación, rompiéndose la cara. ¡Qué actitud! ¡Qué comentario de macho de mierda! Entendiendo que la política se hace solamente en la primera línea de una manifestación, recibiendo palo, y no haciendo una danza no normativa, con cuerpos no normativos, con sillas de ruedas, con personas que son de sitios de reclusión de la salud mental y de discapacidad intelectual, que eran los que bailábamos...
Con esta historia que estás contando me llevás directo a Lectura fácil, con las peleas en asambleas ocupas, con la reivindicación de la danza, con el discurso radical de Nati. ¿La escribiste en esos días?
Sí, escribí Lectura fácil en esos momentos.
También escribiendo con fecha de entrega, según tengo entendido.
Pero no era por encargo. Había sí un anticipo de una editorial. En este caso presenté un pequeño proyecto en el que decía “quiero hablar sobre los okupas de Barcelona y sobre danza contemporánea”. Todavía no entraba el universo de la discapacidad intelectual ni estaban todas las protagonistas. Sólo estaba Nati. El corazón de la novela procede de una experiencia danzística personal, de verme bailando en un espacio en una antigua nave de una fábrica de finales del siglo XIX, manchesteriana, de ladrillo visto. Me puse a bailar y experimenté una gran libertad al improvisar por mi cuenta.
Has contado también, en alguna entrevista, que la escena de la mujer irritada con un espectáculo de danza contemporánea en la calle fue un punto de partida de la escritura de la novela.
Sí, efectivamente, eso fue en un centro cívico, en ocasión de una fiesta de fin de curso, cuando se cierran los talleres en el mes de junio. Allí estaban las alumnas de un taller haciendo un espectáculo que para mí era profundamente autocomplaciente. Contemplo exactamente esa escena. Y contemplo que hay un público no sumiso, que hace lo que yo no me atrevo a hacer, que es decir y gritar “joder con la autoayuda feminista”, “joder, qué basura”. La escena parecía sacada de la película Amélie, que es la película más reaccionaria que conozco, de un fascismo blanco, eurocéntrico, decadentista. Apenas si falta una cámara de gas en Amélie para que sea una cosa pastoril nazi. Vamos, sí, es que yo vi eso, que es una tendencia dentro de la danza, y esto es uno de los disparadores de la novela: mostrar cómo la democratización de la danza, que se lleva a centros cívicos, puede llevar incorporado un discurso que no se puede cuestionar. Yo ya lo había vivido en Granada, en espectáculos y en jams que se hacen desde la autogestión, en talleres donde nadie está lucrando, o se lucra con lo mínimo para sobrevivir, y a la hora de querer poner algo en escena, o querer compartir escénicamente, no se tolera ningún tipo de crítica y todo el discurso gira en torno a la celebración de lo bello, a la celebración de la amistad, a la celebración de los cuerpos que se mueven, sin ningún tipo de cuestionamiento de qué cuerpos se mueven, por qué se mueven y cómo se mueven. Esa es una escena que había quedado afuera de Los combatientes. Y hay otra también, en la que veo a unas bailarinas que proponen un juego con el público, de extraer papelitos de un sombrero para generar acciones performativas sobre la marcha. Y yo escribo la palabra “conflicto”, inocente de mí, pensando que si escribo la palabra “conflicto” por ahí tenemos una vía que pueda abrir a otras cosas. La bailarina coge la palabra, la lee, y dice: “¿Conflicto? No, conflicto no”, y la tira. Todas las palabras anteriores habían sido “pájaro”, “paz”, “amor”. Ese gesto, de esa bailarina, es para mí un modo de entender el arte, y de entender lo político, que tiene mucho que ver con lo del 15M. ¿Conflicto? No, mejor pongamos florecitas en el cañón de la policía.
Al conflicto lo llevan muy bien todas las protagonistas de Lectura fácil, pero en especial Nati.
Sí, la primera es Nati. Meter a las otras voces fue la decisión más dura y la que me tomó más rato. Estaba indecisa. ¿Que se lo banca todo Nati, o hago un mosaico de voces? Ya tenía una voz como la de Nati, que está de radicalidad todo el rato, con puro grito, durante las páginas que necesitara. Pero si quería contar una historia completa y compleja, necesitaba otras voces que la amortiguaran. En un primer momento las pienso como voces que amortiguan, pero después tomo una segunda decisión, que es la de que no las puedo regalar, que no pueden ser simples comparsas de Nati.
Una cosa que llama la atención es que ponés en conflicto, y en riesgo, a la propia novela, a las ideas de los personajes.
No sabría yo hacerlo de otro modo.
Y también a la concepción de autoría. Porque hay voces diferentes. Porque hay textos picados, como vos decís, de canciones y de otros libros. Y está el ejemplo del fanzine que incluís en Lectura fácil.
Mi maestro indiscutible es Juan Bonilla, que es sobre todo un apropiacionista maravilloso. En Prohibido entrar sin pantalones, su novela sobre Maiakowski, retoma y pica la obra de Maiakowski. Y Juan procede del teatro también. En mi caso hice teatro muchos años en la Universidad de Granada, con varios compañeros, dirigida por Sara Molina, que es una teatrera y dramaturga andaluza mítica. Y el teatro, vamos, que el teatro no puede entenderse sin la interpretación de lo ajeno.
Se me ocurre que otro de tus maestros debería ser Roberto Bolaño.
Mucho. Mucho. No le erras. Pero no desde la apropiación sino desde el aprendizaje. O desde la emulación. Porque hay algo de Bolaño que me pone loca y me hace perder el sentido, que es la puntuación. La puntuación en Bolaño tiene una mala leche increíble. En la gran novela 2666, la puntuación, las comas... Yo recuerdo estar leyéndola y recuerdo detenerme en el examen de las comas, en la respiración del texto, y en cómo la puntuación podía cambiar una frase sentenciosa a una frase completamente crítica consigo misma, devastadora, irónica, escéptica.
Ahora que estamos en territorio de la lectura, me gustaría volver al principio de la conversación, a cuando mencionabas a tu madre. ¿Cómo recibió todo lo que te fue pasando? Tu emigración, tus novelas...
Mi madre ha vivido siempre con dolor la ida de las hijas. Si por ella fuera, viviríamos todas juntas. Creo que eso no la distingue de muchas mamás. O no la distingue de muchas madres españolas. Hay toda una generación de madres, nacidas en los 50, en los 60, que se relacionan con su hijo o con su hija desde un lugar de sacrificio... Pero me imagino que a la larga he comprendido que hay algo natural en eso, y debo agradecer cómo mi madre ha sido quien introducía la cultura en casa, siempre una gran lectora, quien también me introdujo la literatura, quien me pasaba las bases de los concursos.
¿Tu madre sigue en Granada?
Sí, y mi hermana está en Colombia. Ahora está en Cali, pero ha pasado por varios sitios en Colombia, emigrada también... Mi madre, como te dije, era devoradora de libros. Y yo iba a la biblioteca del pueblo, de Algolote, y veía los lomos de los libros –Gabriel García Márquez, Pérez Reverte, Soledad Puértolas, Juan Carlos Onetti– y no sabía quiénes eran. Pero mi madre me decía “traeme algo”, entonces yo indagaba un poco, leía la contracubierta, sacaba un libro y se lo daba. Y se lo devoraba. Y otra vez: “Traeme algo para leer, Cristina, que ya me leí este que trajiste”. Y de vuelta a la biblioteca.