White Raven es una selección de gran importancia internacional en la literatura infantil y juvenil que realiza cada año la Jugendbibliothek de la ciudad alemana de Múnich. Esta biblioteca juvenil, una de las más grandes y prestigiosas del mundo, elabora su lista a partir de la lectura de miles de libros que le son enviados por editoriales e instituciones que se ocupan de la literatura para niños en todo el planeta. El resultado de esa compilación conforma el Catálogo White Raven, que se presenta al año siguiente en la Feria del Libro Infantil y Juvenil de Bolonia. La distinción de integrar el catálogo se otorga a libros que, a juicio del jurado, merecen atención global por la universalidad de los temas que tratan, o por su carácter excepcional o innovador desde el punto de vista artístico, tanto por sus textos como por las ilustraciones y el diseño. Con el nombre white raven –expresión inglesa que refiere a algo de una singularidad extraordinaria– se pone énfasis, precisamente, en el carácter único y diferente de estas publicaciones.
Ya habían sido seleccionados en los White Raven La mancha de humedad, de Juana de Ibarbourou, ilustrado por Matías Acosta, en 2015, y Cuentos cansados, de Mario Levrero, ilustrado por el argentino Diego Bianki, en 2017. Este año fue distinguido Los carpinchos, de Alfredo Soderguit, publicado por la prestigiosa editorial venezolana Ekaré tanto en español como en catalán. La excelente noticia es una confirmación de la trayectoria del autor, que incluye desde la ilustración original de Anina Yatay Salas, de Sergio López Suárez (2003), y su participación como director en el equipo que trabajó en la exitosa –y deliciosa– película animada Anina (2013) hasta un sinnúmero de publicaciones tanto en Uruguay como en el extranjero, entre las que se destaca Soy un animal, que salió por el sello Libros del Zorro Rojo en (2018) y ha sido traducida a varios idiomas. Ese camino internacional no es algo que Soderguit haya emprendido en solitario, sino parte de un trabajo colectivo. “Es cierto que hay un desarrollo exponencial en los últimos tiempos, pero es algo que no puedo dejar de enganchar con algo que para mí comienza hace 20 años, cuando empiezo a trabajar como ilustrador y a conocer a autores locales como Sebastián Santana, con los que empezamos a hablar en un sentido más de colectivo y de diálogo abierto con colegas. Para mí es parte de todo eso, de una concentración de fuerzas que se logró a través del surgimiento de Iluyos, que atravesó la producción de la película Anina, en la que trabajamos muchos y que nos mantuvo juntos durante varios años hablando de muchas cosas y rodeados de gente de otras disciplinas, con mucho empuje. También con el surgimiento del intercambio institucional con el Ministerio de Educación y Cultura de los últimos seis o siete años, con los primeros impulsos con la Dirección de Industrias Creativas, y después con el estímulo y la formación que vinieron de la mano del Premio Nacional de Ilustración, que permitió consolidar la forma en que viajábamos a los mercados internacionales. El posicionamiento a partir de esa plataforma nos hizo tener una presencia más colectiva afuera y permitió que se nos viera con más interés. Para mí es parte de todo eso, de algo que ya estaba generándose aquí dentro y que estas puertas que empezaron a abrirse nos ayudaron a sacar hacia afuera”.
Defender la utopía_
Los carpinchos_ vincula dos universos diferentes el día en que un grupo de carpinchos llega a una granja y se encuentra con las gallinas. La ruptura del orden previo y, con él, de la vida tal como siempre había sido, se desencadena con la llegada de cazadores que obligan a los roedores a huir de su hábitat al verse en peligro. La llegada de individuos de una especie diferente pone en juego el miedo, el rechazo, la defensa de las reglas que rigen el gallinero: los carpinchos, entre otras cosas, no podrán salir del agua. Sin embargo, el cruce de miradas entre un joven carpincho y un pollito hace que ambos mundos se crucen, se contaminen mutuamente, se resignifiquen. Los dos pequeños desobedientes infringen la norma que prohíbe el contacto, y sucede eso que es tan común y tan mágico entre los niños: sin más, se hacen amigos. Este movimiento tuerce la historia del gallinero y conduce a una mirada más comprensiva de los animales adultos hacia los recién llegados, que desencadena el desenlace de la historia. “No puedo dejar al margen que el lado esperanzador existe y que también se puede mostrar como una verdad, más allá de que pueda leerse como bastante utópico. Esa perspectiva utópica, esperanzadora, en un punto me parece más constructiva. El señalamiento crítico puede ser agresivo, porque mucha gente se puede sentir señalada desde un lugar de ingenuidad, y yo prefiero apostar a que si alguien se siente identificado con el lado de las gallinas pueda tomar la decisión de unirse a ese otro movimiento y arriesgarse a vivir de otra manera. Me parece mucho más interesante”.
La narración, vehiculizada por una magnífica ilustración de gran expresividad, por momentos prescinde del texto lingüístico, que cuando está presente es conciso, no necesita adjetivos y aparece para explicar, proveer de información o reforzar la acción a la que los lectores asistimos en el dibujo. Las tonalidades bajas, mate, enfatizan el carácter dramático de la anécdota, y el color se incluye como excepción, de manera equilibrada: rojo para tejados, crestas de gallos y gallinas, sombreros de cazadores; marrón oscuro para el pelo de los carpinchos; singular amarillo para el pico del pollito. “Esto que decís de la sobriedad en la ilustración lo he leído en otras reseñas como algo que llama la atención. Me resulta curioso porque, si bien entiendo que es sobria por el papel de fondo un tanto amarillento y un trazo de lápiz con algo de intervención de color, igualmente es una ilustración bastante naturalista, al punto de que las gallinas parecen reales en su figuración, así como el perro y los humanos. Siempre fui, desde chico, el niño que ‘dibujaba bien’ y al que todos le pedían que les hiciera dibujitos del perro, del caballo. En algún momento, cuando empecé a involucrarme en el estudio de las artes plásticas y a valorar la abstracción, empecé a renegar de eso, a plantearme si eso no era algo demasiado común y había que buscar otra forma de representación. Sin embargo, una y otra vez vuelvo a eso, a todo lo que se puede hacer aprovechando esa habilidad, más allá de que los estilos los cambio constantemente, no soy un ilustrador con una identidad gráfica demasiado definida. El grafo, la carbonilla, el lápiz, las tintas, las manchas, por decirlo de alguna forma, me llaman constantemente. Eso, mezclado con esa habilidad desarrollada para cierta representación bastante figurativa, es lo que en definitiva soy yo. Entonces me siento hasta orgulloso de este libro en ese sentido de esa fidelidad. Me parece que por ese camino hay cosas interesantes a donde llegar. En cuanto a otras disciplinas, para mí el trabajo en audiovisual ha sido muy formativo en cuanto a lenguaje; es algo en torno a lo que permanentemente estoy pensando: velocidad de lectura, movimiento, expresión, momentos dramáticos; todo eso forma parte del tejido de una historia. Los carpinchos es un libro sumamente cinematográfico: la forma en que se producen las acciones, los tiempos de lectura tanto de las imágenes como del texto, los silencios. Creo que eso es lo que hace que funcione. Hay un entretejido entre esa gestualidad de los personajes y el momento en que sucede que va marcando los puntos de la historia”.
Los carpinchos siguen viaje
Las buenas noticias para Los carpinchos no son sólo el cuervo blanco. El libro se publicó simultáneamente en Ekaré y, traducido al francés, en Didier Jeneusse –el sello en que Soderguit había publicado la versión en esa lengua de Soy un animal–, que va por la segunda edición porque en tres meses de cuarentena la primera se agotó. Por otro lado, Ekaré se transformó en agente de este título. “El catálogo incluye muchas reediciones, porque es una editorial de fondo, que trabaja los libros durante muchos años, y eso me parecía interesante. Al tratarse de una editorial muy consolidada, hubo mucho interés internacional y el libro ya está para publicarse, vendido por ellos, en chino, coreano, se está negociando en turco, en polaco, italiano, alemán, inglés; en total van a ser diez traducciones, incluidas la catalana y la francesa”.