Este año cumple 75 Pippi Calzaslargas, la niña pelirroja y contestataria que creó la escritora sueca Astrid Lindgren cuando finalizaba la Segunda Guerra Mundial y que, desde esa primera edición, se ha convertido en un clásico de la literatura infantil y juvenil (LIJ) a pura identificación de sus lectores e interpelación al mundo adulto. A instancias de Lara di Matteo y Virginia Mórtola junto con el Instituto Cultural Suecia Uruguay, se organizó una serie de actividades de celebración que en Montevideo se cierran hoy a las 19.00 en el Centro Cultural de España (Rincón 629) con la mesa “Pippi Calzaslargas: 75 años de una Alicia invertida”, en la que, moderadas por Mórtola, la psicoanalista Ana María Fernández, la psicóloga y docente Carmen Rodríguez y la docente especializada en LIJ Dinorah López Soler reflexionarán sobre el libro y las infancias. la diaria conversó con Rodríguez y López sobre la vigencia de Pippi en su potencia para ponernos frente a un espejo en nuestra manera de cuidar las infancias.
Aunque es un clásico enorme y universal, en Uruguay ha sido una obra poco leída y de difícil acceso. ¿Cómo es el vínculo de la literatura nacional con esta autora y con este libro?
Dinora López (DL): Yo puedo hablar desde lo personal: conocí a Pippi y a la autora en el marco del curso de experto en LIJ, es decir, a partir de 1994; tremenda paradoja. No fue una lectura de mi infancia, que estuvo marcada por dos grupos: los clásicos, en adaptaciones; y la literatura de Louisa May Alcott. Me marcó la LIJ estadounidense, que tiene que ver en algunos aspectos porque, si comparamos a Pippi con Jo, el personaje de Mujercitas, tiene cosas en común: esa rebeldía, esa búsqueda de autonomía, esa independencia. Yo no vengo de un hogar intelectual sino de un hogar obrero. No tenía una biblioteca en mi casa. Ese es el contexto de por qué no conocía a Pippi y por qué tenía adaptaciones de los clásicos, que eran las ediciones más baratas y, por lo tanto, reducidas y no las más completas. Creo que tiene que ver con un mercado editorial y con una voz para la infancia. La obra tiene una gran vigencia en cuanto a lo que tanto hablamos actualmente acerca de empoderar: esta autora empoderó quizás sin saber que lo estaba haciendo, con mucha anticipación, o quizás con una concepción profunda de qué debe ser el feminismo o qué debe ser una postura feminista o qué debe ser empoderar. Lo inquietante en Pippi es la propia Pippi. Que se pare distinto, que asuma que puede y que asuma que puede para establecer justicia y seguir siendo la niña que hace bromas, que juega, que es solidaria... Me parece que ahí está el centro. La realidad siempre está igual, el tema es que el que se para distinto es el que hace la diferencia, y Pippi hace la diferencia, entonces inquieta.
Carmen Rodríguez (CR): Sí, es inquietante. Entiendo que hay una lectura feminista acerca de construir una niña que puede, que se autonomiza, que rompe el molde. Pero Pippi, y en ese sentido es que yo le encuentro el mayor valor, es una niña sin cuidado parental: si tuviéramos que definirla hoy diríamos que es una niña en situación de calle. Se transforma en un clásico porque hay algo de lo que se narra que alude a los intentos de dar cuenta de un drama, de desplegar un dolor, de desplegar lo traumático y ofrecer un relato que alivia, que calma, que consuela, que elabora. Soy psicóloga y trabajo con niños que han perdido el cuidado parental, por eso quizá le pongo ese sentido: los niños que recurren a los sistemas de protección, los niños del INAU en Uruguay, son un poco Pippi. La autora percibe esa experiencia infantil de crecer poco cuidado y dota al personaje de muchas características que tienen los niños que han perdido definitiva o transitoriamente el cuidado parental: este niño que se constituye en una molestia, que transgrede más que los niños corrientes, que va más lejos en la transgresión. No es casual que este personaje emerja en el contexto de la Segunda Guerra Mundial. Y Pippi coloca a esos niños no en el lugar del mendigo, del desgraciado, del delincuente; Pippi puede. Y tiene cosas de las que agarrarse: unas mascotas muy particulares, un baúl de dinero –el deseo de cualquier niño–. Sobre todo en los primeros capítulos hay unas escenas muy interesantes en que el sistema de protección la quiere llevar a un hogar infantil y ella dice “de ninguna manera”. Y ese “de ninguna manera” es el enunciado de muchos niños de hoy que querrían ser cuidados pero no de esa manera.
No a ese precio.
CR: Porque ese precio es el que no quiere pagar ninguno de estos niños, que es la pérdida total de la libertad, es decir, cuando cuidado y encierro quieren decir lo mismo. Y el libro y el personaje tienen esa fuerza, como tantos otros textos de la literatura infantil que los psicólogos usamos para ofrecer a los niños unas narrativas que les permitan hacer algo creativo, que les den algo de alivio respecto de lo traumático. No hay una cosa más traumática para los niños que no tener quién los cuide, la tragedia de tener que cuidarse solos… Claro que a los niños en esa situación no les pasa lo que le pasa a Pippi, pero cuando leemos estos cuentos con estos niños puede aparecer algo del alivio.
Ofrece una especie de salida.
CR: Una luz en la tragedia. Esa ha sido muchas veces la función de la literatura infantil. Sobre lo traumático infantil se ha producido mucho material que tiene un efecto terapéutico; no se escribe con ese sentido, pero termina teniéndolo porque la literatura tiene esa capacidad de agarrar los dramas humanos y construir historias ficcionadas que son ficciones verdaderas.
DL: Es una gran metáfora de la infancia de todos los tiempos. El hecho de que sea pelirroja, de que sea diferente en su exterioridad, transgrede un modelo de belleza. Transgrede desde lo externo y desde lo interno. Los antecedentes –su madre falleció y su padre es pirata, un delincuente–, su fisonomía y luego su accionar son una contrapartida. Por un lado está el modelo de la niña, de la princesa, de la bella, de la dulce, de la que necesita que la ayuden. Muy bien, se instala otro modelo: sigue siendo la misma infancia en el sentido de lo que se desea en la infancia, sigue siendo una niña, pero rompe con lo que se esperaba. En el fondo es una gran metáfora porque el punto está en la profundidad de lo que busca la infancia de todas las épocas: nosotros cuando vivíamos la infancia queríamos que no nos dijeran qué hacer y qué no hacer, seguir haciendo lo que estábamos haciendo sin que nos pusieran límites.
CR: Y eso es algo que por lo general los sistemas de protección no perciben, que es la experiencia del niño, que por supuesto es traumática, es un dolor insondable, pero que también está –como aparece en la magnífica Los capitanes de la arena, de Jorge Amado– la libertad. Eso lo envidia cualquier niño que esté bajo el cuidado de adultos. A Pippi le pasa lo que le pasa, pero es libre.
DL: Cuando visita una escuela –porque ella no forma parte del ámbito escolar–, cuando se pone a dibujar y el papel no le alcanza, continúa dibujando en el piso. O sea, el gran símbolo de no respeto los límites, no reconozco el final de la hoja como un límite. El límite es lo que yo quiero crear, lo determina lo que yo voy creando. Por otra parte, el personaje al que enfrenta en el circo, ese Adolfo, en el contexto de la guerra significa enfrentar a Hitler. Y es pararse frente a la figura que representa la mayor ausencia de libertad. No es menor que surja en Suecia, teniendo en cuenta el lugar que tuvo en la Segunda Guerra. Hay un contexto histórico que hay que tener en cuenta, pero lo simbólico lo trasciende: en ese momento el representante de un totalitarismo era Adolfo, y en los diferentes contextos sucesivos, cada uno, cada niño, desde lo micro a lo macro, determinará quién es su Adolfo.
CR: ¿Qué hacemos los adultos con ese niño que no respeta los límites, que transgrede, que no tiene incorporada la autoridad? Los adultos siempre estamos en riesgo, en la historia de Pippa y en la historia cotidiana de todos los tiempos, de todos los barrios y de todos los lugares, de devenir en adultos tiranos. El pediatra y psicólogo inglés DW Winnicot, en el contexto de la guerra, habla de los niños deprivados y reconoce la “conducta antisocial” como signo de esa deprivación. Cuando los niños en la actualidad irrumpen con sus formas de no respetar los límites en las casas o en las calles, el sistema de cuidado, sea en la escuela, en la calle o en la casa, siempre está en riesgo de instalarse en una posición de tiranía para doblegar a ese niño que no respeta. Los sistemas de protección a la infancia de todos los tiempos, por lo menos los que se han creado hace 80, 90, 100 años en la región, los INAU, siempre están hamacándose entre la protección y el sometimiento, entre el cuidado y la custodia. A los que tenemos la responsabilidad de cuidar a esta infancia poco cuidada o mal cuidada Pippi nos hace encariñarnos con ella, nos muestra la ternura que hay en esa transgresión. La autora muestra la sensibilidad de estos niños de una manera extraordinaria, es difícil encontrar un personaje que logre captar esa sutileza en los gestos de Pippi y en lo que necesitaría. Es un clásico porque toca la llaga de lo que duele, pero cuando leemos a Pippi nos reímos, la disfrutamos, produce en el espectador o en el lector una experiencia vivificante con la tragedia. Es una historia para eso, para ayudar a entender a esos niños y para ayudarnos a comprender las señales y ser buenos intérpretes de lo que hacen esos niños. La pedagogía tradicional transformaría a Pippi en una maleducada, en una niña a doblegar, a castigar, se propondría sacarle ese rasgo, y la literatura nos dice: si le sacás eso, le sacás la vida.
DL: La obra le habla al adulto sin hacer guiños: a través de cómo es trabajado el personaje y de las situaciones en que se encuentra, estás vos frente al espejo. También sería bueno trabajarlo con los adultos que a su vez trabajen con niños y adolescentes, y no solamente con niños y adolescentes en situación de calle, también en los sistemas educativos. Porque que el sistema esté cumpliendo pautas, armado, no significa que no se tenga que estar repensando constantemente: tenés que repensar tu ser docente frente a las nuevas infancias. El tema es que nos tenemos que sentar en una mesa redonda en horizontalidad, y eso no significa que no haya que poner límites, el tema es que el límite tenga un sentido, una argumentación y que haya, entonces, un entendimiento bidireccional.
CR: Creo que Pippi no se deja mandar por cualquiera, va lejos como todos los niños que conocieron el infierno: no se asustan con Halloween. Los límites siempre son cuidado y prohibición, pero hay quienes quieren instalar el límite solamente desde la prohibición. En el contexto de los regímenes totalitarios, quizás algo se podía sostener de la prohibición sin cuidado, pero en la actualidad –y yo creo que para bien de todos, y de los niños también– en la sociedad empieza a aparecer más claramente esta idea de que no es posible instituir autoridad de esa manera. Es un personaje magnífico para hacernos pensar qué es la autoridad en tiempos de niños con derechos y luego de iniciadas las luchas contra el patriarcado, en el sentido de esa relación del patriarcado con la imagen de pater frío, distante, como imagen de la autoridad. Por supuesto que los niños necesitan figuras de autoridad y las encuentran. ¿Dónde? En unos adultos que comprenden de otra manera cómo se construye y se instituye la autoridad, sobre la base del respeto, de la conversación, de reconocer que el niño es un sujeto no a someter o a doblegar a imagen del adulto, sino que es alguien que desde el día uno existe, tiene sus formas de sentir, sus formas de pensar. Estamos ante ese desafío y Pippi es un personaje que abre una rueda de conversación entre los grandes acerca de qué vamos a hacer con la desobediencia de los niños.
Tiene que ver con todas las infancias. Es un conflicto de todos los niños en alguna medida, así como ese poder reflejarse en el personaje, como fantasía quizá: me encantaría estar en ese lugar.
CR: Cualquiera que haya atravesado el tiempo de la infancia conoce los problemas de los límites, conoce el abandono. Todos sabemos qué se siente cuando uno se siente abandonado, cuando alguien nos quiso abusar con sus límites. En ese sentido habla de todos los niños, de la experiencia infantil. Para algunos la infancia es el tiempo de los lindos recuerdos, de los aromas inolvidables, del juego, de la imaginación, pero es también el tiempo de lo traumático. La infancia de todos. En ese sentido es universal. Ese tire y afloje de la búsqueda de la autonomía es la historia de los niños. La causa de los niños y la causa de los adolescentes es la causa por llegar a un tiempo donde se puedan deshacer de todo lo que los llevó hasta ahí. Ser grande es haber deshecho las figuras de autoridad. Ese camino es gradual, es día a día. El juego central de la adolescencia es el juego de la autonomía, es ir y venir a un punto fijo y cada día conquistar un poco más de autonomía. Y en la conquista de la autonomía, y esto está de manera muy fuerte en la escena de crianza de los adolescentes, hay siempre un parricidio: uno no deviene en un sujeto autónomo sin matar simbólicamente a la figura de los padres, uno llega a saber cuidar de sí a condición de deshacerse del cuidado de los padres. Esta es la tragedia adolescente y sobre esto reposa la mayor angustia de los padres y de los hijos: devenir grande supone a la vez un crimen. Finalmente es lo que tiene que ocurrir, ese momento en que saber cuidar es aprender a dejar de cuidar para que algo pueda existir. Y los niños necesitan liberarse, por eso Pippi es linda y les gusta a todos los niños, porque el deseo del niño siempre es deshacerse de todo eso que a la vez que lo cuida y lo protege, lo somete y lo doblega.