Hace unos años, leíamos en el blog de una señora argentina que se dedicaba a producir bandas independientes una serie de quejas respecto de la actitud de los músicos que despotrican contra las productoras que no consideran su trabajo por estar mal presentado. Visiblemente enojada con demos de mala calidad o torpes fotografías tomadas por la prima del bajista, instaba a los aspirantes a entrar en el negocio de la música a ponerle un poquito más de onda y quejarse menos. A quien no tenía dinero para pagarse un buen estudio, le decía que se encerrara en su cuarto hasta aprender bien las técnicas de grabación y edición. A quien no lograba generar una buena imagen para la banda, que pusiera un poco de empeño, que cualquiera se baja un programa de edición de fotografía o video. A quien no accedía a buen equipamiento, que trabajara y ahorrara, que es tu sueño, pibe, metele.
La pregunta inevitable surgía al comprobar que quien escribía esto se dedicaba a la producción musical. Porque en definitiva, si el músico debe estar pendiente de la calidad técnica de sus grabaciones, la imagen visual de la banda, el equipamiento, etcétera... ¿qué se supone que hace la productora?
Algo similar parece desprenderse del Manual de supervivencia para músicos emprendedores, de Gabriel Tourielle. Ya en las primeras páginas nos encontramos con el clásico “este libro es para ti si”, entre otras cosas, “crees firmemente en lo que haces y estás dispuesta/o a trabajar duro”, “eres un/a buscavidas y eres positiva/o”, o “para ti la música es un camino para la autosuperación personal”. Como agregado, un poquito de filosofía new age sobre el poder del pensamiento positivo. Además de unos buenos párrafos dedicados a caracterizar la personalidad patológica de lo que el autor denomina “músico aspiracional”, es decir, quien no llegó ni a empatarla porque no le puso onda.
Muchas veces para el público es difícil imaginar la cantidad de profesionales altamente especializados que dedican tiempo a construir un producto artístico mainstream. Sonidistas, realizadores audiovisuales, managers, agentes de prensa... En los últimos años, las nuevas tecnologías, tanto en cuanto a realización multimedia como a difusión en redes, generaron cierta ilusión de que estas herramientas estaban al alcance de cualquiera. El problema es que, si bien estas tecnologías abaratan costos, tampoco los dispositivos tecnológicos básicos son accesibles para todo el mundo, y además, si bien son más accesibles que antes, esta accesibilidad aumenta la oferta. Otro factor es el tiempo: se puede poner tiempo en aprender a manejar estos recursos, pero siempre se está en desventaja frente a quien puede comprar el tiempo de otro. Pero como, se supone, cualquiera puede producir y difundir contenidos, el rol de las empresas dedicadas a este rubro se limita a canalizar estos contenidos hacia ciertos nichos de mercado. Si estos contenidos no logran ser presentados de forma atractiva (responsabilidad que se pone, como decíamos, en el artista) y por tanto no se difunden o viralizan, la empresa no ha invertido ni un centavo ni un segundo en generarlos, y si invierte lo hará con la seguridad de que ya hay un público para la propuesta.
Resulta casi risible que Tourielle nos proponga solucionar esos problemas “saliendo de la zona de confort”, cuando para algunos eso implica pasar un tiempo ahorrando para aguantar el riesgo con un trabajo bien remunerado o pedirle un préstamo sin vencimiento a papá y mamá, y para otros, no llegar a pagar el alquiler, los servicios básicos, o quitarle a un hijo la comida de la boca. Esto sin considerar la actual debacle pandémica, que no había sido considerada por el autor al momento de escribir el libro, y sobre la cual, poco antes de editarlo, agregó algunas páginas al final, en un casi enternecedor esfuerzo por seguir sosteniendo estas ideas cuando la realidad muestra que ciertas cosas no pueden arreglarse sólo con pensamientos positivos, esfuerzo y autosuperación.
No sorprende que este discurso, surgido de la misma meritocracia que culpabiliza a quien no llegó a “malla oro” por su negatividad o su poca predisposición a “trabajar duro”, se haya colado en la producción cultural, cuando también se lo aplica a un repartidor de Pedidos Ya o a una vendedora Avon. El emprendedurismo no sólo es un truco muy hábil para que las empresas no se hagan cargo de los derechos laborales de quienes alegremente creen que se han vuelto empresarios, sino también una forma de poner todos los aspectos de la producción a cargo del trabajador, que debe atender al público, promocionar en redes, invertir en insumos o productos, o ponerse la camiseta de la empresa para lograr ventas por comisión en lugar de simplemente cobrar un sueldo digno y no tener que exponerse a los vaivenes de la oferta y la demanda.
Aun así, este Manual de supervivencia (al menos el autor tuvo la delicadeza de llamarlo así y no “Guía hacia el éxito”) es un aporte invaluable y hasta imprescindible para moverse en este nuevo mundo (si somos positivos y nos pensamos sin restricciones por covid en poco tiempo: de lo contrario, todo lo referido a espectáculos en vivo y giras ya no corre). Pero el mismo contenido de ese aporte pone en evidencia la precarización del trabajo del artista, que debe conocer cómo funciona el negocio de la música, encontrar su nicho de mercado, saber cómo generar contenidos bien presentados y producidos, generar planes de trabajo y difusión, planear conciertos y giras, administrar gastos, costos y beneficios... Si cae rendido en el esfuerzo y se entrega al alcohol y las drogas (el autor tampoco se ahorra consejos al respecto), ninguna plataforma de streaming va a experimentar pérdidas.
Quien esté buscando impulsar su proyecto artístico y no se trague el paradigma emprendedurista, o ya se lo haya tragado y le resultó indigesto, puede saltearse los capítulos I, II y V o tomarlos como quien escucha sobre “la filosofía de la empresa” para hacer buena letra. Los capítulos III y IV, si bien también se encuentran impregnados de esta “filosofía”, son los más útiles en términos prácticos, y por sí solos hacen que la compra de este libro sea una inversión provechosa, aunque resulte irónica la idea de tener que invertir para trabajar. Respecto de lo demás, quizá el autor sea sincero y piense que está haciendo un bien al sostener un discurso que convierte en empresario a un trabajador precarizado. Pero, como el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones, le advertimos: si usted sigue sus consejos y no llega ni a empatarla, no se autocastigue. Le podría haber pasado lo mismo intentándolo como telemarketer, y seguramente se hubiera divertido menos.
Manual de supervivencia para músicos emprendedores. De Gabriel Tourielle. Montevideo, Estuario, 2020, 288 páginas.