“Era otra la Mistral que me mostró la maestra que acababa de retornar de Chile. Eran otros los versos que puso en mis manos, encubiertos, en fotocopias, versos que sacudirían para siempre mi limitada noción acerca de lo que creaba y creía Gabriela Mistral”. “En mi lectura se encendieron voces de tantas mujeres que hablaban por la Mistral, [...] mujeres que, siguiendo el oscuro mandato de la poeta –‘Una en mí maté [...] ¡Vosotras también matadla!–’, habían aniquilado a la que en ellas era sumisa y sedentaria”.
De esta manera, Lina Meruane, una de las más destacadas narradoras chilenas contemporáneas, abre con una pequeña introducción esta personal antología de poemas de Gabriela Mistral llamada, también sugestivamente, Las renegadas.
La personalidad de Mistral se ha visto envuelta en esa extraña ambivalencia a la que llegan las figuras consagradas como íconos nacionales, que deben adaptarse a los tiempos y a necesidades políticas que dentro de un Estado nación no suelen ser uniformes ni estáticas. Según Meruane, en los manuales escolares de la dictadura chilena Mistral es una maestra rural que, al no poder superar el suicidio de Yin-Yin, un sobrino al que crio como si fuera un hijo, “enloqueció” y por ello no se casó ni tuvo hijos. Esta Gabriela, en tanto poeta (o más bien “poetisa,” como se decía en esos tiempos), escribe loas al amor maternal, rebosa piedad cristiana en sus frecuentes referencias religiosas, y se conmueve ante la niñez desprotegida en poemas como “Piececitos de niño”: “Piececitos de niño / azulosos de frío, / ¡cómo os ven y no os cubren, / Dios mío!”. La feminidad de Gabriela Mistral, así entendida, era coherente con los valores conservadores, y desde la enseñanza primaria, además, reforzaba esa imagen de la profesión de maestra como casta sublimación de la maternidad. Sus críticos y biógrafos más tradicionalistas solían decirle “la divina” o “la santa”.
Pero paralelamente fueron generándose otras narrativas en torno a esta chilena que se convirtió en la primera mujer latinoamericana en ganar un premio Nobel. Las viejas especulaciones sobre la homosexualidad de Mistral ganaron una mayor solidez en 2009, con la publicación de su correspondencia con su secretaria y albacea Doris Dana, en la que se trasluce una relación amorosa que se extendió durante casi diez años, reavivándose la polémica entre los cultores de su obra, con el predecible entusiasmo de la comunidad LGBT para incorporarla como ícono (ver recuadro). Pero este es sólo un aspecto que contradice la vieja narrativa oficial. Otro de ellos, aparte de su exitosa carrera literaria, es una carrera diplomática que se extendió durante 20 años y la convirtió en la primera mujer designada cónsul por Chile, y la primera en ejercer este cargo en España, en los complejos años previos a la Guerra Civil, otro rincón de su biografía sobre el que queda mucho por investigar.
Aunque parezcan hechos de distinta naturaleza, tienen en común volver poco verosímil el relato que hacía de Gabriela una mujer incompleta, que no pudo realizar en vida las aspiraciones de una feminidad tradicional, tan alabada en su poesía, por no superar hechos traumáticos de su vida afectiva, y apuntan más bien a una construcción alternativa o quizá disidente. Disidencia o alteridad que no fue ejercida en forma declarada ni confrontativa, ni mucho menos militante (participó brevemente en movimientos por la “emancipación de la mujer”, pero explícitamente declaró no considerarse feminista; en todo caso, su principal preocupación en cuanto a derechos humanos y civiles siempre fue, inequívocamente, la infancia), pero muy probablemente de manera consciente.
Modos de leer a la poeta
La forma en que Meruane ordena esta antología plantea nuevamente el tan discutido problema de si es posible separar la obra del artista, sin necesidad de traer ejemplos más truculentos, como la controversia actual sobre el otro Nobel chileno, Pablo Neruda.1 En este caso, se trata de al menos dos narrativas sobre quién fue Gabriela Mistral como persona de carne y hueso, y ambas son positivas, aunque positivas desde valores contrapuestos. Estas narrativas inciden sobre la forma de leer a Gabriela Mistral poeta, en qué textos se consideran claves o relevantes, o a qué prestamos atención entre los motivos recurrentes en su universo poético.
Meruane no esconde que su antología parte de una lectura propia, evadiendo criterios más neutrales como el ordenamiento cronológico o bibliográfico sin siquiera incluir notas aclaratorias al final de los textos, y excluye deliberadamente el poemario “Ternura”, el más utilizado en los manuales escolares. El ordenamiento es temático: la primera sección, “Extravíos íntimos”, gira en torno a experiencias individuales respecto de los clásicos tópicos como el amor, la muerte y el destino individual. En forma nada casual ni inocente, Meruane inicia la antología con “Una en mí maté”, guiando la lectura de textos que ya conocíamos en otras direcciones, y presentando a la vez otros escasamente publicados y antologados.
La segunda, “Errancias de la Tierra”, se centra en distintas experiencias de tránsito, de recorrer territorios y espacios, paisajes naturales y humanos, y rescata, particularmente, un aspecto también poco explorado del mundo mistraliano, la vocación antropológica del viajero, el trotamundos, el flânneur: no hay que olvidar que, desde que comenzó a ejercer su cargo diplomático, Mistral no volvió a residir en Chile en forma estable, y esta parte de su vida se encuentra signada por frecuentes desplazamientos y residencias transitorias. En esta sección también aparece la evocación del mundo precolombino e indígena, y la conexión con la identidad originaria.
No se trata, en todo caso, de ver cuál de las Gabrielas será la “verdadera”. La que siempre nos mostraron también existió, porque Gabriela Mistral también fue Lucila Godoy, una maestra rural del Valle del Elqui, criada en un entorno muy tradicional y para nada rupturista, pese a lo inédito de sus posteriores derivas biográficas. Pero es verdad que una simple alteración en cómo se presenta el orden de los factores cambia mucho el producto. Quizá nos hemos acostumbrado a entender lo que es un clásico de una forma un tanto estática, como algo que permanece inmaculadamente inalterable a las contingencias de los tiempos. Pero probablemente sea sobrevivir, reacomodándose y reinventándose a todos estos reordenamientos, lo que da a una obra la estatura de intemporal.
Cartas con su secretaria y albacea
La correspondencia de Gabriela Mistral con Doris Dana fue publicada en 2009 en el volumen Niña errante, rescatados de una enorme cantidad de manuscritos inéditos que se hallaban en posesión de Dana y que, luego de su muerte en 2006, fueron puestos a disposición de la Universidad de Chile. Como anécdota pintoresca y a la vez ilustrativa, en 2015 la entonces presidenta de Chile, Michelle Bachelet, citó una de las cartas en ocasión de la promulgación de una ley de unión civil entre personas del mismo sexo, previa a la ley de matrimonio igualitario aprobada tres años después (“Hay que cuidar de esto, Doris. Es una cosa delicada el amor”). La mandataria fue criticada por el presidente de la Fundación Premio Nobel Gabriela Mistral, Jaime Quezada. Dicha fundación también se había opuesto a la inclusión, en 2001, de tres textos de la autora en la antología A corazón abierto: geografía literaria de la homosexualidad en Chile. Aparte de la fundación presidida por Quezada, existe otra institución destinada a la promoción, preservación e investigación sobre su obra, la Gabriela Mistral Foundation, con sede en Nueva York. Esta ha evadido elegantemente la polémica biográfica, aduciendo por intermedio de sus voceros que se dedicaba “únicamente a su legado (literario)”, como consigna una nota de BBC Mundo en 2016.
Gabriela Mistral: las renegadas (antología). Selección y prólogo de Lina Meruane. Santiago de Chile, Lumen, 2018. 232 páginas.
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Recientemente, a raíz de un fragmento de la autobiografía Confieso que he vivido, donde se narra una violación cometida por Neruda, colectivos feministas de Chile se han opuesto a que se le dé el nombre del poeta al Aeropuerto Internacional de Santiago. ↩