¿Y si no estuviéramos lo suficientemente atentos a nuestro alrededor? ¿O si, para poder continuar funcionando en nuestro circuito cotidiano, elegimos no ver algunas cosas y simplemente no ser conscientes de determinadas señales o ausencias? Este libro parece una advertencia, la última que dejó Mark Fisher, sobre cómo determinados autores quieren mantenernos despiertos ante la maravilla oscura de lo raro y lo espeluznante.
La manera en que el mundo doméstico no coincide consigo mismo
“Los únicos agentes sobrenaturales que pueden permitírsenos, a nosotros los modernos, son los fantasmas”, decía Henry Fielding. A menudo, Reino Unido genera intelectuales tan inclasificables como atrayentes, y sin duda Mark Fisher (1968-2017) es uno de ellos. Este ensayo breve, fiel a un estilo que Fisher afinó como pocos, es la disección de un tópico que está presente en casi todos sus escritos (libros, críticas, artículos de blog, notas): el espectro, el fantasma y las presencias residuales en la vida cotidiana, en la cultura pop y hasta en la política. A partir de esta obsesión, deliberadamente anacrónica pero muy británica, Fisher despliega sus membranas tan ampliamente que en las librerías no resulta fácil encontrar el estante adecuado para catalogar su obra.
A medio camino entre la academia, el activismo político-cultural y la crítica musical, sus libros (Jacksonismo, 2009; Realismo capitalista, 2009; Aceleracionismo, 2017; Los fantasmas de mi vida, 2014; K-Punk, 2018, entre varios) abarcan temas aparentemente incompatibles como Michael Jackson, el marxismo, la ciberresistencia, la hauntología, el pospunk, Spinoza, HP Lovecraft y el neoliberalismo. En Argentina, la imprescindible editorial Caja Negra ofrece en su lúcido catálogo Futuros Próximos varios de estos títulos, entre otros autores que ayudan a pensar el presente.
Doctorado en Filosofía, profesor de secundaria pública y del Departamento de Culturas Visuales en la Universidad de Goldsmiths, editor, bloguero fundador del Cibernetic Culture Research Unit (CCRU) y sistemáticamente ignorado por las flemáticas instituciones inglesas, Fisher dispuso de los temas que le interesaban relacionándolos con el momento político y con los filósofos que le atraían. En ese ejercicio de subjetivación siempre lúcido, despliega su pensamiento y, como si no fueran una misma cosa, sus preferencias estéticas.
Asimismo, hay que decir que nunca ocultó su esfuerzo por religar el arte experimental con la crítica directa al capitalismo y a su efecto secundario preferido: la depresión. Aunque, quizá, Lo raro y lo espeluznante sea una metáfora más elíptica que los anteriores.
Fisher fue colaborador regular de las publicaciones The Wire, Sight & Sound, Frieze y New Statesman; su popular blog sobre teoría cultural, K-punk, tiene entradas marcadas hasta marzo de 2013, y todavía se puede ver online: aunque el menú principal está desactivado, el botón de contacto funciona y todavía se le puede mandar un correo electrónico (algo muy Fisher, por cierto).
Por eso, o para eso, en Lo raro y lo espeluznante desfilan Brian Eno, The Fall, el infaltable Joy Division, David Lynch, Federico Fellini, Stanley Kubrick, Lovecraft, Cristopher Nolan, Margaret Atwood, Daphne du Maurier, Philip K Dick, RW Fassbinder, Andréi Tarkovski, Nigel Kneale, Gilles Deleuze y Alan Garner, entre otros. Le corresponde a esta peña entrañable ponerles cuerpo a sus teorías, y aunque muchos ya conocemos a estos autores o entendemos sus perfiles, lo que el libro propone es usar sus obras para explicar mejor estos conceptos. Como hiciera en sus libros anteriores, este recurso le permite el ancho de banda necesario para un enfoque a la vez filosófico, político y literario.
Dentro del pacto que hacemos con la ficción al leer o ver un film (cuando está bien hecha y acontece), lo raro o lo espeluznante tienen una aceptación inmediata; nos entregamos por entero al misterio porque, obviamente, estamos en un lugar seguro. No pasa lo mismo en nuestra vida “real”, en la que estamos entrenados para no registrar réplicas, repeticiones, ausencias y todo tipo de situaciones extrañas. A una desprogramación, y no al análisis específico de esas obras, es a lo que apunta este libro.
“Lo raro y lo espeluznante nos permiten ver el interior desde la perspectiva exterior”
Lo raro es aquello que no debería estar ahí, dice Fisher; es la incursión de algo en el dominio de lo familiar. Y quizás esta sea la mejor definición de collage: dos o más cosas que no deberían estar juntas y tocarse se reúnen en un mismo plano. El collage, entonces, es un buen ejemplo de esta manifestación.
Fisher invoca a un autor omnipresente en temas que tienen fronteras extrañas, para empezar a hablar de lo raro: Lovecraft. Y lo hace específicamente para explicar el concepto de lo exterior penetrando en la cotidianidad. “Eso no debería estar aquí”, parece decir. Lo raro genera un recorte de la realidad. Por aparición o por ausencia, esta se transforma de manera empírica, es decir, podemos experimentar y comprobar la maravilla (o el horror, simplemente el otro punto de vista de una misma cosa) de manera sensorial. Por eso Lovecraft, en general, describe con pelos y señales al monstruo, para que persista en su monstruosa subjetividad. Lo materializa dentro de una escena “normal”, definiendo aún más los bordes de ese recorte.
La ficción rara siempre será una literatura de fronteras, entre dos estados o entre dos mundos, y sus protagonistas vagarán sorprendidos, con la sensación de estar viviendo algo erróneo. La irrupción o el recorte grotesco dentro de esa realidad parece ser el indicio de encontrarnos ante algo nuevo, no necesariamente desagradable y a menudo fascinante, atrayente; la jouissance lacaniana, apunta Fisher.
David Lynch es otro autor del que tarde o temprano esperábamos su llamado a sala. Y aunque mucho se ha dicho sobre este conocido artista, el análisis del capítulo (cada autor elegido tiene su capítulo) no trata de explicar nada acerca de Mulholland Drive (Mulholland Dr en la pantalla) o Inland Empire. El método del cineasta es diferente, hay umbrales pero no hay collage; de hecho, la sección dedicada a él se llama “Cortinas y agujeros”. Este pequeño tratado sobre lo aparente sólo trata de intuir un mismo mecanismo de realidades paralelas en los dos films: “[...] aquí no es que consideremos que los sueños son reales, sino que cualquier realidad aparente reside en un sueño. Pero, en cualquier caso, ¿de quién es ese sueño?”.
¿Qué o quién lo provocó?
Según el autor, lo espeluznante también está ligado a lo exterior, aunque quizá un exterior menos empírico y más abstracto. De hecho, ese exterior está relacionado con escenarios abiertos, incluso (o especialmente) desprovisto de humanos. “¿Qué tuvo que suceder para causar aquella desaparición, aquellas ruinas? ¿Qué tipo de entidad tuvo que ver con ello?”. Fisher, mientras tanto, no pierde oportunidad de definir al capitalismo, “ese escándalo metafísico”, como una entidad espeluznante: “A pesar de surgir de la nada, el capital ejerce más influencia que cualquier entidad supuestamente sustancial”, escribe en Realismo capitalista. ¿No hay alternativa?
¿Por qué hay algo cuando no debería haber nada; por qué no hay nada cuando debería haber algo? Estas preguntas existenciales tienen relación con lo espeluznante. Quizá “eso que falta” o “eso que sobra” no sea, en sí mismo, algo extraordinario. Lo realmente inquietante es de qué o de quién fue obra.
Hay una desafección deliberada en el ADN de lo espeluznante, un corte profundo con nuestros vínculos actuales. Perdemos los parámetros afectivos, nos asomamos a un universo con otras leyes. Entonces, puede ser menos impactante que lo raro, menos efectista, ya que trae consigo un importante ejercicio de especulación del que lo raro no necesariamente depende. Pero la serenidad con la que lenta e implacablemente esa pregunta se instala en nosotros lleva la aventura a una nueva dimensión. Se podría decir que lo raro asusta o sorprende porque viene de afuera y, en cambio, lo espeluznante acecha y espera ya que nace desde adentro.
Bajo este concepto tenemos a Daphne du Maurier, Christopher Priest, Margaret Atwood, Kubrick y Tarkovski, y especialmente a algunas composiciones del genial Brian Eno. Sus paisajes sonoros evocan lugares envolventes y sugestivos que son ideales para describir lo espeluznante.
Por supuesto que también hay referencias al psicoanálisis, al “psicoanálisis raro” de Jacques Lacan y, sobre todo, a ese concepto freudiano, cautivante y difícil de definir: unheimlich. Mal traducido como lo siniestro u ominoso, la expresión más adecuada para definirlo sería “no sentirse en casa”. Este concepto podría perfectamente ser transversal a los dos grandes temas del libro porque es una sensación, un sentimiento de profunda ajenidad abstracta y trascendente, provocado por algo.
El ensayo sobre lo unheimlich ha tenido una gran influencia en el estudio sobre las narrativas de ciencia ficción o terror y comparten con los otros dos conceptos determinados modos estéticos: “modos de percepción, modos de ser”.
Pero como decíamos al principio, Fisher, en tanto teórico de la cultura especializado en música y cine, además de filósofo, luego de dejar clara su definición de raro y de espeluznante, procede a despacharse a gusto haciendo brillantes comentarios sobre estos autores, relacionándolos entre sí. De esta forma su trabajo tiene otra capa de lectura: primero establece un canon, una ontología de lo sorprendente y, bajo esa mirada, filtra, comenta y critica.
Por último, podemos decir que este es el verdadero “catálogo Fisher”, un compendio de sus núcleos inquietantes, el regreso definitivo a su private Idaho.
“Para Zoë, mi fuente de apoyo constante y la razón por la que hay algo en lugar de nada”. Con esta dedicatoria Mark Fisher comienza The Weird and the Eerie (2017), su último libro antes de suicidarse.
Lo raro y lo espeluznante. De Mark Fisher. Traducción: Nuria Molines Galarza. Barcelona, Alpha Decay, 2018. 169 páginas.