En principio confieso que José Enrique Rodó no estaba entre mis autores predilectos. Como a muchos profesores de mi generación, el maestro de América me parecía estatuario y lejano. En el año 2004, volví a sus páginas para participar en un ciclo de “Lecturas de Rodó”, en el marco de un coloquio de literatura comparada de ICLA, que tuvo lugar en Salto. En aquella oportunidad decidí releer su obra sin mediación crítica. A pesar de las dificultades que presenta el olvido de las guías que signan las primeras lecturas, pude entrever un Rodó nuevo e inquietante y mi foco de interés se centró, esta vez, en Motivos de Proteo.
Aquello que había sido un motivo de distancia se volvió motivo de atracción. Creo que la pasada incomprensión despertó mi curiosidad y puso en marcha un proceso de lectura que investigó e iluminó un texto que hasta el momento me resultaba opaco y frío, por no decir oscuro. El obstáculo más grande había sido la recurrencia insistente de Rodó al mundo griego, cuyos personajes y escenarios de la Grecia antigua y clásica fueron ahora el objeto de estudio del trabajo que presenté en Salto, bajo el título “La literatura del margen: Rodó y el modelo griego”. No voy a reproducir los contenidos de la presentación, que fue años más tarde publicada por la Biblioteca Nacional, pero sí puedo confirmar que se cumplió, en mi experiencia, el repetido aserto de que la comprensión de los clásicos requiere siempre de una maduración no sólo literaria, sino humana.
Al recorrer la historia de aquella segunda lectura recupero, nítidamente, una imagen autorreferencial en que el autor dice de sí mismo: “Y ahora quiero dar voz a un sentimiento que, en el transcurso de este divagar sobre las vocaciones humanas, cien veces me ha subido al corazón, repitiendo por lo bajo una pregunta que viene, en coro, de mil puntos dispersos, y suena en son de amargura y agravio. Dice la pregunta: ‘¿Y nosotros?’... y me deja una desazón semejante a la que experimento cuando me figuro los mármoles antiguos que permanecen sepultados e ignorados para siempre...”. Es una imagen que no sólo expresa un sentimiento de marginalidad propia del autor latinoamericano y de la fugacidad del ser humano que se sabe condenado al olvido, sino que refleja y promueve la búsqueda del lector, que de pronto intuye que es posible descubrir algo muy valioso y vital, escondido o sepultado, en el texto por el que transita.
En la crónica de mis lecturas, hay una tercera etapa en torno a la conmemoración de los 100 años de la muerte de Rodó, en 2017. Por entonces recibí una invitación para ir a los actos que se celebraron en Palermo, Italia, y recordando la imagen del “antiguo mármol sepultado” decidí buscar o desenterrar algún manuscrito inédito e ignorado, de los miles que aún esperan ser desempolvados en el Archivo Rodó de la Biblioteca Nacional. Entre los 11 cuadernos preparatorios del Ciclo de Proteo tuve la enorme suerte de encontrar un cuaderno que había estado perdido desde el ingreso del Archivo Rodó a la esfera pública, en 1945. A casi 40 años de su desaparición, el cuaderno Gráfico-Poético fue devuelto al Departamento de Investigaciones de la Biblioteca Nacional por Solveig Ibáñez, hija de Roberto Ibáñez (1907-1978), quien fuera fundador y director del Archivo Literario hasta 1961.
El primer elemento de destaque del cuaderno en cuestión es una tarjeta que dice: “Este cuaderno que estaba desaparecido desde hace muchos años (época de A. S. Visca) apareció dentro de la documentación entregada al Archivo Literario por Solveig Ibáñez”, y que firma la archivóloga Mireya Callejas de Echeverría. Entre los documentos administrativos de la biblioteca encontré la fecha en que el cuaderno fue devuelto. Esta coincide con la contratación de la hija de Ibáñez para desarrollar tareas en el Departamento de Investigaciones. Resulta fundamental para el esclarecimiento del caso el informe realizado por el director de la biblioteca, Arturo Sergio Visca, que confirma que Solveig Ibáñez realizó una donación de documentos entre los que se encontraba el cuaderno Gráfico-Poético. Dicha donación fue aceptada por el Ministerio de Educación y Cultura por una resolución del 8 de abril de 1980. Esta es la fecha del regreso del cuaderno al Archivo Rodó, de la Biblioteca Nacional.
En cuanto a la fecha de la salida, era claro que no iba a aparecer documentación probatoria, pero fue posible constatar que cuando Roberto Ibáñez se ausentó del país por un viaje de estudio a Europa y Emir Rodríguez Monegal tuvo acceso al Archivo Rodó, entre 1948 y 1950, este último no tuvo posibilidad de leer el cuaderno. El estudio introductorio de Obras completas de Rodó, que Rodríguez Monegal editó en Aguilar en el año de 1957, corrobora el hecho. De modo que se puede presumir que el cuaderno fue retirado del archivo por Ibáñez antes de 1948.
El cuaderno Gráfico-Poético resultó ser una llave central para la lectura de toda la papelería del Ciclo de Proteo y había pasado desapercibido desde su devolución, en 1980, hasta el momento de mi sorpresivo encuentro, cuando me preparaba para la conmemoración de 2017. No pude encontrar ningún estudio que hiciera referencia a él. Al exhumar el documento inicié el análisis de sus contenidos y este fue publicado en la revista Lo que los archivos cuentan 5, de la Biblioteca Nacional.
Sin espacio para poder enunciar la totalidad de dichos contenidos, destaco entre los más significativos el código ideográfico que permite el reconocimiento temático del Ciclo de Proteo, el reencuentro del pensamiento rodoniano con las antiguas tradiciones grecolatinas, especialmente pitagóricas, y el desdoblamiento de la personalidad de Rodó con la emergencia del personaje Glauco, al que finalmente decidió ocultar en la versión édita de Motivos de Proteo (1909).
Sin duda el código ideográfico explica el título del cuaderno Gráfico-Poético. Se trata de una tabla binaria de signos y figuras rojos o azules alineados junto con una lista de temas que organiza los materiales preparatorios del Ciclo de Proteo. La observación detenida de los signos y los temas referidos revela una clara filiación pitagórica; así, por ejemplo, la figura de un sol, conformado por una esfera azul y rayos rojos, representa el tema “Es un bien renovarse”, o el signo numérico 7, que conduce al tema Nosce te ipsum, la imborrable cita latina del “Conócete a ti mismo”, situada en el templo de Apolo, en Delfos, y adjudicada según algunas versiones a Pitágoras.
La filiación pitagórica de Rodó es abordada en varias ocasiones dentro del cuaderno Gráfico-Poético, y no sólo surge del código ideográfico. Así, por ejemplo, cuando refiere al “alma nueva de Pitágoras”. En esta línea de pensamiento quedan testimonios como el de Rafael Alberto Arrieta, que en la revista Nosotros de 1917 cuenta cómo Rodó lo recibió en su casa, sentado en el ángulo oscuro de una habitación, de modo que no podía verlo, dado que a él le tocó ocupar un sitio donde la luz lo hacía visible para el maestro. Así recibían sus primeras lecciones los discípulos pitagóricos, escuchando al maestro sin verlo, en un proceso en el que la visibilidad de la luz representaba el acceso al conocimiento.
A su vez, las referencias al personaje Glauco no sólo se encuentran en el cuaderno Gráfico-Poético, sino en muchas páginas del resto de los 11 cuadernos del Ciclo de Proteo. Todo indica que en un principio, Rodó pensó su obra con la forma de un diálogo con este personaje que define como su personaje interior. A partir del desdoblamiento en este otro yo es que Rodó comienza a estudiar y reflexionar el tema de la trasmutación de la personalidad, un tema que estaba planteado en el contexto europeo y que finalmente decide ocultar en su obra édita, detrás del más convencional “reformarse es vivir” que constituye el lema de Motivos de Proteo. El maestro de América parece haber sido muy consciente de la diferencia entre la trasmutación de la personalidad y su transformación o reforma.
Este Glauco es caracterizado en múltiples ocasiones por Rodó en sus papeles preparatorios. Es un personaje luminoso y sereno, que potencia el sentido de la vista, al igual que la percepción estética del mundo, y cuya presencia se percibe por la intensidad de su registro vital. Lleva el nombre de una deidad griega, subsidiaria de Proteo, que remite a una historia mítica de transformación de un hombre en deidad marina. Pero fundamentalmente este personaje le permite proyectar una vida que permanece por encima de la muerte y el tiempo, de modo que Rodó confiesa haber sido y seguir siendo el personaje Glauco, que nació en la antigua Grecia. Así lo explica al escribir: “Esta ánima-nova pitagórica es en mi Glauco”. La frase es contundente y conecta con la antigua concepción pitagórica de la permanente metamorfosis del alma-cuerpo, en la que la muerte ya no era un fin sino un cambio de apariencia y vibración.
Finalmente, hay una última etapa en este proceso de redescubrimiento de Rodó que comienza en 2018, cuando en el marco del Departamento de Investigaciones de la Biblioteca Nacional emprendimos la digitalización, la transcripción y la publicación de los 11 cuadernos preparatorios del Ciclo de Proteo. Al presente, junto con un joven equipo de estudiantes y profesores de Literatura, llevamos publicados seis de estos cuadernos: Gráfico-Poético, Cartelero, Inicial, Garibaldino, Ateneístico y Azulejo. Todos ellos pueden ser leídos en el sitio web de la Biblioteca Nacional. Se trata de manuscritos desconocidos, que abren las puertas a un Rodó que se presenta como un personaje en continuo movimiento, siempre vital, y del que confiesa en el cuaderno Inicial: “Le llamo Glauco porque, como el personaje antiguo, es un náufrago: un náufrago en el océano del tiempo, que se alza para asirse a mi alma y se sumerge otra vez”.
En estos días en que conmemoramos los 150 años del nacimiento de José Enrique Rodó, sería bueno recordar que su obra sigue en proceso de descubrimiento y que hay miles de manuscritos inéditos y desconocidos que aún esperan ser transcriptos y leídos en la Colección Rodó del Archivo Literario de la Biblioteca Nacional de Uruguay.