Durante siglos la escena ha sido narrada de innúmeras formas y por plumas tan diversas que glosarla en la página de un diario –la misma que mañana envolverá media docena de huevos o cubrirá un vidrio con masilla recién colocada– parece innecesario. Igualmente, resumámosla para lectores distraídos o que, por las circunstancias que sea, en materia de mitología griega tengan, como se dice, la cabeza dentro de un termo: Pandora, esposa de Epimeteo, el hermano con pocas luces de Prometeo, vencida por su innata curiosidad, desobedece el dictamen de no abrir la misteriosa vasija que recibió como regalo de bodas y, al hacerlo, libera a todos los males del mundo. Queda, sola en el fondo del receptáculo, apretujada pero floreciente, la deidad Elpis, el espíritu de la esperanza. De aquel relato surgieron, entre diversas variaciones, relecturas e interpretaciones, la imagen que grafica la eventual catástrofe que puede generarse por una acción insignificante, así como la resobada frase “La esperanza es lo último que se pierde”.
Originalmente publicado en 1956 por el matrimonio de Dora (1885-1965) y Erwin Panofsky (1892-1968), el libro La caja de Pandora. Aspectos cambiantes de un símbolo mítico parte de la arraigada sensación de incomprensión que históricamente ha rodeado al mito para establecer en primer término su origen, y posteriormente el impacto que generó en el arte y en la literatura occidentales con el paso de los siglos. Un elemento clave en el devenir de la investigación que emprenden los Panofsky es el propio objeto, que si bien se ha integrado al imaginario cultural como una caja, en la narración del mito original no fue tal. El recipiente designado pithos –dolium en latín– que abrió Pandora era una vasija de barro utilizada para el vino, el aceite u otras provisiones, con frecuencia lo suficientemente capaz para servir de receptáculo a los muertos o de albergue a los vivos. Además, el relato primigenio no presenta a la vasija de marras como una posesión de Pandora sino como un elemento más del bagaje doméstico de su esposo Epimeteo, por lo que la expresión “la caja de Pandora” incluye en sí misma dos importantes imprecisiones: la forma del objeto y su verdadera propiedad. El filósofo epicúreo Filodemo de Gadara afirmaba, de hecho, que ni siquiera había sido Pandora la responsable de abrir la vasija, sino el propio Epimeteo.
Los autores registran la ausencia absoluta de referencias al mito de la caja de Pandora en las obras de Ovidio, Virgilio, Horacio, Lucano, Cicerón, Séneca, Martiano Capella y Macrobio, al tiempo que rastrean sus apariciones en las páginas de Plinio, Higinio, Fulgencio y Porfidio. Este último, como comentador de Horacio en el siglo III, afirma al pasar que “Hesíodo dice que, cuando Prometeo hurtó el fuego del cielo, Pandora, en castigo, fue enviada a la tierra, pues, cuando esta mujer abrió una vasija, irrumpieron toda clase de plagas de las que ahora la humanidad padece”. Varios siglos pasarán para que se produzca el tan mentado cambio de recipiente, siendo su responsable Erasmo de Rotterdam, quien en su Adagiorum chiliades tres (1508) refiere dos veces el mito, sustituyendo el pithos original por pyxis, un recipiente de cerámica generalmente utilizado para contener ungüentos o abalorios, de forma cilíndrica, con tapadera pero sin asas.
A partir de esa precisión, Dora y Erwin Panofsky emprenden un esclarecedor y minucioso viaje por las obras de arte que a lo largo de los siglos fijaron el momento clave del mito, desde un pequeño grupo escultórico del manierista Adrián de Vries sobre finales del siglo XVI a las ilustraciones xilográficas del moralista Andrea Alciati; desde los dibujos en tinta del renacentista Rosso Fiorentino (en su Pandora abriendo la caja aparece por primera vez en una pintura la pyxis fijada por Erasmo de Rotterdam en sus escritos) al impresionante grabado El hombre abriendo la caja, del boloñés Giulio Bonasone, en el que, siguiendo a Filodemo de Gadara, Pandora está ausente de la escena y es Epimeteo el que realiza la apertura de la vasija; desde la Creación de Pandora, del pintor irlandés James Barry, donde la caja descansa a la diestra de Zeus, a dos óleos del poeta y pintor inglés Dante Gabriel Rosseti, en los que la voluptuosidad del personaje no distrae la atención de la caja de oro repujado que sostiene entre las manos con cierta indolencia. La preciosista edición de La caja de Pandora, a cargo de Sans Soleil Ediciones, de notable impresión y cuidado papel, permite apreciar cada detalle de las obras reproducidas a partir de los descubrimientos y comentarios de los autores.
Sobre el final, pero no menos importante, corresponde destacar la reivindicación que la edición de este libro realiza de la figura y la obra de Dora Panofsky (de soltera Mosse), historiadora del arte al igual que su marido, pero menos conocida que aquel, y a cuya sombra realizó su carrera. Desde que se conocieron en la Universidad de Hamburgo, en 1915, hasta el establecimiento del matrimonio en Estados Unidos a inicios de la década del 30, Dora Panofsky padeció el ostracismo, cuando no la invisibilidad, de moverse en un medio en el que las intelectuales mujeres eran minoría y en el que su propio esposo resplandecía con justificada fama. En la década del 40, trabajando en la Universidad de Princeton, Dora Panofsky se consolidó como historiadora del arte a partir de la publicación de numerosos trabajos, entre los que se destaca su estudio sobre el salterio de Utrecht, que demostraba que el manuscrito y sus ilustraciones derivaban de un ejemplo previo. Posteriormente, Erwin Panofsky se valdría de aquel descubrimiento en su estudio sobre los primitivos flamencos, sin dignarse siquiera a mencionar el trabajo de su esposa en una nota al pie.
La caja de Pandora. De Dora y Erwin Panofsky. España, Sans Soleil, 2020, 252 páginas. Traducción de Alberto Clavería.