En la noche del domingo falleció Juan Fló, el teórico uruguayo que contribuyó, de manera profunda y original, a la comprensión de los fenómenos del arte contemporáneo, y la idea de arte en general.
Nacido en Montevideo en 1930, tuvo una inserción precoz en lo que Ángel Rama llamaría años después la Generación Crítica, cuando a los 21 años ganó una mención en un concurso sobre los problemas de la juventud organizado por la revista Marcha. En ese artículo, Fló cuestionaba el exceso de diagnóstico y la falta de acción que caracterizaba al grupo intelectual del semanario, lo que en rigor lo acercaba más a lo que, también un tiempo después, se conocería como Generación de 1965.
Docente de Filosofía en secundaria, Fló dio clases en el IAVA y en el liceo de Trinidad. En 1956 fue parte del Tercer Congreso Internacional de Estética, en Venecia, y en 1964, tras años de meditarlo, según solía recordar, se afilió al Partido Comunista. Desde esa trinchera, y luego de un año de trabajo en Cuba, en 1967 editó junto a Alberto Oreggioni y Julio Rodríguez la revista Praxis, en la que, entre otras cosas, recopiló el pensamiento existente sobre marxismo y arte, y avanzó su propias concepciones en ese camino.
La dictadura cívico-militar lo desalojó de su puesto en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Universidad de la República, donde ya era el profesor titular de Estética. Recuperaría el puesto al finalizar el régimen.
Entre las tareas a las que se dedicó en esos años de retiro forzoso de la docencia en instituciones públicas, Fló dirigió la colección “Pólemos” para la editorial Galerna, de Buenos Aires. En uno de los libros de la serie, Contra Borges, presentó y reunió opiniones críticas hacia el escritor argentino, una figura que lo atraía y a la vez cuestionaba. Bajo el pseudónimo “Duns Scoto” (el nombre ya era una guiñada para los interesados en filosofía medieval), Fló ganó un concurso literario con un cuento, “El tercero excluido”, escrito expresamente para atraer la atención de Borges, que era miembro del jurado. En otro de sus trabajos, Fló especulaba sobre la verdadera autoría de la traducción al español de “La metamorfosis” (de Kafka) que el argentino había firmado.
Aunque no era el objeto central de sus reflexiones, la literatura alimentó varios de los trabajos teóricos de Fló. Sus concepciones de la novedad en el arte, por ejemplo, toman el caso de la obra del poeta peruano César Vallejo, y, no menos importante, su exploraciones en el problema de la referencialidad usan como señuelo la obra de Lewis Carroll (“La referencialidad específica de la literatura o la caza del Snark”).
Apasionado por la historia del arte y por la mutación que había sufrido a principios del siglo XX, Fló dedicó gran parte de su carrera a establecer qué clase de relación unía a las obras de la Antigüedad con lo producido luego de la irrupción de las vanguardias. Para ello, no sólo incorporó (y divulgó) el trabajo más reciente de teóricos de las metrópolis sino que, a partir de su crítica y de reflexiones que venía acumulando desde su juventud, elaboró su propia concepción de la definibilidad del arte. Condensó gran parte de ese trabajo en el artículo “La definición del arte antes (y después) de su indefinibilidad”, de 2002. Antes, en 1989, publicó Imagen, ícono, ilusión, donde abordó problemas de la representación visual a lo largo de diversas épocas.
Sus estudios sobre la obra de Joaquín Torres García fueron extensos, e incluyeron un examen cercano de su archivo. Fló consideraba al artista uruguayo un nudo clave en la mutación histórica del arte, y a su estudio dedicó el último libro que publicó, Torres García en la crisis del arte moderno, en el que recopilaba los textos que produjo durante más de medio siglo. Fló, incidentalmente, había sido uno de los últimos visitantes del Museo de Arte Moderno Río de Janeiro, donde se quemó gran parte de la obra de Torres García. Cada vez que Fló relataba esa pérdida lo hacía en los términos de una tragedia personal.
Analítico, preciso y poseedor de un agudo sentido del humor, Juan Fló fue un gran polemista, como atestigua el debate que mantuvo en el semanario Brecha con Gabriel Peluffo acerca del potencial político del arte contemporáneo, recogido en Los sentidos encontrados.
Era, además, un gran y generoso profesor. La afluencia de estudiantes de otras carreras que acudíamos voluntariamente a sus clases de Estética en la Facultad de Humanidades, donde trabajó hasta hace pocos años, es uno de los indicios del carisma y la persuasión que desplegaba en cada clase o seminario. Haber sido parte de alguno de esos cursos, y luego haber podido compartir otras charlas en su hogar, fue un privilegio absoluto.
Casado en un primer matrimonio con la escritora Dina Díaz y luego con la arquitecta Amparo Rama, Fló tuvo seis hijos. El jueves 9 había cumplido 91 años.