Desde el siglo XIX, varios discursos y prácticas rimbombantes –por ejemplo, la terapia biomagnética, la programación neurolingüística, pero también, la cocina molecular– recurren a una misma estrategia: nombrarse, para sonar más verdaderas, integrando lo que en cada época es visto como una novedad científica.
De manera similar, el coaching, discurso inespecífico entre terapéutico y empresarial, nos ofrece, desde hace algunos años, además de una variante “cuántica”, una versión ontológica.
Surgido en los años 70, el coaching es un servicio que promete a los que lo contraten “alcanzar resultados”, “liberar su potencial”, acercarse al “éxito”. En concreto, a través de la palabra y de técnicas conductuales, un coach (entrenador) asesora a un coachee (entrenado) para la realización de un proyecto, sea este deportivo, profesional o personal.
Ontología, por su parte, designa desde Aristóteles el estudio de “lo que es”: “lo que son” las cosas del mundo y luego lo que puede ser el hombre, animal sin potencia predefinida.
Curiosa composición, el coaching ontológico promete entonces guiarnos en poco menos que la totalidad de la existencia, transformarnos y optimizar la vida como si de una materia plástica se tratara.
Ante tal promesa, surge la tentación de catalogar a sus prometedores de charlatanes. Sin embargo, esta práctica está cada vez más presente en la región: en Uruguay, contamos con una antena de la International coaching federation y varios políticos del Cono Sur (por ejemplo, Michelle Bachelet y el jefe de gobierno de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta) han contratado servicios de consultoría y formación de coaches.
¿En qué consiste esta cirugía existencial de la que salimos con el potencial aumentado? ¿Cómo se presentan esa “realidad” y esos “resultados” a alcanzar?
Vidas diseñadas, de Daniel Alvaro, Emiliano Jacky Rosell, Tomás Speziale y Mandela Indiana Muniagurria (investigadores y docentes argentinos), aborda, entre otras, estas preguntas: sin buscar catalogar ideológicamente al coaching ontológico (determinar la verdad o falsedad de sus afirmaciones), el libro analiza sus condiciones de posibilidad histórica, su relación con las fuentes filosóficas en las que dice apoyarse y su productividad política y subjetiva.
Así, luego de una introducción de Alvaro en la que se presentan los ejes conceptuales y problemáticos de esta práctica, el primer capítulo, de Jacky Rosel, despliega una lectura crítica de su historia. Promediando los años 60 en Estados Unidos, el management es cuestionado por una sociedad que rechaza las prácticas patronales y al complejo militar-industrial en el que se ha convertido. Asimismo, nuevos saberes escoltados por la cibernética de Norbert Wiener aparecen para redefinir el carácter de lo biológico, lo social y lo humano: vida, sociedad e individuo comienzan a ser entendidos como “sistemas”, elementos análogos y en relación cuyo buen funcionamiento coincide con su capacidad de supervivencia. Management y teoría se descubren enfrentados a un problema similar: ante el conflicto interno (el descontento social) y el externo (la Guerra Fría), ¿cómo operar en la relación entre las partes para asegurar una organización estable?
En las diferentes disciplinas que tratan de dar respuesta a estas preguntas, se comienza a repetir una palabra, “comunicación”, y es también a partir de ella que Fernando Flores (ingeniero chileno exiliado en Estados Unidos luego de la violenta derrota de la Unidad Popular) formula en los años 70 las bases del coaching ontológico.
Para Flores, y, luego, para los también chilenos Miguel Olalla y Esteban Echeverría (hoy, las figuras más prominentes del coaching ontológico), comunicación y lenguaje constituyen el espacio en donde el sujeto y la realidad se tejen; los teóricos del coaching propondrán entonces un salto argumental tan sorprendente como forzado: si la realidad es lenguaje, entonces es posible “programarla”, coordinar prácticas comunicativas que mayoren la eficacia de una empresa o entrenar a los individuos para su “autoprogramación”. Un diseño de la vida y de las relaciones que hace del encuentro entre ser y lenguaje, más que un principio de disputa, la posibilidad de una ingeniería.
Finalmente, luego de un meticuloso desarrollo de los litigios sobre los que se funda el coaching ontológico, Jacky Rosell propone su tesis más cabal: la formación de este discurso tan particular, capaz de empoderar al individuo y a la empresa por igual, más que una anécdota curiosa, es un síntoma imbricado a la historia política latinoamericana. La aventura chilena-estadounidense de los creadores del coaching ontológico aparece, así, como una de las tantas aristas visibles de un movimiento más amplio: reconciliando éxito y desarrollo personal, este discurso se asemeja a aquel que llamando al consenso de “ni lo uno ni lo otro” caracterizó a las democracias posdictadura.
En el segundo capítulo de Vidas diseñadas, Daniel Alvaro investiga el lugar del coaching ontológico en la historia de las ideas. Para refundar lo humano, Olalla y Echeverría se pasean por la lingüística (citando, por ejemplo, a John Austin y John Searle), la biología (con referencias a Humberto Maturana) y la filosofía, citando especialmente a Friedrich Nietzsche y Martin Heidegger.
Alvaro señala cómo en algunos de estos autores, y en especial en los últimos, el coaching se apropia “de algunos de sus legados más críticos y radicales para terminar reproduciendo el sentido del orden existente”.
Por poner algunos ejemplos, Echeverría recupera de los dos filósofos antes mencionados su rechazo a la metafísica y a fijar una esencia humana, para luego encerrar y empobrecer al devenir según un principio utilitario propuesto por el propio coaching. Así, partiendo de Nietzsche y su expresión amor fati (“amor al destino”), el chileno propone una lectura tan conveniente como paradójica: mientras que en el alemán la expresión indica un compromiso con la afirmación creadora (aquella que se opone al mundo dado), en el coaching ontológico este surge de la conformidad con los “objetivos” a alcanzar, transformando la proposición de una violencia afirmativa en aceptación de un destino capturado.
Luego, en lo que corresponde al lenguaje, el coaching hace de la efectividad su objetivo último, obviando convenientemente su potencia diferenciante y litigiosa.
Finalmente, aunque Echeverría afirma, junto a Michel Foucault, que el poder circula y que las relaciones que este teje no son fijas ni irremontables, a contrario de la propia afirmación del francés, el coach propone que aumentar el poder individual no iría en detrimento de los otros (de aquellos a los que ese poder individual aumentado afecta), recordándonos a ese lugar común de ciertos discursos que aseguran que todos podemos ser ricos.
Como indica Alvaro, el coaching ontológico se revela oportunista, ya que incrusta a los pensadores que cita en una especie de humanismo rentable que mutila a conveniencia su potencia crítica, proyectándolos en eslóganes.
En el tercer capítulo del libro, Tomás Speziale amplía el análisis de Alvaro a partir del cuidadoso estudio (uno de los más finos de la obra) de la dimensión temporal de esta práctica: el coaching ontológico privilegia el presente frente a un pasado que, dicen los coaches, bloquea la transformación. Así, nuevamente, la banalidad de un “vive el presente” traviste lo que en Nietzsche es el peso de una decisión fundante, cuya dimensión eterna, más que rechazar al pasado, lo altera.
Apoyarse en el presente crea futuro, pero también, dice el alemán, “crea pasado”: la transformación es siempre retrospectiva, ya sea por oponerse a una visión del progreso dada como por comprometerse con un pasado, justamente, proyectado a partir de la decisión.
Traducido en el discurso político, el coaching ontológico se acerca así a varios planteos que cunden: “mirar hacia adelante”, “dejar atrás los conflictos” y, como corolario, “tirar todos para el mismo lado”.
Mandela Indiana Muniagurria, por su parte, analiza, a partir de Jacques Lacan, la ética y terapéutica de un discurso que, haciendo coincidir éxito y “vida buena”, promete a sus entrenados ser mejores. El coaching ontológico puede ser leído dentro de lo que, como señalan los autores, la estadounidense Sara Ahmed llama críticamente “giro hacia la felicidad”: una serie de discursos y dispositivos terapéuticos para los que el “amor propio”, el “cuidado de sí” y la “soberanía individual” aparecen como técnicas para paliar la angustia de vivir, promoviendo junto a este individualismo curativo un imperativo de adaptación a “lo real”.
El coaching ontológico propone así una “ética imposible”, un modelo de autocontrol centrado en la “resolución de problemas” que, justamente, al considerar lo “real” y al propio sujeto como programables, deniega el vínculo problemático entre ambos. En palabras de la autora, el coaching ontológico “tapona la realidad de la transformación”: la transparencia de la propuesta de “alcanzar un resultado” acorde al deseo sólo puede desembocar en un impasse, ya que el deseo no es nunca transparente, ni inmediato, ni propio. El coaching se posiciona así en la lógica de plus-goce que a la manera de las finanzas busca aumentar a través del diseño existencial la satisfacción individual.
Indiana Muniagurria finaliza su capítulo oponiendo, a la transparencia del coaching, la “opacidad” del “ser-con”: el “yo” que nunca puede ser dueño de su propio devenir, porque este se encuentra atravesado por un “real” que más que campo de juego y cálculo es espacio de perturbación y angustia. Lo real, entonces, hace imposible esa relación de “ganancia-ganancia” que proponen los coaches.
Finalmente, un último capítulo escrito en conjunto analiza la productividad política del coaching y su relación con la actualidad. Concluyen los autores, retomando la propuesta del mismo coaching, que más que un amor fati, este configura un amor fati capitalistis, una transformación permitida pero también dirigida que, acomodándose a los imperativos empresariales, ajusta u optimiza la diferencia.
Así, tanto en la empresa como en la política o la educación, tres campos en donde el coaching ontológico actúa y propone actuar, su eficacia surge justamente de expresiones tales como “empoderamiento”, “transformación”, “disrupción” y “fluir”, que, colocadas junto a “alcanzar resultados” o “realizar proyectos”, trafican, al igual que en su propio discurso, un proyecto de adaptación para que poco cambie.
El libro se cierra, de este modo, con una advertencia: “Para introducir un cambio en los tiempos que corren es preciso empezar por desconfiar del llamamiento obstinado a la transformación sin fin”.
Vidas diseñadas. De Daniel Alvaro (coord.). Ubu ediciones, 198 páginas.