Hoy hace 200 años que vino al mundo Charles Baudelaire, el poeta por el que las profesoras de literatura nos enseñaron la palabra sinestesia y nos hablaron de la entrada del simbolismo en la poesía; el que la historia popular de la cultura insertó para siempre en una cadena ascendente que llegaría hasta las uñas pintadas de negro de unos cuantos músicos de rock y se multiplicaría en sus respectivos fanáticos. El nombre de Baudelaire es conocido por muchos, aunque es probable que se sepa más de algunos momentos de su vida que lo que se sabe, por haberla leído, de su obra. En los textos que publicamos en este número especial se da cuenta de algunos malentendidos, se abren varias líneas de acercamiento a su trabajo tanto poético como crítico y se revisa el lugar que París, su ciudad, le da hoy al hombre que encarnó, como ella, al siglo XIX, al menos según lo entendió Walter Benjamin.
Si damos por bueno que “cada época sueña la siguiente”, el siglo XX hizo realidad los sueños del XIX y proyectó sus pesadillas hacia delante, hasta nosotros y hasta hoy. Pero es pronto para saber hasta dónde llegaremos. ¿Cuánto más ruido podremos soportar? ¿Cuánta saturación de colores y formas, de luces, de estímulos visuales? ¿Cuánto más seremos obligados a divertirnos y a mostrarlo, a transmitir cada minuto de nuestra existencia, a dejar que el mundo se nos meta en casa mientras nosotros nos encerramos? Las fechas redondas tienen ese encanto: nos ofrecen una excusa para volver a mirar lo que habíamos olvidado; para prestar atención a lo que no vemos ya, a fuerza de tanto verlo.
Bienvenidos, entonces, al encuentro con Baudelaire. Todavía tiene cosas que decirnos.