Rigor mortis fue publicado en 2005: una de las primeras apuestas de la entonces naciente editorial Yaugurú, hoy en día una de las editoriales independientes más importantes de Uruguay. Con el esmerado y original diseño que caracterizan el trabajo de Gustavo Maca Wojcechowski, la edición original incluía un alfiler de gancho y un prospecto, escrito al estilo del de un “medicamento controlado” que también era emulado en el diseño de tapa. Fue reeditado en 2009, y ahora su autor, Nelson Díaz, decidió volver a reeditarlo, pero con el título de Bonus Trash e incluyendo al final una sección de nuevos textos titulada “Random”.

Según ha expresado el autor en varias entrevistas, la decisión se debe a que fue un libro bisagra en su carrera. Hasta entonces toda su obra literaria era poética. En Rigor mortis comienza a aparecer esa forma limítrofe que se ha dado en llamar prosa poética, dando pie a varios incipientes chispazos de narrativa –género al que luego se volcaría por entero– y a la aparición de un álter ego (Roger) que posteriormente sería protagonista de la trilogía de novelas Terminal Moebius, compuesta por Corporación Medusa (2007) Resaca (2015) y Metástasis (2017).

Como bien dice el propio Maca en el prólogo, se trata de un libro nocturno, oscuro. El yo lírico es una construcción bastante sólida a lo largo de todos los textos, manteniendo un tono y una visión uniforme, que vagabundea a la manera del flânneur baudeleriano. Los textos oscilan en un continuum entre poesía en verso y prosa poética, llegando en algunos casos al microrrelato, lo que nos pondría ya de lleno en la narrativa. La ciudad, en sus diversas horas, movimientos y estados, toma un rol protagónico. El personaje se mueve dentro de una sensación de ajenidad y hastío, de spleen por todo lo que lo rodea, aunque de a ratos encuentre destellos de belleza, y se refugia en la bebida y cada tanto en algún psicofármaco. La herencia de los poetas malditos es evidente en un espectro de influencias, implícitas algunas pero explícitas en su gran mayoría, sumamente reconocible: la generación beatnik, los simbolistas, la cultura rock, especialmente de los 70 y 80... Se alude explícitamente a Artaud, Baudelaire, Rimbaud, Beckett, a Sam Sheppard, The Cure, Los Traidores, Pink Floyd, Leonard Cohen. La segunda parte, “Random”, agregada para esta edición, ya se inclina más hacia lo narrativo, aunque de un modo muy elíptico y fragmentario que en definitiva termina por generar un efecto más bien poético. Transcurre enteramente en un hospital psiquiátrico, en el que R (evidentemente, Roger) ha ingresado como paciente, y entre los personajes aparece un doctor Faustroll, otra referencia muy explícita a Alfred Jarry y las vanguardias europeas del siglo XX, y también escritores “de la vida real”, con nombre y apellido, como César Aira, Rodolfo Fogwill y Roberto Bolaño. Todo eso además de que la forma en que se narra el “disciplinamiento” médico tiene muchos puntos de contacto con el ya mencionado Artaud y, un poco más lateralmente, con algunos fragmentos de El almuerzo desnudo, de William Borroughs.

El punto débil del libro tiene que ver justamente con lo que le da unidad. De a ratos, Díaz parece descansarse en el personaje de poeta decadente y nocturno, y en ese desdén baudeleriano de sentirse por fuera de lo ordinario, de lo prosaico, de la masa. Esta herencia de la construcción del “poeta maldito” es palpable en algunos exponentes de la corriente cultural que se ha dado en llamar “generación de los 80”, en la que Díaz encaja perfectamente, tanto por edad como por sus temáticas y referencias, y se enlaza con cierta idea de contracultura que, en tiempos actuales, en un mundo tribalizado, con consumos culturales segmentados, pero en el que, a la vez, las tecnologías de la información vuelven accesibles producciones que en otros tiempos tenían una difusión muy limitada y circunscripta a ciertos círculos, resulta poco operativa.

Oscar Larroca

Oscar Larroca

Con esto no queremos decir que la herencia de esta corriente cultural esté obsoleta, y de hecho hay muchas líneas de continuidad con narrativas y poéticas urbanas más recientes. El problema es que aquí el yo lírico parece confundir un poco los tantos en cuanto al valor del gesto, de esa construcción de outsider, que debería ser un punto de partida y no un fin en sí mismo, además de que ciertas formas de su caracterización suenan, desde una lectura actual, un tanto anacrónicas (por ejemplo, en “Olvídalo”: “Deberías sacarte esa ropa negra y ponerte / un traje claro y una corbata celeste /[...] Deberías cortarte el pelo y quitarte la caravana / [...] / Pero yo soy un poeta nena. / [...] / Abrí la puerta y me fui. / No nací para traidor”.) También es visible esa sobrevaloración del gesto en la excesiva frecuencia con que se alude explícitamente a referentes literarios y culturales cuya enumeración, tal como la consignamos un poco más arriba, acaba por resultar un tanto previsible, además de innecesaria. Rechina un poco también cierto aire de superioridad, de “soledad de las altas cumbres” (otra vez Baudelaire, más precisamente “El albatros”) en los contextos en que aparecen estas referencias, en los que el poeta parece no encontrar a nadie cerca para compartir este universo. Esa actitud es muy evidente, por ejemplo, en “Vamos a beber”, donde hay un diálogo entre el poeta y un interlocutor suponemos que femenino al que llama “nena”. El poeta le pregunta si le gustó Esperando a Godot y ella se muestra perpleja al no haber entendido por qué Godot nunca llega.

Esto no impide que muchos textos logren una gran calidad poética, con una importante fuerza emotiva. Principalmente los más contemplativos y menos autorreferenciales, aquellos en que nos olvidamos del personaje (ya que el personaje también se olvida de sí mismo) y nos dejamos llevar por la imagen poética en sí, como “Danza ácida”, una visión nocturna de un paisaje campestre que se va volviendo progresivamente lisérgica, y “El probable acoso de la mandrágora”, en el que una suerte de misticismo panteísta va dando paso a una eroticidad que va haciéndose más evidente hasta que nos damos cuenta de que estuvo allí desde el principio, evocación que se maneja de una forma muy sutil y elaborada. La misma sutileza y elaboración se perciben en la oscilación entre poesía y narrativa, que no se apoya en algo tan simple como escribir en verso o en prosa, sino en una especie de lento vaivén con sus gradaciones y claroscuros, con textos en prosa claramente poéticos, textos en verso con estructura narrativa o dialógica, y una infinita gama de grises. Para no olvidar el plus que implican el diseño de Maca y las ilustraciones de Oscar Larroca.

En todo caso, no deja de ser un texto muy significativo en la producción literaria uruguaya pos-2000, y ostenta el privilegio de haber agotado dos ediciones, cosa harto infrecuente para un libro que, aun con su mestizaje de géneros literarios, no deja de ser mayormente un libro de poesía. Algo del texto parece haber envejecido de manera poco afortunada desde una lectura actual. Pero así como no fue definitiva la primera lectura, hace 15 años, tampoco tiene por qué serlo esta, y aun desde esta óptica, los aspectos más logrados no dejan de apreciarse.

Bonus Trash (15 años de Rigor mortis). De Nelson Díaz. Montevideo, Yaugurú, 2020. 80 páginas. Ilustraciones de Oscar Larroca.