No es ninguna novedad que el feminismo y las reivindicaciones de género han tomado un papel protagónico en el debate público en los últimos tiempos. Ante este fenómeno, cuyas repercusiones van desde la decidida repulsión al fundamentalismo acrítico, pasando por una infinita gama de grises entre los que se encuentra el franco desconcierto, una de las principales incógnitas atañe al género masculino. ¿Qué les toca a los hombres? Si desean apoyar las reivindicaciones de las mujeres, ¿cómo hacerlo sin tomar, impulsados por sus privilegios preexistentes, un rol protagónico que coloque a la lucha feminista otra vez dentro del círculo patriarcal?
Ivan Jablonka, profesor de Historia en la Universidad París XIII, y que ya había abordado temas relacionados en la obra Laëtitia o el fin de los hombres (2016), vuelve a tratarlos en el ensayo Hombres justos: del patriarcado a las nuevas masculinidades. El título del libro remite a una célebre pregunta de Olympe de Gouges, pionera en reivindicar los derechos de la mujer en la Revolución Francesa: “Hombre, ¿acaso eres capaz de ser justo? Es una mujer que te lo pregunta”.
Lejos del sentimentalismo vagamente paternalista que impregna algunas reflexiones sobre la masculinidad estilo Juan Solá, los planteos de Jablonka se basan en fuentes sólidas y bien documentadas y ponen en diálogo la evolución histórica del patriarcado desde el neolítico, pasando por las primeras reivindicaciones feministas, y las interrogantes que este devenir histórico presenta para las masculinidades. Para Jablonka, uno de los principales problemas de los varones en este momento histórico es que han construido sus masculinidades de una forma que no es compatible con la larga evolución de la condición social e histórica de las mujeres, y tienen un trabajo muy grande que hacer sobre sí mismos. “El patriarcado procede de una interpretación de los cuerpos: al asignar a la mujer una función, transforma la biología en destino”, dice, y aunque esta afirmación pueda parecer salida de un trabajo de Judith Butler o Paul Preciado, Jablonka no tiene un enfoque tan radicalmente antideterminista respecto de la biología: si bien reconoce la existencia de identidades disidentes del esquema de género, no cuestiona (al contrario, reafirma) la realidad del sexo biológico. A la vez, entiende que gran parte de lo que se naturaliza sobre esta realidad biológica sigue siendo un conjunto de construcciones simbólicas. Al crear una “función mujer”, las masculinidades que la complementan se constituyen desde esta lógica.
Uno de los aspectos más interesantes del trabajo de Jablonka es su percepción de las masculinidades hegemónicas como múltiples y diversas, contrariando la definición de Antonio Gramsci, que entiende la masculinidad hegemónica en forma unívoca (blanco, heterosexual y perteneciente a la clase dominante). Jablonka entiende que las masculinidades de dominación son múltiples, que también se encuentran en otras etnias o estratos sociales, además de que pueden adoptar formas diversas (masculinidad de ostentación, de control, de sacrificio, de ambigüedad, criminal, de privilegio, tóxica, etcétera), al igual que las que se proponen como masculinidades sanas (de no dominación, de igualdad, de respeto).
Como reconoce esta diversidad en las masculinidades, también las reconoce en el feminismo. Como él mismo dice, “el feminismo no es una organización, sino una nebulosa constituida por una gran cantidad de vertientes, pensamientos y personalidades, sin que ninguna pueda encarnarlo por completo [...]. No resulta tan sencillo determinar su objetivo supremo. ¿Persigue la valoración de las mujeres, la igualdad entre los sexos, la paridad a todo nivel, la destrucción del patriarcado, la disolución del género?”. No hay nada demasiado nuevo en esta afirmación, pero nos evoca muchos equívocos del debate público, donde muchas veces se habla de “el feminismo" como si fuera una institución o milicia organizada ‒a veces incluso como si hubiera una estructura jerárquica‒ y se lo inscribe en una lógica de representación a la que no aspira (“no me representan”, repiten una y otra vez las omnipresentes redes sociales).
No obstante, autodeclarándose hombre feminista, el autor deja clara su línea dentro de esta amplia definición. Obviamente, se desliga en primer lugar de los feminismos más separatistas, para los cuales sería hasta cuestionable que alguien pueda, como él, autodeclararse “hombre feminista”. Y en segundo lugar, cuando en el epílogo finalmente nos habla de sí mismo en primera persona se define, previsiblemente, como socialdemócrata, como si no nos hubiéramos dado cuenta por su insistencia en la necesidad de que los procesos subjetivos individuales sean apoyados por políticas públicas estatales que garanticen la equidad de género, o por su admiración por los modelos escandinavos. Hay que decir que en esos momentos se pone en posiciones complicadas, en muchos casos al borde del mansplaining (siempre resulta sospechoso un hombre hablando de qué es lo mejor para el feminismo), pero logra salir más o menos airoso (aunque según quién lo lea.)
De ninguna parte de este texto se puede decir que inventa la pólvora, pero sí que tiene, por el contrario, la virtud de retrotraernos a viejas puntas del debate que ya se han vuelto borrosas. De hecho, para quien ya tenga un poco de sensibilización feminista, puede ser una buena forma de intentar un diálogo con ese primo, tío o hermano con el que siempre se terminan generando momentos incómodos por estos temas en las cenas familiares. Por otra parte, independientemente del grado de adhesión o discrepancia que despierten sus posturas, no se puede negar que se trata de un trabajo riguroso y fundamentado, ajeno a una especulación panfletaria u oportunista.
Hombres justos: del patriarcado a las nuevas masculinidades. De Ivan Jablonka, Barcelona, Anagrama, 2020. 462 páginas.