José Luis Gadea, Hoski, hoskilouis, Martín Uruguay Martínez, El Gordo Poesida: los heterónimos se multiplican pero son siempre dos las fuerzas en tensión, una expansiva (“la intención es proliferar”) y otra centrípeta, constante, reconocible como una misma voz nihilista, intensa, cachonda.
Hay, por lo menos desde la novela corta Hacia Itaca (2011), un “personaje Hoski” que se encerraba en cibercafés en busca de contacto, deambulaba por una Montevideo ajena e intentaba sacar adelante una banda de rock. Premiado como poeta y narrador desde hace década y media, en 2021 Hoski agrega a su universo una serie de poemas que puede ser leída como una novela no sólo porque contiene un relato sino porque integra sus características observaciones vitalistas y a la vez desencantadas sobre el presente uruguayo. La obra se llama Goes to Goes, y para despejar dudas sobre el título Hoski pronuncia el primer “goes” como en inglés (tal vez un guiño a Station to Station, el disco de David Bowie) y el segundo de la misma forma en que llamamos al barrio montevideano. “Va a Goes”, entonces, pero en realidad entra y sale de ese y de otros lugares: en el libro hay poesía visual (geométrica, tipográfica), mitos reelaborados, reflexiones existenciales y mucha música. Aunque ya no está al frente de La Nelson Olveira ni toca la guitarra, Hoski/José Luis Gadea (Toledo, 1988) sigue musicalizando versos en el proyecto Noctiluca y grabó una lectura de Goes to Goes con un paisaje sonoro ambient que planea editar en casete. “Me salí un poco del rock. Hace tiempo que no toco la guitarra. Tampoco canto: recito en formato híbrido”, dice.
Me llamó la atención que en Goes to Goes hubiera tantas citas a Arcade Fire, una banda más “sensible” que lo que yo asociaba a tu faceta de músico, que era más punk.
Todo el libro, de alguna manera, está atravesado por una sensibilidad más pop. En uno de los poemas aparece Eurídice y es tal cual una descripción de una foto de Bowie. Y la forma en que aparece Orfeo negro [Marcel Camus, 1959] es una versión de Orfeo llevada a lo retrofuturista, a una cosa bien pop. Hay pila de música, y muchas de las imágenes del libro repiten experiencias sensoriales que vienen del trabajo interdisciplinario en artes: fenómenos ópticos, fenómenos acústicos. En un momento se dice que Eurídice tiene los formantes de la voz alterados, y eso es bien de trabajo digital con la voz. También algunas metáforas son sacadas de ese mundo. Y Arcade Fire está desde el comienzo. Todo lo demás vino de ahí: ver Orfeo negro, leer a Virgilio y Ovidio, conectarlo con David Lynch.
En los primeros discos de Arcade Fire la voz es la de alguien muy joven que intenta darles sentido a situaciones angustiosas.
En sus canciones hay un revival de la estética de los 80, y es interesante porque en clave pop y adolescente a veces ponen cuestiones sobre la vida familiar o la vida en la ciudad, la cotidianidad. Incluso en el disco Reflektor [2013], que es el que yo tomo, están los guiños al mito puestos de una forma pop, sin necesidad de erudición. Hay un uso libre y bastante simple de los mitos, que es lo que los hace mitos: poder ser retomados y recontextualizados. Eso es lo que me pasó a mí con Arcade Fire: “Estos tipos cantando con guitarras reverberantes, con elementos de la electrónica pero tocados con instrumentos tradicionales”. Ese juego me parece interesante, porque es así como leo poesía, como escucho música y como me gusta trabajar con los objetos y la música, con cierta distancia y libertad para poder asociarlo a otras cosas.
Me pareció también que Goes to Goes es como un “disco conceptual”, porque tiene pequeñas unidades independientes pero asociadas a un asunto común. Me pasó lo mismo con tu libro de cuentos Ningún lugar [2017]. No son novelas, pero hay algo que une, hay un ambiente.
Eso que decís también está en el proyecto Martín Uruguay Martínez, y en los últimos discos que he hecho de puesta en voz: selecciono algunos elementos estéticos, las tipologías textuales, si va a ser más descriptivo o más narrativo, con cierta distancia, no tanto desde el lugar del poeta lírico que se compromete en cuerpo y alma con lo que está diciendo, sino que me comprometo con el hacer, y ahí van surgiendo las cosas. Capaz que lo nuevo de este libro es que cada uno de los poemas está pensado como una escena o como un estado, entonces las voces que aparecen, las imágenes que se usan, si el tono es más narrativo, si es más crítico, todo eso también está pensado como un efecto particular dentro de una cosa global. En un momento pensé llevar el libro por el lado de las experiencias de realidad virtual, como que cada uno de los poemas fuera una experiencia multisensorial, aunque siempre dentro del artificio, porque esto es literatura: yo puedo decir que es VR y siguen siendo poemas, pero como en ese juego. Ahí está, capaz, la influencia lynchiana: el tipo arma una escena que desde lo sonoro y lo visual genera algo con el montaje. Eso tiene que ver con la relación entre los momentos más cotidianos del libro, o más urbanos, y los momentos que pueden ser más ominosos o fantásticos. Esa tensión está en el libro y para mí implicó un trabajo: cómo hago para que esto sea un libro de las dos cosas, de ese Goes nocturno e incierto, donde la espacialidad queda deformada, y también un libro sobre el tipo que plantaba marihuana e iba al súper re loco a comprar unas empanadas. Ahí está esa tensión, y la forma que yo encontré es la de generar estados particulares que se van relacionando entre sí.
Por estos lados, el antecedente más famoso de una novela en verso es El cumpleaños de Juan Ángel [1972], de Mario Benedetti. Martín Uruguay Martínez tiene algo de él, ¿no?
Más que con él, con lo que yo me siento identificado es con la poesía de los 80, o con cierta veta, como Lalo Barrubia, Gabriel Peveroni, por lo urbano narrativo, y por lo experimental, con Maca [Gustavo Wojciechowski], Luis Bravo. No sé si yo hago exactamente lo mismo, pero son referencias. Me interesan las representaciones anteriores que se han hecho del espacio, las continuidades. Si bien no me considero cultor de poesía experimental, sí creo que son una serie de técnicas que puntualmente me interesa ahondar. Ahora, Benedetti es un gran tema. El año pasado se celebró el centenario y todo eso. Yo entré reeditando el gesto de [Gustavo] Escanlar, de los 80, en un momento en que bardear a Benedetti no sé si tenía sentido, pero tiene más sentido que ahora. Creo que las condiciones políticas y culturales han cambiado, entonces –voy a decir algo un poco radical– hoy si veo un poeta lo abrazo, y si tengo un pedazo de pan que me sobre se lo doy. Hay algunas batallas que en su momento me interesó dar, o ponerme en un lugar, y no me arrepiento de eso, creo que la estética tiene discusión, esa estética realista por momentos en la poesía de Benedetti, por momentos hipersencillista, se agotó. No sé si tiene mucho sentido seguir pegándole. El tipo también tiene una gran obra narrativa, tiene una obra como periodista muy interesante. Lo miro ahora, con el tiempo, y en el nombre de Benedetti también hay un montón de gente que hace cosas que de repente son interesantes, que están pensando la cultura, y está bueno eso. No sé cuánto se gana hoy en la batalla parricida en el ambiente literario.
Es que en ese caso sería abuelicida. O bisabuelicida.
Particularmente, en la poesía uruguaya el parricidio es imposible. Para que haya parricidio tienen que haber padres constituidos y desde 1985 para acá lo que han hecho los poetas es sobrevivir armando cosas súper ingeniosas. Hace un par de años un poeta reconocido, entrevistado por El País, decía: “Antiguamente le vendíamos libros a Irak”, como diciendo qué decadencia en la que estamos ahora. Y bueno, hace 30 años que si podemos sostener una editorial independiente durante cinco años somos Gardel. Es la realidad jodida, y no sólo en la poesía, es la realidad cultural.
En ese ámbito, sin embargo, hacés muchas cosas. Además de músico sos profesor de Literatura en secundaria, sos promotor y editor de lo que llamaste “poesía ultrajoven” y editaste la antología En el camino de los perros, tenés el proyecto de ponerles voz a poemas propios y ajenos, además de tus libros de narrativa y poesía. Sos un activista o agitador en un abanico conectado pero amplio.
Siempre he sido inquieto y los límites de las disciplinas siempre me rompieron las bolas. Cuando estudiaba Literatura en el IPA me puse a hacer Filosofía en Humanidades. Saqué un libro y me puse a grabar un disco. Llegué a la poesía en la adolescencia porque escuchaba discos de rock y el sueño era ser cantante o guitarrista. Cuando llegué a los 21 o 22 y edité mi primer libro estaba cumpliendo el sueño, y después aparecen otras cosas. Lo de Orientación poesía / En el camino de los perros surge como un proyecto de ir a leer poesía a los liceos en 2012. Era bastante ingenuo. Íbamos con Santiago Pereira y Miguel Avero a leerles poemas a los gurises pensando “somos jóvenes y a los gurises, que son jóvenes, les va a gustar”. El propio hacer fue cambiando las cosas y nos dimos cuenta de que era mejor hacer una modalidad taller, trabajar contenidos de poesía contemporánea, ir pensando una didáctica. En mi proceso, en todo eso, estaba siempre el hacer, y los problemas teóricos o metodológicos, algunas cosas que he escrito, estaban en el hacer. La docencia es una extensión de la disciplina. Me gusta pensarme como artista de manera integral. Soy un tipo que trabaja con diferentes lenguajes artísticos, sobre todo en la palabra, pero trabajo con otra gente que sí se mueve en otros lenguajes. La docencia y el trabajo con El camino de los perros como editor y demás es una extensión de ser artista. Esa idea de que el educador es un educador sin contenidos, o que aprende y después mete la cosa ahí, no existe: en realidad, se educa desde el compromiso y el amor con lo que uno hace. Pero siempre me ha colgado estar haciendo mucha cosa y me embola cuando me quedo encerrado en un solo rol, en un solo lugar. Me gusta estar en diferentes lenguajes, en diferentes registros. Eso también está en el libro: diferentes voces, diferentes tipos de estados. Como que tiendo a la polifonía. Es la forma en que habito el mundo.
¿Qué lugar ocupa la transgresión en tu obra? En 2015 editaste como Martín Uruguay Martínez un libro llamado Poemas de la pija. Me parece que en Goes to Goes ese registro sigue estando, pero está más integrado en otras estrategias, no tan al frente.
Sí, el registro no desaparece pero se lo pone a funcionar con otras cosas del personaje, con una visión más tierna o más cotidiana, más humanizada. Pasaron seis o siete años desde que escribí Poemas de la pija y mi lugar dentro del sistema y mi mirada sobre las cosas son diferentes. No porque deje de ser “transgresor”, por llamarlo así, porque muchas de las cosas que hago, ya por hacerlas, por moverme en diferentes géneros o por trabajar ciertos temas o por animarme a ciertos giros de lenguaje, me guste o no, generan un efecto. Pero está claro que mi vínculo con los receptores es otro. En ese momento yo necesitaba probar otras cosas, algunos recursos de la poesía experimental, o de la crueldad, o del humor, y llevarlos al extremo. Fue una forma también de probarme a mí mismo, de llevar las cosas al límite, de vacunarme, porque la frustración más vale manejarla con esa violencia a los veintitantos años y no ser un boomer de 50 que putea gurises en Facebook. Había una apuesta a un montón de enojo y de crítica, que no dejo de pensar en algún punto, pero en el medio yo accedo a un montón de registros poéticos de gurises y de poetas anteriores que leo en el viaje que estaba haciendo con los gurises. Llego a Marosa [Di Giorgio], que no la había leído, por ejemplo. Esas lecturas me cambiaron la perspectiva. Me hicieron pensar que si yo manejaba más registros podía entrar en un diálogo más amplio. Además, la situación cultural y política no es la misma. Sin convertir al progresismo en una especie de dios, ni mucho menos, el libro es bastante duro y juega con algunas cosas en un momento en que se podía hacer perfectamente y uno se podía poner en esa posición. Hoy creo que la situación requiere pensar otras cosas. Se podría decir que el libro es incorrecto, pero yo ni en pedo me pienso como un políticamente incorrecto, porque de cuatro o cinco años a esta parte la palabra “incorrección” se cargó semánticamente salada.
Es de derecha.
Y ya implica un gesto equivalente a la censura. Es el mismo gesto pero inverso: es alguien que está parado esperando que lo puteen o que lo prohíban. Cuando hice Poemas de la pija yo iba en otro plan: era libertino, venía de esa corriente, venía a llevar esa cosa libertina a los espacios donde circulaba, espacios de poesía. Después de que el libro salió, pasó a significar otras cosas. Hoy no sé si tiene sentido una estética así. Me parece que hay que ser pragmático y pensar desde dónde uno dice, y no hacerse el gil con los receptores: ya sabés qué efectos vas a generar; bueno, pensá cuáles son las estrategias para comunicarse.
Goes to Goes. Pez en el Hielo, Montevideo, 2021.