Al principio, una constatación: son muchas las páginas que a lo largo del último siglo y medio se han escrito sobre Fiódor Mijáilovich Dostoievski. Numerosos ensayos, biografías, tesis, artículos y las más variadas exégesis han abordado aspectos diversos de la vida y la obra del gran escritor ruso –su carácter de buceador en el alma humana, el elemento psicológico como principio y motor de acción (“En tanto que otros grandes declinan, arrastrados hacia el ocaso por la misteriosa resaca de los tiempos, Dostoievski se ha instalado en lo más alto”, escribió José Ortega y Gasset; “Fue un profeta, un periodista exitista y poco sincero, un autor cómico descuidado”, lo fusiló Vladimir Nabokov), sus años condenado en Siberia por conspirar contra el zar Nicolás I en el Círculo Petrashevski, los estragos que le produjo la epilepsia y su condición de jugador compulsivo–, por lo que la aparición de un nuevo libro dedicado al autor de Crimen y castigo no constituye necesariamente una novedad. Sin embargo, El universo de Dostoievski, de Tamara Djermanovic (Belgrado, 1965), es atendible por varios aspectos que se referirán a continuación.

Tamara Djermanovic es una investigadora de las culturas eslavas, de origen serbio, que desarrolla su carrera profesional como docente en Barcelona desde 1991, enseñando en la Facultad de Humanidades de la Universidad Pompeu Fabra, institución en la que, además, dirige el Seminario de Estudios Eslavos. No se trata de una recién llegada al mundo de Dostoievski –en 2006 publicó los libros Dostoievski entre Rusia y Occidente y La espiritualidad ortodoxa en la obra de F.M. Dostoievski–, elemento que queda en evidencia al recorrer las páginas de El universo de Dostoievski, un libro escrito para el lector de a pie, no necesariamente experto o especialmente avanzado en los derroteros del autor. Tamaña consigna queda subrayada en el primer párrafo de la nota preliminar, donde expresa que “después de más de dos décadas de investigación académica basada en Dostoievski, pensé que había llegado el momento de alzar el vuelo y contar lo que su humanismo trágico, su antropología espiritual y el mensaje sobre la ‘Belleza que salvará al mundo’ pueden decirnos hoy en día y compartirlo con un lector no necesariamente experto”.

El libro avanza cronológicamente en la vida del escritor valiéndose de las circunstancias de escritura y publicación de sus grandes obras a modo de mojones, con capítulos como ‘Sentirse humano entre la gente (Exilio siberiano: 1849-1959; Apuntes de la casa muerta)’; ‘Entre Rusia y Europa (De escritos publicitarios a Apuntes del subsuelo)’; ‘No se puede matar por ideales (Crimen y castigo, 1866)’, etcétera. Así, aunque el elemento biográfico está siempre presente, la mira nunca pierde de vista el objetivo de los libros, desde la novela corta Noches blancas (1848) a la publicación por entregas de Los hermanos Karamázov (1879-1880), que se terminó de editar tres meses antes de su fallecimiento.

Un capítulo especialmente importante, por la densidad de referencias biográficas y del entorno de Dostoievski, claves en su consolidación como escritor, es el que Djermanovic le dedica a las circunstancias de escritura de Pobres gentes (1846), la novela en la que Dostoievski plasmó el dramático cuadro social de la Rusia de entonces a partir de la puesta en papel –la materialización de una voz propia– de sus lecturas de Victor Hugo, Walter Scott, Charles Dickens y, por supuesto, Nikolái Gogol. El capítulo gira alrededor de una frase que de forma errónea se le adjudicó a Visarión Belinski, un reputado crítico literario del momento, quien tras terminar de leer Pobres gentes, asombrado, habría expresado: “¿Se da cuenta, con sus veinte años, de lo que ha escrito?”.

De forma didáctica, con pertinentes notas al pie pero sin saturar el dispositivo, Djermanovic le da forma a una síntesis sobre la vida y la obra de Dostoievski que ofrece abordajes novedosos o que, sin ser tales, otorgan una nueva vuelta de tuerca. Ocurre, por ejemplo, con el capítulo dedicado a la escritura y publicación de El idiota (1868-1869), en el que analiza las conexiones del protagonista Mishkin con don Quijote, matizadas por un poema de Aleksandr Pushkin sobre el inmortal personaje de Cervantes: “A lo largo de El idiota, don Quijote se evoca no sólo como el título de un gran libro, sino como modelo humano que nos ilumina, aunque sea imposible seguirle, tal como sucede con Mishkin. Pero con su protagonista, Dostoievski finalmente consigue encarnar su fascinación por don Quijote, que para él simbolizaba un ideal, una filosofía de vida, algo más real que la ficción literaria”.

Luego del extenso e impactante capítulo final dedicado a la escritura y publicación de Los hermanos Karamázov, en el epílogo Djermanovic se refiere a los meses finales de Dostoievski, marcados por el enfisema pulmonar que le fuera diagnosticado a los pocos días de cumplir 59 años y que culminaría con su muerte, el 9 de febrero de 1881. A continuación, la autora repasa de forma somera las derivas del legado del escritor, desde la conservación de sus papeles y el establecimiento de los manuscritos originales a las memorias que escribió su hija Liúbov, la única descendiente con ciertas inclinaciones literarias, y la figura de Dmitri Dostoievski, “un indirecto bisnieto” (en realidad era nieto de un hermano del escritor), muy parecido físicamente a su antepasado, que se dedicaba a conducir tranvías y al que durante un tiempo pasearon por congresos fuera y dentro de Rusia, llevándolo incluso a los mismos casinos alemanes en los que su célebre pariente había dilapidado fortunas enteras en la ruleta. La escena debió gustarle mucho a Dostoievski, en el caso de que la haya podido contemplar desde el cielo en el que habitan los grandes escritores.

El universo de Dostoievski. De Tamara Djermanovic. España, Acantilado, 2022, 266 páginas.