Hasta hace algunos años, la historieta estaba dominada por un género: personajes coloridos con poderes metahumanos se daban roscazos en los cielos de alguna ciudad populosa, y para muchas personas cómic y cómic de superhéroes eran sinónimos. Hoy en día, la historieta está dominada por un formato: volúmenes pequeños con cientos de páginas en blanco y negro que (¡cáspita!) se leen de derecha a izquierda. Y a nadie se le ocurriría llamarlas historietas, sino que se utiliza la palabra en japonés, ya que de allí provienen. Vivimos la era del manga.

Las nuevas generaciones se han fanatizado con las historias que llegan desde el lejano oriente, no solamente en arte secuencial sino en animación, que también tiene su propio nombre (anime) para diferenciarse del resto del mundo. Superando barreras idiomáticas, idiosincráticas y hasta de las más férreas costumbres (como leer de izquierda a derecha) lograron conquistar incluso a públicos que jamás se hubieran acercado a una historieta occidental. De hecho, las primeras traducciones eran espejadas para acompasar nuestro sentido de lectura, y fue la fanaticada del manga la que empezó a exigir que se mantuviera el orden original.

En eventos como Montevideo Comics se hace más que evidente la dominación de las narrativas orientales, no solamente en las mesas de venta de material de lectura o de merchandising, sino hasta en las personas que asisten a las convenciones caracterizadas como sus personajes favoritos, interpretándolos de formas que van mucho más allá de vestir un disfraz: se llama cosplay a esta práctica, que incluye la interpretación del personaje elegido.

Uruguay no es una excepción, sino que forma parte de una regla internacional, que quedó de manifiesto cuando una editorial como Penguin Random House decidió sumarse a otras iniciativas y lanzar en Hispanoamérica su propio sello, llamado Distrito Manga. El desembarco fue con seis títulos, incluyendo un clásico que fue adaptado varias veces en el cine. Y fue la oportunidad perfecta para que alguien que durante años dijo (un poco en chiste) que se negaba a leer historietas de derecha a izquierda se sumergiera de una vez por todas en este mundo.

Lo primero que hay que decir es que el cambio de orientación resultó más sencillo de lo que pensaba. Es cierto que incluso dentro de cada página el orden de las viñetas es diferente al de las historietas de Occidente, pero hasta un cerebro de 42 años pudo acostumbrarse con cierta velocidad. No aseguro que ocurra lo mismo si algún día quiero manejar un auto en Londres, aunque después de más de 20 años sin estar al volante seguramente me ocurriría lo mismo en Montevideo.

Después, y esto no es novedad, se entiende rápidamente la facilidad que ha tenido el manga para ganar adeptos en todas partes: las historias tienen una variedad inmensa. Por supuesto que la historieta europea e incluso la estadounidense contienen multitudes, pero algunos géneros llegan a nuestras latitudes en ediciones en tapa dura con precios fuera del alcance de quienes no tienen un (buen) empleo. El manga, impreso a una sola tinta, corre con ventajas de índole económica.

Con respecto al dibujo, no me avergüenza confesar que estoy demasiado fresco en este mundo como para empezar a contrastar estilos o identificar autores. Quizás para muchas personas el cómic de superhéroes es siempre igual, mientras que existimos aquellos capaces de identificar a Jack Kirby, John Byrne o Dan Jurgens a 10 metros de distancia. Con el manga todavía siento que estoy frente a una producción bastante homogénea, con la esperanza de que esto se modifique en el futuro.

Los tomos están presentados con una traducción que apunta a la neutralidad, lo que no deja de ser una decisión ideológica, como observaba Leticia Hornos en ocasión de la Semana infiel sobre traducciones literarias. “La lectura está situada en un lugar, y sobre todo el traductor, que no es invisible y que no es neutro”, decía a la diaria en ese momento. En este caso, en que se privilegia el entretenimiento, al menos se agradece que el texto no esté cargado de españolismos.

Eso en cuanto a lo genérico dentro de la pila de volúmenes que llegaron a mis manos. Es hora de hablar un poco de cada una de las historias, en el orden en que decidí leerlas.1

Los asesinatos de la mansión decagonal, volumen 1, de Hiro Kiyohara y Yukito Ayatsuji. 192 páginas.

Decidí comenzar por un género que ya me resultara atractivo y encontré esta historia sobre un grupo de jóvenes, amantes del misterio, que viajan a una isla en la que meses atrás varias personas fueron asesinadas. Allí se encuentra la mansión del título, en la que permanecerán varios días para investigar lo ocurrido. El arte juega con los cortes de pelo para que nos sea más sencillo identificar a cada uno de los detectives aficionados en las páginas en blanco y negro, que tienen más diálogos que otras obras que leería luego.

Los siete capítulos contenidos en este volumen no avanzan lo suficiente la historia y concluyen justo cuando muere el primero de los jóvenes. Pero sirvieron para sacarme el miedo al manga. No así el miedo a los asesinatos.

Complex-Age

Complex-Age

Complex Age, volumen 1, de Yui Sakuma. 208 páginas.

Si antes mencionaba que para muchos el cosplay es cosa seria, para la protagonista de esta historia lo es aún más. Nagi tiene una obsesión con el anime Ururu la caperucita mágica (que existe solamente en este manga) y dedica gran parte de su tiempo libre a perfeccionar el traje con el que asistir a las convenciones, sin que se enteren su familia ni sus compañeros de trabajo.

Lo interesante de este título es que, además de ser una historia sobre obsesiones, celos y el conflicto entre el ser y el deber ser, también permite comprender el fenómeno del cosplay, ya que ahonda en la confección de los trajes, los eventos en los que se presentan y cómo lograr la postura perfecta (hasta trae un glosario al final). La aventura continúa, pero este volumen incluye suficiente historia como para dejarnos satisfechos.

Love in Focus

Love in Focus

Love in Focus, volumen 1, de Yôko Nogiri. 160 páginas.

Está más que claro que no soy el público objetivo de la mayoría de estos lanzamientos, pero eso no me impidió leerlos y valorarlos. En este caso se trata de una historia de amores adolescentes, con Mako, una muchacha que cambia de ciudad para poder estudiar fotografía en un famoso club. Vive en una residencia compartida junto a su amigo de la infancia Kei y el misterioso Mitsuru, quien no quiere salir en una fotografía por nada del mundo.

Todo está pensado para que lectores jóvenes suspiren pensando con quién se quedará finalmente Mako, mientras recorre su nuevo hogar en busca de las tomas perfectas y protagonizando enredos crismorenescos. Me distrajo un poco que la mayoría de los globos de diálogo carecieran del piquito que indica quién los está diciendo, pero tampoco es que eso impida entender lo que está ocurriendo.

Shikimori

Shikimori

Shikimori es más que una cara bonita, volumen 1, de Keigo Maki. 144 páginas.

Este es el título que apela al formato más diferente, ya que se trata de historias muy cortas, algunas hasta de cuatro páginas, que no son más que viñetas sobre la relación entre dos liceales, Izumi y la mencionada Shikimori. El primero tiene muy mala suerte y la segunda no deja de sacarlo de apuros.

El concepto se agota rápidamente y lo único que avanza en la historia es el nivel de contacto físico entre los protagonistas, que terminan el volumen apenas tocándose mutuamente el cabello.

Foto del artículo 'Manga del primero al último: seis títulos muestran la variedad de la historieta japonesa'

Joy, de Etsuko. 208 páginas.

Única historia autoconclusiva de esta primera oleada, está situada en el mundo del manga, pero no muestra tanto detrás de la cortina como lo hace Complex Age con el mundo del cosplay. Un creador y su asistente tienen una relación absolutamente platónica, hasta que al primero le ofrecen hacer un manga de amor gay y decide “jugar” a enamorarse de su colega homosexual para así estar más inspirado a la hora de crear esta nueva historia.

Quien haya visto más de tres comedias románticas sabrá hacia dónde irá la historia, que de todos modos tiene ese ingrediente oriental de lidiar con personalidades más complejas que las que suelen habitar los romances de Hollywood. Gô y Yûsuke tienen pasados y presentes que resultarán obstáculos a la posibilidad de que surja algo entre ellos. Pero, vamos, uno se imagina cómo terminará el asunto.

Old Boy

Old Boy

Old Boy, volumen 1, de Garon Tsuchiya y Nobuaki Minegishi. 624 páginas.

Estamos ante un clásico del género, publicado originalmente entre 1996 y 1998, popularizado mundialmente por la adaptación de Park Chan-wook de 2003 y la remake de Spike Lee diez años más tarde. El protagonista se llama Gotō y acaba de pasar diez años encerrado en una habitación. Al ser liberado, comienza un plan meticuloso para descubrir quién lo mantuvo confinado, pero especialmente por qué. No tardará en averiguarlo, ya que el responsable tiene planeado su propio (y muy retorcido) juego del gato y el ratón.

Este es el primero de tres volúmenes que recopilan una historia que se toma su tiempo y su espacio para lograr entender cómo funcionan la mente de Gotō y la de su antagonista, con otros personajes que se ubicarán de ambos lados del tablero hasta llegar a un final que, estén advertidos, es muy diferente al del cine. Un dibujo que (acá sí) se destaca entre todas las propuestas y que utiliza muy bien cada página para la construcción de la gran historia. No estoy descubriendo nada si les digo que es una gran obra… con algunas escenas no aptas para todo público.


  1. Todos los títulos: 2022, Distrito Manga (Penguin Random House Grupo Editorial).