Pocas cosas entusiasman más a los uruguayos que un mundial. Por eso, cuando cerca del final del año pasado un compatriota fue anunciado como ganador del concurso autodenominado Mundial de Escritura con su cuento “Malas muertes”, varios pararon la oreja. Fue la oportunidad perfecta para conocer un poco más a Juan Bertón (Tarariras, 1979), quien ha utilizado los certámenes literarios como espaldarazos para no dejar de escribir. E incluso para publicar sus relatos en papel, como ocurrió con el libro Yo una vez tuve una familia de demonios, editado por haber triunfado en el Concurso Internacional de Cuentos Horacio Quiroga.
Entre la sociología y la familia, Bertón se hace un espacio para crear historias de adolescentes de su ciudad natal, siempre salpimentadas con algún elemento fantástico. A punto de juntar el coraje necesario para golpear la puerta de alguna editorial, aunque recorriendo otros caminos disponibles para la edición, conversó con la diaria del oficio, de los concursos, y de qué se siente ser campeón del mundo.
El oficio de la escritura surgió con 35 años. ¿Cómo fue?
Arrancó con un hecho medio fortuito. Estaba en una reunión con mucha gente, una especie de mitin político, porque mi padre está dedicado a la política en el interior. Y un tipo se puso a comer y se ahogó. Así como te lo cuento, estuvo totalmente ahogado. Yo me sentía un inútil, no sabía qué hacer. Estuve dos o tres días con esa imagen en la cabeza y escribí un relato, que después se convirtió en un pequeño libro llamado Siete relatos falsos y un hombre atorado. Con él gané un premio de la Casa de los Escritores (de Uruguay) y ahí fue cuando dije: “Bueno, capaz que puedo hacer algo con esto”.
¿Cómo se transformó en un libro? ¿Estuviste esperando a que se atorara más gente?
Por suerte no. Creo que ese es el único relato que tiene ingredientes reales en el centro de la trama, porque enseguida me volqué a hacer temas bien de ficción. Que, si bien el centro siempre es un elemento fantástico, como un extraterrestre o un tipo que anda en elefante por Tarariras, en la periferia del relato hay cosas mucho más reales. Vivencias mucho más personales. Empecé a ir a un taller literario con Gabriela Onetto, bien de motivación, de escritura creativa, que no hace tanto foco en la técnica, sino más bien en tratar de encontrar tu voz. Eso me ordenó bastante, porque de alguna forma me obligó a ir escribiendo. Ahí fue cuando me lo tomé medio en serio.
¿Ese libro llegó a salir en papel?
No. Ese libro ganó el premio y después le perdí cariño. Quedó como eso, como un premio, como un conjunto de cuentos para familia, amigos, etcétera. Pero no tuvo versión en papel. La primera y única versión en papel es este otro [señala a Yo una vez tuve una familia de demonios], que empecé a escribir en el marco del taller, pero ya más suelto.
¿Pensabas en el libro como unidad, o cada uno de los relatos por separado?
Son relatos sueltos, pero están súper comunicados. Hay un ambiente general, casi todos transcurren en Tarariras y casi todos transcurren en una edad entre los 12 y los 16 años. Y todos unidos por esto del elemento fantástico que aparece en todos los relatos, eso les da bastante unidad. Entonces reuní ese conjunto, lo presenté al concurso que organiza la Casa Quiroga, que está bueno. Publican el libro y tiene un premio en efectivo súper interesante. Gané y salió.
¿Qué función cumplen los concursos literarios para vos? Motivacional, aspiracional, de difusión...
Por un lado, te ordenan bastante para organizar el trabajo. Te obligan, en el buen sentido, a organizar un conjunto que vas mejorando en cada presentación. Me motiva, y a la vez a mí me funcionó como un canal de difusión, porque el ejercicio de ir a una editorial, golpear una puerta y preguntar, la verdad es que no me sale muy naturalmente. Entonces, esa vía, ese anonimato que tienen los concursos, está bueno. Esa cosa medio ciega que uno suelta y si les gusta, ahí sí das la casa. Pero antes no precisás hacerlo.
El resultado de un concurso es tu propio mánager.
En un contexto pobre como el nuestro la publicación y la difusión es el mejor premio que podés tener. Podés tener un premio intangible que termina siendo útil. Nadie está pidiendo millones de dólares.
Con la cantidad enorme de libros que se editan, ¿cómo hacés para que se enteren de que salió el tuyo?
El premio Horacio Quiroga ya le dio algo de repercusión para tener una llegada. Para mí fue tarea cumplida, me quedé con ese hito. Uno fantasea con publicar en una editorial más importante, que pueda tener otra estructura para difundir tu obra. Eso es lo que en definitiva uno está buscando.
Sabiendo que no vas a dejar tu trabajo...
Esa es una ventaja. Yo puedo escribir cuentos con una libertad completa. Puedo poner cualquier disparate que se me venga a la mente sin ningún tipo de restricción ni presión. Nunca estuve del otro lado como para decir: “Estaría buenísimo”. No tengo tan claro cómo podría reaccionar si tuviera que escribir tres libros en dos años porque firmé un contrato. En ese sentido estoy bastante cómodo.
¿Cómo llegaste al Mundial de Escritura?
Por un grupo de extalleristas con los que nos juntamos habitualmente para escribir. Ellos ya habían participado en alguna de las ediciones anteriores y me invitaron. Yo no había agarrado el compromiso porque antes creo que era un par de semanas escribiendo todos los días. No me animaba mucho a eso de tener una consigna.
Que va en contra de lo que veníamos conversando.
Sí, pero encontré un punto bastante justo. Este formato eran seis días y las consignas te daban mucho espacio. La consigna del cuento ganador era el concepto de los “no lugares”. Nuevos espacios de socialización o no socialización, como las cadenas de comida rápida, los aeropuertos, etcétera, donde hay un vínculo de consumo y la gente está de tránsito. En el relato elegí discutir el concepto del no lugar, y por eso ubiqué un hotel en Tarariras, donde es imposible que sea un no lugar porque un tipo llega y a los dos días está en boca de todos. La gente lo visita. En ese sentido las consignas son bien abiertas, porque si uno se pone estricto, no sé qué tan apegado está el relato a la idea.
¿Cómo funcionó lo de escribir a demanda?
Funcionó bien. No era muy exigente en extensión y yo estaba muy adaptado a ese formato; es la extensión frecuente de los relatos que escribo. Las consignas motivaban, porque tenían una cierta dirección, pero no te restringían. Te permitían ser muy abierto. En ese sentido funcionó bien.
La segunda semana del concurso es la relectura y la edición.
Ahí uno expone los textos, recibe comentarios y sugerencias. Después el cuento se edita y cada equipo propone un relato. El equipo funciona como primer gran filtro, porque hubo 30.000 relatos en este mundial. El equipo elige uno y ese relato compite con otros 600, que fueron los equipos aproximados que hubo. Ahí entra primero un prejurado y después el jurado final. Ya el filtro del equipo estuvo exigente y estuvo peleada la votación. Me avisaron que quedé entre los 600, después entre 60 y después entre 10.
¿Y ahora cómo sigue la cosa?
Lo más importante fue la repercusión, que me sobrepasó completamente. Cuando uno se presenta a un concurso como el Onetti, el Horacio Quiroga, te preparás para otra cosa. Esto lo tomé como algo mucho más lúdico. Escribís un cuento un día, al otro ya cambiaste el chip... Empezaron a pasar las etapas y me emocioné un poco, pero a lo que más me ayuda es a creerme en el rol de escritor y tratar de difundir el resto de mi obra.
¿El libro nuevo lo vas a presentar a concursos?
Sí, ese libro ya lo tengo bastante estructurado, ajustes más, ajustes menos, y tengo una rutina de algunos concursos en los que en general participo. Además, con esta figuración, me animo un poco más a salir del formato sólo de concursos e ir a una editorial.
Y estarás dispuesto a que sean ellos los que te golpeen la puerta.
Por supuesto, no tengo ningún tipo de filtro. Soy un mal negociador en la vida en general, y en esto, imaginate. Por las dudas no pongas esa parte.