A diferencia del biógrafo que emprende la escritura de una existencia que dejó huellas concretas tras de sí, y que el eventual lector buscará para conocer los detalles de las circunstancias vitales del biografiado, que le ayuden a entender (o no) los resultados de su genio, más difícil la tiene quien se propone escribir una vida anónima, no registrada en letras de molde, cuyo paso por el mundo apenas reverbera en un puñado de personas cercanas, y a veces ni eso. Contra el registro documental de que dispone el primer biógrafo –cartas, manuscritos, testimonios y la propia obra del biografiado–, el escritor de una vida anónima no sólo tiene muy poco material al que echar mano, sino que debe enfrentarse al inevitable desvanecimiento que propicia una lápida con dos fechas o una mera fosa sin nombre.
La editorial Anagrama, dentro de su indestructible (e inconmensurable) serie Compactos, ha vuelto a poner en circulación el primer libro del escritor francés Pierre Michon (1945), originalmente aparecido en español en el año 2002, dentro de la serie Panorama de narrativas. Se trata de Vidas minúsculas, la obra con la que Michon realizó su tardío debut en las letras (a los 39 años, en 1984) presentando las breves biografías de ocho personas que conoció de diversas formas a lo largo de su vida, en un particularísimo dispositivo que combina información e invención a partir de la reescritura de la propia memoria.
Pierre Michon se encontró con los protagonistas de estas “vidas minúsculas” en diversas circunstancias, vivencialmente la mayoría de las veces o a través del recuerdo de terceros, como es el caso de la historia de un campesino de su región natal de Cards (“Vida de Antonio Peluchet”) o el de su propia hermana mayor, fallecida a muy temprana edad y que él no llegó a conocer (“Vida de la pequeña muerta”). A diferencia del soporte documental (evidenciado en bibliografías anexas y copiosas notas al pie) de cualquier biografía estándar, para la escritura de estas vidas Michon tuvo delante el prodigioso mecanismo de la memoria, que abreva en el detalle y en las conexiones más impensadas, así como su propio estilo escritural, expuesto en frases de extraña respiración. Sobre esto último, cabe consignar el trabajo de la traductora Flora Botton-Burlá, que logra mantener en la traslación al español el singular sistema de puntuación de Michon, como ejemplifica este pasaje: “No, esa carne gruñona no me era más desconocida que la torpe infancia en las Ardenas que el plumífero novelaba. Yo tenía otras Ardenas afuera de la ventana, y mi padre, aunque no era capitán, había huido como el capitán Frédéric Rimbaud; en el molino de Mourioux, más enterrado que los del Mosa, yo había soltado en mayo unos frágiles barquitos, quizás ya había soltado mi vida; el aire inmóvil me sacaba lágrimas, mis pasiones hermanas eran la compasión y la vergüenza”.
Hay una cadencia netamente faulkneriana en la escritura de Michon, que no se refleja sólo en la prosa, sino también como modelo del impulso creador. En una de las entrevistas al autor compiladas en el libro Llega el rey cuando quiere. Conversaciones sobre literatura, oportunamente comentado en estas páginas, Michon cuenta la revelación que significó para él la lectura de ¡Absalón, Absalón!, poco antes de emprender la escritura de Vidas minúsculas: “Ocurrió la liberación incalificable de un inútil retrasado que se convertía en autor, se afincaba como tal y se alegraba por ello más allá de cuanto pueda decirse”.
De vuelta a las ocho vidas contadas en el primer libro de Michon, corresponde destacar la forma en que el autor incorpora elementos de su propia biografía –la infancia en el campo, un padre ausente desde su niñez, la presencia siempre cercana de su madre, el internado en el liceo de Guéret, los estudios de Letras en Clermont, sus trabajos esporádicos con una compañía teatral, los años de vagancia y viviendo de la caridad pública, su historia de amor con una mujer llamada Marianne, que intempestivamente lo abandona, etcétera– al relato de las “vidas minúsculas”, en una interesante progresión autobiográfica, incluso cuando los hechos que narra ocurrieron muchos años antes de su propio nacimiento, como en “Vida de André Dufourneau”, en la que las peripecias de un sujeto que viaja a África en procura de algún tipo de fortuna le son referidas por su abuela materna Élise, o en “Vida de Eugène y de Clara”, el relato sobre sus abuelos paternos, que reconstruye los años de juventud de la pareja y sus primeros tiempos juntos. En la historia de los abuelos se encuentra una clave material del propio proyecto biográfico de Michon; ocurre cuando en la casa de aquellos contempla las fotos de sus familiares vivos y muertos dispuestas sobre un mueble en una perturbadora convivencia congelada en el tiempo: “Un ausente lloraba a otro en esa casa de ausencias, los desaparecidos se comunicaban cual médiums a través de retratos, mesas carcomidas, efluvios; sobre ese cofre, nuestras efigies se dirigían los mismos mensajes ostentosos y desprovistos de realidad que los que intercambian, grabados en una tumba, dos estelas conmemorativas”.
Con la publicación de Vidas minúsculas, Pierre Michon inauguró una obra de singular peso y hechura en las letras francesas en particular y en esa entelequia llamada literatura contemporánea en general. Sus libros posteriores, entre los que se destacan, citando el año de aparición en español, títulos como Señores y sirvientes (2004), Tres autores (2006) y El origen del mundo (2012), ensayan diversas variaciones del sistema de escritura expuesto en este libro inicial, cuya lectura envolvente propicia la búsqueda de nuevos volúmenes.
Vidas minúsculas, de Pierre Michon. España, Anagrama, 2021. 208 páginas. Traducción de Flora Botton-Burlá.