Escindido del elemento más palpable, de la conjunción sensorial que el aroma, el tacto, el gusto y la visión generan en el otro o en sí mismo, el cuerpo es un mero receptáculo de los órganos y las conexiones que le otorgan movimiento. Esa estructura particular, cuya conformación la vuelve única e irrepetible, más allá de las puntuales similitudes de la genética o de eventuales coincidencias de la biología, impuesta desde la propia concepción como la vaina de las unidades en formación, que mutará gradualmente con las diversas etapas del crecimiento hasta alcanzar una forma más o menos establecida, desde la que empezará a retroceder hacia la decadencia y su eventual extinción, es, al mismo tiempo, una cápsula, una morada y un sarcófago.
El cuerpo como escenario para la búsqueda y obtención de placer sexual no se reduce sólo a las terminaciones erógenas más transitadas –los pezones enhiestos, el glande hinchado, el clítoris estimulado, el ano tras la lubricación–, sino que despliega un abanico amplio de posibilidades, pautadas no sólo por la imaginación y la fantasía del amante sino por la propia naturaleza, cuya limitación material lamentaba el Humbert Humbert nabokoviano, ante la imposibilidad de volver al revés a Lolita para aplicar sus labios al hígado nacarado y a las esponjas de los pulmones.
Los nueve relatos que conforman el libro Desastres íntimos (publicado originalmente por la editorial española Lumen, en 1997), de la flamante premio Cervantes Cristina Peri Rossi (1941), que acaba de aparecer en librerías en una edición local de la Casa editorial Hum, disponen del cuerpo como escenario de placer y de autoconocimiento, a partir de las peripecias de unos personajes que parecen moverse en permanente tensión con el ambiente. En algunas piezas el cuerpo, o cierta parte del cuerpo, se convierte no sólo en el disparador de la acción o en el punto de conflicto, sino en la razón de ser de sus protagonistas. Ocurre, por ejemplo, con “Fetichistas SA”, relato en el que la narradora despliega su fetiche por los cuellos masculinos, que colecciona a través de fotografías que cuelga en las paredes de su casa. La visión de esa suma de cuellos para un observador externo provoca no sólo la extrañeza del que mira sino la imposibilidad de una explicación racional (que siempre será una reducción) por parte del fetichista, que sabe que nunca podrá disponer ante el otro el alcance de su deseo por una determinada parte de la anatomía: “Una vez tuve que aguantar dos horas de conversación acerca de un partido de fútbol, sólo por la posibilidad de morder una nuez de Adán opulenta y redonda, con el tamaño adecuado para tragármela, sentirla bajar por mi esófago y golpear las paredes de mi estómago”.
En otras ocasiones, el cuerpo femenino se vuelve una limitación ante las construcciones planteadas por los hombres, tal como ocurre en “Desastres íntimos”, relato en el que la protagonista intenta abrir una botella de lejía con un nuevo sistema de tapón, supuestamente confeccionado para lograrlo con mayor comodidad. El pequeño drama doméstico se maximiza hasta alcanzar un final liberador que, cuchillo mediante, se convierte en una suerte de castración del fabricante del producto. Acá, la maestría de Peri Rossi no se encuentra sólo en la prodigiosa explotación de un drama mínimo, desmontado a través de un sinfín de detalles, sino en la construcción de ciertas imágenes que potencian el dolor individual para convertirlo en una imagen universal: “Esa tarde, mientras conducía hasta el consultorio del psicoanalista (todo había salido relativamente bien, a pesar del retraso), pensó que las lágrimas de las mujeres, esparcidas por la ciudad, eran un río blanco, ardiente, un río de lava, un río insospechable que circulaba por las entrañas oscuras, un río sin nombre, que no aparecía en los mapas”.
Uno de los puntos más altos del volumen lo constituye el relato “La semana más maravillosa de nuestras vidas”, que resulta ser también el más extenso. Ambientada en Nueva York, la historia sigue los encuentros clandestinos entre dos traductoras que se convierten en amantes y sobre cuya relación gravita la sombra del esposo de una de ellas. Pero más allá de la logística de la relación –vuelos, escalas, hoteles, esperas, llamadas telefónicas en clave–, el relato es un soberbio ejercicio acerca de la dialéctica entre amantes y el valor (o no) de lo dicho (o lo no dicho). Así reflexiona la narradora, que es una de las amantes, en un punto: “No me gustan las relaciones que comienzan con pruebas de amor. No soporto a las mujeres que dicen ‘Hazlo por mí’. Recuerdo que mi madre lo decía muy a menudo, y yo siempre salía perdiendo. ‘Peléate con tu padre por mí’ o ‘No te pelees con tu padre’, ‘Cómete todo el pescado’ o ‘Dale el pescado a tu hermana’. Yo nunca pido pruebas de amor. Me conformo con las palabras”.
La aparición de Desastres íntimos continúa (y complementa) la seguidilla de reediciones locales concretada en los últimos tiempos (los libros de cuentos Habitaciones privadas y Los amores equivocados, las novelas La nave de los locos y Todo lo que no te pude decir y el tomo autobiográfico La insumisa), reafirmando, así, la presencia insoslayable en esa entelequia conocida como “letras hispánicas” de Cristina Peri Rossi, para quien la obtención del Premio Cervantes, que ni siquiera se molestó en ir a recoger en persona, delegando la tarea en una actriz, es apenas un subrayado. Otro más.
Desastres íntimos. De Cristina Peri Rossi. Montevideo, Hum, 2022, 156 páginas.