A los grandes relatos marinos que atraviesan la historia de la literatura y que pueden ejemplificarse mencionando algunos nombres de autores megacanónicos en la materia, como Herman Melville, Emilio Salgari y Joseph Conrad, se anteponen aquellas historias más íntimas, centradas en un drama personal, que desarrollan la madeja del conflicto de un personaje ante la adversidad del mundo acuático en las más variadas circunstancias. Ese abanico de posibilidades incluye obras tan diversas y destacables como el largo enfrentamiento entre un pescador y un pez vela que se narra en la novela breve El viejo y el mar, de Ernest Hemingway; el periplo en canoa por el río Paraná que emprende un hombre picado por una serpiente venenosa en el relato “A la deriva”, de Horacio Quiroga; o las desventuras de una mujer de mediana edad que al meterse mar adentro en la playa en la que vacaciona pierde el bañador y se debate entre el pudor y la supervivencia en el cuento “La aventura de una bañista”, de Ítalo Calvino. En esa categoría de historias ambientadas en entornos acuosos se inscribe la breve y contundente novela La bahía, del galés Cynan Jones (1975), un autor que combina su trabajo en la escritura con la venta de vinos y flores en un comercio de la ciudad balnearia de Aberaeron, en la Bahía de Cardigan.
La bahía es el tercer libro de Jones que desembarca en nuestro idioma, al igual que los anteriores –Tiempo sin lluvia (2020) y La tejonera (2021)–, de la mano de la argentina Chai Editora. También acá, del mismo modo que en los dos títulos previos, Jones explora alguna variante de la vulnerabilidad humana ante la fuerza de la naturaleza, al tiempo que pone en escena la perturbadora inmensidad del paisaje, sin rastros de bucolismo o de afán folclórico: Tiempo sin lluvia está atravesado por ovejas, pájaros, ratas y conejos, además de una vaca preñada que se pierde en un pantano reseco (como una suerte de reverso bovino del impresionante cuento “Caballo en el salitral”, de Antonio Di Benedetto), mientras que en La tejonera se desarrolla la historia de un granjero viudo que ayuda a dar a luz a las ovejas y un expresidiario que recorre los campos de noche cazando tejones. En La bahía, Jones traslada el escenario desde los ambientes rurales de sus anteriores novelas hacia algún punto de la costa galesa, ubicando el foco sobre un protagonista sin nombre que se adentra con su kayak en el mar y es impactado por un rayo.
La escritura de Jones no apuesta a la desmesura pero tampoco es telegráfica; sus frases breves producen por encadenamiento párrafos de una inusitada solidez y complejidad interna. Al leerlo, uno puede imaginarse el trabajo de orfebrería que han debido desarrollar sus traductores (Matías Battistón en el libro que acá se comenta, Esther Cross en Tiempo sin lluvia y Laura Wittner en La tejonera) para mantener el tono descriptivo de algunos pasajes con cierto lirismo arrancado a los elementos naturales, como “el leve crujido azucarado” de la arena, o un párrafo como este: “Se oyó el piar de los ostreros, el chapoteo de un pez al saltar del agua. Lo vio por un segundo, un clavo de plata en el aire. Algo que, durante un momento asombroso y fugaz, había quedado deliberadamente fuera de su elemento”. Y hasta las propias comparaciones a las que recurre Jones son especificaciones del entorno natural que ha elegido para desarrollar sus historias: “El pez luna lo acompañó durante horas. Se podría decir que lo guio. Era tan largo como el kayak, contra el que se golpeaba y frotaba de un modo instintivo, curioso, como una vaca contra un poste”.
El efecto de condensación que cimenta el estilo de Cynan Jones, además de la engañosa brevedad que le propina a toda la historia, tiene el agregado de que administra la tensión. Lo que en un escritor más verborrágico redundaría en detalladas descripciones de elementos naturales o en los propios movimientos destinados a la supervivencia que el protagonista realiza sobre la embarcación, acá son referidos como al pasar, en una sola línea (a veces en media), cuando no lisa y llanamente elididos. Así, por ejemplo, el rayo, detonante absoluto de la trama, se anuncia cuando “el agua cobra un aspecto metálico, como el de los cubiertos”, hay una pausa en la cortina de lluvia y le sigue un rugido atronador. Esa tensión latente no evidenciada en palabras es subrayada dos por tres por circunstancias que desestabilizan la acción, que desconciertan al lector y, sobre todo, al protagonista, tal como el cartel publicitario de un auto que el náufrago recoge del agua en un momento, o el largo proceso de captura, muerte y conversión en alimento de una caballa que el hombre atrapa en las revueltas aguas que lo han alejado de la bahía. En esas circunstancias desesperadas en que la existencia intenta prenderse a las cosas circundantes para no desfallecer, los sentidos se expanden, como el dolor que el personaje siente cuando se corta un dedo u observa la imagen de “plástico traslúcido y gastado” en que se convierte la carne cruda del pescado.
En los agradecimientos finales del libro, Cynan Jones expresa su gratitud “al equipo de rescatistas” y afirma que “la próxima vez no voy a adentrarme tan adentro”, por lo que el trasfondo autobiográfico de la historia queda evidenciado a pleno, un poco al modo de Ismael, el narrador de Moby Dick, que al final del relato de su aventura junto al capitán Ahab tras la gran ballena blanca, hace suyas aquellas palabras del bíblico Job: “Y yo solo escapé para contártelo”.
La bahía. De Cynan Jones. Buenos Aires, Chai Editora, 2022, 110 páginas. Traducción de Matías Battistón.