Criatura editora viene publicando una serie de libros escritos por mujeres, que conforman una línea de confrontación a la naturalidad de lo dado. Algo se nos ha escapado, de Katya Adaui, Peces mudos y Cráteres artificiales, de Rosario Lázaro Igoa, Irse yendo, de Leonor Courtoisie, Debimos ser felices, de Rafaela Lahore, Más allá de agosto, de Lourdes Rodríguez Becerra y la reedición de La mujer desnuda, de Armonía Somers –que se planta como antecedente y obra fundadora–, presentan y especulan sobre aquellas áreas de la vida donde se han sedimentado las tradiciones, para revelar las fallas y las violencias que ocultan. Estos libros, publicados a partir de 2013, forman una constelación de narradoras que, en muchas ocasiones en primera persona, deambulan por dentro y por fuera de esas usanzas, en la búsqueda de una excepcionalidad, de eso que finalmente explique y dé sentido a sus genealogías familiares y culturales.
Él último en sumarse a esta colección es Si las cosas fuesen como son, de Gabriela Escobar (Montevideo, 1990). Publicada por primera vez en Chile por Ediciones Overol en abril de este año y ganadora del Premio Onetti en 2021, la novela se adentra en la historia de Gabriela, una mujer que acaba de terminar una relación amorosa y vuelve a la casa de su madre, en algún balneario de la costa uruguaya. Esa madre, nombrada “La Tumbona”, devora las posibilidades de sus dos hijos varones, hermanos de la protagonista, con “métodos de protección que se parecen demasiado a un castigo”: su presencia nunca parece humana, sino que se asemeja al fantasma de un robot, esté viva o muerta. El libro no construye un retrato de la madre, ni tampoco de Gabriela; dividido en pequeños episodios numerados –segmentación que se repite en varios libros de este catálogo–, describe acciones mínimas de cada integrante de la familia y de los vecinos del balneario para extraer, en oraciones breves y concisas, una conclusión como máxima explicativa de los acontecimientos.
La narradora de Si las cosas... ostenta un deseo de provocación desde sus razonamientos a sus acciones: por momentos juega con un deseo incestuoso hacia los diferentes miembros de su familia (que en su versión edípica recuerda a La débil mental, de Ariana Harwicz), o se hace pasar por “diferente” para desafiar y escapar de la atención de un grupo de hombres en la playa. La mirada de la narradora Gabriela siempre se mueve con humor por un mundo que no parece dar espacio al juego y al chiste; con este gesto expone inversiones en órdenes convencionales: por ejemplo, la persona más amada por su madre en realidad es un perro, que justamente se llama Fobia y que nunca lleva correa. Su humor –que no precisamente es gracioso y a veces la lleva a pensamientos hiperbolizados– le permite ver las contradicciones y ser consciente de las distancias con su entorno, pero, asimismo, entiende que posiblemente ella no sea tan diferente como puede creer que es.
El humor es una de sus herramientas para comprender la realidad, acompañado también por la excavación genealógica que hace: la Tumbona decidió tirar a la basura los diarios íntimos de una tía y Gabriela decide rescatarlos para elaborar un mapa de las desviaciones a la norma en su familia. Decidir revisar el pasado familiar es encontrar familiares que fueron encerrados en cuartos, que cedieron su voluntad o que nunca renunciaron a ella y que, principalmente, plantean enigmas que nunca se podrán aclarar del todo. En el momento más conmovedor de la novela, Gabriela roba papeles para investigar el origen de su bisabuela polaca y sus ancestros judíos, quemados en un depósito de granos por sus propios vecinos, y comienza a adentrarse en el silencio de lo no contado.
Gabriela Escobar describe la atmósfera del balneario con un lenguaje densamente poético, que densifica la planicie de la vida de sus habitantes. La obra no es particularmente novedosa en sus temas ni en sus reflexiones –posiblemente no sea su intención serlo, algo que podría confirmar el último párrafo del segmento 38–, pero la fuerza de ciertas frases y palabras, acompañadas por la repetición –en ocasiones excesiva– de ideas (la sordera en la familia, por ejemplo) y la insistencia en una explicación que no siempre llega espesan una primera novela que abre la curiosidad hacia las que vendrán.
Si las cosas fuesen como son. De Gabriela Escobar. Montevideo, Criatura, 2022.