Según la versión en línea del Diccionario de la Real Academia Española, un interregno es un “espacio de tiempo en que el Estado no tiene un soberano”. En el Diccionario de Americanismos de la Asociación de Academias de la Lengua Española figura como “período de tiempo transcurrido entre dos sucesos similares o complementarios”. La palabra, originaria del latín, se conforma con el prefijo inter y la palabra regnum, que podría traducirse como reinado. En todo caso, se trata de un tiempo entre tiempos, una zona difusa entre un momento y otro. No obstante, el poemario Interregno, de Lucía Delbene, parece utilizar una acepción incluso más amplia, partiendo de su raíz etimológica, “entre reinos”, en la cual las dimensiones temporales y espaciales se mezclan.1 La palabra interregno, así como la expresión “entre reinos”, será uno de los tantos leitmotivs que se repetirán a lo largo del libro. (“Hay un texto en las sangres / interregno de tiempo y materia / corpus en espiral que sube / volutas que llaman su idioma”).
Se trata de un libro abigarrado, barroco en un sentido amplio, en el que se entremezclan voces y mundos (o reinos). La voz del yo lírico, muchas veces un “nosotros”, traza una polifonía que sobrevuela estos reinos, donde hay espacio para lo más actual y lo más arquetípico, lo más trascendente y lo más prosaico.
Hay textos que parten de hechos muy simples, como la contemplación del mar o la visión de un paisaje cualquiera. Otros parten ya de una reflexión sobre temáticas trascendentales. (“El amor y el poder se asemejan en una cosa / su deseo de poseer al objeto de sus anhelos / un anillo sella el origen de la monarquía”.) En otros, la cotidianidad y la trascendencia se mezclan, llevándonos en un travelling donde se contempla desde lo más contingente hasta lo más universal.
Los poemas, en general, son largos y fecundos en imágenes. El libro está dividido en cuatro secciones: "Equinocciales", "Saturnalias", "Solsticiales" y "Del vendaval y otros vendajes". Ciertos leitmotivs se hallan desperdigados a lo largo del libro. Los más frecuentes, como ya decíamos, la palabra interregno o la expresión “entre reinos”. Pero también las declinaciones latinas de la palabra rosa se someten a un juego de relecturas, donde el simbolismo del referente es explorado en varios avatares, desde la evocación de un período histórico muy preciso (“en las clases de latín / de nuestro exilio en Europa / es el año 2003 / de la crisis económica”) a una exploración de lo ancestral donde acaban conviviendo tiempos y espacios inconmensurables (“En los cielos inflamados / por el giro de incontables galaxias / que antiquísimos hombres y mujeres / llamaron el Empíreo”), pasando por crudas imágenes de la corporalidad (“leucocitos que trepan por la sangre / rosa de las vísceras”), alguna prosaica encarnación como objeto kitsch (“Esta rosita cursi / artificial de mi idioma / miniatura en los portaagujas / importados de china”) o una reflexión sobre la naturaleza del lenguaje (“rosa-rosae-rosas / deshojándose en sintagmas”).
Abundan aquí los cultismos (“psicopompos”) y las intertextualidades. Las imágenes, además de abundantes, son muy sugestivas, y trazan una poética estéticamente coherente.
Por su parte, Elbio Chitaro, en Otra piedra, otro corazón, ensaya un in memoriam por un amigo, el poeta Enrique Bacci, varias veces aludido y citado. Si bien el tono no es precisamente exultante, tampoco se trata de una letanía aplastante. Algunos poemas son quizá más propiamente elegíacos que otros, pero no se ahorra espacio a una celebración de la amistad, y hay una esperanza de trascender la muerte a través del acto creativo.
El prólogo de Gerardo Ciancio ofrece un muy buen análisis del uso de los símbolos, entre ellos los del título. La piedra y el corazón, “ambos símbolos cargados de diversos significados en la historia de la cultura, devienen una misma entidad bifronte que se aparece como una posible clave de lectura”. Ambos elementos parecen fuertemente contrapuestos; no obstante, las piedras aparecen como expresión de dolor por el amigo fallecido. Se trataría, al decir de Ciancio, de una “piedra sensible”. (“Con el dador de cantos devenidos, esos que hacen / lagrimear la piedra [...]”). También la palabra corazón se expande a la polisemia, funcionando en su acepción literal (que ya está cargada de simbolismos y connotaciones), o como símbolo de la esencia, de lo intrínseco de las cosas, enlazando con otros conceptos también muy cargados simbólicamente (“irse de piel transido, / sin fin, hacia el corazón irrenunciable / de la raíz del tronco”).
Pero la piedra aparece también como metáfora del camino del poeta, algo en lo que Chitaro se acerca a lo que Alfredo Fressia nos decía en Sobre roca resbaladiza: “Pie en la piedra como cimentación profunda. / Ir por la poesía, brincando de piedra en piedra / sobre el torrente. Ojo con el traspié, irse de canto. / Derrumbe”.
Estas son sólo muestras de la plasticidad que logra Chitaro en su manejo de los símbolos y las imágenes. El sentido se construye dentro del texto, tomando los sentidos preexistentes apenas como disparador.
Son frecuentes las imágenes tomadas de la naturaleza (“¿conmigo vienes, sauce mecido, mesándote los cabellos con las cenizas?”) y las alusiones al entorno rural (“Las entrañas yacentes del campo. / Todo el cielo cansío”). Pese a la complejidad en el uso de imágenes y símbolos, el lenguaje es sencillo y conciso, y más que recurrir a la profusión de imágenes para aludir a un significado, Chitaro carga las imágenes de significaciones.
La poesía es un territorio común que reúne a quien sigue aquí y al ausente. El recuerdo de las experiencias compartidas está relacionado con la poesía como vivencia. De a ratos, pareciera incluso que estamos ante un extenso ars poetica. No obstante, la poesía aparece más como experiencia que como procedimiento. (“Ir por la poesía”).
Por otra parte, el profundo contenido emotivo no exime de una muy neobarrosa interrogación hacia la materialidad del lenguaje, apoyada por aliteraciones y paronomasias. (“-Ensayo y error, Señor. Terror / -Errar, cerrar de golpe / los caminos de la vida”). Estos recursos no sólo aportan musicalidad al texto, sino que además generan sentidos, aproximando conceptos disímiles en una unidad semántica.
La de Elbio Chitaro, luego de veinte años de publicar poesía, es evidentemente una voz madura. Otra piedra, otro corazón es una buena muestra.
Interregno. De Lucía Delbene. Montevideo, La Coqueta, 2022, 136 páginas. Otra piedra, otro corazón. De Elbio Chitaro. Montevideo, La Coqueta, 2022, 72 páginas.
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Existe también un trabajo, disponible en la web, de Violeta Percia, titulado “La poesía como interregno en Stéphane Mallarmé”, en el que se nos dice que “considerar la poesía como interregno es advertir la cualidad que tiene la poesía para moverse entre reinos -ante todo moverse entre la realidad y la representación [...]”. No obstante, el uso dado aquí a la palabra interregno también excede el plano estrictamente denotativo de la definición de los diccionarios. ↩